domingo, 31 de agosto de 2014

Blancanieves - Jacob & Wilhelm Grimm (Benjamin Lacombe)





Blancanieves (Edelvives, 2011) de Jacob & Wilhelm Grimm (escritores alemanes, 1785 [y 86]-1863 [y 59]), es el popular cuento de los hermanos Grimm sobre la bella niña de piel blanca como la nieve, cabello negro como el ébano y labios rojos como la sangre.

Afortunadamente, esta versión corta es fiel a la original (alejada de las versiones alteradas y con finales felices de Disney) y lo peculiar de este libro infantil es que está ilustrado por Benjamin Lacombe, un joven autor e ilustrador francés muy prolífico y cuya obra es completamente maravillosa. A pesar de ser un poco cruel, esta versión no debe ser excluida del repertorio de primeras lecturas, pues hay ciertas enseñanzas y experiencias que pueden ser usadas como analogías en la vida del pequeño lector. Comentar cualquier duda es otra fase importante para la interpretación del cuento y evitar confusiones. Lo terrible o lo agradable se esconde muchas veces en la voz del narrador, no en la historia en sí.

En estas ilustraciones, Lacombe refleja la verdadera personalidad de los protagonistas y juega con diferentes tonalidades para dar más fuerza a partes específicas de la historia, mostrando otras únicamente con bocetos. Es una belleza de obra que está en mis manos gracias a un regalo de cumpleaños hecho por una muy buena amiga.

Blancanieves se construye a través de la traición, la mentira y la envidia, pero también por la belleza, la amistad y el "amor", que finalmente son los que logran hacer "justicia" y que los actos negativos sean castigados. 

Como lo he mencionado antes en lo referente a los libros infantiles y juveniles (ilustrados o no), aunque su objetivo son personas de ciertas edades (en este caso, niños mayores de 9 años), la experiencia visual y literaria es igual de valiosa a cualquier edad, pero para los niños siempre será mucho más llamativo tener imágenes para esclarecer ciertas ideas, situaciones o sentimientos que quieran ser expresados por el autor.




Benjamin Lacombe


Benjamin Lacombe


 Benjamin Lacombe



Benjamin Lacombe


Inevitable no recordar Maleficent (2014), película que muestra la parte que siempre se mantuvo oculta de la historia. Bien por Disney (a pesar de algunos detalles demasiado melosos) por mostrar el "lado b" de uno de sus cuentos clásicos. Sí, me gustó, pero con la actriz que la interpreta ¿quién no podría aceptar que Maleficent es por completo cautivadora? 




Esta misma editorial publicó en ese mismo año Cuentos macabros de Edgar Allan Poe, ilustrado por... ¡Lacombe! Sólo he tenido la oportunidad de hojear en librerías, pero es otro de los hermosos libros que aún hacen falta en mi pequeña biblioteca.

Este libro lo pueden adquirir en Librerías El Sótano.

martes, 26 de agosto de 2014

Axolotl - Julio Cortázar

Julio Cortázar, año y fotógrafo desconocidos.


Julio Florencio Cortázar (escritor argentino, 26 de agosto de 1914- 12 de febrero de 1984) es uno de los autores más innovadores y singulares del siglo XX, cuya obra oscila entre lo fantástico y lo real. Hoy cumpliría 100 años de edad, motivo por el cual el país invitado de este año a la Feria Internacional del Libro en Guadalajara es Argentina.

Actualmente, existe cierta ambivalencia respecto a su obra, pues es considerada infravalorada o sobrevalorada, como suele ocurrir en este ámbito. En lo personal, tras haber leído sus novelas El perseguidor y Rayuela (ninguno aún con reseña aquí, pues la primera es ajena a mi contexto cultural y la segunda la veo como labor titánica, al igual que reseñar a Borges, Mailer o Goethe, entre muchos otros, pero que haré algún día), prefiero sus cuentos y minificciones, y por supuesto, las incontables frases concretas como desgracia repentina que suelta cada ciertas páginas, o en capítulos completos, de Rayuela.

Para quienes no conocen la voz del autor, o para quienes como yo, disfrutan escuchándola, dejo el video en el que se puede escuchar la voz del propio Cortázar leyendo su conocido y genial cuento "Casa tomada", publicado en Bestiario (Editorial Sudamericana, 1951).






Transcribiré a continuación su cuento "Axolotl", que se publicó en la parte III de Final del juego (Los presentes, 1956), clasificado dentro del realismo mágico. Este cuento, fascinante no sólo por su enigmático argumento, tiene como protagonista a uno de los seres más hermosos y misteriosos, el ajolote, que significa monstruo acuático en náhuatl: axolotl.

Cortázar logra reflejar en sus letras la grandeza de estos pequeños anfibios mexicanos (ahora en peligro de extinción) y les devuelve la importancia que han ido perdiendo con el paso de los siglos. Regresiones, descripciones y reflexiones crean, a través de la analepsis, un relato en el que la apropiación del otro surge a través del escrutinio de la mirada, en el que las diferencias unifican más que las aparentes nulas similitudes y donde la metamorfosis es, más que inevitable, necesaria para lograr comprender al otro.



Axolotl (© John Cancalosi/Getty Images)


Axolotl


Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.

El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.

En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.

No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.

Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.

Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.

Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?

Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.

Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.

Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.

Cuentos de Ciencia Ficción. Antología de Ricardo Bernal

Ya está lista mi reseña de Cuentos de ciencia ficción. Antología (Alfaguara, 1997) de Ricardo Bernal, para el suplemento literario Cubo de Rubik del portal de noticias Lado B. Agradezco la invitación y el espacio a su editor, el escritor Víctor Roberto Carrancá (autor de El espejo del solitario).

Transcribiré algunos fragmentos de la reseña, que pueden leer completa en este enlace. Este libro estaba en mi lista de lecturas pendientes desde hace varios años y justo ahora encontré la oportunidad perfecta para leerlo, y a pesar de su portada excéntrica (que podría participar perfectamente para "Las peores portadas del mundo", como lo puse en Instagram). Por cierto, en las siguientes reediciones del libro, las portadas han cambiado.

Todos sus cuentos son asombrosos, además de que en esta reseña hay más referencias cinematográficas, por ejemplo a X-Men: días del futuro pasado o a Eternal Sunshine of the Spotless Mind. Pueden adquirirlo en Librerías El Sótano.




Cuentos de Ciencia Ficción. Antología (Alfaguara, 1997) de Ricardo Bernal es una compilación de nueve cuentos representativos del género. El término ciencia ficción (del término inglés sci-fi) surgió en la década de los 20′s (S. XX) y hace referencia a las narraciones que describen maravillosos viajes fantásticos interespaciales, civilizaciones alienígenas, razas extraterrestres y diversos tópicos relacionados con avances o progresos tecnológicos, científicos, sociales o ideológicos posibles y que tienen bases en diversas ciencias y conocimientos específicos que otorgan verosimilitud a los textos.

Existen varias “generaciones” de escritores de este género, que abarcan del año 1818 hasta la actualidad, donde autores como Mary Shelley, Isaac Asimov, Gustav Meyrink, Julio Verne, H. G. Wells, Jack London, Edgar Rice Burroughs, Howard Phillips Lovecraft, RayBradbury y Frank Herbert, entre muchos más, dan cierta continuidad a leyendas y mitos con siglos de antigüedad y a esa necesidad del ser humano por salir de la mente y el planeta que lo confinan.


“El nuevo acelerador” de H. G. Wells es el primer cuento y describe una especie de pócima mágica de reciente creación por el profesor Gibbernet que reduce la velocidad del tiempo considerablemente e incluso da la apariencia de detenerlo, acción que recuerda específicamente la escena crucial de Quicksilver en X-Men: días del futuro pasado (2014) donde éste interactua con objetos y otros personajes durante un segundo del tiempo real, que reducido, gracias a su increíble velocidad, convirtió en aproximadamente dos minutos. Tras comprobar el éxito de su invento científico, el doctor tiene en mente una segunda pócima, pero esta tendrá el efecto contrario: adelantará el tiempo a una increíble velocidad, hecho que me remitió a la escena de Trainspotting donde Renton está en una etapa de abstinencia y va al bingo con sus padres: el tiempo pasa vertiginosamente de prisa mientras él permanece sentado, con la mirada perdida, reflexionando sobre esa etapa de su vida. Regresando al cuento, la primera vez que el profesor y el protagonista la ingieren, salen a dar un paseo y gracias a las ricas descripciones de Wells, pareciera que incluso el lector está bajo su efecto. Debido al peligro latente que representa su uso, el protagonista, casi al finalizar, comenta que solamente la ha utilizado de nuevo estando al resguardo de su hogar, consejo que muy bien podrían tomar todas las personas que consuman algún tipo de droga, pues experimentar en un ambiente familiar será siempre mucho menos riesgoso.


“El ruido de un trueno”, de Ray Bradbury nos revela los estropicios que cualquier pequeño cambio, por nimio que fuera, en el pasado, puede alterar por completo el presente y el futuro. Quizá en esto precisamente radica el enigma de las máquinas del tiempo y su inexistencia, o su encubrimiento. En los monólogos de uno de los personajes, se esclarece que incluso se podría alterar el tiempo más allá de lo que se puede pensar, de ahí que un cambio en el pasado modifique o altere una cadena de sucesos que podrían resultar en algo catastrófico, pues estamos ante la premisa de modificar el futuro a través del pasado.

Por último, “Lo recordaremos por usted perfectamente de Philip K. Dick”, es un estupendo relato que juega con las posibilidades que resultarían de poder eliminar, implantar o crear nuevos recuerdos en la mente humana. Utilizando un bucle narrativo, alterado por características específicas, Dick representa el universo mental y todas las posibilidades que podría albergar al ser alterado de forma tan drástica, pues esencialmente, seguirían funcionando ciertas áreas incorruptibles: inconsciente y subconsciente. En el relato, el protagonista busca implantar un recuerdo, ignorando las razones inconscientes de su deseo, situación que desencadena una serie de sucesos increíbles que finalizan con un suceso más paradójico aún. Una de las características de los agentes que aparecen aquí es que tiene el poder de leer la mente del protagonista gracias a un artefacto científico y fue quizá una idea tomada a la distópica novela 1984 (1949) de George Orwell. La existencia de una empresa dedicada a borrar o sustituir recuerdos de la mente nos remite a Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004), donde un establecimiento novedoso (y muy demandado) brinda la posibilidad de eliminar cualquier recuerdo de alguna persona en específico, por lo que se enfocan en quienes han sufrido alguna ruptura sentimental o pérdida amorosa.

sábado, 16 de agosto de 2014

Irreverencias maravillosas (mi nueva columna en VozEd)

Tengo el placer de anunciarles que ya está lista mi nueva columna en Revista VozEd, que se titula Irreverencias maravillosas. En ella hablaré de temas 'extraños' o inusuales, misteriosos, sorprendentes y excepcionales a través de ensayos o cuentos. "La belleza catastrófica" es mi primer texto en ser publicado en dicha columna.

Será de publicación mensual y cualquier sugerencia o recomendación sobre las temáticas es bien recibida. Transcribiré a continuación algunos de los párrafos de mi texto, el ensayo completo lo pueden leer en este enlace.


Clemente Susini (obra supuesta): Anatomical Venus, circa 1790, La Specola, Museo de Historia Natural, Florencia.


La belleza catastrófica

Las Venus anatómicas (Anatomical Venus) son modelos femeninos de tamaño natural y una belleza clásica, hechos de cera y popularizados entre los siglos XVIII y XIX. Fueron usadas principalmente en museos de anatomía para mostrar e ilustrar al público sobre la fisiología femenina, siendo unos de los pocos lugares que permitían la entrada a las mujeres, pues al hacerse cargo de una familia, debían tener ciertos conocimientos médicos, pero eran admitidas únicamente en horarios específicos y sin compañía de hombres. 


'Medical Venus', Clemente Susini.


En los carteles de la época se podían leer frases como «numerosos modelos de especial interés para las damas, que muestran los maravillosos mecanismos del cuerpo humano». Al igual que ahora, estas exposiciones sobre el cuerpo humano eran temporales; la última en la ciudad de México fue Body Worlds Vital, expuesta en UNIVERSUM, con la increíble obra de Gunther von Hagen, el artista y científico alemán que utiliza la plastinación como medio para preservar los diversos cuerpos que usa para sus obras.


Dr. Gunther von Hagen en Body Worlds con su creación del jugador de ajedrez.


Fue hasta finales del siglo XVII que se creó la primera muestra pública permanente de estos modelos de cera en un museo de historia natural, cuyo objetivo era, según el dueño del museo, «volver más felices a los hombres a través del conocimiento». A partir de entonces, se fundaron diferentes talleres de modelado de cera, siendo los de Joseph II (1771) y Clemente Susini (1790) los más famosos, dada la belleza de sus Venus anatómicas (o Venus desmontables), en las que utilizaban como ornamentos cabello real, ojos de vidrio, tiaras de oro y collares de perlas.


Clemente Susini: Modelo anatómica representando ‘vasos linfáticos profundos en un sujeto femenino’, cabello y cera pedidos de Fontana por Scarpa, 1794, Museo de la Historia de la Universidad de Pavia.


'Anatomical Venus', 1771-1800
Figura anatómica de cera con órganos removibles, Florencia, Italia.


Actualmente, la obra más reciente que retoma la ideología de las Venus anatómicas es la serie «Vanitas» (2008) del ilustrador Fernando Vicente, enfocada precisamente a representar a unas hermosas mujeres contemporáneas que simbolizan la vanidad femenina aunado al poder de la representación anatómica de tendones, huesos y fibras, vasos sanguíneos y músculos.


Vanitas - Deslenguada (por Fernando Vicente)


Vanitas - Carne d'amour  (por Fernando Vicente)



Vanitas - Corazonada (por Fernando Vicente)