Reseña
personal: La
náusea
de
Jean-Paul
Sartre (filósofo, escritor y activista político francés, 1905
-1980) es la primer novela filosófica del autor, publicada en 1938,
siete años después de haber sido terminada, tras el correspondiente
trabajo de edición. Fue escrita cuando se formaba como filósofo en
Alemania, siendo educando de Husserl y la escuela fenomenológica
(que busca renovar la filosofía para volverla una ciencia exacta y
un proyecto comunal); y también estudioso de Heidegger.
El
libro está escrito en primera persona y a manera de diario íntimo,
en ocasiones un poco discontinuo, pues mientras tiene entradas
puntuales que llegan a ser tan específicas que llevan la diferencia
de hora anotada dentro del mismo día y detalla cada pensamiento y movimiento que realiza; en ocasiones pasan días en que no hay
inscripciones o sólo escribe una línea. El diario pertenece al
protagonista, un historiador cuyo nombre es Antoine Roquentin y la
narración se desarrolla en una pequeña ciudad llamada Bouville
(que en muchos textos aparece como inexistente, pero actualmente hay
una comuna francesa, en Cantón Pavilly, con el mismo nombre y muy
pocos habitantes), a donde decide ir para poder leer todos los
documentos e información que tiene la Biblioteca pública sobre el
personaje en el que está trabajando: Monsieur Rollebon (aristócrata
del S. XVIII). Dos personajes principales que entablan interesantes
diálogos con él y cuyos comentarios en ocasiones resultan muy
profundos, son Anny (una ex novia) y un Autodidacta (mayúsculas de
Sartre), que conoce precisamente en la Biblioteca pública, tras
varios días de encontrarlo en el sitio.
La
existencia monótona y el tedio habían hecho presa de la vida de
Anotine: “Cuando
uno vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y
sale, eso es todo. Nunca hay comienzos. Los días se añaden sin ton
ni són, es una suma interminable y monótona (...) Tampoco hay fin:
nunca nos abandonamos de una vez a una mujer, a un amigo, a una
ciudad. Y además, todo se parece: Shangai, Moscú, Argel, al cabo de
quince días son iguales.”
Y todo le parecía tan asqueroso y ruin, tan común y vulgar que lo
único que podía sentir realmente era esa fuerte náusea que lo
mareaba y a veces lo dejaba fuera de sí... “Tengo
ganas de vomitar, y de pronto ahí está: la Náusea.”
La
desazón por la existencia y lo absurdo de esta lo lleva a profundas
especulaciones y cavilaciones que se entretejen a lo largo de toda la
novela, creando así un compendio ideológico sobre la existencia del
ser humano y su finalidad, dejando preguntas abiertas pero otorgando
también juicios trascendentales (principalmente en las últimas
páginas), para que cada quien busque las respuestas en su interior.
Como era de esperarse, trabaja también un dilema con el lenguaje y sus límites, ya que para él, los nombres
delimitan a las cosas y absorben su esencia, dejándolas secas. Es
por completo alusivo al 'primer' Heidegger y su insuficiencia del
lenguaje, y en cuanto a Husserl, retoma su pensamiento de que las
ideas y experiencias son precedentes al lenguaje e incluso se llevan
a cabo en un nivel diferente, un nivel interno, personal: “Las
cosas se han desembarazado de sus nombres. Están ahí, grotescas,
obstinadas, gigantes, y parece imbécil llamarlas banquetas o decir
cualquier cosa de ellas: estoy en medio de las Cosas, las
innominables.”
En cuanto al título, 'La Náusea' es ese sentimiento de desazón y crudeza que queda al
despojar al mundo del lenguaje.
Esta es una
de las entradas en el diario que sólo consta de una frase, corta pero contundente:
Miércoles.
No
hay que tener miedo.
¿No
hay que tener miedo de la existencia, de estar, de ser? Quizá. El
final se acerca al poco tiempo de que Roquentin se marche a París, a
un lugar tan magnífico como su descubrimiento sobre la salvación de la existencia.
Tras
años de querer leer este libro por el fundamento existencialista que lo conforma, pude satisfacer mi curiosidad y entrar en un cosmos de incertidumbres y pensamientos metafísicos en los que finalmente encontré resoluciones satisfactorias. Por cierto, pensé que sería una novela “tradicional”, me llevé una sorpresa al ver que
no era así, pues su fundamento filosófico le da un toque muy
particular: el de razonamiento de la existencia y la creación de la
consciencia sobre uno mismo. (La leí sin previas lecturas de reseñas o ensayos sobre la obra).
Otro
dato imprescindible del autor: a pesar de haber sido acreedor del
Premio Nobel de Literatura en 1964, lo rechazó por meras cuestiones
personales, como estar en contra del sistema educativo usual y abogar
porque el desarrollo del ser humano fuera personal e individual y
estuviera en contacto directo con la cultura y el conocimiento, sin
intermediarios restrictivos (académicos), y es muy factible que esa
idea de Sartre halla germinado y encontrado una personificación en el Autodidacta de su citada novela.
Finalmente,
la selección de frases
es un poco grande (porque la ocasión lo amerita):
“También
ellos necesitan ser muchos para existir.” P. 21
“Ya
no puedo recibir de estas soledades trágicas nada más que un poco
de pureza vacía.” P. 50
“Mis
recuerdos son como las monedas en la bolsa del diablo: cuando un la
abre, sólo encuentra hojas secas.” P. 56
“Pero
ya no veo nada; es inútil que hurgue en el pasado, sólo saco restos
de imágenes y no sé muy bien lo que representan, ni si son
recuerdos o ficciones.” P. 57
“(...)
sueño basándome en palabras, eso es todo.” P. 57
“Construyo
mis recuerdos con el presente. Estoy desechado, abandonado en el
presente. En vano trato de alcanzar el pasado; no puedo escaparme.”
P. 58
“Las
aventuras están en los libros. Y naturalmente, todo lo que se cuenta
en los libros puede suceder de veras, pero no de la misma manera. Era
esa manera de suceder lo que me interesaba tanto.” P. 63
“He
pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierta en
aventura, es necesario y suficiente contarlo.
Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador
de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a
través de ellas todo lo que le sucede; y trata de vivir su vida como
si la contara.” P. 66
“Por
el momento, quería vivir con el mínimo de gasto, economizar gestos,
palabras, pensamientos, hacer la plancha: tenía todo un sólo día
para borrar las arrugas, las patas de gallo, los pliegues amargos que
deja el trabajo de la semana.” P. 84
“(...)
hacia rendir el máximo al tiempo. En la época en que ella estaba en
Djibuti y yo en Adén, cuando iba a verla por veinticuatro horas se
ingeniaba para multiplicar los malentendidos entre nosotros, hasta
que sólo quedaba exactamente sesenta minutos antes de mi partida:
sesenta minutos, justo el tiempo necesario para sentir el transcurso
de los segundos, uno por uno.” P. 91
“Nadie
se mete el pasado en el bolsillo; hay que tener una casa para
acomodarlo.” P. 102
“M.
Achille es simplemente un caso posible de reducir con facilidad a
unas cuantas nociones comunes.” P. 105
“-¡Señor,
ah, señor! Bueno, ahí va: ¿me haría usted el honor de almorzar
conmigo el miércoles?
-Con
mucho gusto.
Tenía
tantas ganas de almorzar con él como de ahorcarme.” P. 116
“De
modo que los objetos (libros) sirven por lo menos para fijar límites
verosímiles.” P. 118
“Pero
su juicio me traspasaba como una espada y ponía en duda hasta mi
derecho de existir. Y era verdad, siempre lo había sabido: yo no
tenía derecho a existir. Había aparecido por casualidad, existía
como una piedra, como una planta, como un microbio.” P. 128
“(...)
un derecho es la otra cara de un deber.” P. 129
“(...)
estaba harto de esas reflexiones sobre el pasado, sobre el presente,
sobre el mundo. Sólo pedía una cosa: que me dejaran acabar
tranquilamente mi libro.” P. 144
“(...)
si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los
pensamientos son lo más insulso que hay.” P. 149
“¡Si
pudiera dejar d pensar! Intento, lo consigo: me parece que la cabeza
se me llena de humo... y vuelve a empezar: “Humo... no pensar... No
quiero pensar. No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un
pensamiento”. ¿Entonces no se acabará nunca?” P. 150
“Yo
soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque
pienso... y no puedo dejar de pensar.” P. 150
“-¿Lo
leyó ya en alguna parte?
-Por
supuesto que no.
-¿De
veras, nunca, en ninguna parte? Entonces, señor -dice,
entristecido-, no es verdad. Si fuera verdad, alguien lo hubiera
pensado ya.” P. 163
“La
misantropía también tiene su lugar en este concierto: es una
disonancia necesaria para la armonía total.” P. 176
“Tengo
ganas de vomitar, y de pronto ahí está: la Náusea.” P. 181
“Entonces
¿esto, esta enceguecedora evidencia es la Náusea? ¡Si habré
escrito! Ahora sé: existo – el mundo existe – y sé que el mundo
existe. Eso es todo.” P. 181-182
“Las
cosas se han desembarazado de sus nombres. Están ahí, grotescas,
obstinadas, gigantes, y parece imbécil llamarlas banquetas o decir
cualquier cosa de ellas: estoy en medio de las Cosas, las
innominables.” P. 186
“(...)
el mundo de las explicaciones y razones no es el de la existencia.”
P. 191
“(...)
la vista es una invención abstracta, una idea limpia, simplificada,
una idea de hombre.” P. 193
“Lo
esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la
existencia no es la necesidad. (...) Pero ningún ser necesario puede
explicar la existencia; la contingencia no es una máscara, una
apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, es consecuencia la
gratitud perfecta. Todo es gratuito: este jardín, esta ciudad, yo
mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y
todo empieza a a flotar, como la otra noche en el Rendez-vous
des cheminots;
eso es la Náusea (...)” P. 194
“La
existencia no es algo que se deja pensar de lejos: es preciso que nos
invada bruscamente, que se detenga sobre nosotros, que pese sobre
nuestro corazón como una gran bestia inmóvil; si no, no hay
absolutamente nada.” P. 195
““¿Pero
por qué, pensaba yo, por qué tantas existencias, si todas se
parecen?” ¿A santo de qué tantos árboles todos parecidos, tantas
existencias frustradas y obstinadamente recomenzadas y de nuevo
frustradas, como los torpes esfuerzos de un insecto caído de
espaldas? (Yo era uno de esos esfuerzos.) Esa abundancia no hacía el
efecto de generosidad, al contrario. Era lúgubre, miserable, trabada
por sí misma. Esos árboles, esos grandes cuerpos desmañados,.. Me
eché a reír porque pensé de golpe en las primaveras formidables
que se describen en los libros, llenas de crujidos, estallidos,
eclosiones gigantescas. Había imbéciles que venían a hablar de
voluntad de poder y lucha por la vida. ¿No habían mirado nunca un
animal o un árbol? Hubieran querido hacerme tomar ese plátano con
sus placas de peladera, esa encina medio podrida, por fuerzas jóvenes
y ásperas que brotaban hacia el cielo. ¿Debería representármela
como una garra voraz que rompiese la tierra para arrancarle su
sustento?” P. 196-197
“Todo
lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por
casualidad.” P. 197
“Necesito
que existas y que no cambies.” P. 203
“(...)
no cambia de expresión, cambia de rostro, como los actores antiguos
cambiaban de máscara; de golpe. Y cada una de estas máscaras está
destinada a crear la atmósfera, a dar el tono de lo que seguirá.”
P. 212
“-(...)
Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita
energía, una generosidad, una ceguera... Hasta hay un momento, al
principio mismo, en que es preciso saltar un precipicio; si uno
reflexiona, no lo hace. Sé que nunca más saltaré.” P. 213
“¡Qué
error” Sí, realmente pensaba que existía “el Odio”, que venía
a posarse en la gente y a elevarla sobre sí misma. Naturalmente,
sólo existo yo, yo que odio, yo que amo.” P. 220
“(...)
en la biblioteca ciertos volúmenes están marcados con una cruz
roja; es el Infierno: obras de Gide, de Diderot, de Baudelaire,
tratados de medicina.” P. 238
“Hasta
podría constituir un apólogo: era una vez un pobre tipo que se
había equivocado de mundo.” P. 255
“Canta.
Dos que se han salvado: el judío y la negra. Salvado. Quizá hasta
el fin, se hayan reído perdidos, ahogados en la existencia. Y sin
embargo, nadie podría pensar en mí como yo pienso en ellos, con
esta dulzura. Nadie, ni siquiera Anny. Para mí son un poco muertos,
un poco como héroes de novela; se han lavado del pecado de existir.
No por completo, claro, pero tanto como puede hacerlo un hombre.”
P. 258
“La
negra canta. ¿Entonces es posible justificar la propia existencia?
¿Un poquito? Me siento extraordinariamente intimidado.” P. 258
“(...)
un existente jamás puede justificar la existencia de otro
existente.” P. 259
“(...)
algo que no existiera, que estuviera por encima de la existencia. Por
ejemplo, una historia que no pueda suceder, una aventura. Tendría
que ser bella y dura como el acero, y que avergonzara a la gente de
su existencia.” P. 259
“Un
libro. Una novela. Y la gente leería esa novela y diría: la
escribió Antoine Roquentin, era un individuo pelirrojo que se
arrastraba por los cafés; y pensarían en mí vida como yo pienso en
la de esa negra: como en algo precioso y semilegendario. Un libro.
Naturalmente, al principio sólo sería un trabajo aburrido y
fatigoso; no me impediría existir ni sentir que existo. Pero
llegaría un momento en que el libro estaría escrito, estaría
detrás de mí y pienso que un poco de su claridad caería sobre mi
pasado. Entonces quizá pudiera, a través de él, recordar mi vida
sin repugnancia. Quizá un día, pensando precisamente en esta hora,
en esta hora lúgubre en que espero, con la espalda agobiada, que
llegue el momento de subir al tren, quizá sienta que el corazón me
late más rápidamente, y me diga: fue aquél día, aquella hora
cuando comenzó todo. Y llegaré – en el pasado, sólo en el pasado
– a aceptarme.” P. 259
Y
si se preguntan, como yo, de qué 'negra' habla, aquí está la
respuesta: el estribillo al que hace mención en varias ocasiones a
través de la novela (inclusive en la penúltima página), pertenece
a la canción “Some of these days” entonada por Ethel Waters:
Some
of these days
You'll
miss me honey