viernes, 8 de marzo de 2013

La Celestina – Fernando de Rojas




René Descartes afirmó que «Leer buenos libros es como conversar con las mejores mentes del pasado», y no pudo expresarse mejor en cuanto a los clásicos.

La Celestina es una popular obra atribuida a Fernando de Rojas (dramaturgo español, ca. 1470-1541), cuyo título original fue Comedia de Calisto y Melibea (compuesta por 16 actos), de la que pocos años después surgió otra versión titulada Tragicomedia de Calisto y Melibea (compuesta por 21 actos). Es una obra híbrida y de transición entre la Edad Media y el Renacimiento publicada durante el último año del siglo XV y que, gracias a sus aciertos estéticos, al carácter psicológico de sus personajes y a su originalidad, constituye una de las bases sobre las que se estableció el nacimiento de la novela y el teatro dentro de la literatura clásica española. Compara y confronta muy hábilmente idealismo y egoísmo, sabiduría y locura y mesura y procacidad en el mismo registro lingüístico de la época.

En el agitado y feroz contexto histórico de esta obra, el de un país en plena transición hacia el Renacimiento en el que el humanismo se abría paso tras la publicación de la primera Gramática castellana, destaca la unificación de la península ibérica y la imposición del cristianismo, lo que culminó con la Inquisición (de la que fue víctima, entre tantas otras, la propia familia de De Rojas).

Tres son los personajes protagónicos: Celestina, una mujer mayor, hedonista consumada, usurera lujuriosa y codiciosa que goza del poder de convencimiento que ha adquirido a través de la experiencia de los muchos años ejerciendo su oficio. El segundo es Melibea: una sumisa doncella, hermosa y joven, que pertenece a una familia acaudalada y poderosa, que ignora los placeres corporales y los sentimientos amorosos. El tercero es Calisto: un atractivo, egocéntrico y desenfrenado joven de buena posición social acostumbrado a saciar cualquier capricho y a obtener siempre, a cualquier costo, lo que desea.

Calisto, después de un encuentro inesperado con Melibea, no logra olvidarla y anhela tener un idilio con ella, pues ha nacido en él el vigoroso y lacerante sentimiento del amor: «Si tú sintieses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga que la cruel flecha de Cupido me ha causado… esta mi pena y fluctuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, carece de consejo…». Bajo esta desesperación, ignorada al parecer por Melibea, Calisto contrata los servicios de Celestina, quien hará todo lo posible para que Melibea tenga un encuentro íntimo con Calisto. Aunque en la obra no se habla explícitamente de que exista un impedimento para que puedan estar juntos, los padres de Melibea han planeado ya quién será su esposo, según algunas conveniencias sociales y económicas para la familia.

Finalmente, tras algunas visitas y regalos de Celestina a Melibea, quien en un principio se muestra renuente a la petición de conocer a Calisto, accede a las peticiones de Celestina y consiente una cita con Calisto. La sensualidad despierta en ella mediante las palabras fuertes pero dulces de Celestina, quien rompe con el yugo moral que la tenía oprimida. Melibea descubre entonces su naturaleza femenina y se sabe ya responsable de su destino. Surge en ella el sentimiento de un amor intenso y una sexualidad opresora que la doblega: «¡Oh género femíneo, encogido y frágil! ¿Por qué no fue también a las hembras concedido poder descubrir su congojoso y ardiente amor, como a los varones? Que ni Calisto viviera quejoso, ni yo penada». Melibea cobra consciencia de las sensaciones de su cuerpo, de su naturaleza femenina y su derecho a la libertad, por lo que decide revelarse y descubrir ese vetado placer. Ahora desea no volver a sentir el yugo de la prohibición de su autonomía.

La fortaleza que le da este sentimiento liberador a Melibea, así como la entrega, la gloria y el placer, son lo que engrandecen al personaje, dándole un toque demasiado humano y que la conduce hacia la inminente tragedia: aquel primer encuentro accidental con Calisto será la ruina de ambos y de muchos más.

Las presiones sobre Melibea son muy fuertes: una sociedad moralista, un amor inconstante y secreto, la amenaza del pecado, el destino ignoto, el azar hostil, la mentira y el engaño. A pesar de lo anterior, es consciente de su madurez y responsabilidad, y consuma sus propios deseos conociendo sus posibles y atroces consecuencias, pues sabe que incurre en una falta muy grave hacia sus padres. El placer se convierte entonces en su dicha y su perdición, la pasión la vuelve más sagaz y le abre la mente a aquella posibilidad que le habían ocultado: el sentimiento perturbador del amor, mismo que Celestina le anticipa y describe de manera acertada y predictiva a Melibea a través de varios oxímoron como «...un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte».

A través de la tragicomedia, el personaje de Melibea se transforma de manera inusual, se vuelve valerosa, independiente y destila sensualidad, mientras muestra tres marcadas identidades paulatinas: la de guardada doncella, la de amante placentera y la de la suicida decidida; cambios coherentes con el crecimiento psicológico de su personaje, bien fundamentados y decisivos en su transformación e incluso propiciados por ella misma. La voluptuosidad y el arrebato se unen para iniciar un vuelo raudo y definitivo con un trayecto inalterable.

Calisto y Melibea viven sólo el presente, gozan noches de deleite y se preocupan únicamente por ver llegar la hora en que sus cuerpos se reúnan de nuevo en la oscuridad cómplice de la noche. Al igual que ellos, todos los personajes coinciden en la atracción sexual y el goce de los cuerpos jóvenes y hermosos, pues se saben dentro de un tiempo de vida fugaz y tienen una interacción bastante estrecha con la muerte. Les importa vivir el presente, ya que el destino es desconocido y lo mismo podría ser glorioso que nefasto. Por ello rechazan los conceptos tradicionales de moral y crean su propio código, en el que todo vale para obtener placeres y beneficios propios, lo que alude a la famosa premisa Live fast, die young and have a good-looking corpse! popularizada por la película norteamericana de 1949 Knock On Any Door.

Tras la repentina muerte de Calisto, Melibea opta por quitarse la vida para no seguir formando parte de este juego cruel del destino. Comprende ahora que los seres humanos sólo pueden gozar momentáneamente de la vida y rechaza la suya sin éste. Fiel a sí misma, decide seguir a su amado a través de la fatal transición hacia lo desconocido. Camus explicaría la elección de la muerte no como una evasión, sino como una declaración: «Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende. (…) Es solamente confesar que eso ‘no merece la pena’».

La sensualidad de Melibea y su entrega (física y psicológica) son algo inusual en las mujeres de la literatura española de la época, y en las últimas páginas de la obra, Pleberio, su padre, culpa precisamente al amor por la pérdida de su hija: «¿Quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza del amor? (…) ¡Oh amor, amor! ¡Que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos! (…) Dulce nombre te dieron, amargos hechos haces. Alegra tu sonido, entristece tu trato. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas». Algunos siglos después, Bécquer se referiría a este sentimiento de manera muy similar: «El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable; todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo».

En ese mismo monólogo filosófico, Pleberio reprende a la vida, al amor y al sino, pues ejercen un poder definitivo sobre los indefensos humanos, haciendo de ellos lo que les plazca. Se pregunta el porqué de la vida, e incluso si la única finalidad del hombre es nacer para sufrir y morir, pues incluso las alegrías pasajeras no compensan el inmenso dolor de ver partir a los seres amados ni a la muerte propia. Mediante el pensamiento de que todo lo que es creado tiene que llegar a su fin, aterriza en la afirmación de que la única verdad es que el mundo está desorganizado por completo y que la vida conlleva un inmenso dolor innecesario. Este monólogo recrea el sentimiento del hombre desde tiempos remotos de desconocer el significado de la vida, angustiándose ante el desasosiego y la incertidumbre tanto del futuro como de lo irracional de la propia existencia. 


Existe en la obra un fundamento ideológico muy grande, pues en ella se indagan desde los prejuicios sociales, la indiferencia y el individualismo humano, hasta el breve tiempo de vida que es otorgado a las personas, la fatalidad de la que todos son presa y la eterna duda sobre la existencia de un destino ya predicho o escrito. Como bien lo ha dicho el filósofo francés cuya cita sobre los libros clásicos fue usada para iniciar este texto, «Sería absurdo que nosotros, que somos finitos, tratásemos de determinar las cosas infinitas».

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