domingo, 31 de julio de 2022
Recomendaciones
sábado, 30 de julio de 2022
“La rabia lenta” - Adelanto editorial en Confabulario
“La rabia lenta”: un cuento de Lola Ancira
Este es un adelanto del libro Despojos, ganador del Certamen Nacional de Literatura “Laura Méndez de Cuenca” 2021, en la categoría de cuento, de próxima aparición. En este cuento, Lola Ancira narra las venganzas que se van añejando en la mente de una madre ante el feminicidio de su hija. Despojos aparecerá bajo el sello FOEM
POR LOLA ANCIRA
Una pequeña venganza es más humana que ninguna.
F. Nietzsche
Al momento de poner un pie fuera del auto, su semblante cambia. Deja a la Abigaíl sosegada en el asiento del conductor y camina varios metros por la acera gris que bordea el estacionamiento. Pasa cerca de una pareja que construye un precario castillo, ensartando fierros viejos entre sí, mientras en la cajuela de una camioneta destartalada aguardan varios botes multicolores de plástico cerrados. El frágil castillo que resguardará a una mujer con mandil, donde el fuego calentará un comal y vasijas de barro con guisados humeantes, estará terminado para cuando ella salga.
Llega a las escaleras que dirigen a la entrada principal. Sube y muestra su credencial. El guardia abre la puerta y le permite pasar. Se detiene en un escritorio de madera desvencijado del siglo anterior, cada objeto pertenece a otro tiempo. Entrega su credencial y le devuelven un papel blanco con algunas letras y números. En un mostrador contiguo entrega su bolso, saluda a los inspectores alegres prestos a la plática y pasa a los cubículos de revisión, único lugar en el que es atendida por una mujer. Casi siempre la recibe la misma. Pasan a un pequeño cuarto blanco similar a un vestidor en el que la otra palpa cada parte de su cuerpo.
Le da permiso de salir, ella agradece, toma su bolso y se dirige a otro mostrador, donde enseña el papel blanco y recibe un gafete con un cordón que debe llevar al cuello. Luego la marcan en la parte interior del antebrazo derecho con tinta invisible. Atraviesa la reja de barrotes azules que custodia el primer pasillo rodeado por campo, sus pasos ya saben a dónde dirigirse en aquel laberinto plomizo. De repente, una ráfaga se cuela entre las hendiduras de las paredes y se aterra de que la engulla aquello que viene a buscar. Traga saliva para ahuyentar el terror y avanza a través de dos, tres rejas más, donde el procedimiento es el mismo: saludar al guardia e introducir su brazo en una caja negra para mostrar el tatuaje temporal que sólo es perceptible en esa mínima oscuridad con luz neón.
Encuentra a pocas personas en los pasillos grises, escucha murmullos que apenas son voces y siente las miradas punzantes de los pocos que andan por los jardines adyacentes. Al atravesar la última reja, se detiene y observa el patio con mesas y bancas de cemento ocupadas por un número reducido de presos y visitantes. El sonido de voces que hablan a un nivel normal le da la bienvenida antes de que algunos la volteen a ver; otros charlan a la distancia, unos más están de espaldas, en silencio. Reconoce la figura alta y delgada de Ernesto entre estos últimos.
Saluda con una sonrisa a los guardias que están a los costados. Sus miradas severas le recuerdan, como cada mes, que, si alguno de los presos se pone violento o intenta hacerle algo, lo que debe hacer es correr a toda prisa hacia los extremos.
Con pasos lentos que retrasan el encuentro lo más posible, llega al sitio. Ocupa el lugar frente a Ernesto. Se saludan con un movimiento de cabeza y se miran unos segundos, ella reconoce en los ojos de aquel la mirada lastimera de un can famélico. Él parece amedrentado y se mira las manos.
Hoy, la densidad de su mutismo le pesa a Abigaíl como nunca. Ernesto se aclara la garganta, preludio para hablar, y la mujer estira el cuello hacia él, mas éste no emite palabra alguna. Ella conoce cada uno de sus silencios: el taciturno, el resentido, el rabioso. El de hoy es nuevo, los asfixia a ambos. Trae consigo la tempestad. (Continuar leyendo en Confabulario...)
jueves, 28 de julio de 2022
Realidad y ficción - Ensayo para Langosta Literaria
martes, 26 de julio de 2022
"Área 51" - cuento inédito para la revista Timonel
Área 51
Now, I am become Death, the destroyer of worlds.
J. Robert Oppenheimer
La cartelera anuncia a Paul Newman y Grace Kelly. La sala está repleta a pesar de las dudas que suscita entre el auditorio que los productores hayan decidido emplear a una pareja joven. Debido a la sobreventa de asientos, varios padres cargan a sus hijos; otros se sientan en el suelo, muy cerca de la pantalla, o en el pasillo de las escaleras. La mayoría, provistos con palomitas y refrescos, esperan ansiosos que la función inicie.
La pareja despierta con segundos de diferencia tras escuchar la melodía de un organillo que se filtra en su sueño. Con la tenue luz del amanecer, notan que no están en su habitación y el único motivo de alivio es reconocer el rostro del otro.
El hombre y la mujer, quienes bien podrían pasar por dobles de Paul Newman y Grace Kelly (de ahí que los productores les asignaran sus homónimos), no muestran signos de violencia; están deshidratados y reconocen la proximidad de la cefalea. Están acostados sobre un edredón y aún visten la ropa del día anterior. Tratan de ponerse de pie cuanto antes, pero el cansancio y la resaca actúan como un sedante capaz de detener su voluntad. La melodía ha cesado.
El público aplaude, las similitudes son asombrosas. Ambos son tan atractivos que los deleitan al instante. Los espectadores, atentos, miran la inmensa pantalla para no perder detalle.
Hacen todo lo posible por recordar: ninguno de los dos sabe la hora exacta en la que salieron de la fiesta, mucho menos quién condujo y cómo llegaron hasta ahí. Paul se sienta sobre la cama y conjetura para tratar de comprender la situación; dice que, seguramente, cuando volvían, alguien los detuvo en la carretera para robar su codiciado auto, un Karmann Ghia del año. Lo que no entiende es por qué no despertaron tirados en una cuneta, desaliñados y maltrechos. Grace menciona que tal vez quien conducía ignoró por completo una curva muy cerrada; cayeron en un precipicio, murieron al instante y este lugar es el limbo (tiene las razones suficientes para saber que no merecen la gloria, aunque tampoco están condenados). Se miran y no descartan una tercera opción: que algún conocido, testigo de su estado de ebriedad, decidió buscar una casa cercana para dejarlos reposar unas horas. Se lamentan más por el extravío del vehículo que por su propia suerte, y una angustia creciente los apremia a salir de la habitación. (Continuar leyendo en Timonel...)