El pasado 5 de diciembre tuve el placer de presentar finalmente mi libro, Tusitala de óbitos, en Guadalajara.
Exactamente a un año de su publicación, pude visitar una de mis ciudades más queridas, en el marco de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara.
Mis presentadores no pudieron ser mejores: dos grandes escritores a los que admiro y respeto, Alfonso López Corral (Musiquito del talón) y Rafael Villegas (autor, entre varios más, de Juan Peregrino no salva al mundo, cuya reseña aparecerá muy pronto por aquí).
Amigos entrañables de los años que viví en esta ciudad lograron crear un ambiente muy ameno, en verdad esa noche fue de muy grata compañía y mejores conversaciones.
Alfonso dio inicio a la presentación con la lectura de una carta asombrosa que hizo tras leer Tusitala, que tuvo a bien enviarme hace unos meses, antes de que esta presentación fuera planificada. Leer (y en este caso, escuchar) los comentarios certeros y formidables que un escritor genial tiene que decir sobre tu obra es sumamente gratificante. La transcribo:
Primero lo obvio, Tusitala es un libro que derrocha imaginación (con uno sólo de todos los temas que se abordan aquí muchos escritores harían carrera) y que no desdeña las constantes que aprisionan al ser humano, que trata siempre de escapar de la muerte persiguiendo pasiones y normalmente es tan bajo de estatura para alcanzarlas como se debe. Hubo cuentos que rápidamente se convirtieron en mis favoritos y noté otros que, sin ser fallidos, denotaban más su condición de ejercicio o ensayo para futuras historias. Pero, caray, uno piensa, si esto es lo que surge ahorita en su primera lid, no quiero, o mejor sí quiero, imaginar lo que nos espera con la siguiente obra.
Sin embargo, no es mi intención pecar de obvio ni enumerar lugares comunes. Deseo resaltar un aspecto que no estoy seguro que hayan mencionado quienes ya escribieron sobre Tusitala. En la primera lectura tuve un fuerte encontronazo con lo que yo pensé que era un exceso de formalidad y seriedad y un derroche de referencias que más que ayudar a la lectura, parecían volverla lenta, pesada. Los temas mismos, para quienes no estamos tan familiarizados, no ayudaban con esta primera e ilusoria impresión. Temí que su obra se convirtiera en exclusiva para iniciados. Tuve que llegar, ya en el segundo repaso, al cuento titulado "Un inminente progreso", para percatarme que estaba sonriendo, es decir, divirtiendo: noté que el cuento hace un derroche de humor. Trata de un eremita que decide reintegrarse a la sociedad, sólo para descubrir que los avances de la civilización, en un tiempo que tampoco fue muy largo, han alcanzado el pináculo de las modificaciones de personalidad y corporales, que todo el progreso se resumió en cambiar al gusto, siempre variable y fugaz, el cuerpo humano y su esencia, su forma de ser, su personalidad, con un, vaya, ¡cambio de cabeza! Y pienso que la cara de alguien es lo primero que nos causa aversión al mirarlo por más que sea su forma de ser lo que nos repele. Y no acaba allí el cuento, las cabezas terminan embonando en los cuerpos de las mascotas, generalmente perros, y los intercambios se van volviendo más absurdos. Terminé la lectura completamente divertido. Si la autora no tenía en la cabeza a Kurt Vonnegut cuando escribió este cuento, pues qué maravillosa coincidencia.
No fue el único, quizás en menor medida pero apelando a la misma sensibilidad, "Licornio" me atrapó. Narrar las aventuras de un cazador con los más fantásticos seres, pero que termina lamentando haber dado muerte al siempre raro y hermoso unicornio (y quizás es lo que lamenta el cazador, percatarse de que ese acto de crueldad que cometía tan fantástico ser era lo que lo convertía en real, en habitante de este mundo). Aquí también, los pasajes de los encuentros del cazador con tales seres son casi un devenir histórico que me recordó al Carpentier del cuento titulado Semejante a la noche, pues el cazador no sólo avanza de mitología en mitología, sino que al hacerlo se transporta históricamente. Y hay más cuentos: "Los infortunios de Vigiliuos…" donde Felice, esa aristócrata, descubre de donde provienen los materiales con los que crea sus obras. O el de "Cosmogonía de las parafilias", con ese párrafo final hilarante donde se nos descubre la verdadera personalidad de Superman.
Para no agotar la lista, menciono que he hallado especial placer en estos cuentos al notar la veta de humor que Lola desliza, aunque no en todos sí en la mayoría. Pienso que al abordar temas como estos, casi siempre sombríos de por sí, más que arrojo se requiere inteligencia. Al aligerar las narraciones no sólo evita que se banalice la trama sino que hace que el lector atienda sus aspectos cruciales, los cuales muchas veces rozan la esfera de la moralidad, terreno lodoso para los escritores. No quiero extenderme más. Tampoco quiero que se malinterprete mi lectura. Muchos autores se enojan cuando resaltan el humor de sus obras. No me parece un escalón abajo el que ocupa el sentido del humor en el arte, no es cosa fácil provocar risa y diversión. Así suelen caer muchos veintes, incluso más que cuando nos recetan tragedias infumables de moralinas huecas y sentencias grandilocuentes. Eso es algo que un contador de historias no debe olvidar, y estoy seguro que Lola lo tiene presente: hay que entretener primero si pretendemos que el lector llegue al final del cuento. Modificando un poco las líneas del cuento, la causa de tantos hados funestos es que en los cuentos los escritores muchas veces se toman demasiado en serio ellos mismos.
Tusitala
Sin embargo, no es mi intención pecar de obvio ni enumerar lugares comunes. Deseo resaltar un aspecto que no estoy seguro que hayan mencionado quienes ya escribieron sobre Tusitala. En la primera lectura tuve un fuerte encontronazo con lo que yo pensé que era un exceso de formalidad y seriedad y un derroche de referencias que más que ayudar a la lectura, parecían volverla lenta, pesada. Los temas mismos, para quienes no estamos tan familiarizados, no ayudaban con esta primera e ilusoria impresión. Temí que su obra se convirtiera en exclusiva para iniciados. Tuve que llegar, ya en el segundo repaso, al cuento titulado "Un inminente progreso", para percatarme que estaba sonriendo, es decir, divirtiendo: noté que el cuento hace un derroche de humor. Trata de un eremita que decide reintegrarse a la sociedad, sólo para descubrir que los avances de la civilización, en un tiempo que tampoco fue muy largo, han alcanzado el pináculo de las modificaciones de personalidad y corporales, que todo el progreso se resumió en cambiar al gusto, siempre variable y fugaz, el cuerpo humano y su esencia, su forma de ser, su personalidad, con un, vaya, ¡cambio de cabeza! Y pienso que la cara de alguien es lo primero que nos causa aversión al mirarlo por más que sea su forma de ser lo que nos repele. Y no acaba allí el cuento, las cabezas terminan embonando en los cuerpos de las mascotas, generalmente perros, y los intercambios se van volviendo más absurdos. Terminé la lectura completamente divertido. Si la autora no tenía en la cabeza a Kurt Vonnegut cuando escribió este cuento, pues qué maravillosa coincidencia.
No fue el único, quizás en menor medida pero apelando a la misma sensibilidad, "Licornio" me atrapó. Narrar las aventuras de un cazador con los más fantásticos seres, pero que termina lamentando haber dado muerte al siempre raro y hermoso unicornio (y quizás es lo que lamenta el cazador, percatarse de que ese acto de crueldad que cometía tan fantástico ser era lo que lo convertía en real, en habitante de este mundo). Aquí también, los pasajes de los encuentros del cazador con tales seres son casi un devenir histórico que me recordó al Carpentier del cuento titulado Semejante a la noche, pues el cazador no sólo avanza de mitología en mitología, sino que al hacerlo se transporta históricamente. Y hay más cuentos: "Los infortunios de Vigiliuos…" donde Felice, esa aristócrata, descubre de donde provienen los materiales con los que crea sus obras. O el de "Cosmogonía de las parafilias", con ese párrafo final hilarante donde se nos descubre la verdadera personalidad de Superman.
Para no agotar la lista, menciono que he hallado especial placer en estos cuentos al notar la veta de humor que Lola desliza, aunque no en todos sí en la mayoría. Pienso que al abordar temas como estos, casi siempre sombríos de por sí, más que arrojo se requiere inteligencia. Al aligerar las narraciones no sólo evita que se banalice la trama sino que hace que el lector atienda sus aspectos cruciales, los cuales muchas veces rozan la esfera de la moralidad, terreno lodoso para los escritores. No quiero extenderme más. Tampoco quiero que se malinterprete mi lectura. Muchos autores se enojan cuando resaltan el humor de sus obras. No me parece un escalón abajo el que ocupa el sentido del humor en el arte, no es cosa fácil provocar risa y diversión. Así suelen caer muchos veintes, incluso más que cuando nos recetan tragedias infumables de moralinas huecas y sentencias grandilocuentes. Eso es algo que un contador de historias no debe olvidar, y estoy seguro que Lola lo tiene presente: hay que entretener primero si pretendemos que el lector llegue al final del cuento. Modificando un poco las líneas del cuento, la causa de tantos hados funestos es que en los cuentos los escritores muchas veces se toman demasiado en serio ellos mismos.
Alfonso López Corral
A continuación fue el turno de Rafael, que con soltura y agudeza comentó varios puntos referentes a Tusitala entre anécdotas misteriosas de su infancia y alusiones a lecturas clásicas.
Alfonso y Rafael son personas muy interesantes, que demuestran su gran acervo cultural en cada conversación y a través de sus obras.
Para finalizar, tras algún par de palabras y agradecer tanto al público como a mis presentadores, leí uno de los cuentos del libro, "Pāyğāme", que pueden leer en este enlace.
No puedo más que agradecer infinitamente por las palabras y elogios de ambos, los recuerdos, sensaciones y sentimientos que declararon sentir con la lectura de mis letras.
En definitiva, como bien dice Alfonso, una presentación, más allá de ser el espacio y momento para mostrar de lo que es capaz una obra, también sirve para convivir con los escritores involucrados en ella y pasar unas horas de lo más agradables.
De nuevo gracias, tanto a ellos como a los asistentes, por el tiempo e interés. Y claro, también a ustedes.
En definitiva, como bien dice Alfonso, una presentación, más allá de ser el espacio y momento para mostrar de lo que es capaz una obra, también sirve para convivir con los escritores involucrados en ella y pasar unas horas de lo más agradables.
De nuevo gracias, tanto a ellos como a los asistentes, por el tiempo e interés. Y claro, también a ustedes.
Fotografía por Allen Art.
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