El ruido de las cosas al
caer (premio Alfaguara 2011) es la quinta novela
publicada por Juan Gabriel Vásquez (escritor colombiano, 1973), obra que forma
parte de la literatura del narcotráfico o «narcoliteratura».
La
novela está narrada en primera persona a través de dos personajes y se
desarrolla en dos tiempos anacrónicos: el presente de Antonio Yammara, a finales
de la década de los noventa, y el pretérito de Ricardo Laverde, a inicios de
los años setenta. Yammara, un profesor de El Rosario, tuvo una amistad fugaz
con Laverde, quien fue asesinado de manera repentina frente a él después de uno
de sus acostumbrados juegos de billar y en cuyo incidente él mismo resultó
malherido. Desde entonces, Laverde se convirtió en una presencia muda e
invisible que invadía todos los pensamientos de Yammara, una fijación o una
incógnita que éste debía resolver a instancias de su propia vida por la
imperante necesidad de obtener respuestas, de conocer el extraño motivo de
aquel fatal ataque.
En estas
páginas, Laverde narra su propia historia al tiempo que Yammara asume el papel
de detective y realiza una búsqueda a través de las décadas en las que se han diluido
otras vidas para esclarecer el final trágico de aquel misterioso personaje y, a
la vez, tratar de encontrarse a sí mismo y entender lo que ocurre con su propia
familia, ese ente restrictivo del que sólo ha aprendido a huir.
Los escenarios en que
transcurre corresponden a Colombia, y las diversas y necesarias alusiones a
Estados Unidos se deben a que algunos de los personajes secundarios pertenecen
al Peace Corps (Cuerpo de Paz),
una agencia federal autónoma creada para enviar ciudadanos americanos como voluntarios
a diferentes localidades del mundo para ayudar a los nativos con las diversas necesidades
de su comunidad, por lo que Sudamérica fue uno de sus primeros destinos. Debido
a que en Colombia encontraron el clima y las condiciones necesarias para
cultivar la mariguana, uno de los principales propósitos de algunos de los
voluntarios y sus coordinadores, este país se convirtió en el exportador más
importante de mariguana —y posteriormente de cocaína— del mundo gracias a que ellos mismos se hacían cargo del
traslado aéreo del producto, lo que les aseguraba una gran remuneración económica,
situación en la que Laverde estuvo involucrado directamente. A pesar de que el
Cuerpo de Paz ayudara realmente con sus labores a la sociedad, se beneficiaba
ilícitamente de la explotación de los fértiles campos colombianos y de todos
los implicados que, a cambio de una parte mínima de las ganancias, arriesgaban
la libertad e incluso, en el peor de los casos, la vida misma.
Este
negocio creció abruptamente y trajo consigo una violencia y brutalidad que ya
jamás se despedirían de Colombia, convirtiendo a las próximas generaciones, una
de ellas la de Yammara, en receptores de una agresión que lo consumiría todo y
que irrumpiría gravemente en todos los ámbitos de sus vidas, obligándolos a sobrevivir
en una interrogante sobre su propia identidad y pertenencia. Fue entonces
cuando dio inicio una búsqueda impregnada de la inseguridad que no sintieron
todos aquellos que presenciaron el inicio del desastre, pues los beneficios
pesaban más que los inminentes riesgos, que llegarían meses o años después y
que en aquel entonces resonaban como maldiciones al acecho que se podían burlar.
El ruido de las cosas al caer gira alrededor de la búsqueda, tanto la personal y necesariamente
solitaria, como la del pasado, en la que confluyen infinidad de vidas por
diversas circunstancias y supuestas casualidades.
Yammara
abandona su presente, que incluye a su pareja y a su hija, para inmiscuirse en
un tiempo tan remoto como su niñez, una infancia vinculada a la de otra mujer
que hace acto de aparición gracias a su parentesco consanguíneo con Laverde. Tanto
Yammara como esta mujer, perdidos en una realidad en la que la felicidad se les
escapa, intentan remediar su soledad indagando en sus obsesiones y miedos e
incluso a través de sus propios cuerpos y de los fantasmas que seguirán haciendo
ruido siempre que alguien los quiera escuchar. Juntos, avanzarán hacia «…adelante, botes contra la
corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado», según la premisa de
Fitzgerald.
Vásquez
dota de cierta nostalgia infantil a esta obra que remite a la Hacienda Nápoles
del famoso narcotraficante Pablo Escobar, un inmenso y fascinante centro de esparcimiento
abierto al público en los ochenta, abandonado y en posterior decadencia poco
después tras severas acusaciones a Escobar. Yammara y la mujer conservan gratos
recuerdos de esta hacienda y vuelven a ésta sólo para atestiguar la inclemencia
del descuido y la ausencia, afirmando silenciosamente que todo tiempo pasado
fue mejor, al igual que en el complejo de la Edad de oro.
Esta historia
está plagada de sonidos suaves o estruendosos, de aeroplanos, de recuerdos y
esperanzas, de identidades descubiertas y elementos tangibles o abstractos en
los que la fuerza de gravedad actúa con más crueldad que la usual y que al desplomarse
se van fragmentando hasta estrellarse y producir los sonidos del horror y la
desilusión. El autor resuelve incógnitas sólo para dejar, a la vez, otras
abiertas, aclara situaciones o hechos que dan pauta a nuevas interrogantes que
alimentarán una trama perfectamente construida.
Testimonios
e información compartida entre los personajes iluminan los recovecos de esta b úsqueda
y modifican la percepción de personas cercanas y amadas con las que ya no
existe posibilidad de diálogo alguno y cuya percepción se modifica en lo
superficial, donde la grabación de una caja negra, ese misterioso artefacto
diseñado para sobrevivir y resguardar información tan valiosa como emotiva,
será tan necesaria como algunos recortes, cartas, fotografías y recuerdos carcomidos
para reconstruir el pasado.
Ésta
es la historia de las raíces de la violencia a través del prólogo que es su pasado,
de quienes la experimentaron por segundas y terceras personas, una remembranza
de vidas adultas perdidas en los recuerdos y en las cintas que reproducen lo
vivido para volverlo real de nuevo, para taladrar en las mentes y desencadenar nuevos
resquicios donde las dudas seguirán suspendidas en el vacío.
Algunas de las frases que seleccioné de la obra:
“... pasó de ser un asunto casual, una de esas malas pasadas que nos juega la memoria, a convertirse en un fantasma fiel y dedicado, presente siempre, su figura de pie junto a mi cama en las horas de sueño, mirándome desde lejos en las de la vigilia.”
“... con qué presteza y dedicación nos entregamos al dañino ejercicio de la memoria, que a fin de cuentas nada trae de bueno y sólo sirve para entorpecer nuestro normal funcionamiento..."
“... lo que importa no es cagarla, sino saber remediar la cagada.”
“... mantener la conveniente ficción.”
“... a la curiosidad por los cuerpos se había sumado la curiosidad por as vidas.”
“... pensar en la oscuridad no es conveniente: las cosas parecen más grandes o más graves en la oscuridad.”
Dos de las opiniones que me parecen más acertadas sobre la novela:
“Narrador de una notable madurez […]. Novela de investigación a través de la memoria y de las conversaciones, retrato de una generación, crónica de Bogotá y, sobre todo, de vidas que se cruzan para encontrar la muerte (los verdaderos héroes como los falsos) o la soledad. En una novela que, paradójicamente, se lee como una exaltación de la vida.”
J.A.
Masoliver Ródenas, en Cultura/s de La Vanguardia, Barcelona
“Maldito sea el maldito rigor del maldito joven escritor Juan Gabriel Vásquez quien –a la luz de lo que se ofrece en El ruido de las cosas al caer– probablemente sea el autor “joven” que más y mejor sabe sobre el atemporal arte de cómo plantar y erigir una novela después de Mario Vargas Llosa.”
Rodrigo
Fresán, Página 12, Buenos Aires
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