Reseña personal: El costo de leer y otros ensayos de Gabriel Zaid (escritor mexicano, 1934) es,
justo como su nombre lo indica, un libro de 10 ensayos publicado por CONACULTA
en 2004, como una Edición conmemorativa del Día Nacional del libro y por los 70
años del autor.
Zaid es un poeta y ensayista, colaborador en
diversos medios, como la revista Letras Libres. Ganó el premio Xavier
Villaurrutia en 1972 con su ensayo Leer
poesía y fue miembro de la Academia
Mexicana de la
Lengua por más de diez años. Actualmente es miembro de El Colegio
de México.
En el primer ensayo, Zaid nos habla sobre todo
lo que implica que un libro encuentre a su lector o viceversa: “Cada lector es un mundo: su constelación
personal puede limitarse a un millar de libros realmente leídos, pero no hay
dos bibliotecas personales idénticas.” Cada lector busca cosas diferentes,
personales, recomendadas o necesarias, ediciones específicas, comentadas o
conmemorativas, textos prologados por determinados autores, y un gran etcétera
de posibilidades en un mundo donde, por lo menos en México, se publica un
aproximado de 18,000 libros al año (con registro ISBN), sin contar los eBooks o
libros digitales.
Todo lo que está involucrado con la venta de un
libro, desde el propio escritor, pasando por el editor, el publicista, el
vendedor y el librero o bibliotecario y finalmente el lector, es una cadena de
la que depende que el libro sea vendido o no, que genere ganancias o que termine
guardado en cajas durante meses o incluso años, pues finalmente “Escribir, publicar, distribuir, es arrojar
mensajes en botellas al infinito mar: su destino es incierto.” Aunque se
puede debatir esta idea, pues existe literatura especializada para lectores
específicos, como la literatura infantil, de ciencia ficción o la novela histórica,
que no se restringen a ellos, pero sí tienen determinados destinatarios.
En otro de los ensayos, Zaid dice “Hoy resulta más fácil adquirir tesoros que
dedicarles el tiempo que se merecen.” Lo dice en comparación con comprar
una obra arquitectónica maravillosa o el cuadro de un reconocido pintor. En
parte tiene razón y más aún ahora, pues contamos con un sinnúmero de ferias del
libro y remates e incluso sucursales (Gandhi oportunidades) que en ocasiones
realizan descuentos muy benéficos en libros estupendos para esta (mi) precaria
economía actual. Independientemente de las editoriales con precios
estratosféricos, si tomamos como punto de partida la comparación de Zaid, en
realidad comprar un libro (ya no digamos fotocopiarlo, escanearlo, descargarlo)
es una posibilidad que cada vez más personas tienen cercana, debido también a
las distintas editoriales que con un precio y una calidad más económicas,
publican indistintamente libros canónicos que contemporáneos.
El detalle del contexto temporal es muy
importante, pues la mayoría de estos ensayos son de 1996, cuando la
“problemática” (para las editoriales) de la piratería no era tan fuerte como lo
es ahora, pero lo que sigue costando lo mismo es el tiempo de lectura,
dedicarle el tiempo necesario a las letras, impresas o digitales, que
disponemos a nuestra vista no sólo para leerlas, sino para interpretarlas y
analizarlas.
Y uno de los problemas que se derivan de tener
la posibilidad de tener más libros, y más cosas, en general, debido a nuestra
sociedad de consumo, es que tenemos más libros de los que podemos leer. Y esto
pasa con todos los formatos posibles del libro: pdf, word, doc, txt, eBooks,
fotocopias o archivos de imagen de las páginas. Libros físicos y digitales al
por mayor, que quizá nunca llegaremos a leer, pero que sentimos la necesidad de
tener. Sí, estoy hablando por todos los bookaholic,
de los cuales formo parte.
Bajo la consigna de “El aburrimiento es la negación de la cultura” Zaid arguye que es
imposible aburrirse en una sociedad que se inspira a través de la lectura a
conversar sobre cualquier tema, con aspiraciones y proyectos, que se inspira a
escribir y transcribir, a continuar con la vida del conocimiento en esas letras,
para no dejarlo morir: “…lo que vale de
la cultura es qué tan viva está, no cuántas toneladas de letra muerta (que
nadie lee) puede acreditar.”
Otro de los ensayos, de 1973, sitúa la triste
realidad de las bibliotecas mexicanas de ese entonces con 1.2 millones de
volúmenes en las bibliotecas universitarias, muy distantes de los 264 de
Estados Unidos o los 219 de la Unión
Soviética , incluso con menos de la mitad que Australia, con
4.2, según el Statistical Yearbook 1970
de la Unesco ,
claro que habrá que verlo ahora, aunque dudo que México haya subido más de un
lugar.
Pero la estadística anterior se queda grande
comparada con el presupuesto anual de 1971 para bibliotecas de la Secretaría de Educación
Pública: Millón y medio de pesos. Tres centavos por habitante. Increíble este
México, para no variar. Y necesario el chiste de Zaid: “Y entonces, llegó el Secretario de Educación de un extraño país
llamado México…”
Y actualmente la situación no mejora, pues a
pesar de haber aumentado consistentemente el presupuesto para algunos programas,
aún no es suficiente, como el siguiente ejemplo: el programa de Bibliotecas de
Aula y Bibliotecas Escolares (impulsado por la SEP ) inició en 2002 con una inversión de 500
millones, que en 2003 bajó a 464 millones, en 2007 a 189 millones y en 2009
sólo fue de 74 millones, retenido desde 2010 en 100 millones. El presupuesto
disminuyó 75% en menos de una década y se simplifica en la frase “A menos presupuesto, menos títulos y menos
tiraje.” Bonita realidad escolar.
En el ensayo “Organizados para no leer” de 2004, Zaid habla sobre la vida
literaria actual, lo que la conforma y de que se sostiene, fuera de la lectura.
Enumera de lo que se alimenta la sociedad literaria (que no forzosamente es
lectora) de la siguiente manera:
1. Conocer nombres de autores y de
libros
2. Conocer libros por la
encuadernación, la tipografía, las ilustraciones.
3. Conocer autores por la
encuadernación social.
4. Organizar actos públicos de
presentación de autores y libros.
5. Promover el periodismo cultural.
6. Dar premios y distinciones.
7. Estudiar letras. (ouch)
8. Publicar libros.
Y como ya estamos en temas cómicos e irónicos,
les dejo una página web que les alegrará el momento y donde tal vez más de uno
se identifique con alguna de las circunstancias tan bien representadas a través
de imágenes animadas:
Para finalizar, les transcribo parte del ensayo que da nombre al libro:
El costo de leer – Gabriel Zaid
En los países
ricos, un libro cuesta varias horas de salario mínimo; en los países pobres,
varios días. Si la lectura del libro toma varias horas y el lector gana un
salario mínimo, el tiempo del lector cuesta lo mismo que el libro en los países
ricos, y mucho menos en los pobres. Para los médicos, abogados, ingenieros,
funcionarios (que en los países ricos ganan varias veces el salario mínimo, y
el los pobres mucho más), la lectura cuesta más por el tiempo del lector que
por el costo del libro.
Los costos de
leer pueden agruparse de distintas maneras para observar su peso relativo. Los
siguientes números, aunque son malos (porque varían de país a país, de año a
año, de libro a libro, de lector a lector), pueden hacer menos abstracta la
comparación.
1. El costo
del libro, 0 a 50 dólares.
2. El costo de
conseguirlo (localizarlo, ir a comprarlo, pedirlo por correo, hacer trámites de
pago), 0 a 20 dólares.
3. El costo de
catalogarlo, avisar que está disponible y tenerlo registrado en ficheros o
sistemas de cómputo, 20 a 80 dólares.
4. El costo de
tenerlo en un lugar y en buenas condiciones, 2 a 5 dólares por año.
5. El costo de
un lugar para leerlo, 0 a 25 dólares.
6. El costo
del tiempo del lector, 0 a 300 dólares.
Observemos
ahora cada concepto.
1. El costo
social de producir un libro nunca es cero. Pero es posible que no le cueste al
lector, por cualquier razón (recibirlo prestado o regalado, en caso extremo:
robárselo). Puede ser sustituido por el costo de una fotocopia. Puede ser
aumentado por el costo de una encuadernación. Puede ser disminuido (a la mitad,
a la enémisa parte) por la relectura o la lectura compartida con la familia,
los amigos o los otros lectores de una biblioteca.
2. El costo de
conseguir un libro puede ser extraordinario. Peregrinar de librería en librería
(en muchas, se niegan a informar por teléfono) y hasta de país en país, como
tienen que hacerlo algunos compradores profesionales de grandes bibliotecas que
saben cuántos editores no publican catálogos, ni listas de precios, ni responden
cartas y, a veces, ni siquiera envían los pedidos ya pagados; por lo cual hay
que hacer el viaje para comprar, pagar, hacer paquetes y llevarlos a una
mensajería, personalmente.
Y el último párrafo:
El costo de
leer se reduciría muchísimo si los autores y los editores respetaran más el
tiempo del lector. Si no se publicaran los textos que tienen poco qué decir, o
están mal escritos, o mal editados.
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