Reseña personal: Rojo
semidesierto de Joel
Flores (escritor de Zacatecas, México, 1984) es el segundo libro de
cuentos publicado por el autor (el primero es El amor nos dios cocodrilos,
reseñado con anterioridad) y con el cual fue ganador del Certamen
Internacional de Literatura 2012 Sor Juana Inés de la Cruz (cuyo
jurado estuvo integrado por Beatriz Espejo, Eraclio Zepeda y Alberto
Chimal), así que lo que tenemos aquí es algo célebre.
La
edición del libro, realizada por el FOEM (Fondo editorial Estado de
México) está muy cuidada y es excepcional, pues desde la portada
hasta la tipografía y el color utilizado para los títulos y la
numeración de las páginas, se está frente a una obra estéticamente
llamativa y un contenido aún mucho más atractivo.
Este
semidesierto se restringe a catorce acontecimientos intricados a
través de la técnica literaria de los vasos comunicantes, donde los
personajes oscilan entre una historia y otra en diferentes papeles,
ya sea como hijos, padres, vecinos, contrincantes o incluso
alucinaciones.
Rojo
semidesierto es la
testificación de una víctima-narrador omnisciente que habla por
todas las mentes y cuerpos que viven la violencia de la sociedad en
una ciudad que olvida cada vez más la civilidad y adopta la agresión
y la crueldad como forma de vida, ya sea por decisión propia o de
manera impuesta. Es un semidesierto manchado de rojo por la sangre
que ya no sólo lo salpica, sino que lo empieza a empantanar todo.
Las
temáticas constantes en este semidesierto son la violencia, la
crueldad y los diferentes perjuicios que las labores de La
compañía acarrea para
todos aquellos que tienen la desdicha de vivir en la ciudad en la que
les ha tocado vivir y donde abandonar o desertar parecen las opciones
más factibles, pero también las más reprobables y egoístas.
A
pesar de hablar sobre narcotráfico, este libro no podría ser
considerado como narcoliteratura, según el propio autor, pues no es
literatura para narcotraficantes, sino literatura sobre
narcotraficantes, por lo que la denomina como narcorrealismo.
De
lectura ágil, las más de cien páginas que integran el libro
conforman una unidad que delata una realidad muy cercana y para la
que no se vislumbra un cambio próximo. Francisco es uno de los
personajes que se pueden encontrar en estas historias: es el hijo que
ha partido en Los que
extrañan, un novato a
prueba en Los que esperan
y un ejecutor en Los que
se traicionan,
cambiando de papel según la mirada del narrador y las diferentes
perspectivas de los involucrados en las escenas.
En Los que vigilan,
Ramiro Vidal encarnan a la perfección la frase “querida,
por favor, por lo que más quieras, no sabes, en verdad no sabes el
infierno por el que estoy pasando en el trabajo.” Tras
los cuarenta mil pesos mensuales de su sueldo se esconde el motivo de
su estrés y esa culpa que lo vuelve indigno del afecto de su esposa
e hijos, mientras que las visiones y voces permanecerán embrujando su mente,
aún dejando ese empleo.
Gracias
a la premiación de este magnífico libro, que puede considerarse
dentro de la corriente del realismo sucio, podemos
darnos cuenta que, desde hace algunas décadas, el canon literario
está siendo desplazado poco a poco, esto sin demeritarlo ni mucho
menos, pero sí como una muestra de que todo cambio es necesario y
más en la literatura, este coloso vivo que evoluciona y cambia con
cada ferviente adorador que aporta su arte, ayudando a hacerlo crecer
cada vez más y transformarlo según las necesidades socioculturales,
en cuanto a una narrativa realista se refiere.
Algunos ejemplos más de autores del realismo sucio son Manuel Puig (Argentina, 1932-1990) con Boquitas pintadas (1969), Pedro Juan Gutiérrez (Cuba, 1950) con El rey de la Habana (1999), o Charles Bukowski (Andernach,1920–1994), uno de los escritores más conocidos de este movimiento, con La senda del perdedor (1982).
Algunos ejemplos más de autores del realismo sucio son Manuel Puig (Argentina, 1932-1990) con Boquitas pintadas (1969), Pedro Juan Gutiérrez (Cuba, 1950) con El rey de la Habana (1999), o Charles Bukowski (Andernach,1920–1994), uno de los escritores más conocidos de este movimiento, con La senda del perdedor (1982).
Los cuentos de Rojo
semidesierto son amenazas
olvidadas que vuelven para llevarse lo más sagrado y querido,
mentiras que más allá de ser piadosas son siniestras y pérfidas,
ocultación de información como medio de defensa ingenua, traiciones
premeditadas esperando por suceder, balas que en segundos eliminan
adversarios, ansia de poder y fantasmas que carcomen consciencias,
vidas inocentes anuladas por encontrarse en el lugar y momento
equivocados y una realidad que alarma a quienes permanecemos vivos y
en aparente margen de estos sucesos.
Joel escribió una entrada en su blog hablando de lo que significa para él haber ganado este premio en su vida como escritor, y sorprende que en sus declaraciones se lea tan cercano y honesto, no como alguien petulante que se jacta de su vocación, sino como un escritor que es real y se muestra sorprendido por este premio inesperado.
Para
terminar, les presumo mi ejemplar, dedicado por el propio autor, que me hizo muy feliz al estar en mis manos:
A continuación, transcribo algunas de las mejores frases del libro.
“A
todos nos alcanzó una persecución, un secuestro, un asalto, la
llama de un edificio ardiendo. Por eso detestamos vivir aquí, por
eso huimos como si lo hiciéramos de nuestra sombra. Y como no
pertenecemos a familias que se les escape el dinero de las manos,
prostituimos nuestras mentes a cambio de becas que nos saquen, a
cambio de cortas estancia que nos hagan olvidar intermitentemente el
lugar donde nacimos.” P. 13
“Y
supongo, porque cada vez que escribo no hago más que suponer sucesos
que mitigan los dolores, que huía del lastre que había engendrado
la familia, sus separaciones y descuidos.” P. 14-15
“Suicidarse,
huir, si se le puede llamar de esa manera, como un hermoso pacto
entre chiquillos que se juran amistad eterna, una muerte que podría
unirlos aún más en otro lugar, uno lejos de nosotros.” P. 16
“Lloraba
por los que sueñan con irse, pensando que por fin reiniciarían su
vida y no se van, porque algo más fuerte, inexplicable, algo que no
tiene nombre los detiene y aprisiona.” P. 18
“El
hombre se tragó sus palabras. Imaginó que si fueran de carne y
hueso, andaría por la calle con las comisuras de los labios
reventadas.” P. 83
“Así
es la vida, se acordó. Un costal de problemas y secretos que uno
debe cargas a diario aunque lo canse y lastime.” P. 85
“Miró
por el retrovisor al 34 y apenas descubrió que no era más que un
tipo tan igual a él, quizá de 22 años, quizá menos. Igual de
iluso y valiente, de armado y de pendejo.” P. 91
“Agarro
el arma y meto el cañón a mi boca y sólo saliva y lágrimas caen
en el metal. Si no tengo siquiera los güevos para vengarte, ¿cómo
voy a tenerlos para acabar conmigo?” P. 98
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