Polyrrhiza lindenii
Jardín de nada, cuento inédito de Gabriel Rodríguez Liceaga (escritor mexicano, 1980) es el relato del mes en el blog. El relato, breve y preciso, deja de lado la imagen del protagonista para enfocarse a la figura espectral de pequeños fantasmas trepanadores que se empecinan en ser, en formar la nueva vida de su repentino médium.
Le agradezco sinceramente estas letras y la oportunidad de publicarlas aquí. Ahora ustedes, lectores, otorguen vida a estas extrañas pero hermosas criaturas a través de la lectura.
Orquídea Fada
JARDÍN DE
NADA
A este sujeto se le
comenzaron a aparecer los fantasmas de las flores muertas. Al
principio no le dio tanta importancia pero conforme dicho fenómeno
se hacía más y más constante resultó imposible ignorarlo.
Mañosas, las apariciones aprovechaban las impares noches de soltero
para asomar sus telúricas cabecitas gachas. Si él se paraba de la
cama con antojo de agua fría, en el pasillo se topaba con un enorme
Girasol cabizbajo y semitransparente, una Magnolia flotando en la
pieza o una docena de Claveles danzando. Salían temblorosamente de
los parques y ventanas. Macetas en el camino chorreaban caídos
tallos atorados en el eterno pause de su deshojada desdicha.
Polinizaban que daba miedo. Sigilosos acordeones de distintas flores
muertas lo seguían a donde fuera. En más de una cita amorosa, rosas
con o sin espinas hacían acto de presencia jugando malas pasadas con
la chica en turno. Tuvo que dejar la gustosa manía de pisar hojas
secas de Otoño no sólo porque cuando se disponía a quebrar una
resultaba que no estaba ahí, sino porque sus espectros eran los
peores y más recalcitrantes, reproduciendo por horas el escándalo
de su quebranto. Se ensañaron las flores de ultratumba con el pobre
sujeto que, espantado, dejó de visitar la tumba de su hermano porque
apenas entraba a un panteón era atosigado por los incontables brotes
de florecillas escupiendo pétalos en cada tumba. A veces el simple
hecho de apagar la luz era rodearse de una lluvia irremediable de las
delgadas letras ye
que brotan al soplar un Diente de León. En toda su vida y
dependiendo la época del año, no pararon de estar presentes todo
tipo de flores sueltas y arreglos caros, Amapolas, Claveles,
Nochebuenas, ramos de boda, Rosas que se llaman labios
de mujer; marchitas, con sed.
Pasó mucho rato y el
pobre hombre se dio cuenta de que no eran muy ruidosas aquellas
apariciones encapulladas, hasta podían llegar a verse hermosas en
grupos de varia índole a esa hora en que el sol hace que las cosas
parezcan pinturas. Como fieras o nubes o marcas de agua, los
fantasmas adornaban todo abrir de ojos, rostro de político y boca de
lobo. Viejo y abandonado, optó por asimilar aquello como una señal
y encontró apremiante la labor de jardinero. Aprovechó la
proximidad de su jubilación para hacerse de un jardín pluricultural
de colores que no todo mundo sabe existen. A cada dulce explosión le
dedicó sus tardes últimas y enteras. Amándolas, atendiéndolas,
platicándoles sus impresiones de la vida, prometiéndoles un lugar
en su corazón y corona; consiguiendo así las visitas ulteriores de
sus flores predilectas, las más guapas y que en su jardín lograban
entender y perder la belleza.
Dracula simia
A este sujeto se le
comenzaron a aparecer los fantasmas de las flores muertas. Al
principio no le dio tanta importancia pero conforme dicho fenómeno
se hacía más y más constante resultó imposible ignorarlo.
Mañosas, las apariciones aprovechaban las impares noches de soltero
para asomar sus telúricas cabecitas gachas. Si él se paraba de la
cama con antojo de agua fría, en el pasillo se topaba con un enorme
Girasol cabizbajo y semitransparente, una Magnolia flotando en la
pieza o una docena de Claveles danzando. Salían temblorosamente de
los parques y ventanas. Macetas en el camino chorreaban caídos
tallos atorados en el eterno pause de su deshojada desdicha.
Polinizaban que daba miedo. Sigilosos acordeones de distintas flores
muertas lo seguían a donde fuera. En más de una cita amorosa, rosas
con o sin espinas hacían acto de presencia jugando malas pasadas con
la chica en turno. Tuvo que dejar la gustosa manía de pisar hojas
secas de Otoño no sólo porque cuando se disponía a quebrar una
resultaba que no estaba ahí, sino porque sus espectros eran los
peores y más recalcitrantes, reproduciendo por horas el escándalo
de su quebranto. Se ensañaron las flores de ultratumba con el pobre
sujeto que, espantado, dejó de visitar la tumba de su hermano porque
apenas entraba a un panteón era atosigado por los incontables brotes
de florecillas escupiendo pétalos en cada tumba. A veces el simple
hecho de apagar la luz era rodearse de una lluvia irremediable de las
delgadas letras ye
que brotan al soplar un Diente de León. En toda su vida y
dependiendo la época del año, no pararon de estar presentes todo
tipo de flores sueltas y arreglos caros, Amapolas, Claveles,
Nochebuenas, ramos de boda, Rosas que se llaman labios
de mujer; marchitas, con sed.
Pasó mucho rato y el
pobre hombre se dio cuenta de que no eran muy ruidosas aquellas
apariciones encapulladas, hasta podían llegar a verse hermosas en
grupos de varia índole a esa hora en que el sol hace que las cosas
parezcan pinturas. Como fieras o nubes o marcas de agua, los
fantasmas adornaban todo abrir de ojos, rostro de político y boca de
lobo. Viejo y abandonado, optó por asimilar aquello como una señal
y encontró apremiante la labor de jardinero. Aprovechó la
proximidad de su jubilación para hacerse de un jardín pluricultural
de colores que no todo mundo sabe existen. A cada dulce explosión le
dedicó sus tardes últimas y enteras. Amándolas, atendiéndolas,
platicándoles sus impresiones de la vida, prometiéndoles un lugar
en su corazón y corona; consiguiendo así las visitas ulteriores de
sus flores predilectas, las más guapas y que en su jardín lograban
entender y perder la belleza.
Dracula simia