(Éste es el texto que leí en la presentación del libro en el Instituto Mexicano para la Justicia el 19 de febrero.)
Los sueños son una parte
indudable y una pieza fundamental del proceso creativo, e incluso son lo más
próximo a una segunda realidad, pues el ser humano pasa aproximadamente la
tercera parte de su vida durmiendo. Kerouac afirmaba, incluso, que soñar es uno
de los pocos actos capaces de unir a toda la humanidad.
Los
tratados aristotélicos sobre el sueño determinan que estas visiones son
afecciones del sentido común o espejismos que podrían explicarse como señales o
coincidencias: la importancia del sueño reside en su interpretación, en su
representación. En el siglo XVII, en su obra La tempestad, Shakespeare
manifestó la certeza de que «Somos del mismo material del que se tejen los
sueños, nuestra pequeña vida está rodeada de sueños».
En la
mitología griega, el dios del sueño era Hipnos, padre de Morfeo y gemelo de
Tánatos (personificación de la muerte no violenta), de quien también se creía
que susurraba obras durante el sueño, como lo afirmaron autores como Coleridge
o Cortázar. De hecho, el prólogo del Libro
de sueños de Jorge Luis Borges reafirma lo anterior a través de «la tesis,
peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no
menos complejo de todos los géneros literarios».
En Tratado de las espirales (Atrasalante,
2015), el segundo libro de cuento publicado de Víctor
Roberto Carrancá (escritor
mexicano, 1984), el autor crea una obra impregnada de psicoanálisis en la que
presenta al sueño como una mancha voraz que envuelve lo que se cruce en su camino, como un
elemento tangible y brillante que trata de abarcarlo todo, de reclamar el
territorio de la realidad y devorarla por completo.
Este
tratado es una obra literaria que surgió, en parte, del inconsciente del doctor
Sarcise (álter ego de Carrancá o viceversa), quien ha escrito el Tratado de las espirales de la mente,
obra ficticia que bien podría pasar por un Necronomicón
lovecraftiano (y que incluso podría tener su misma facultad: la de enloquecer a
sus lectores) o un volumen apócrifo de la Enciclopedia
Británica borgiana. Tanto para Carrancá como para el doctor Sarcise, no hay
otra verdad que la que afirmaba Poe: «Todo lo que vemos o parecemos es
solamente un sueño dentro de un sueño».
En este
conjunto de más de quince relatos, la intratextualidad y los vasos comunicantes
entre hechos, personajes y sitios, abundan en un tratado de escenarios
imposibles y situaciones delirantes que evocan una ilusión muy similar a «La
escalera Penrose», una estructura que sólo permite el movimiento a través del
flujo circular eterno, un loop
inexplicable y demencial hasta el extremo, idéntico al que experimentan algunos
de los personajes de Carrancá.
Las
páginas cargadas de ironía, las revelaciones siniestras y los acontecimientos
demasiado peculiares, las vueltas de tuerca en los momentos precisos, las
extensas notas al pie que constituyen por sí mismas textos independientes y las
voces narrativas con las que el autor decide experimentar, dan como resultado
una afortunada y original obra del género fantástico colmada de imágenes
maravillosas y perturbadoras por igual que enfrentan al lector a la
contraposición de la belleza con lo terrible.
Carrancá
demuestra en cada uno de sus relatos su don tanto para describir poéticamente
un asesinato como para hacerlo de forma cruda y directa, sin evitar minuciosos
y escandalosos detalles.
Habitan
estas páginas relatos hermosos y terroríficos como «Disyunción», que presenta
al alma como un elemento malévolo, como un virus letal o un ente mínimo, un
parásito que puede desquiciar a su anfitrión.
«Mientras
los vecinos duermen» es un cuento que describe a una pareja que, más que
destrozarse metafóricamente, lo hace de forma literal porque el amor es
precisamente así: rabioso, una fiera despiadada a la que invariablemente se
trata de domesticar una y otra vez.
En
«…este documento irrisorio realizado por un demente (o soñador)», Carrancá
parte del horror psicológico y de los deseos inconscientes para crear todo un
universo engendrado por los sueños de un clarividente que deja una pregunta en
el aire: ¿el ser humano será, en realidad, resultado de la mente de un solo
soñador o será un personaje de un sin fin de sueños compartidos?
En otro
de los cuentos, «La luz en los ojos», Carrancá describe la celopatía más
peligrosa, aquella en donde la víctima es infiel de manera inconsciente e involuntaria:
justo cuando sueña, en aquel espacio donde el ello se explaya en total
libertad. Sus protagonistas, tanto el abnegado hombre como la —en extremo—
desconfiada mujer, no hacen más que afirmar aquella sentencia de Voltaire en la
que declaraba que los celos rabiosos son más perversos y fatídicos que la
ambición o el interés.
«El
fracaso de la paternidad» representa un peculiar y emotivo evento donde todos
los hechos ocurren de forma inusual, pues los roles de género son
intercambiados y se recrea una situación delicada de manera irónica. Una de las
consecuencias de esta pertinente inversión en los roles provoca efectos que
inducen a la empatía, a la reflexión, desde otra perspectiva, de un hecho
natural que, quizá de forma egoísta, sólo uno de los sexos puede experimentar.
En el
relato «El hombre de los tacones», Carrancá relata, más que el fetiche peculiar
de un hombre mayor, la verdadera razón, el testimonio de un guardián de —a los
ojos de la gran mayoría— lo absurdo, pero un absurdo que lo mantiene con vida,
un absurdo que es lo único que conserva sentido en su existencia. A través de
un narrador omnisciente, conocemos esta historia llena de probabilidades no
confirmadas. Las notas al pie a lo largo del libro, específicamente en este
relato, dan cuenta de una extensión del universo creado por el autor y son
utilizadas como una peculiar estrategia narrativa que se vale de la sátira para
exponer pruebas o testimonios igualmente ficticios.
Finalmente,
el autor afirma con su Tratado… que
una de las múltiples particularidades de la literatura es mostrar abismos
externos —o sueños a manera de espejos para poder reflejar los propios— en los
que el lector se reconozca a sí mismo y pueda comprender mejor al otro gracias
a esa emptía.
Tratado de las espirales está a la venta en las librerías El Sótano y El Péndulo.
Para terminar, algunas de las mejores frases del libro y una entrevista que le realizaron en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2015:
«Las fosas nasales palpitan, apresuradas. Corazones lastimados.» p . 18
«Pretextar una borrachera onírica no salva a quien el deseo se le presenta más sediento.» p. 21
«El calor lo abraza, lo envuelve con brazos secos y filosos.» p. 30
«Con el pie caen los brazos, el torso y todos los insultos.» p. 32
«El tiempo habría de evidenciar lo que la superstición dictaba: otras muertes habrían de relacionarse con las anotaciones de Gabriel Sarcise.» p. 36
«Ellos se muerden, rasguñan, rompen.» p. 38
«...resplandecía como si en el mundo sólo su cabello mereciera el color del oro.» p. 40
«Ella insistía en la normalidad de los impulsos que me dominaban en la vigilia: "Es solo la realidad", decía, "para eso estamos aquí. Para interpretarla. Después de todo, estamos progresando".» p. 47
«Toc. Toc. Toc. ¡Tanta rudeza! Entrometerse así, en la imaginación de otra persona. Inmiscuirse en las fantasías de alguien sin haber sido invitado.» p. 58
«Mi fantasía, el ejercicio simple de una mente aburrida,se ha tornado en una fijación imposible de evadir. Como los pensamientos obsesivos y recurrentes (la imagen de un pantalón mal doblado, de una corbata arrugada, el sonido de un segundero o una gotera necia), que acosan a uno durante la noche y que martillan, martillan, martillan, martillan.» p. 59
«...la realidad golpea de manera súbita y con más fuerza que el cuerpo que impactó contra el vidrio durante esa espiral de dudas.» p. 62
«...la realidad es más fría y necia que esa lluvia que intenta borrar la evidencia.» p. 64
«Lo cierto es que Sarcise consideró meritorio estudiar sus propios delirios y, peor aún, escribir un libro sobre ellos.» p. 70
«Una estrella pequeña, caída de quién sabe dónde, aterrizó en la punta del cuchillo.» p. 85
«Diego, brazos robustos de venas saltonas y vellos castaños y dormidos, se acerca al ahuehuete y lo abraza. No es el viento, sino la voluntad del árbol lo que hace descender las ramas, esas ramas de dedos cansados, para que, con sus uñas largas y secas, acaricien los cabellos del hombre.» p. 96
«Quizá, si algún astro sujetara este hilo tan delgado, yo dejaría de divagar tanto.» p. 103
No hay comentarios:
Publicar un comentario