Toma de la película We Need to Talk About Kevin
El texto de este mes para Irreverencias maravillosas, mi columna mensual en la Revista VozEd, expone brevemente cómo el contexto familiar de los asesinos seriales o por número de víctimas se ve gravemente afectado.
Daño colateral
Nobody owns life, but anyone who can pick up a frying pan owns death.
William S. Burroughs
TRAS CUALQUIER PÉRDIDA es inminente un periodo de duelo después del shock, el cual puede presentarse con síntomas de trastorno por estrés postraumático. Lo repentino, aleatorio o violento del suceso y los sentimientos de culpa pueden llevar al afectado a sufrir un duelo patológico o complicado.
Al tratarse de una pérdida por asesinato (cuando una persona causa la muerte de otra bajo alguno de los supuestos de alevosía, ensañamiento o premeditación, o bajo todos ellos) u homicidio (acto de causar la muerte de otra persona sin contemplar los tres supuestos anteriores, e incluso sin intención), los familiares, llamados «sobrevivientes del homicidio», pueden presentar alteraciones psicológicas y del comportamiento, tales como cambios en los patrones de sueño o en los hábitos alimenticios, sentir confusión, ira, miedo y ansiedad.
Daño colateral
Nobody owns life, but anyone who can pick up a frying pan owns death.
William S. Burroughs
TRAS CUALQUIER PÉRDIDA es inminente un periodo de duelo después del shock, el cual puede presentarse con síntomas de trastorno por estrés postraumático. Lo repentino, aleatorio o violento del suceso y los sentimientos de culpa pueden llevar al afectado a sufrir un duelo patológico o complicado.
Al tratarse de una pérdida por asesinato (cuando una persona causa la muerte de otra bajo alguno de los supuestos de alevosía, ensañamiento o premeditación, o bajo todos ellos) u homicidio (acto de causar la muerte de otra persona sin contemplar los tres supuestos anteriores, e incluso sin intención), los familiares, llamados «sobrevivientes del homicidio», pueden presentar alteraciones psicológicas y del comportamiento, tales como cambios en los patrones de sueño o en los hábitos alimenticios, sentir confusión, ira, miedo y ansiedad.
En estas terribles situaciones suele hablarse de las víctimas y, en ocasiones, de sus familias, pero muy pocas veces se toman en cuenta las de los agresores, donde se encuentra una parte fundamental de la historia que por lo general no se conoce y en la que se pueden encontrar las razones de aquellos actos aparentemente irracionales.
Reacción de Aimee durante el juicio de su hermano, el atleta paralímpico Oscar Pistorius, al escucharlo hablar sobre el asesinato de su novia el 14 de febrero de 2013.
La familia nuclear del criminal difícilmente supera la culpa y la deshonra de aquellos actos imposibles de olvidar, y no suelen ser tomadas en cuenta por los programas de asistencia social a pesar de necesitar la misma ayuda profesional que la familia agraviada, pues son a su vez víctimas que deben vivir con el remordimiento, el escándalo y la culpa por acciones atroces cometidas por un ser amado que, la mayoría de las veces, sufre alguna enfermedad mental, algún trastorno o alteración mental (transitoria o permanente) diagnosticados o no.
La ausencia de figuras paternas, una infancia llena de abusos, intolerancia, un contexto de fanatismo religioso o psicopatologías no identificadas y por consiguiente no tratadas son, sin duda, factores que provocan el comportamiento criminal, pero también existen situaciones en que factores externos al entorno familiar son los detonantes, como el caso de Andy Williams que, tras su cumpleaños número 15, en marzo de 2001, abrió fuego en los baños de su escuela matando a dos de sus compañeros e hiriendo a otros 13. Su padre declaró que en los últimos meses se había rodeado de malas compañías, sufrió de abuso sexual por parte de esas personas y soportaba diversos atropellos por parte de sus compañeros de grupo. Fue sentenciado como adulto y actualmente cumple una pena de 50 años en prisión.
Charles “Andy” Williams en juicio. (AP Photos/Nancee E. Lewis)
Mientras que diversas entrevistas dejan claro que los padres jamás dejarán de amar a sus hijos a pesar de sus actos criminales, existen testimonios de primos o hermanos que se sienten incapaces de afrontar la situación e incluso han tratado de suicidarse. Para un familiar cercano existen dos opciones: la de huir y esconderse bajo el anonimato o la de fomentar la conciencia de que ellos no aniquilaron aquellas vidas y sufrieron, también, una pérdida. Pero lo usual es que los apellidos se conviertan en un obstáculo, que las amenazas e insultos los orillen a abandonar sus hogares y a llevar una vida inmersa en el miedo y la desconfianza, estigmatizados y sometidos a un severo ostracismo perpetrado incluso por otros de sus familiares. Se convierten entonces en chivos expiatorios por la impotencia y la venganza que no han logrado conseguir los familiares de las víctimas, sin ser tomados en cuenta como otros seres perjudicados a la par.
Nada puede reflejar lo anterior de manera tan magistral como We Need to Talk About Kevin, una emotiva e intensa novela de Lionel Shriver publicada en 2003 y convertida en película en 2011, protagonizada por Tilda Swinton y Ezra Miller. La historia inicia en la vida actual de Eva, la madre de Kevin, quien sufre el rechazo, la hostilidad y las agresiones de una sociedad perturbada por los asesinatos cometidos por su hijo dos años atrás, entre ellos el de su padre y su hermana menor.
Rebecca Lafferty supo a los 7 años sobre los asesinatos cometidos por su padre y su tío en 1984 gracias a los medios de comunicación. Aquello marcó a su familia de una manera terrible, pero su madre logró que ella y sus hermanos fueran conscientes de que ellos no eran culpables de esos fatídicos hechos, por lo que afrontaron a la sociedad de la mejor manera posible; una historia de vida que la escritora Angie Fenimore piensa publicar próximamente bajo el título The Sparrow’s Lens.
En 2013 se dio a conocer la historia de una familia rusa de clase media que asesinó a más de 30 personas, entre ellas 8 policías, mujeres y niños. La madre, el padre y sus dos hijas robaban, torturaban y asesinaban a sus víctimas. Uno de los registros más antiguos sobre familias asesinas data de 1870, cuando una supuesta familia también de 4 miembros que se hacían llamar The Bloody Benders, asesinaba y robaba a los viajeros hospedados en su posada. En las inmediaciones también se encontraron cadáveres de niños.
En Kansas se erigió una placa histórica donde estaban enterrados los cuerpos no reclamados de las víctimas de los Bloody Benders.
Una de las «familias» asesinas más conocidas es la Familia Manson. En marzo de 1967, tras ser liberado de una de sus múltiples sentencias y en una sociedad en plena revolución hippie, Charles Manson, bajo la máscara de mesías redentor y el papel de músico y profeta fatalista, decidió reclutar a varios jóvenes sin hogar, influenciables y emocionalmente inestables, para conformar una familia que, con los años, incluiría criminales y asesinos conviviendo en un ambiente de drogas, promiscuidad, enfermedades venéreas, embarazos no deseados y, en los últimos meses antes de ser arrestados, absoluta miseria. Empezaron su recorrido robando y estafando a una gran lista de víctimas que incluyó a personalidades del medio artístico como Dennis Wilson, baterista de The Beach Boys. Manson aseguraba que la canción Helter Skelter de The Beatles anunciaba una guerra racial incuestionable, e hizo todo de su parte para iniciarla. Por rencillas anteriores, en marzo de 1969 Manson ordenó a 4 de sus adeptos ir a una mansión específica en una zona residencial de Beverly Hills, California, para asaltar y matar a quienes encontraran dentro. Las víctimas fueron un estudiante de 18 años, Sharon Tate, esposa de Roman Polanski (quien estaba en Londres) de 26 años y con 8 meses de embarazo y tres de sus amigos. Tras largas investigaciones, los culpables fueron capturados y sentenciados 2 años después. Aquarios (2015), de NBC, es una serie basada en los crímenes de Manson y su familia.
Parte de la familia Manson
Sharon Tate y Roman Polanski el día de su boda
El documental francés Je suis amoureuse d’un condamné (In love with a killer, Pallas TV, 2013) trata otro tema sumamente delicado: las personas que se enamoran de presidiarios y que incluso mantienen relaciones sentimentales con ellos. Uno de los episodios está dedicado a James Whitehouse, pareja de Susan Atkin durante 25 años. Se conocieron mediante cartas cuando ella llevaba 13 años cumpliendo cadena perpetua por el asesinato de Sharon Tate. Misty es otra de las protagonistas, ella fue una de las numerosas parejas del asesino en serie Richi Ramírez, conocido como «The Night Stalker». A través de entrevistas y análisis de profesionales, se buscan las razones por las que estos criminales despiertan sentimientos positivos tan profundos mientras que la comunicación epistolar consolida las relaciones a distancia. El caso más actual es el de Afton Elain Burton, quien en 2014, a los 26 años, anunció su compromiso matrimonial con Manson, de 80.
Charles Manson y Afton Elaine Burton
Satanizados por la mayoría y reverenciados por pocos, por esos que van más allá de la premisa de De Quincey al «interesarse por la figura del asesino como si fuera la de otro ser humano común» e incluso procurarles cariño y afecto, los asesinos y homicidas no se vinculan únicamente con sus víctimas, sino con dos contextos familiares afectados de forma permanente y profunda, en los que el perdón y la compasión parecen inimaginables pero son, dirigidos en la dirección correcta, necesarios.~
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