René Descartes afirmó
que «Leer buenos libros es como
conversar con las mejores mentes del pasado», y no pudo expresarse mejor
en cuanto a los clásicos.
La Celestina es una popular obra
atribuida a Fernando de Rojas (dramaturgo español, ca. 1470-1541), cuyo título original fue Comedia de Calisto y Melibea (compuesta por 16 actos), de la que
pocos años después surgió otra versión titulada Tragicomedia de Calisto y Melibea (compuesta por 21 actos). Es una
obra híbrida y de transición entre la Edad Media y el Renacimiento publicada
durante el último año del siglo XV y que, gracias a sus aciertos estéticos, al
carácter psicológico de sus personajes y a su originalidad, constituye una de
las bases sobre las que se estableció el nacimiento de la novela y el teatro
dentro de la literatura clásica española. Compara y confronta muy hábilmente
idealismo y egoísmo, sabiduría y locura y mesura y procacidad en el mismo registro
lingüístico de la época.
En el
agitado y feroz contexto histórico de esta obra, el de un país en plena transición
hacia el Renacimiento en el que el humanismo se abría paso tras la publicación
de la primera Gramática castellana, destaca
la unificación de la península ibérica y la imposición del cristianismo, lo que
culminó con la Inquisición (de la que fue víctima, entre tantas otras, la propia
familia de De Rojas).
Tres
son los personajes protagónicos: Celestina, una mujer mayor, hedonista
consumada, usurera lujuriosa y codiciosa que goza del poder de convencimiento
que ha adquirido a través de la experiencia de los muchos años ejerciendo su
oficio. El segundo es Melibea: una sumisa doncella, hermosa y joven, que
pertenece a una familia acaudalada y poderosa, que ignora los placeres
corporales y los sentimientos amorosos. El tercero es Calisto: un atractivo, egocéntrico
y desenfrenado joven de buena posición social acostumbrado a saciar cualquier
capricho y a obtener siempre, a cualquier costo, lo que desea.
Calisto,
después de un encuentro inesperado con Melibea, no logra olvidarla y anhela
tener un idilio con ella, pues ha nacido en él el vigoroso y lacerante
sentimiento del amor: «Si tú sintieses mi dolor, con otra agua rociarías
aquella ardiente llaga que la cruel flecha de Cupido me ha causado… esta mi
pena y fluctuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, carece de
consejo…». Bajo esta desesperación, ignorada al parecer por Melibea, Calisto contrata
los servicios de Celestina, quien hará todo lo posible para que Melibea tenga
un encuentro íntimo con Calisto. Aunque en la obra no se habla explícitamente
de que exista un impedimento para que puedan estar juntos, los padres de
Melibea han planeado ya quién será su esposo, según algunas conveniencias
sociales y económicas para la familia.
Finalmente,
tras algunas visitas y regalos de Celestina a Melibea, quien en un principio se
muestra renuente a la petición de conocer a Calisto, accede a las peticiones de
Celestina y consiente una cita con Calisto. La sensualidad despierta en ella mediante
las palabras fuertes pero dulces de Celestina, quien rompe con el yugo moral
que la tenía oprimida. Melibea descubre entonces su naturaleza femenina y se
sabe ya responsable de su destino. Surge en ella el sentimiento de un amor
intenso y una sexualidad opresora que la doblega: «¡Oh género femíneo, encogido
y frágil! ¿Por qué no fue también a las hembras concedido poder descubrir su
congojoso y ardiente amor, como a los varones? Que ni Calisto viviera quejoso,
ni yo penada». Melibea cobra consciencia de las sensaciones de su cuerpo, de su
naturaleza femenina y su derecho a la libertad, por lo que decide revelarse y
descubrir ese vetado placer. Ahora desea no volver a sentir el yugo de la
prohibición de su autonomía.
La
fortaleza que le da este sentimiento liberador a Melibea, así como la entrega,
la gloria y el placer, son lo que engrandecen al personaje, dándole un toque demasiado
humano y que la conduce hacia la inminente tragedia: aquel primer encuentro
accidental con Calisto será la ruina de ambos y de muchos más.
Las presiones
sobre Melibea son muy fuertes: una sociedad moralista, un amor inconstante y
secreto, la amenaza del pecado, el destino ignoto, el azar hostil, la mentira y
el engaño. A pesar de lo anterior, es consciente de su madurez y
responsabilidad, y consuma sus propios deseos conociendo sus posibles y atroces
consecuencias, pues sabe que incurre en una falta muy grave hacia sus padres.
El placer se convierte entonces en su dicha y su perdición, la pasión la vuelve
más sagaz y le abre la mente a aquella posibilidad que le habían ocultado: el
sentimiento perturbador del amor, mismo que Celestina le anticipa y describe de
manera acertada y predictiva a Melibea a través de varios oxímoron como «...un
fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura,
una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una
blanda muerte».
A
través de la tragicomedia, el personaje de Melibea se transforma de manera inusual,
se vuelve valerosa, independiente y destila sensualidad, mientras muestra tres
marcadas identidades paulatinas: la de guardada doncella, la de amante
placentera y la de la suicida decidida; cambios coherentes con el crecimiento
psicológico de su personaje, bien fundamentados y decisivos en su
transformación e incluso propiciados por ella misma. La voluptuosidad y el
arrebato se unen para iniciar un vuelo raudo y definitivo con un trayecto inalterable.
Calisto
y Melibea viven sólo el presente, gozan noches de deleite y se preocupan
únicamente por ver llegar la hora en que sus cuerpos se reúnan de nuevo en la
oscuridad cómplice de la noche. Al igual que ellos, todos los personajes
coinciden en la atracción sexual y el goce de los cuerpos jóvenes y hermosos, pues
se saben dentro de un tiempo de vida fugaz y tienen una interacción bastante
estrecha con la muerte. Les importa vivir el presente, ya que el destino es
desconocido y lo mismo podría ser glorioso que nefasto. Por ello rechazan los
conceptos tradicionales de moral y crean su propio código, en el que todo vale
para obtener placeres y beneficios propios, lo que alude a la famosa premisa Live
fast, die young and have a good-looking corpse! popularizada por la película norteamericana de
1949 Knock On Any Door.
Tras
la repentina muerte de Calisto, Melibea opta por quitarse la vida para no seguir
formando parte de este juego cruel del destino. Comprende ahora que los seres
humanos sólo pueden gozar momentáneamente de la vida y rechaza la suya sin éste.
Fiel a sí misma, decide seguir a su amado a través de la fatal transición hacia
lo desconocido. Camus explicaría la elección de la muerte no como una evasión,
sino como una declaración: «Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama,
es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la
comprende. (…) Es solamente confesar que eso ‘no merece la pena’».
La
sensualidad de Melibea y su entrega (física y psicológica) son algo inusual en
las mujeres de la literatura española de la época, y en las últimas páginas de
la obra, Pleberio, su padre, culpa precisamente al amor por la pérdida de su
hija: «¿Quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza del amor? (…) ¡Oh
amor, amor! ¡Que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos!
(…) Dulce nombre te dieron, amargos hechos haces. Alegra tu sonido, entristece
tu trato. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas».
Algunos siglos después, Bécquer se referiría a este sentimiento de manera muy
similar: «El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable;
todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo».
En ese
mismo monólogo filosófico, Pleberio reprende a la vida, al amor y al sino, pues
ejercen un poder definitivo sobre los indefensos humanos, haciendo de ellos lo
que les plazca. Se pregunta el porqué de la vida, e incluso si la única
finalidad del hombre es nacer para sufrir y morir, pues incluso las alegrías
pasajeras no compensan el inmenso dolor de ver partir a los seres amados ni a la
muerte propia. Mediante el pensamiento de que todo lo que es creado tiene que
llegar a su fin, aterriza en la afirmación de que la única verdad es que el
mundo está desorganizado por completo y que la vida conlleva un inmenso dolor
innecesario. Este monólogo recrea el sentimiento del hombre desde tiempos
remotos de desconocer el significado de la vida, angustiándose ante el desasosiego
y la incertidumbre tanto del futuro como de lo irracional de la propia
existencia.
Existe
en la obra un fundamento ideológico muy grande, pues en ella se indagan desde
los prejuicios sociales, la indiferencia y el individualismo humano, hasta el
breve tiempo de vida que es otorgado a las personas, la fatalidad de la que
todos son presa y la eterna duda sobre la existencia de un destino ya predicho
o escrito. Como bien lo ha dicho el filósofo francés cuya cita sobre los libros
clásicos fue usada para iniciar este texto, «Sería absurdo que nosotros, que somos finitos,
tratásemos de determinar las cosas infinitas».
No hay comentarios:
Publicar un comentario