Escribí un ensayo sobre literatura de ficción basada en hechos reales enfocada en una gran obra publicada este año: La banalidad de los hombres crueles, de Norma Lazo. Es la primera novela que leo de ella y quedé fascinada con su habilidad para entretejer tres tramas distantes en tiempo y espacio (Tokio, 1917; Rusia, 1938 y el México actual) y protagonizadas por personajes peculiarísimos y entrañables. Pasen a leer un listado de obras muy recomendables y la forma en que Lazo configura el duelo por la pérdida de un hermano a través del lenguaje escrito. ¡Gracias a Langosta Literaria por el espacio!
Realidad y ficción
Ursula K. Le Guin, en su ensayo “Hechos y/o/más ficción”,[1] afirma que, en esencia, toda la literatura se puede dividir en ficción y no ficción. Más allá de establecer limitantes genéricas para las obras literarias, la autora aboga por la transgresión, habla del desdibujamiento de definiciones y la mezcla de modalidades.
Hay una categoría particular a la que se inscriben tanto obras clásicas como contemporáneas: la ficción basada en hechos reales, vinculada íntimamente con la autobiografía y ese primer personaje que es el yo[2]. Más allá de las distintas categorías un tanto difusas con las que se puede etiquetar una obra de no ficción[3], éstas suelen ser más aceptadas por su vínculo directo con la realidad, pues no despiertan la desconfianza o suspicacia que podría incitar una obra de ficción en el lector. Un género afín es el de la autoficción, que surge en los ochenta y cuyo núcleo es la escritura del yo[4], donde sobresalen memorias, autobiografías, diarios y cartas. Lo íntimo cobra importancia y exige una voz propia que apuesta por la sinceridad y lo verídico, transformando la forma hegemónica de narrar. Apegos feroces (2017) y La mujer singular y la Ciudad (2018), de Vivian Gornick; Infancia (1997) y Juventud (2002), de J. M. Coetzee; París no se acaba nunca (2003), de Enrique Vila-Matas; Canción de tumba (2011), de Julián Herbert; Cambiar de idea, de Aixa de la Cruz; o Reina (2020), de Elizabeth Duval, son excelentes ejemplos. Mención aparte merece Marta Sanz con Una lección de anatomía (2008), donde reflexiona en torno a la forma en que las escritoras abordan el tema de la autoficción.
En cuanto a las obras basadas en hechos reales, un recorrido general inicia en el siglo XVIII con la novela Robinson Crusoe (1719), de Daniel Defoe, quien se inspiró en Alexander Selkirk —un marino escocés abandonado en una isla del Pacífico— para crear a su popular marinero. En el siglo XIX, Alejandro Dumas publicó El conde de Montecristo (1846), protagonizada por Edmundo Dantés, personaje basado en la vida de su propio padre. Ya en el siglo XX, dos de las más populares son A sangre fría (1966), de Truman Capote, historia del terrible asesinato de la familia Clutter en Kansas durante 1959 —tanto desde la perspectiva de las víctimas como de los victimarios—; y La canción del verdugo (1979), novela sobre los últimos años de vida del asesino Gary Gilmore hasta su ejecución y que le valió el premio Pulitzer a Norman Mailer. En 1994 aparece En el tiempo de las mariposas, de Julia Álvarez: la historia de las hermanas Mirabal, tres mujeres dominicanas asesinadas en 1960 por confrontar la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. (Continuar leyendo en Langosta Literaria...)
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