jueves, 27 de noviembre de 2014

SEMANARIO - El hombre que fue lunes



SEMANARIO es una feria de arte, un evento que reúne múltiples disciplinas 
y una ocasión para comunicar lo que el talento tapatío quiere expresar. 
Es una oportunidad para hacer visibles las propuestas de ilustradores, 
diseñadores gráficos, fotógrafos, narradores y artistas audiovisuales. 
Es, sobre todo, el verter una reflexión personal sobre el tiempo, 
la intimidad y sus vivencias utilizando las experiencias del día a día.

A SEMANARIO Feria de Arte Joven la componen tres escenarios: 
una galería, los muros de Guadalajara y el espacio público.

Durante un mes, a partir del seis de Noviembre, el Laboratorio de Arte Jorge Martínez 
será la sede donde se exhibirán 35 piezas. Cinco disciplinas aportarán la visión
 de los participantes sobre cada uno de los siete días que conforman la semana.
 Las obras expuestas reúnen diálogos y conversaciones, plasman sentimientos,
 ideas, recurrencias, motivos, obsesiones en torno a la experiencia de lo cotidiano.

Siete muros de la ciudad y el corredor cultural de Av. Chapultepec constituyen
 los otros dos escenarios. Los murales plasmarán, también una serie de reflexiones 
personales sobre la semana y sus días. 
El espacio público mostrará una serie de imágenes que sintetizan la vivencia de la exhibición.

TEASER SEMANARIO




El 6 de noviembre del año en curso se inauguró en Guadalajara la exposición interdisciplinaria "Semanario", en la que tengo el placer de participar con un texto inédito, "El hombre que fue lunes" (texto transcrito en la parte inferior). El fragmento que describe este proyecto hace referencia al talento  tapatío, del que formo parte porque viví casi dos décadas de mi existencia en dicha ciudad.

Una de las peculiaridades de este proyecto es que reúne, entre otros, a diseñadores, fotógrafos, ilustradores y narradores que enfocaron en conjunto sus creaciones al día que les fue asignado, en mi caso el lunes. 

Pueden visitar la exposición y adquirir postales y los cuentos cortos referentes a cada día de la semana hasta el 12 de diciembre. Semanario es su página de Facebook, donde encontrarán varias fotografías de la inauguración y diversas publicaciones con referencias artísticas.








El hombre que fue lunes

El lunes era el día preciso para salir, confirmar que el mundo seguía ahí  y reafirmar su postura con la realidad: los seres humanos seguían siendo tan detestables como los recordaba; siempre mirando, siempre entrometiéndose, hablando de cosas sin sentido y de sus insignificantes vidas.

Esperaba religiosa y pacientemente el primer minuto de cada inicio de semana, pues era el único momento en que su vida parecía tener un propósito real. El agua escasa en sus manos y rostro traía de vuelta cierto sentimiento de satisfacción ya casi olvidado, pasar el peine de pocos dientes sobre sus grasosos cabellos y calzar las botas rescatadas de un terreno baldío eran lo necesario para mostrar su rostro de nuevo.

Hacía años que acataba este comportamiento y la vida se había convertido en una rutina que había adoptado incluso sus mínimos esfuerzos por cambiarla. Ahora lo único anclado a su memoria era el día exacto en que decidió marcharse, renegar (o abrazar) su existencia y venerar a su don del engaño, su don de la mentira. Fue un lunes en que debía huir de la realidad para no dar cabida al terror, para permanecer en su área de confort; huyó del sentimiento de pertenencia para ser dominado por la eterna paranoia, para idolatrar al delirio.

Ahora la vida parecía repetirse por ciclos pero lo que en realidad pasaba era una sucesión lineal de tiempo que repetía nombres según los segmentos avanzados, los días. Y decidió anclarse en uno, el primero. Cada minuto transcurrido de estos segmentos se llevaba a la persona que había sido hacia un instante, las horas lo renovaban, pero durante los siguientes seis días ellas mismas se encargaban de destrozar todo avance, por lo que su convicción se volvía cada vez más delgada, hasta que desaparecía.

No recordaba nada más. Anular su pasado ante el horror de recordar una realidad menos dolorosa a la presente resultaba lo más adecuado. Pensar el instante como lo único verdadero en su existencia, a la vida como algo transitorio y al sufrimiento como una necesidad, lo mantenía expectante.

Sabía que pudo evitar la catástrofe pero no lo hizo. Al contrario, provocarla una y otra vez ante sus ojos cerrados gracias a su imaginación, que crecía como una bola de estambre alimentada de cobardía, era otro de sus pocos placeres.

El hombre que siempre fue lunes realmente no ha vivido en ningún otro día, su biografía está formada únicamente por una consecución de inicios prometedores que devienen en las mismas calamidades que está habituado a experimentar, a ese regreso al anonimato y a la sombra, a una vida ignorada incluso por él mismo. Pero esta vez (como muchas otras veces se ha dicho a sí mismo), es una nueva oportunidad para comenzar.

Hoy se ha dado cuenta de lo cretino que ha sido. Este lunes ha decidido que es su última oportunidad. Por impulso sale del callejón donde durmió, obedeciendo los latidos de su corazón, de ese órgano vital que toda su vida le había indicado que deseaba escapar de un tórax igual de exánime que él. Subió al puente peatonal que tan bien conocía y respiro profundo.

Ver por dos segundos su entorno desde una perspectiva completamente diferente fue su despedida. No tuvo tiempo suficiente para escuchar el estruendo tras su caída y lo que cambió en otras vidas aquel lunes, gracias a su partida.




sábado, 22 de noviembre de 2014

Irreverencias maravillosas: De angustias y creaciones

Mano de La Pianista


El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, está dedicado a los autómatas, mecanismos increíbles creados por el ser humano para realizar tareas específicas y diversas.

Pueden leerlo, directamente en la revista, en este enlace, y pueden ver a los 7 autómatas antiguos más extraños aquí.


De angustias y creaciones


No tengo miedo de los robots. Tengo miedo de la gente.
Ray Bradbury


Los autómatas (del latín automăta, derivado del adjetivo griego autómatos, que se mueve por sí mismo) son creaciones que han existido desde la prehistoria, desde la cultura del antiguo Egipto o el periodo helenístico hasta la actualidad, y sus usos han variado entre lo didáctico, lo religioso o la imitación de diferentes acciones humanas.

Han aparecido en la literatura en obras como El Satiricón (s. I), “El jugador de ajedrez de Maelzel” (1836) de Edgar Allan Poe, El Maestro Zacarías (1875) de Julio Verne o Los Robots Universales de Rossum (1920) de Karel Čapek, obra en la que también aparece la palabra “robot” por primera vez –actualmente, ambos términos se pueden usar por igual–.






“El jugador de ajedrez de Maelzel” es un ensayo en el que Poe trata de explicar el funcionamiento de un supuesto autómata llamado El Turco, fabricado en 1769 por el escritor e inventor Wolfgang von Kempelen y que representaba a una persona sentada ante un tablero de ajedrez sobre una cabina de madera que escondía el aparente mecanismo del autómata, cuando en realidad era el lugar donde se ocultaba algún jugador notable de ajedrez. Este supuesto genio ajedrecista también es mencionado en La máquina de pensar y otros diálogos literarios (1998), una compilación de ensayos de Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges.

El escritor Isaac Asimov (1920-1992), uno de los autores más reconocidos de ciencia ficción escribió, en 1942, las tres leyes de la robótica dentro de su cuento “Runaround”:
  1. Ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano resulte dañado.
  2. Todo robot obedecerá las órdenes recibidas de los seres humanos, excepto cuando esas órdenes puedan entrar en contradicción con la primera ley.
  3. Todo robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando esta protección no entre en contradicción con la primera o la segunda ley.

Estos preceptos son un tipo de código registrado en la memoria de los robots creados en su literatura, usadas o mencionadas en diversas ocasiones por otros autores (principalmente de ciencia ficción) y son una especie de invocación protectora para sus creadores, los seres humanos.

El hombre, siempre temeroso de afrontar a la divinidad, no quiere equipararse con la “potencia creadora” al engendrar este tipo de mecanismos, pues podrían cobrar conciencia de su poder. El escritor Gustav Meyrink (1868-1932), a través de su emblemática novela El Golem (1915), demuestra cómo una gran figura humana de arcilla, un autómata (en el sentido de quien actúa de forma maquinal, condicionada), fue creada para defender a su creador, pero por un error de éste, el Golem comete actos incongruentes e inicia el caos. Otro ejemplo, cronológicamente anterior, lo tenemos en la primer obra de ciencia ficción, Frankenstein (1818) de la escritora Mary Shelley (1797-1851), donde el protagonista da vida a un extraño ser, formado por partes de diferentes cadáveres, utilizando la electricidad. Al poco tiempo, este ser es consciente de su existencia y poder y termina cometiendo atrocidades. En ambos casos, la tragedia y el enigma conducen a la misma moraleja: no tratar de imitar a la divinidad, pues siempre habrá un castigo que incluso podría ser mortal.




El escritor



En cuanto al séptimo arte, los autómatas también han sido un tópico frecuente desde principios del siglo pasado, entre ellos El Golem (1920, basada en la novela homónima de Meyrink), Metrópolis (1927), El hombre bicentenario (1999), Inteligencia artificial (2001), Yo, robot (2004) o La invención de Hugo Cabret (2011). Esta última se basa en El dibujante y El escritor, autómatas de tamaño real creados por Jaquet-Droz, entre 1768 y 1774, para los aristócratas europeos. El escritor, hecho con más de 6 mil piezas, ha sido considerado uno de los primero antepasados de las computadoras modernas, lo que nos lleva a la máquina de Turing (fabricada por el genio británico Alan Turing): un mecanismo que sirvió para poder crear la primera computadora y que hasta ahora sigue siendo utilizado en ellas. En resumen, la máquina está conforma por una cinta marcada con el sistema binario y un elemento que lee y escribe, según el caso, estos símbolos, realizando un trabajo en serie.



El Golem


Metrópolis


Turing, interesado en la cuestión de la inteligencia artificial creó, en 1950, el test de Turing, una prueba de desafíos con el objetivo de demostrar la agudeza que puede tener una máquina. Este test nunca obtuvo resultados positivos, pues las computadoras no pudieron imitar las respuestas del cerebro humano (aunque lograron engañar a un porcentaje notable de los jueces), pero se estima que en el 2029 las respuestas que den las máquinas logren superar dicho test, aventajando o al menos asimilando la inteligencia humana, ya que la inteligencia artificial continúa perfeccionándose.

Pero hay muy buenas razones para dudar que los robots tomen el control del mundo. Y unas de ellas nos las da el escritor Ray Bradbury (1920-2012), quien adjudica este miedo a la ignorancia y a aquellos que ejercen la censura (de cualquier tipo). En la carta que le escribe a Brian Sibley en 1974, respecto al temor de éste a que en Disneylandia se usaran audio-animatronics (un tipo especial de robots para shows), pues “había leído muchas historias de ciencia ficción en las que se refleja el miedo de que los robots tomen el poder del mundo”, Bradbury responde en una carta concisa, en la que explica que los verdaderos monstruos somos los mismos seres humanos al perder nuestra humanidad, pues miles, millones de personas, a través de la historia, se han fulminado entre sí por motivos diversos y ridículos, como ideologías o religiones que intentan imponer, y para Bradbury, la tecnología (incluidos los robots) sólo nos ayuda con la tarea obligatoria de humanizarnos.

Bradbury termina la carta de manera magistral:

Tengo miedo de jóvenes asesinando viejos y viceversa.
Tengo miedo de los comunistas matando capitalistas y viceversa.
Pero… ¿robots? Dios, yo los amo. Los utilizaré humanamente para enseñar todo lo anterior. Mi voz hablará por ellos, y será una maldita hermosa voz.

Debido a la desconfianza que generó en algunas personas la industrialización y la llegada de maquinaria cada vez más compleja, surgió el temor de la rebelión de las máquinas,  al que Asimov nombró como el “complejo de Frankenstein”, donde las creaciones tecnológicas son capaces de revelarse contra sus creadores y así dar inicio a un episodio apocalíptico.

Finalmente, este temor es tan válido como la defensa que hace Bradbury, y tomar una posición sólo depende de nuestra elección de argumentos y juicios.

martes, 11 de noviembre de 2014

El diablo no existe - Rogelio Flores



La entrada anterior, sobre la presentación de El diablo no existe de Rogelio Flores (autor de Rocanrol suicida), es un preámbulo al texto que preparé para una lectura en dicho evento, pues suelo expresarme mucho mejor por escrito que oralmente. 

Reproduzco entonces dicho texto, a manera de reseña, para darle la bienvenida al tercer libro de cuento de este increíble autor al blog.



Mi dedicatoria por el autor



Los doce relatos que conforman El diablo no existe son una suma de experiencias, situaciones y sensaciones vividas por personajes terrenales en los que podemos ver reflejada cierta necesidad de comprensión, empatía e incluso cariño.

Una característica de la narrativa de Rogelio es la sutil insinuación, al inicio del relato, que hace referencia a las situaciones contundentes y específicas que surgen en la trama de cada historia. A través del imaginario del autor, logramos encontrar el motivo principal de la creación literaria, esa necesidad humana de relatar o contar que persigue siempre la misma finalidad: crear, para los otros, magníficas mentiras como las que concebimos todo el tiempo en nuestras mentes, ya sea alterando los recuerdos o ideando realidades alternas en una permanente dualidad mitológica entre lo cómico y lo funesto.

En el primer cuento del libro, “Verde esmeralda” (que pueden leer en este enlace), la vuelta de tuerca o el giro argumental,  que ocurre casi al finalizar, es lo que introduce lo fantástico en esta narración detectivesca, como fuga o escape a la situación angustiante a la que se enfrenta el protagonista. Esta característica literaria se comparte con el cuento  “Un tatuaje con mi nombre”, que quizá es el relato más fuerte del libro, pues en sus letras coexisten adolescentes con el síndrome de Estocolmo, cucarachas de Acapulco, violaciones y abusos que acompañan a una tristeza infinita por la muerte de una persona amada, narrado a través de una voz femenina e infantil que trasluce inocencia a pesar del contexto violento en el que vive, y que denuncia la horrible realidad de algunos seres humanos indefensos que subsisten en condiciones de pobreza.

En “El cabrito de oro”, la mitología griega se traslada al norte de México y a un circo de fenómenos en decadencia, mientras que en “El asno en la lejanía” la hipocresía y doble moral condenan y aniquilan bajo el manto de indiferencia que otorga la ignorancia.

“La diva del Bronx” demuestra cómo, en una era cada vez más deshumanizada, el contacto físico e incluso sexual se vuelve mucho más íntimo con una muñeca inflable, siendo este objeto plástico el encargado de satisfacer las necesidades de afiliación de cualquier desdichado.

“Afuera del salón Madrid” plantea, entre varias cuestiones, el poder metafísico de las botellas de alcohol para distribuir las penas o el destino de todos aquellos que compartan su contenido líquido: 

El cantinero tomará mi botella y verterá en ese pequeño caballito 
una onza de alcohol. El cliente, ajeno a mi historia, beberá con tranquilidad,
 y sin saber por qué, sentirá mis labios en los suyos, 
como si fuera un beso desde el más allá, ya que para ese momento, 
yo estaré muerto. Entonces algo cambiará en su interior.

La cuestión musical tiene un gran peso en algunos de los cuentos: con un soundtrack ecléctico, que oscila entre la música ranchera de Joan Sebastian y la energía de la música disco, entre el espíritu del rock setentero y ochentero y la historia trágica de Simón, en una salsa de Willi Colon, siempre otorga a la obra un mismo resultado: ambientar con el ritmo adecuado estas páginas tan sorprendentes como los singulares protagonistas que las habitan.

Tenemos entonces una obra de más de cien páginas en las que se esconden secretos mortales, un libro que describe la ficción en torno a criaturas diabólicas y donde los fantasmas amorosos perdonan y esperan, donde la soledad y la desdicha de los onanistas queda expuesta al tiempo que una cariñosa muñeca de plástico cobra vida y donde las moscas imitan la existencia del ser humano, presagiando la muerte y putrefacción.

Por último, en lo referente al título, El diablo no existe, Rogelio demuestra que podemos ser el peor de los mitos que creamos, pues el mal somos nosotros mismos. Es una premisa de que todo lo negativo o adverso que atribuimos a fuerzas externas o misteriosas, toda la maldad que puede existir en este mundo, aquello a lo que llamamos diablo, que representa la maldad y depravación es, en realidad, nuestra parte más humana.


El libro lo pueden adquirir en la librería de Casa Refugio Citlaltépetl.

Para finalizar, transcribo mis frases favoritas del libro:

“Demostrar alegría, darle importancia, era evidenciar lo extraordinario del momento y con ello, presionas las cosas.” P. 18

“-¿Una Lamia?, ¿qué es una Lamia?
-Una mujer quien por ser más bella que las diosas es convertida en monstruo. Es como un vampiro, pero sólo bebe sangre de los chicos a quien seduce.” P. 25

“(…) suspiró con el dese infantil de seguir escuchando la historia. No  creía que fuera cierta, pero eso no le importaba la consideraba una mentira genial, le resultaba interesante y quería conocer los detalles, saber más.” P. 28

“(…) confiado en que los habitantes del Distrito Federal, sin importar su nivel educativo o condición social; no pueden resistirse a las leyendas urbanas, ni a inventar sus propias mentiras o añadidos (…)” P. 29

“Sin luz, la cara del viejo se tornó una máscara griega que no se decidía a ser cómica o trágica.” P. 34

“Inocentes, eso no pasa nunca. Ese es su primer error, verse a sí mismas como seres poderosos e invulnerables, cuando en realidad son sólo unos malditos bichos, cuya única virtud es el tesón más estúpido del reino animal. Su segundo error es creer que la mierda es deliciosa. Malditos animales, ni siquiera tienen conciencia de su vida tan horrible. Quizá yo sea una de ellas, y tampoco pueda seguir este viaje.” P. 46

“Ya había dispuesto una fotografía en la mesa del departamento, la mejor de todas, para que si la cosa se ponía fea, su retrato póstumo no fuera el de un loco abatido por los disparos de la policía.” P. 49

‘“La masa sanguinolenta y deforme de piel, sangre y huesos parecía sonreírle al mundo.”’ P. 52

“Entonces te mira y te sonríe, pero con un gesto muy feo, con una sonrisa que se ve que no le nace, que no le gusta y le duele.” P. 58

“(…) un cuento de hadas triste (…)” P. 68

“Sobre mi rostro, de manera intermitente, danzaban luces de colores; una roja, la otra azul. Era la policía, venía por mí.” P. 72

“El cantinero tomará mi botella y verterá en ese pequeño caballito una onza de alcohol. El cliente, ajeno a mi historia, beberá con tranquilidad, y sin saber por qué, sentirá mis labios en los suyos, como si fuera un beso desde el más allá, ya que para ese momento, yo estaré muerto. Entonces algo cambiará en su interior.” P. 73

“No se dio cuenta del momento en que le pasamos la soga alrededor del cuello, ni sintió cuando le amarramos las manos tras la espalda.” P. 83

“Pudo haberlo hecho más rápido, sin embargo demoraba cada uno de sus movimientos, intentando retrasar lo inevitable.” P. 84

“Sin poder evitarlo expulsé algunas lágrimas que podían ser de vergüenza, miedo u horror. O de ese odio terrible que comenzaba a sentir por mí y mis desdichados cómplices, por nuestra causa cruel.” Ibídem

“Murió en silencio y por minutos, todos los asesinos contemplamos su cuerpo oscilando con tristeza.” P. 86

martes, 4 de noviembre de 2014

Presentación de El diablo no existe de Rogelio Flores




El miércoles 5 de noviembre tuve el honor de oficiar la misa negra, junto con los escritores Omar Delgado y Miguel Antonio Lupián, para El diablo no existe (Casa Editorial Abismos, 2014), tercer libro de cuentos del escritor mexicano Rogelio Flores, en Casa Refugio Citlaltépetl.




Los presentadores


Antes de iniciar la presentación, Rogelio firmó y dedicó libros para varios de sus lectores, que ya lo esperaban impacientes. 


Fotografía por Delia Ramos


Rogelio me otorgó la palabra para hablar sobe El diablo no existe, así que inicié con la lectura del texto que preparé para la ocasión. Pueden leer en la siguiente entrada dicho texto. Omar continúo con un grato monólogo en el que mencionó algunas anécdotas vividas con el autor y también dedico palabras para la obra, y por último, Lupián pronunció su genial discurso dedicado a El diablo, que también pueden leer en su página web.



Omar, Lupián, Rogelio y yo durante la presentación


El autor finalizó la presentación de su libro con emotivas palabras y la lectura del primer cuento. Fue un placer haber compartido espacio y tiempo con escritores de personalidades tan singulares y únicas.



El autor durante la lectura de su cuento


El primer libro de cuentos de Rogelio Flores, Adiós princesa, aparecerá pronto en el blog,y el Rocanrol suicida, habita en este espacio y en mi mente desde hace meses. En El diablo no existe encontramos personajes en situaciones que, por más disimiles que parezcan entre ellas, esconden la misma sensación imposible de evadir: una empatía natural por la desgracia en la vida del ser humano.