jueves, 20 de diciembre de 2012

La Náusea – Jean-Paul Sartre




Reseña personal: La náusea de Jean-Paul Sartre (filósofo, escritor y activista político francés, 1905 -1980) es la primer novela filosófica del autor, publicada en 1938, siete años después de haber sido terminada, tras el correspondiente trabajo de edición. Fue escrita cuando se formaba como filósofo en Alemania, siendo educando de Husserl y la escuela fenomenológica (que busca renovar la filosofía para volverla una ciencia exacta y un proyecto comunal); y también estudioso de Heidegger.

El libro está escrito en primera persona y a manera de diario íntimo, en ocasiones un poco discontinuo, pues mientras tiene entradas puntuales que llegan a ser tan específicas que llevan la diferencia de hora anotada dentro del mismo día y detalla cada pensamiento y movimiento que realiza; en ocasiones pasan días en que no hay inscripciones o sólo escribe una línea. El diario pertenece al protagonista, un historiador cuyo nombre es Antoine Roquentin y la narración se desarrolla en una pequeña ciudad llamada Bouville (que en muchos textos aparece como inexistente, pero actualmente hay una comuna francesa, en Cantón Pavilly, con el mismo nombre y muy pocos habitantes), a donde decide ir para poder leer todos los documentos e información que tiene la Biblioteca pública sobre el personaje en el que está trabajando: Monsieur Rollebon (aristócrata del S. XVIII). Dos personajes principales que entablan interesantes diálogos con él y cuyos comentarios en ocasiones resultan muy profundos, son Anny (una ex novia) y un Autodidacta (mayúsculas de Sartre), que conoce precisamente en la Biblioteca pública, tras varios días de encontrarlo en el sitio.

La existencia monótona y el tedio habían hecho presa de la vida de Anotine: “Cuando uno vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale, eso es todo. Nunca hay comienzos. Los días se añaden sin ton ni són, es una suma interminable y monótona (...) Tampoco hay fin: nunca nos abandonamos de una vez a una mujer, a un amigo, a una ciudad. Y además, todo se parece: Shangai, Moscú, Argel, al cabo de quince días son iguales.” Y todo le parecía tan asqueroso y ruin, tan común y vulgar que lo único que podía sentir realmente era esa fuerte náusea que lo mareaba y a veces lo dejaba fuera de sí... “Tengo ganas de vomitar, y de pronto ahí está: la Náusea.

La desazón por la existencia y lo absurdo de esta lo lleva a profundas especulaciones y cavilaciones que se entretejen a lo largo de toda la novela, creando así un compendio ideológico sobre la existencia del ser humano y su finalidad, dejando preguntas abiertas pero otorgando también juicios trascendentales (principalmente en las últimas páginas), para que cada quien busque las respuestas en su interior.

Como era de esperarse, trabaja también un dilema con el lenguaje y sus límites, ya que para él, los nombres delimitan a las cosas y absorben su esencia, dejándolas secas. Es por completo alusivo al 'primer' Heidegger y su insuficiencia del lenguaje, y en cuanto a Husserl, retoma su pensamiento de que las ideas y experiencias son precedentes al lenguaje e incluso se llevan a cabo en un nivel diferente, un nivel interno, personal: “Las cosas se han desembarazado de sus nombres. Están ahí, grotescas, obstinadas, gigantes, y parece imbécil llamarlas banquetas o decir cualquier cosa de ellas: estoy en medio de las Cosas, las innominables.”

En cuanto al título, 'La Náusea' es ese sentimiento de desazón y crudeza que queda al despojar al mundo del lenguaje.

Esta es una de las entradas en el diario que sólo consta de una frase, corta pero contundente:

            Miércoles.

                    No hay que tener miedo.

¿No hay que tener miedo de la existencia, de estar, de ser? Quizá. El final se acerca al poco tiempo de que Roquentin se marche a París, a un lugar tan magnífico como su descubrimiento sobre la salvación de la existencia.

Tras años de querer leer este libro por el fundamento existencialista que lo conforma, pude satisfacer mi curiosidad y entrar en un cosmos de incertidumbres y pensamientos metafísicos en los que finalmente encontré resoluciones satisfactorias. Por cierto, pensé que sería una novela “tradicional”, me llevé una sorpresa al ver que no era así, pues su fundamento filosófico le da un toque muy particular: el de razonamiento de la existencia y la creación de la consciencia sobre uno mismo. (La leí sin previas lecturas de reseñas o ensayos sobre la obra).

Otro dato imprescindible del autor: a pesar de haber sido acreedor del Premio Nobel de Literatura en 1964, lo rechazó por meras cuestiones personales, como estar en contra del sistema educativo usual y abogar porque el desarrollo del ser humano fuera personal e individual y estuviera en contacto directo con la cultura y el conocimiento, sin intermediarios restrictivos (académicos), y es muy factible que esa idea de Sartre halla germinado y encontrado una personificación en el Autodidacta de su citada novela.

Finalmente, la selección de frases es un poco grande (porque la ocasión lo amerita):

“También ellos necesitan ser muchos para existir.” P. 21

“Ya no puedo recibir de estas soledades trágicas nada más que un poco de pureza vacía.” P. 50

“Mis recuerdos son como las monedas en la bolsa del diablo: cuando un la abre, sólo encuentra hojas secas.” P. 56

“Pero ya no veo nada; es inútil que hurgue en el pasado, sólo saco restos de imágenes y no sé muy bien lo que representan, ni si son recuerdos o ficciones.” P. 57

“(...) sueño basándome en palabras, eso es todo.” P. 57

“Construyo mis recuerdos con el presente. Estoy desechado, abandonado en el presente. En vano trato de alcanzar el pasado; no puedo escaparme.” P. 58

“Las aventuras están en los libros. Y naturalmente, todo lo que se cuenta en los libros puede suceder de veras, pero no de la misma manera. Era esa manera de suceder lo que me interesaba tanto.” P. 63

“He pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede; y trata de vivir su vida como si la contara.” P. 66

“Por el momento, quería vivir con el mínimo de gasto, economizar gestos, palabras, pensamientos, hacer la plancha: tenía todo un sólo día para borrar las arrugas, las patas de gallo, los pliegues amargos que deja el trabajo de la semana.” P. 84

“(...) hacia rendir el máximo al tiempo. En la época en que ella estaba en Djibuti y yo en Adén, cuando iba a verla por veinticuatro horas se ingeniaba para multiplicar los malentendidos entre nosotros, hasta que sólo quedaba exactamente sesenta minutos antes de mi partida: sesenta minutos, justo el tiempo necesario para sentir el transcurso de los segundos, uno por uno.” P. 91

“Nadie se mete el pasado en el bolsillo; hay que tener una casa para acomodarlo.” P. 102

“M. Achille es simplemente un caso posible de reducir con facilidad a unas cuantas nociones comunes.” P. 105


“-¡Señor, ah, señor! Bueno, ahí va: ¿me haría usted el honor de almorzar conmigo el miércoles?
-Con mucho gusto.
Tenía tantas ganas de almorzar con él como de ahorcarme.” P. 116

“De modo que los objetos (libros) sirven por lo menos para fijar límites verosímiles.” P. 118

“Pero su juicio me traspasaba como una espada y ponía en duda hasta mi derecho de existir. Y era verdad, siempre lo había sabido: yo no tenía derecho a existir. Había aparecido por casualidad, existía como una piedra, como una planta, como un microbio.” P. 128

“(...) un derecho es la otra cara de un deber.” P. 129

“(...) estaba harto de esas reflexiones sobre el pasado, sobre el presente, sobre el mundo. Sólo pedía una cosa: que me dejaran acabar tranquilamente mi libro.” P. 144

“(...) si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más insulso que hay.” P. 149

“¡Si pudiera dejar d pensar! Intento, lo consigo: me parece que la cabeza se me llena de humo... y vuelve a empezar: “Humo... no pensar... No quiero pensar. No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento”. ¿Entonces no se acabará nunca?” P. 150

“Yo soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso... y no puedo dejar de pensar.” P. 150

“-¿Lo leyó ya en alguna parte?
-Por supuesto que no.
-¿De veras, nunca, en ninguna parte? Entonces, señor -dice, entristecido-, no es verdad. Si fuera verdad, alguien lo hubiera pensado ya.” P. 163

“La misantropía también tiene su lugar en este concierto: es una disonancia necesaria para la armonía total.” P. 176

“Tengo ganas de vomitar, y de pronto ahí está: la Náusea.” P. 181

“Entonces ¿esto, esta enceguecedora evidencia es la Náusea? ¡Si habré escrito! Ahora sé: existo – el mundo existe – y sé que el mundo existe. Eso es todo.” P. 181-182

“Las cosas se han desembarazado de sus nombres. Están ahí, grotescas, obstinadas, gigantes, y parece imbécil llamarlas banquetas o decir cualquier cosa de ellas: estoy en medio de las Cosas, las innominables.” P. 186

“(...) el mundo de las explicaciones y razones no es el de la existencia.” P. 191

“(...) la vista es una invención abstracta, una idea limpia, simplificada, una idea de hombre.” P. 193

“Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. (...) Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia; la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, es consecuencia la gratitud perfecta. Todo es gratuito: este jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a a flotar, como la otra noche en el Rendez-vous des cheminots; eso es la Náusea (...)” P. 194

“La existencia no es algo que se deja pensar de lejos: es preciso que nos invada bruscamente, que se detenga sobre nosotros, que pese sobre nuestro corazón como una gran bestia inmóvil; si no, no hay absolutamente nada.” P. 195

““¿Pero por qué, pensaba yo, por qué tantas existencias, si todas se parecen?” ¿A santo de qué tantos árboles todos parecidos, tantas existencias frustradas y obstinadamente recomenzadas y de nuevo frustradas, como los torpes esfuerzos de un insecto caído de espaldas? (Yo era uno de esos esfuerzos.) Esa abundancia no hacía el efecto de generosidad, al contrario. Era lúgubre, miserable, trabada por sí misma. Esos árboles, esos grandes cuerpos desmañados,.. Me eché a reír porque pensé de golpe en las primaveras formidables que se describen en los libros, llenas de crujidos, estallidos, eclosiones gigantescas. Había imbéciles que venían a hablar de voluntad de poder y lucha por la vida. ¿No habían mirado nunca un animal o un árbol? Hubieran querido hacerme tomar ese plátano con sus placas de peladera, esa encina medio podrida, por fuerzas jóvenes y ásperas que brotaban hacia el cielo. ¿Debería representármela como una garra voraz que rompiese la tierra para arrancarle su sustento?” P. 196-197

“Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad.” P. 197

“Necesito que existas y que no cambies.” P. 203

“(...) no cambia de expresión, cambia de rostro, como los actores antiguos cambiaban de máscara; de golpe. Y cada una de estas máscaras está destinada a crear la atmósfera, a dar el tono de lo que seguirá.” P. 212

“-(...) Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita energía, una generosidad, una ceguera... Hasta hay un momento, al principio mismo, en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace. Sé que nunca más saltaré.” P. 213

“¡Qué error” Sí, realmente pensaba que existía “el Odio”, que venía a posarse en la gente y a elevarla sobre sí misma. Naturalmente, sólo existo yo, yo que odio, yo que amo.” P. 220

“(...) en la biblioteca ciertos volúmenes están marcados con una cruz roja; es el Infierno: obras de Gide, de Diderot, de Baudelaire, tratados de medicina.” P. 238

“Hasta podría constituir un apólogo: era una vez un pobre tipo que se había equivocado de mundo.” P. 255

“Canta. Dos que se han salvado: el judío y la negra. Salvado. Quizá hasta el fin, se hayan reído perdidos, ahogados en la existencia. Y sin embargo, nadie podría pensar en mí como yo pienso en ellos, con esta dulzura. Nadie, ni siquiera Anny. Para mí son un poco muertos, un poco como héroes de novela; se han lavado del pecado de existir. No por completo, claro, pero tanto como puede hacerlo un hombre.” P. 258

“La negra canta. ¿Entonces es posible justificar la propia existencia? ¿Un poquito? Me siento extraordinariamente intimidado.” P. 258

“(...) un existente jamás puede justificar la existencia de otro existente.” P. 259

“(...) algo que no existiera, que estuviera por encima de la existencia. Por ejemplo, una historia que no pueda suceder, una aventura. Tendría que ser bella y dura como el acero, y que avergonzara a la gente de su existencia.” P. 259

“Un libro. Una novela. Y la gente leería esa novela y diría: la escribió Antoine Roquentin, era un individuo pelirrojo que se arrastraba por los cafés; y pensarían en mí vida como yo pienso en la de esa negra: como en algo precioso y semilegendario. Un libro. Naturalmente, al principio sólo sería un trabajo aburrido y fatigoso; no me impediría existir ni sentir que existo. Pero llegaría un momento en que el libro estaría escrito, estaría detrás de mí y pienso que un poco de su claridad caería sobre mi pasado. Entonces quizá pudiera, a través de él, recordar mi vida sin repugnancia. Quizá un día, pensando precisamente en esta hora, en esta hora lúgubre en que espero, con la espalda agobiada, que llegue el momento de subir al tren, quizá sienta que el corazón me late más rápidamente, y me diga: fue aquél día, aquella hora cuando comenzó todo. Y llegaré – en el pasado, sólo en el pasado – a aceptarme.” P. 259

Y si se preguntan, como yo, de qué 'negra' habla, aquí está la respuesta: el estribillo al que hace mención en varias ocasiones a través de la novela (inclusive en la penúltima página), pertenece a la canción “Some of these days” entonada por Ethel Waters:

Some of these days
You'll miss me honey

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