lunes, 30 de mayo de 2016

La calle del silencio - Guillermo Julio Montero





La calle del silencio (Ediciones B, 2015) de Guillermo Julio Montero (escritor y psicoanalista argentino, 1953) es la primera novela del autor. Con ella obtuvo la Mención Honorífica del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2012, y fue publicada al siguiente año por el FOEM (Fondo editorial Estado de México) con el título Zurcido invisible, mismo que cuenta con un emotivo book trailer.










La obra está dividida en cuatro partes: La Casa Violeta, Ahora, Antes y Después, y predomina la narración en tercera persona. Resalta la omisión de signos de puntuación específicamente en la narración en primera persona, que recrea el raudo pensamiento de los personajes y una inevitable ráfaga de sentimientos vertiginosos.

En una obra donde los nombres de la mayoría de sus personajes son remplazados fácilmente por adjetivos, cabe destacar el significado de los nombres de los personajes principales: Vera (fe) y y Víctor (vencedor). Vera es una pianista que está «tratando de componer una nueva melodía» y que vive entre recuerdos y partituras, arpegios, sonatas, nocturnos y valses. Víctor es un fotógrafo que «está buscando una fotografía que exprese lo que está sintiendo» y cuya mente lo visualiza todo a través de enfoques y escenas, de significativos y peculiares cuadros mentales que representan todo lo que experimenta a través de los días.

Ambos están huyendo de su pasado, de dos acontecimientos nefastos que ocurrieron durante el mismo día en sitios relativamente cercanos, que aún no se logran explicar y que los persigue como su propia sombra, como una herida intangible que a pesar de convertir el pasado en un sentimiento de nostalgia interminable, también alberga la posibilidad de ofrecerles algo mejor ahora.

Víctor vuelve a un lugar que no sólo lo transformó a él décadas atrás para descubrir que una sola palabra, similar a la peor de las blasfemias, puede evocar desgracias y será repudiada por todo el que la escuche, pero que no por no ser mencionada deja de existir, sino que permanece estática en el dolor y la memoria. 

Otro personaje peculiar es Santa Dimpa, «patrona de los enfermos nerviosos, de las personas con desórdenes mentales y neurológicos, de los frenópatas, de los epilépticos, de los orates, de los neurasténicos, de las víctimas del incesto, de los sonámbulos, de los posesos…», una hermosa adolescente que vivió durante el siglo VII, martirizada y víctima de filicidio, a quien Vera le otorga una voz propia gracias a su imaginación. 

Esta historia se desarrolla en la década de 1980 en Estación Esperanza, una pequeña localidad alejada y estancada en el tiempo, paralizada por aquel polvo que cubre a lo que permanece estático tras un evento adverso que no se logra descifrar ni comprender, y donde destaca La Casa Violeta, el hogar de Vera. Ésta albergó, durante varios años, a tres mujeres de tres generaciones distintas, cada una con una fijación específica: su abuela coleccionaba imágenes de santos espeluznantes a los que veneraba todos los días, su madre realizaba alta costura e invadía el espacio con innumerables retazos de diversos colores y formas, y Vera, ya adulta, coleccionó historias y fotografías de sus propios alumnos que suplieron a su familia fragmentada por la atrocidad cometida contra ella por uno de sus propios integrantes.

Como una maldición, Estación Esperanza repite un siglo después la trágica historia de la estancia El Silencio, misma que dio origen a este pueblo que conservó la fe como escape o protección incluso contra si mismos, a pesar de lo cual sobrevino el desastre.

La calle del silencio es una novela construida con música y fotografía, que involucra todos los sentidos y sentimientos profundos y nos transporta a un sitio tan ficticio como cercano.

Pueden encontrar el libro en Librerías Gandhi, El Sótano y El Péndulo.


Para finalizar, transcribo algunas mis frases favoritas de la novela:

«date cuenta de que tengo miedo de nosotros» p. 15

«Los odia por las sonrisas artificiales, por las muecas que pretenden una familiaridad equivocada.» p. 18

«El juego del rodaje, el único remedio que conoce contra la angustia.» p. 29

«Pero don Peregrino respeta el silencio de todos, por más que sabe todo lo que pasó.»  P. 63  

«El peso del tiempo transformaba el ascetismo en una escenografía recargada que diluía el presente, despidiendo un olor a eternidad que amenazaba catástrofes.» P. 95

«ofreciendote, despidiendo un oloro a eternidad que amenazaba cat)
tivos.idad equivocada»
«Ofreciendo todas una oferta inmóvil de consuelo múltiple y simple redención.» P. 97

«Sé que es un instante porque es así como comienzan todas las cosas.» p. 104

«Por primera vez en su vida oyó un silencio que lo agujereaba.» p. 128

«La sensación de que el alma se les había caído en alguna parte, o que preferían dejarla olvidada en Estación Esperanza.» p. 132

«quiero dibujarle en la palma de la mano algunas líneas favorables que modifiquen el destino que no sé por qué imagino desfavorable siempre desfavorable» p. 195

«Se quedará quieto, en su lugar, temiendo que alguna intervención sobre la realidad pueda quebrar el instante mágico.» p. 198

«Así como hay composiciones que comienzan con silencios, y que esos silencios son funcionales a toda la melodía que va a desarrollarse, algunas relaciones comienzan de la misma manera: con silencios.» p. 201

«El silencio representará el inicio de una historia compartida.» p. 207

«El tiempo pasa, pero hay situaciones que quedan como señales que nos marcan para siempre.» p. 221

«Por todos lados veías, olías, oías ese silencio que evitaba nombrar el espanto, y que lo agigantaba sin que nadie se diera cuenta.» p. 226

«Le impactará que lo que había pasado parecía haber logrado detener el tiempo.» p. 235

«Ese tipo de silencio que cumple con una función porque existe aunque no se le nombre, y existe porque está escrito y nadie quiere evitarlo.» p. 260

«Volverá entonces a uno de los ejercicios de imaginación que prefiere: suponer cada vez que llega a algún lugar que las personas y situaciones que ve han sido cuidadosamente preparadas para mostrar aquello que quieren representar…» p. 272


«el olvido lo dijimos nuestra primera noche es algo que libera» p. 274

domingo, 29 de mayo de 2016

Braille para sordos - Balam Rodrigo





Envejezco, pintura soy del tiempo, reloj de carne soy, 
monstruo del tiempo, criatura de horas, ráfaga de tiempo. 

Eduardo Lizalde


Braile para sordos (FOEM, 2013) de Balam Rodrigo (escritor mexicano, 1974) ganó el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2012 en la categoría de poesía.

La obra del autor ha sido galardonada con diversos premios regionales y nacionales de poesía como el Efraín Huerta (2011) y el Jaime Sabines (2014), y ha obtenido distintas becas, entre ellas la de Jóvenes Creadores del Fonca en el periodo 2009-2010. Ha participado en varias antologías y su obra publicada es vasta.

Éste es otro de los asombrosos poetas que tuve el placer de conocer en el VIII Carruaje de Pájaros, donde también recibí la recomendación acertada de adquirir Braile para sordos.

Balam reunió en este libro algunas fotografías, un par de daguerrotipos y algunos collages de Diane Arbus, Louis-Jaques Mandé Daguerre y Joseph Cornell, respectivamente. Todas estas imágenes narran visualmente diversas historias que Balam se encargó de transcribir, a través de su incomparable poesía en prosa, a un magnífico lenguaje  que puede ser leído por ciegos y escuchado por sordos. Según el propio autor, estas imágenes son «Palimpsestos del horror, fetiches para invocar el misterio, las fotografías son talismanes para la ensoñación, llaves para abrir el envés del mundo: máquinas de mirar». 




Diane Arbus sosteniendo su imagen «Child with Toy Hand Grenade in Central Park, New York City»  (1962) -Fotografía tomada de danieloppenheimer.com-




A cada peculiar imagen le pertenecen tres incisos de texto; a, b y c. Balam apostilla cada fotografía, perfecciona con el lenguaje escrito los propios universos narrativos de éstas. Traduce dolorosa y acertadamente lo visual a un lenguaje palpable y emotivo, inmediato. Sus palabras ayudan a profundizar en la imagen, pero la imagen también es un punto de apoyo fundamental para la voz de Balam, por lo que el vínculo entre ambas creaciones es recíproco. 

Arbus creía que, si no fotografiaba ciertas cosas, nadie las vería jamás. Balam, por su lado, decidió (de)escribir todo lo que dichas fotografías suscitaron en su ánimo pues, de la misma forma, de no haberlo hecho, muchos ciegos jamás hubieran notado la complejidad y profundidad propias de cada representación visual.

A pesar de que Arbus encontraba a los protagonistas de sus fotografías en la vida cotidiana, sus modelos no eran personas ordinarias. Incluso tuvo la fortuna de poder retratar a Jorge Luis Borges en Nueva York en 1969. En la opinión general, Arbus fotografiaba «monstruos», lo que, en cierto sentido, remite a la fotografía de Joel-Peter Witkin, pero sería más acertado decir que uno de sus objetivos era eternizar la belleza extraordinaria, poco convencional o común; lo sublime y divino que reside en lo diferente, justo como lo hace Witkin. 




Untitled (8) (1970-71) por Diane Arbus



Si a pesar de lo anterior la palabra «monstruo» sigue haciendo eco al ver sus fotografías, al menos el temor debe ser un sentimiento excluido al contemplarlas, pues, como Gide, podríamos admitir que «hay muy pocos monstruos que garanticen los miedos que les tenemos». 

Este braile para sordos es un artificio fascinante lo mismo que desolador. Es un álbum fotográfico que se interpreta de la mano del poeta, un artefacto que conmueve lo más frágil de nuestro ser.

A pesar de que este libro se encuentra agotado en las librerías EDUCAL, en las mismas están a la venta otras de sus obras, y el Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal del Gobierno del Estado de México lo tiene disponible en PDF en su página web.

Para finalizar, transcribo algunos de mis fragmentos favoritos:


«c) Dios reía cuando nacieron los monstruos fotografiados por Diane Arbus.» p. 19

«c) Gemelas del silencio, Diane Arbus y la poesía nos cortan las venas con el doble filo de una fotografía.» p. 23

«b) Diane pule espejos de mercurio para reflejar el alma del monstruo bifronte: nosotros.» p. 26

«…filos de noche sobre la lengua como dagas de sal.» p. 30

«a) Toda belleza es monstruosa, aunque no hay más monstruo que el corazón. Toda fotografía de Diane es un juguete poético, un fragmento de la eternidad, rescoldo de una pira sagrada cuya brasa termina por devorarnos el alma.» p. 37

«b) Ella lo sabía mejor que nadie. Sus fotos nos revelan que no existe la fealdad.  Es otra la belleza: lengua de espejo con su negro envés.» p. 38

«d) Apología del envés, la máscara es el negativo de la belleza: tigre de savia negra agazapado en las llamas de la demencia.» p. 56

«…somos insignificantes bufones actuando un efímero y burdo papel en la eterna puesta en escena del teatro guiñol de la vida con un único y gigante libreto: el del dolor.» p. 61

«b) Nada más fiel que la muerte o la sombra.» p. 64

«c)Una fotografía es más fiel que la muerte, incluso más que nuestra sombra.Matrona de la luz, Diane es la reina de los desposeídos, monarca de quienes no tienen más que la muerte o la sombra como monedas de cambio para pagar los servicios de Caronte.» p. 65

«d) El corazón es una jaula de relámpagos.» p. 75

«…canción de seda negra, su cabello es otra forma de la noche, una larga sonata donde se oculta el vértigo.» P. 91

«Tu corazón es una cajita de Joseph Cornell que llevo entre las manos. Y también un amuleto contra los días nublados, contra la tristeza, contra la muerte.» p. 97

sábado, 28 de mayo de 2016

Irreverencias maravillosas: Lo manifiesto y lo oculto

Joel-Peter Witkin, «Woman once a bird», Los Angeles, 1990



El texto de este mes para Irreverencias maravillosas, mi columna mensual en la Revista VozEd, indaga brevemente sobre la obra de algunos geniales y peculiares fotógrafos como Witkin, Metinides o Diane Arbus.

La versión completa del texto se encuentra en este enlace

                                         Lo manifiesto y lo oculto

La fotografía podría ser esa tenue luz
que modestamente nos ayudara a cambiar las cosas.
Eugene Smith


JOEL-PETER WITKIN (Estados Unidos, 1939) es un fotógrafo que crea diversos y pequeños universos donde la vida y la muerte se reúnen de manera sagrada, divina. Toda su mitología particular, sus bodegones de temática vanitas renovados, su reinterpretación de El nacimiento de Venus (1484) o de Las meninas (1734) en los años 80, su centáuride única en Night in a Small Town (2007) o su Gioconda adaptada a la estética femenina actual giran en torno a permanecer, a dejar una obra digna de admiración que exalte el espíritu y, en especial, que perdure en la memoria de quien la observa.

Joel-Peter Witkin, «Portrait of Greg Vaughn», 2004

Este taumaturgo ha experimentado con diversos mecanismos y misteriosos artefactos, con seres humanos, lo mismo mutilados que deformes o perfectos y hermosos, y animales, antiguos maniquís, cadáveres —o sus fragmentos— y osamentas donde lo enrarecido de la atmósfera lo otorga la escenografía —como algunas cabezas cercenadas, en el caso de Ars Moriendi (2007)—. Las fotografías intervenidas de Witkin integran elementos fantásticos, alusiones religiosas o políticas y simbolismos abiertos a interpretaciones donde lo «anormal» se muestra en todo su esplendor y desnudez. Son un ingenio transgresor que sorprende por su contraposición de la belleza con lo brutal, que impresiona y perturba, como todo lo digno de admirar y recordar.

Joel-Peter Witkin, «Above The Arcade», 2013

Witkin dignifica lo diferente, lo —en apariencia— incompleto o incomprendido. Crea intrincadas atmósferas, puestas en escena de un solo e inmóvil acto con personajes únicos detenidos en el tiempo que conciben una colección inaudita y excéntrica. Sus obras, en blanco y negro o en sepias, manifiestan seriedad, dramatismo y fuerza. Modifica la percepción del mundo al fragmentarlo y (re)unirlo de las formas más inesperadas o en las situaciones más dispares, donde sus protagonistas comparten un espacio reducido y limitado en el que todo cobra sentido una vez que es capturado por su lente. Diane Arbus (Estados Unidos, 1923-1971), otra fotógrafa que se dedicó a registrar lo extraño, la belleza extravagante y rechazada, afirmaba que «Una fotografía es un secreto acerca de otro secreto: cuanto más cuenta, menos sabes». Cuanto menos queda a la imaginación, más probabilidades existen de divagar sobre un retrato. El libro Braile para sordos, de Balam Rodrigo, es un ejemplo bellísimo que entreteje la obra de Arbus con la poesía en prosa del autor.

«Untitled» por Diane Arbus (1970-71)

En la década de los 90 Witkin visitó México algunas ocasiones y creó ciertas obras que se pueden apreciar en la exposición Witkin & Witkin en el Foto Museo Cuatro Caminos (inaugurada el 20 de febrero y disponible hasta el 12 de junio del año en curso), en la Ciudad de México, como Still LifeSatiro (ambas de 1992) o la impresionante Glassman (1994). La exhibición cuenta con más de 60 fotografías y varias pinturas de su hermano gemelo Jerome, obras que forman parte, junto con algunos textos y testimonios, de una antología publicada recientemente por Trilce Ediciones bajo el mismo título de la exposición.







Con motivo de esta publicación, La Ciudad de Frente le realizó una entrevista a Witkin en la que el fotógrafo afirma que tanto él como su hermano interpretan la realidad desde dos puntos de vista muy diferentes y personales, y que él, en especial, busca representar la diferencia y dignificarla.
Otra exposición que se inauguró junto a la de los Witkin es El hombre que vio demasiado: Enrique Metinides (1946-2016). 70 años de trayectoria. Metinides (México, 1934) es un reconocido fotógrafo de culto de nota roja. En la sala se pueden apreciar un centenar de sus fotografías más célebres acompañadas por fichas técnicas que incluyen textos del fotógrafo que acercan mucho más al espectador a la obra y profundizan la experiencia. 

La muestra incluye fotografías intervenidas con sus juguetes en las que crea «ficciones a partir de los hechos reales», una ambulancia de la Cruz Roja de los años 50 y su primera cámara fotográfica. Infinidad de acontecimientos históricos, suicidios, crímenes, accidentes, y catástrofes quedaron registrados por su memoria y rollos fotográficos. Metinides encontró los ángulos precisos en los momentos exactos para retratar las circunstancias y peculiaridades de una ciudad en constantes cambios y a una sociedad en buena parte inmersa en la miseria, asesinatos, accidentes viales y ferroviarios, en abusos y represiones del gobierno plasmados en fotografías que sobreviven el paso de las décadas —al igual que todo lo anterior—, en imágenes extraordinarias que conservan hechos trascendentes que permanecen a la sombra de la historia. 

Fotografía por Enrique Metinides



La gran diferencia entre Witkin y Metinides es que el primero manipula y modifica los cuerpos o los cadáveres conforme la obra que tenga en mente, mientras que el segundo es un espectador singular al acecho del momento preciso o la situación adecuada para lograr sus increíbles y brutales tomas, dependiendo por completo de los contratiempos y las coincidencias. Uno de los múltiples detalles que vincula a ambos fotógrafos es esa apreciación exquisita por la transfiguración de los cuerpos gracias a aparentes desgracias o a la muerte, y encontrar el encanto en ello.~