viernes, 19 de abril de 2013

El costo de leer y otros ensayos – Gabriel Zaid


Reseña personal: El costo de leer y otros ensayos de Gabriel Zaid (escritor mexicano, 1934) es, justo como su nombre lo indica, un libro de 10 ensayos publicado por CONACULTA en 2004, como una Edición conmemorativa del Día Nacional del libro y por los 70 años del autor.

Zaid es un poeta y ensayista, colaborador en diversos medios, como la revista Letras Libres. Ganó el premio Xavier Villaurrutia en 1972 con su ensayo Leer poesía y fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua por más de diez años. Actualmente es miembro de El Colegio de México.

En el primer ensayo, Zaid nos habla sobre todo lo que implica que un libro encuentre a su lector o viceversa: “Cada lector es un mundo: su constelación personal puede limitarse a un millar de libros realmente leídos, pero no hay dos bibliotecas personales idénticas.” Cada lector busca cosas diferentes, personales, recomendadas o necesarias, ediciones específicas, comentadas o conmemorativas, textos prologados por determinados autores, y un gran etcétera de posibilidades en un mundo donde, por lo menos en México, se publica un aproximado de 18,000 libros al año (con registro ISBN), sin contar los eBooks o libros digitales.

Todo lo que está involucrado con la venta de un libro, desde el propio escritor, pasando por el editor, el publicista, el vendedor y el librero o bibliotecario y finalmente el lector, es una cadena de la que depende que el libro sea vendido o no, que genere ganancias o que termine guardado en cajas durante meses o incluso años, pues finalmente “Escribir, publicar, distribuir, es arrojar mensajes en botellas al infinito mar: su destino es incierto.” Aunque se puede debatir esta idea, pues existe literatura especializada para lectores específicos, como la literatura infantil, de ciencia ficción o la novela histórica, que no se restringen a ellos, pero sí tienen determinados destinatarios.

En otro de los ensayos, Zaid dice “Hoy resulta más fácil adquirir tesoros que dedicarles el tiempo que se merecen.” Lo dice en comparación con comprar una obra arquitectónica maravillosa o el cuadro de un reconocido pintor. En parte tiene razón y más aún ahora, pues contamos con un sinnúmero de ferias del libro y remates e incluso sucursales (Gandhi oportunidades) que en ocasiones realizan descuentos muy benéficos en libros estupendos para esta (mi) precaria economía actual. Independientemente de las editoriales con precios estratosféricos, si tomamos como punto de partida la comparación de Zaid, en realidad comprar un libro (ya no digamos fotocopiarlo, escanearlo, descargarlo) es una posibilidad que cada vez más personas tienen cercana, debido también a las distintas editoriales que con un precio y una calidad más económicas, publican indistintamente libros canónicos que contemporáneos.

El detalle del contexto temporal es muy importante, pues la mayoría de estos ensayos son de 1996, cuando la “problemática” (para las editoriales) de la piratería no era tan fuerte como lo es ahora, pero lo que sigue costando lo mismo es el tiempo de lectura, dedicarle el tiempo necesario a las letras, impresas o digitales, que disponemos a nuestra vista no sólo para leerlas, sino para interpretarlas y analizarlas.

Y uno de los problemas que se derivan de tener la posibilidad de tener más libros, y más cosas, en general, debido a nuestra sociedad de consumo, es que tenemos más libros de los que podemos leer. Y esto pasa con todos los formatos posibles del libro: pdf, word, doc, txt, eBooks, fotocopias o archivos de imagen de las páginas. Libros físicos y digitales al por mayor, que quizá nunca llegaremos a leer, pero que sentimos la necesidad de tener. Sí, estoy hablando por todos los bookaholic, de los cuales formo parte.

Bajo la consigna de “El aburrimiento es la negación de la cultura” Zaid arguye que es imposible aburrirse en una sociedad que se inspira a través de la lectura a conversar sobre cualquier tema, con aspiraciones y proyectos, que se inspira a escribir y transcribir, a continuar con la vida del conocimiento en esas letras, para no dejarlo morir: “…lo que vale de la cultura es qué tan viva está, no cuántas toneladas de letra muerta (que nadie lee) puede acreditar.”

Otro de los ensayos, de 1973, sitúa la triste realidad de las bibliotecas mexicanas de ese entonces con 1.2 millones de volúmenes en las bibliotecas universitarias, muy distantes de los 264 de Estados Unidos o los 219 de la Unión Soviética, incluso con menos de la mitad que Australia, con 4.2, según el Statistical Yearbook 1970 de la Unesco, claro que habrá que verlo ahora, aunque dudo que México haya subido más de un lugar.

Pero la estadística anterior se queda grande comparada con el presupuesto anual de 1971 para bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública: Millón y medio de pesos. Tres centavos por habitante. Increíble este México, para no variar. Y necesario el chiste de Zaid: “Y entonces, llegó el Secretario de Educación de un extraño país llamado México…”

Y actualmente la situación no mejora, pues a pesar de haber aumentado consistentemente el presupuesto para algunos programas, aún no es suficiente, como el siguiente ejemplo: el programa de Bibliotecas de Aula y Bibliotecas Escolares (impulsado por la SEP) inició en 2002 con una inversión de 500 millones, que en 2003 bajó a 464 millones, en 2007 a 189 millones y en 2009 sólo fue de 74 millones, retenido desde 2010 en 100 millones. El presupuesto disminuyó 75% en menos de una década y se simplifica en la frase “A menos presupuesto, menos títulos y menos tiraje.” Bonita realidad escolar.

En el ensayo “Organizados para no leer” de 2004, Zaid habla sobre la vida literaria actual, lo que la conforma y de que se sostiene, fuera de la lectura. Enumera de lo que se alimenta la sociedad literaria (que no forzosamente es lectora) de la siguiente manera:

1. Conocer nombres de autores y de libros

2. Conocer libros por la encuadernación, la tipografía, las ilustraciones.

3. Conocer autores por la encuadernación social.

4. Organizar actos públicos de presentación de autores y libros.

5. Promover el periodismo cultural.

6. Dar premios y distinciones.

7. Estudiar letras. (ouch)

8. Publicar libros.

Y como ya estamos en temas cómicos e irónicos, les dejo una página web que les alegrará el momento y donde tal vez más de uno se identifique con alguna de las circunstancias tan bien representadas a través de imágenes animadas:



Para finalizar, les transcribo parte  del ensayo que da nombre al libro:

El costo de leer – Gabriel Zaid

En los países ricos, un libro cuesta varias horas de salario mínimo; en los países pobres, varios días. Si la lectura del libro toma varias horas y el lector gana un salario mínimo, el tiempo del lector cuesta lo mismo que el libro en los países ricos, y mucho menos en los pobres. Para los médicos, abogados, ingenieros, funcionarios (que en los países ricos ganan varias veces el salario mínimo, y el los pobres mucho más), la lectura cuesta más por el tiempo del lector que por el costo del libro.

Los costos de leer pueden agruparse de distintas maneras para observar su peso relativo. Los siguientes números, aunque son malos (porque varían de país a país, de año a año, de libro a libro, de lector a lector), pueden hacer menos abstracta la comparación.

1. El costo del libro, 0 a 50 dólares.

2. El costo de conseguirlo (localizarlo, ir a comprarlo, pedirlo por correo, hacer trámites de pago), 0 a 20 dólares.

3. El costo de catalogarlo, avisar que está disponible y tenerlo registrado en ficheros o sistemas de cómputo, 20 a 80 dólares.

4. El costo de tenerlo en un lugar y en buenas condiciones, 2 a 5 dólares por año.

5. El costo de un lugar para leerlo, 0 a 25 dólares.

6. El costo del tiempo del lector, 0 a 300 dólares.

Observemos ahora cada concepto.

1. El costo social de producir un libro nunca es cero. Pero es posible que no le cueste al lector, por cualquier razón (recibirlo prestado o regalado, en caso extremo: robárselo). Puede ser sustituido por el costo de una fotocopia. Puede ser aumentado por el costo de una encuadernación. Puede ser disminuido (a la mitad, a la enémisa parte) por la relectura o la lectura compartida con la familia, los amigos o los otros lectores de una biblioteca.

2. El costo de conseguir un libro puede ser extraordinario. Peregrinar de librería en librería (en muchas, se niegan a informar por teléfono) y hasta de país en país, como tienen que hacerlo algunos compradores profesionales de grandes bibliotecas que saben cuántos editores no publican catálogos, ni listas de precios, ni responden cartas y, a veces, ni siquiera envían los pedidos ya pagados; por lo cual hay que hacer el viaje para comprar, pagar, hacer paquetes y llevarlos a una mensajería, personalmente.

Y el último párrafo:

El costo de leer se reduciría muchísimo si los autores y los editores respetaran más el tiempo del lector. Si no se publicaran los textos que tienen poco qué decir, o están mal escritos, o mal editados.

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