"Furor impius", un cuento de _Tristes sombras_ para la revista Cultura Yucatán.
Este cuento fue publicado originalmente en el libro Tristes sombras (Paraíso Perdido, 2021).
No se atrevió a ver y tocar su sexo sino hasta los doce años. En su hogar la desnudez era, junto con la blasfemia, lo más condenado. Su madre le enseñó, al igual que a Guadalupe, su hermana mayor, a bañarse siempre con un camisón blanco, y cuando se duchó por primera vez sin ropa y miró su sexo, creyó que estaba enferma o deforme. ¿Cómo podía estar sana esa carne suave y violácea? ¿Por qué estaba tan prohibido siquiera verla? Llamó a su hermana y se la mostró. Guadalupe la miró unos segundos para después voltear la cara y pedirle que se cubriera y saliera del baño rápido. Sí, eso era normal. Sí, así era ser mujer.
Descubrió que aquello no sólo se veía extraño, también se sentía diferente. Tras tocarse por fuera, sus manos siguieron un curso natural que la llevó a rozar un punto desconocido y emitir sonidos espontáneos; apareció el placer, un deleite que la acompañó desde entonces y que evolucionó junto con ella hasta convertirse en una criatura alimentada de sustancias adictivas liberadas en cada orgasmo, un endriago seductor y dominante, una sombra que la cubría por completo y dirigía su vida.
Tenía tiempo observando al hijo del jardinero, un joven fornido que visitaba tres veces a la semana su amplia casona en el pueblo de Tacubaya para ayudar en lo que hiciera falta. Aprovechó una mañana en la que su madre y su hermana salieron al mercado de la colonia Guerrero. Su padre, como de costumbre, estaba desde temprano supervisando el movimiento en su establo a las afueras de la ciudad. (Continuar leyendo en Cultura Yucatán...)