Diversos
personajes históricos han dejado testimonio de su repudio hacia la venganza (Confucio,
Einstein, Séneca, Goethe…), pero
también han reflexionado sobre su origen para intentar comprenderla, pues es un
sentimiento natural en el hombre, uno de los más impulsivos y agudos. La
venganza busca justicia, sí, pero a través de un ajuste de cuentas en cuanto a
daños o lesiones. «No todo está perdido, la férrea voluntad, el estudio de la
venganza, el odio inmortal y el coraje nunca se rinden o se someten», en
palabras de John Milton.
La
venganza surge de un sentimiento elemental de defensa que pretende vindicar un
agravio o ultraje. Ha estado presente desde la mitología; incluso los griegos
tenían una diosa que representaba, entre otras cosas, la justicia retribuida y
el equilibrio: Némesis.
Perro de ataque (Ediciones B, 2017) es la primera novela
de Darío Zalapa (escritor mexicano, 1990), misma que desarrolló con la beca Jóvenes
Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes 2015 y que refleja una
incisiva crítica social.
El
libro, de más de trescientas páginas, está dividido en cuatro partes que a su
vez se dividen en varios capítulos cuyos títulos son astutos guiños
argumentales. Venganza, sexualidad, violencia y avaricia son las temáticas
principales sobre las que gira la trama de Perro
de ataque. Zalapa describe a la perfección la animalidad del ser humano a través
de sus personajes, y desencadena una serie de hechos y acciones tras la muerte
accidental de un asaltante en ciernes. Un tercer implicado incidental, Roque, un
espectador —convertido en víctima—, consciente de que su propia vida estará en juego,
decide cambiar la regla implícita de que aquellos que tienen las armas o los
contactos indicados son quienes ostentan el poder.
Lo
que alimenta su necesidad de revancha es la vindicación de todos los ultrajes y
horrores a los que ha sido expuesto; la venganza lo infecta desde entonces como
un virus y se esparce por todo su ser, es una enfermedad mortal instalada en él tras una dentellada —invisible pero sumamente dolorosa— a
su alma y orgullo, misma que lo anegará hasta desbordarse y contagiar a alguien
más, y que lo terminará convirtiendo en una máquina asesina perfeccionada. Se
transforma en un cazador de dos fieras específicas, añora su carne y su sangre colmadas de adrenalina como resultado del sufrimiento que deben pagar dos
por sus errores.
Roque,
un exoficinista ordinario, mantendrá sus heridas abiertas, tras sufrir un
desgarrador ataque y atestiguar otro, para recordarse lo que debe hacer, su actual arriesgada misión en la vida, y demostrará que, como lo afirma Balzac, «En la venganza el más débil es siempre más
feroz». A pesar de que su físico no representa una amenaza, en su mente
confluye lo necesario para volverlo un peligro real: odio fermentado, frustración
y remordimiento.
Si
bien la historia se desarrolla en Michoacán y su contexto histórico se ubica
dentro de la perenne «guerra» contra el narcotráfico durante el sexenio de
Felipe Calderón, la ciudad descrita tan puntual y crudamente por el autor en
realidad podría ser cualquier urbe en desarrollo donde imperen las obras en
construcción eternas y los suburbios en una constante expansión al igual que la
pobreza, la miseria, la violencia, la corrupción y las vejaciones. El autor deja
en evidencia que el crimen organizado y el gobierno, al igual que el resto de
la población perjudicada por ambos, «se llevan por el instinto y la
supervivencia».
La
ciudad de Perro de ataque es descrita
fiel y detalladamente: engulle sin detenerse, es un agujero negro que se va
tragando todo a su paso y que lo regurgita a diario sólo para volver a
engullirlo, es una madre sádica, un guardián desquiciado. Es un ente del que
hay que cuidarse y protegerse a la par que de sus habitantes. Ésta es una bestia
más, o La bestia. Zalapa conoce a la perfección tanto su esencia como su cuerpo.
Es una localidad que se expande sin cesar al igual que sus habitantes se reproducen, comportándose
todo como un cáncer o una afección que lucha con ansia por devorarlo todo, incluso
a sí mismo. «Porque así es la ciudad, o esa ciudad: ordena, grita,
patea. Comprime. Muerde».
En
toda la novela, a través de un estilo narrativo indirecto libre y una adjetivación contundente, Zalapa animaliza lo mismo sitios que personajes, comportamientos y
objetos, como el Jetta del periodista Quintana, que cambia de características —pero que
mantienen la oscuridad y el sentimentalismo— cada que es mencionado en la
historia: se presenta lo mismo como un osezno que como una araña o un murciélago.
Los adjetivos, contundentes y poderosos, dejan en segundo
plano a los sustantivos. Zalapa adjetiva, califica: le otorga cierta condición y naturaleza a lo que describe, impregna de peculiaridades a su narración. Lo mismo describe, con
acierto, el ambiente y los habitantes de una casa de seguridad que el de un
club privado con gente de la «alta sociedad»; representa la mentalidad
avariciosa de un alto empresario (el Ingeniero), de un joven sicario o de un —aún
más joven— narcomenudista. Lo que mueve a todos sus personajes es la ambición y
el egoísmo, querer acapararlo todo a manos llenas aunque aquello que se desea derive irremediablemente en la ruina, pues siempre habrá alguien detrás o a la
sombra, acechando para poder arrebatarlo en la primera oportunidad.
El
periodismo —y los terrores a los que se exponen quienes ejercen esta profesión:
escarmientos, asesinatos, secuestros—, el área de redacción de un periódico y
la vida nocturna «clandestina» son otras tres esferas cuyos mundos internos,
actividades y peculiaridades son narrados a la
perfección. El Ingeniero es el dueño de la mayor parte de la ciudad y sus
habitantes, forma parte de un linaje que sólo sabe exigir lo que requiere de
los demás y ordenar. Quintana es un periodista veterano en decadencia y
Conchita, Mario y Joel son algunas de las astutas marionetas —unas más que otras— a cargo del
periódico.
En
situaciones estratégicas, todos —o la mayoría de— los personajes tienen alguna
característica, movimiento, respuesta, acción o particularidad que los asemeja
a un can: «En esa ocasión no precisaba la fuga como una capricho o un lujo,
sino como una necesidad, una sanación: lamerse la herida y decirse que todo
estará bien, que el dolor desaparecerá pronto, que peores mordidas ha soportado
sin echarse a llorar ni esconder la cola entre sus patas». Las experiencias
transforman la mentalidad, y las acciones configuran negativamente el presente
y el futuro, involucrando a todo el que esté cerca.
Los
jóvenes sicarios son representados aquí como proyectiles suicidas que van tras su
objetivo sin chistar. Son carne de cañón fresca, esbirros que venden sus miserables almas a cambio de la fugacidad de una «buena» vida. Precisamente Zalapa dedicó esta novela a los inaceptables daños colaterales, a «…la carne de cañón en una guerra que sólo reporta bajas y que parece no tener un fin próximo, ni un vencedor». Perro de ataque refleja la realidad, analiza y critica
el sexenio pasado que en realidad podría ser también el actual, los
anteriores y los futuros, pues examina los horrores que se han vuelto cotidianos
para la sociedad mexicana.
Para concluir, transcribo algunas de mis
frases favoritas de la novela:
«A tu espalda
sólo el viento nocturno arrastrando los desperdicios del día, la mierda de una
ciudad lo bastante sinvergüenza como para procrear bastardos como tú.» p. 10-11
«Alcanzaste a
estudiar la muerte, a presenciarla por primera vez. Entonces no sabías que
sería para ti más una motivación que un miedo.» p. 13
«Proyectiles, al
igual que tú, arrojados al mundo como groserías inacabadas de pronunciar.»
Ibídem
«Quebrarte a
alguien sin querer merece, cuando menos, que te desquites un poco, que le
demuestres al cadáver que fue su culpa, no tuya.» p. 30
«La ciudad:
animal invertebrado, nudo de entrañas indistintas, que engulle a su presa de un
bocado y sin mascarla, dejando que sean sus ácidos gástricos los que la disuelvan.»
152
«Esa ciudad:
letargo engañoso y patológico de un malestar indefinido que nadie atiende,
sopor febril, los últimos segundos de un sueño incómodo que se olvida al
despertar.» Ibídem
«El metro y
medio que los separaba era un millón de años luz de lejanía, el espacio que siempre existe entre dos entes que no debían encontrarse.» p. 202