El
último intento (Fondo
Editorial Tierra Adentro, 2013) de Mariel Iribe Zenil (escritora
mexicana, 1983) es una compilación de nueve cuentos y el primer
libro publicado de la autora. Algunos de sus relatos ya han aparecido
en cuatro antologías y fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura
y las Artes de Sinaloa.
El
último intento
describe, a través de una narrativa intimista y de una atmósfera
familiar (que lo mismo se desarrolla en lo rural que en lo urbano),
todos esos pequeños esfuerzos diarios por mantener una relación que
se sabe perdida y desgastada por la vida misma, por la simple
interacción de dos existencias opuestas que se obstinan en
permanecer juntas: (...)
se habían unido hasta que la muerte, si podía, les hiciera el favor
de separarlos (...).
La mayoría de los cuentos están narrados en tercera persona, pero
descubrí, con asombro, que es en la narración en primera persona
donde Iribe se expresa con mayor fuerza y donde los acontecimientos
son más brutales y espontáneos. Giros inesperados en las tramas que
llevan a finales imprevistos son un común denominador que, junto con
algunos secretos atroces, coadyuvan a dotar de vida y sensibilidad a
estas historias a través del imaginario.
Estos
relatos reflejan el tiempo y las palabras que han sido tragadas,
todos esos sentimientos enmarañados que crean redes insalvables que
retienen la felicidad y terminan por convertirse en amargura y
aflicción, en impulsos homicidas y pensamientos criminales de los
que nadie está exento.
Tres
de los cuentos más fascinantes son El
último intento, Cine
Veracruz y La
tía Inés.
El
último intento
refleja las manías que, con el paso del tiempo y de los años,
merman la relación. Expone obsesiones, comportamientos repetitivos y
obsesivos que a su vez generan otros y transforman al que observa. El
último intento es entonces la tentativa final por encontrar una
solución, por fatal que ésta pueda ser.
Cine
Veracruz describe
la vida de una anciana que sufre de Alzheimer (tema que me apasiona)
pero que aún tiene episodios con plena consciencia de sí misma y la
enfermedad que la aqueja, reconociendo sus limitaciones y viviendo
del recuerdo, ese lugar atrofiado al que no siempre puede regresar,
al que se aferra con ciertas reminiscencias que le dicen quién fue,
que aún guardan claves de aquello que ha sido su existencia y a las
que se empecina infantilmente al tiempo que afirma: (...)
los años se han llevado mi memoria.
En
La tía Inés,
descubrimos la historia de ciertas mujeres de una particular familia
a través del testimonio de una de ellas. Una confesión detallada
sumergida en erotismo, picardía y diversas actividades sexuales como
el voyeurismo y el exhibicionismo, que nos hacen volver a la
adolescencia de la protagonista y al precipitado debut en su vida
sexual, al tiempo que revela otras intimidades que inclusive, en
ciertos aspectos, recuerdan a la historia de “Las Poquianchis”.
El
juego
demuestra el trasfondo donde es mejor esconder ciertas verdades,
gustos o afinidades para evitar cualquier tipo de conflicto con otra
persona: ese trasfondo de donde cuestiones complicadas sólo asoman a
través de ciertas artimañas y manipulaciones perspicaces que poco a
poco demuestran sus razones ocultas reales.
Podría fácilmente aducirse que los personajes de Iribe sufren de
psicosis, pero en realidad sufren la existencia, sufren todo un sin
fin de emociones con los que hemos sido dotados, padecen los mismos
terrores de toda la humanidad y son atormentados por fantasmas
ancestrales que terminan por convencerlos de que este mundo es un
gran sin sentido que inútil y maniáticamente tratamos de ordenar
para dotar de algún significado. Porque el ser humano necesita
explicaciones, razonamientos lógicos para poder funcionar: leer a
Iribe es llegar a una puesta en escena donde se muestra lo paradójico
del asunto.
Iribe
deja claro que la comunicación por el lenguaje corporal es mucho más
efectivo que la palabra, que los pensamientos tienen una voz más
alta y fuerte que los vocablos y que los trastornos de personalidad
son más comunes de lo que creemos. Paranoia, temores irracionales,
pánico e imaginadas realidades paralelas confluyen en todas las
oportunidades finales que se otorgan a otra persona; incesantes
pensamientos trágicos de los que no se puede huir...
Para finalizar, transcribo unos párrafos de la entrevista realizada
por Joel Flores a Mariel Iribe, que se publicó en el suplemento
cultural La gualdra, de La Jornada Zacatecas, aquí el enlace
completo en el blog del escritor.
JF.- La mayoría de las historias de El último intento son
anticlimáticas:
dos personajes urden su propia trampa que termina resuelta
o complicada por un final suspendido o abierto,
que genera ambigüedad, una interrogante para el lector. ¿Cómo
concibes el cuento?
MIZ.- Siempre he creído que el cuento es un breve instante en la
vida de las personas.
Un instante que guarda cierta magia y algo oscuro que puede o no
revelarse al final.
Siempre que escribo o que estoy pensando en una idea que me da
vueltas en la cabeza,
no puedo evitar pensar en la teoría de Hemingway, en la que compara
este género con un iceberg.
En el cuento solo se revela de manera parcial la vida de una persona,
y todo lo que está debajo lo sabe el autor, pero no lo revela.
Y ahí, en esa línea tan delgada en donde se establece el límite de
lo que se dice y lo que no,
está el arte o la habilidad para construir un cuento.
Portada del suplemento 'La gualdra' No.144 de La Jornada Zacatecas.
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