viernes, 30 de septiembre de 2016

El converso - Verónica Murguía (cuento)






«El converso» es un cuento de Verónica Murguía (escritora y traductora mexicana, 1960) que forma parte de su libro El ángel de Nicolás (Ediciones Era, 2003).


El relato se desarrolla durante la Edad Media y retrata los conflictos ideológicos y culturales entre los guerreros de los pueblos escandinavos y los cristianos (cuestión muy bien representada también en la serie Vikingos de The History Channel). Con una narrativa admirable y descripciones precisas y realistas, Murguía nos transporta a la mente de dos personajes reflexivos que se enfrentan a un gran enigma de la existencia.  


Pueden escuchar el cuento en voz de la autora en el podcast cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México Descarga cultura.unam.mx en el apartado «Literatura: Letras mexicanas en voz de sus autores - En voz de Verónica Murguía».

jueves, 29 de septiembre de 2016

Continuum - Édgar Adrián Mora




Continuum (Paraíso Perdido, 2015) de Édgar Adrián Mora (escritor mexicano, 1976) es una novela corta cuyo protagonista es Héctor Germán Oesterheld, un magnífico escritor y guionista de historietas argentino que fue víctima de la dictadura cívico-militar argentina en el 77.

Ésta es una biografía novelada de Oesterheld, una literatura dolorosa, que pesa. Es una crítica atemporal a un gobierno autoritario y opresor. En estas páginas Mora describe también, de manera acertada y precisa, el arduo proceso de escritura y las vicisitudes que conlleva. El autor logra interpretar la personalidad de Oesterheld a través de la lectura de su obra y análisis de documentos biográficos, lo que resulta en una narrativa admirable con diálogos minuciosos y agudas reflexiones.

Al igual que Juan Salvo, el viajero del tiempo protagonista de una de las historietas más conocidas de Oesterheld, El Eternauta, en esta novela los párrafos y acontecimientos no aparecen en un estricto orden lineal.




El Eternauta, ilustración de Francisco Solano López



En Continuum el autor menciona el terrible final de otro increíble escritor argentino: Rodolfo Walsh, compañero de Oesterheld incluso hasta en la muerte terrible, pues fue otra de las incontables víctimas de esta dictadura. Transcribió un fragmento de la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar que Walsh se encargó de distribuir en secreto y donde describe la barbarie de la que fueron testigos durante el primer año del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional: «Lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades». Genocidio, tortura, presos, desapariciones y destierros. Miles de muertos: cifras de las que forman parte las hijas de Oesterheld y la de Walsh, así como innumerables personas que han quedado en el anonimato. 

Mora logra acercarnos de manera muy emotiva y auténtica a un personaje que no debe relegarse al olvido, como lo deja claro en esta entrevista: «Quise que la vida de Oesterheld fuera conocida más allá de las páginas de una tesis de grado. Que fuera una historia asequible que aludiera a reacciones más emocionales en el lector». El ejército desapareció a Oesterheld, y Mora describe la incertidumbre como un limbo porque permite incontables posibilidades, pero cada una aumenta el sufrimiento y el dolor de quien espera, de quien ignora. Callaron su voz, pero ésta ya se había esparcido a través de bocas invisibles, de decenas de personajes que resonaban ya en incontables cabezas, y es precisamente ese eco el que se debe seguir expandiendo, multiplicando.

La memoria depende en gran parte de las letras para preservarse, para propagarse. Para crear consciencia, empatía. La inmortalidad de la literatura es necesaria para todos los héroes.

Oesterheld convive aquí con sus propios personajes en el mismo universo ficcional, y no hay homenaje mejor para cualquier autor. En la «Nota final», Mora aclara que éste fue el resultado de una intensa investigación sobre la increíble vida y obra de Oesterheld, y en esta emotiva y profunda novela deja claro que, tal como lo afirmaba Montesquieu, «Una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad». Como parte de esa misma sociedad perjudicada, está en nosotros no permitir que desaparezca su legado.


Para finalizar, transcribo a continuación algunas de mis frases favoritas de la novela:

«Sólo la memoria puede compensar en parte la manera en cómo se concentró todo el dolor del mundo en un solo lugar.» p. 10

«Construía una bomba con palabras. Lo sabía. Aún más: lo deseaba. Siempre había creído en el poder transformador del arte. En la subversión que venía de las palabras. En cómo las historias nos decían qué hacer y cómo hacerlo.» p. 12

«Siempre había sabido mirar al futuro con ojos de presagio y verdad.» p. 17

«Se inclina sobre el cuaderno de hojas blanquísimas y escribe. El roce del lápiz contra el papel saca chispas que iluminan la noche.» p. 24

«Lo que se tejerá a partir de ese momento es una historia de amor que, en algún momento, derivará en la tragedia. Como todas las buenas historias de amor.» p. 29

«Los demás están desaparecidos. Es decir, flotando en el limbo de la incertidumbre.» p. 29

«Sabía que existían cosas en la vida que daban felicidad no sólo a los que las ejercen, sino también a aquellos que son depositarios de tales cosas. Y la escritura de historias era una de ellas.» p. 35

«Escribe día y noche. En los momentos en que la vida real le da tregua. Y entonces él se sumerge en los mundos que son apenas un esbozo de lo que vendrá después.» p. 36

«A veces creo que sólo me dices las cosas para escuchar cómo se oyen al decirlas a alguien más. Para convencerte de que lo dicho no es un disparate.» p. 40

«Este país nació maleado. Como enfermo crónico. Y siempre ha tenido que alienarse a golpes.» p. 41

«Al final, nadie se hace responsable de las cosas que salen mal. Todos se asumen víctimas de las circunstancias. Una raza de víctimas. Eso es el hombre. Nadie es culpable.» p. 42

«Se acostumbró a ser un personaje de ficción desde el momento en que se dio cuenta de que había sido resultado de una broma. (…) Nunca se concibió como un títere. Siempre supo que su destino sería tejido con singular maestría por aquel que designaba sus viajes y sus experiencias.» p. 45

«Él está convencido de que las aventuras y los héroes pueden hacer mejores personas.» Ibídem

«Es una voz firme. Una voz que sabe de inmensidades y silencios.» p. 78 


Pueden leer un fragmento de la novela en este enlace, y comprar el libro directamente con Paraíso Perdido o en El Sótano.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Tusitala de óbitos - reseña por Édgar Adrián Mora





Mi estimado Édgar Adrián Mora (autor de Raza de víctimas, Memoria del polvo y Continuum) publicó hace unos días una increíble reseña de mi libro Tusitala de óbitos en su columna «El castillo de If» en Vozed.


La publicación de esta crítica me sorprendió por completo. Mora indagó en mi obra, realizó una lectura profunda y redactó un maravilloso análisis con le que no puedo estar más agradecida. Éste es uno de los motivos por los que escribo: encontrar lectores apasionados.

A continuación transcribo algunos párrafos del texto de Mora. Para leer la reseña completa, pueden visitar la página original de su publicación.



UNA TELARAÑA DE HISTORIAS MÓRBIDAS


LA SOMBRA QUE dibuja el Romanticismo en la historia de la literatura es larga y multiforme. Se prolonga en la obra de escritores contemporáneos que continúan siendo atraídos por los temas y los ambientes que esta corriente enarboló desde finales del siglo XVIII. En cierta manera, y en abusiva analogía, podemos concebir el espíritu romántico como una etapa entre la pubertad y la adolescencia de la vida de la literatura. Está ahí el riesgo, la predilección por los ambientes oscuros, la atracción inexplicable por la muerte, el ejercicio de la curiosidad con respecto de lo mórbido, la vivencia del amor trágico, la recuperación de la mitología y la tradición legendaria del medioevo.
Pero si hay algo que sobrevive del Romanticismo es la libertad imaginativa. La posibilidad de concebir mundos e historias alejados, opuestos incluso, de aquello que denominamos “lo real” o “lo posible”. Esa posibilidad de la imaginación liberada se extendió en las vanguardias que sucedieron a la época dorada del realismo a principios del siglo XX. Movimientos como el surrealismo, que tomaron entre su materia prima a los sueños y el inconsciente; el expresionismo, con su propuesta de deformar la realidad y asumir la estética de la fealdad como principio; el creacionismo, con su osadía de pensar a los creadores como dioses que podían generar mundos completos sin depender, siquiera, del lenguaje existente.
Esa influencia del Romanticismo se extiende más allá de las vanguardias. Llega a lo contemporáneo montada en la posibilidad de difusión que los nuevos mass media ofrecen. El cine, los cómics, las series televisivas, la literatura como saga; todos son campos en los  cuales las temáticas románticas siguen alimentando a la cultura popular y a la sociedad de consumo. Aunque, a veces, ocurre que esa sombra aparece de manera más o menos diáfana y sin el filtro descafeinador de la homogeneización de sus propuestas.
Todas estas ideas acudieron a mi mente cuando terminé de leer la ópera prima de Lola Ancira, Tusitala de óbitos. El título en sí es un acertijo que invita a la reflexión. Tusitala es, al mismo tiempo, una araña que no se desplaza como lo hacen sus congéneres sino de una manera distinta: a saltos; y, por otro lado, designa a una voz lingüística de la Polinesia con la cual se define a las personas que se dedican a contar historias. Óbito, por su parte, es un cultismo para referirse a la idea de la muerte, al momento justo cuando ésta llega. El libro es, así, una red de historias tejidas en torno a cierto impulso tanático, tanto en los ambientes como en las imágenes que evoca.
En la narrativa de Ancira está presente la influencia de Poe, de Lovecraft, quizá de Stevenson; pero su poética también abreva de Gaiman, de Ligotti, de Amparo Dávila, de Huidobro, de Borges. Muchas de esas referencias son manifiestas a partir del conjunto de epígrafes que la autora elige para comenzar varios de los cuentos, pero otras se sospechan o son intuidas a partir de los personajes, los temas y los ambientes que contienen los relatos.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Silencio - Clarice Lispector (cuento)


Clarice Lispector


«Silencio» es un cuento de Clarice Lispector (escritora brasileña, 1920-1977). Se publicó por primera vez en su libro de relatos Onde estivestes de noite (1974), que fue traducido por Cristina Peri Rossi al español en 1988 y publicado por Grijalbo, pero bajo el mismo título del cuento, Silencio.

A pesar de la brevedad de este texto, la emotividad y fuerza reflejadas en cada párrafo reflejan la sensibilidad de su autora y convierten a estas palabras en un mecanismo íntimo que gira en torno a la ausencia, al vacío.

Silencio

Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un programa, frágil punto que mal nos une al súbitamente improbable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla.
Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanquece todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.
La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las últimas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más distantes.
Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomodarán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con esperanza por las escaleras.
Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.
El corazón late al reconocerlo.
Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.
Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio.
Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de éste. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio.
Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, sólo él mismo. Será como si estuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navío. Y éste navegara tan largamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El corazón tiene que presentarse frente a la nada sólito y sólito latir alto en las tinieblas. Sólo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando éste se presenta completamente desnudo, no es comunicación, es sumisión. Además, nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio.
Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad frente al silencio, sólo los pies mojados por la espuma de algo que se expande dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino la ayuda bendita de un tercer elemento, la luz de la aurora.
Después, nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asombran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde entonces, él es fantasma.

martes, 30 de agosto de 2016

Pájaros en la boca - Samanta Schweblin











Pájaros en la boca (Almadía, 2010) de Samanta Schweblin (escritora argentina, 1978) es el segundo libro de cuento publicado de la autora, con el que se hizo acreedora al Premio Casa de las Américas 2008. La autora ganó también, en 2012, el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo con su peculiar relato «Un hombre sin suerte», que juega con la suspicacia y los prejuicios del lector. 

Conformado por catorce relatos de los que algunos podrían incluirse en el género fantástico, en todos ellos existe cierto simbolismo que alude a lo excepcional y sorprendente, o como ella misma lo afirmó en esta entrevista para La Nación en septiembre de 2015: «Siempre me pareció curioso que hay mucha literatura de lo extraordinario y anormal que insistimos en llamar fantástica, pero una cosa es lo imposible y otra es lo que difícilmente sucede». 

Schweblin utiliza un lenguaje sencillo que contrasta con la originalidad de sus fascinantes argumentos. Para Thomas Carlyle, «Cuanta más luz, más misterio». Y eso es precisamente lo que ocurre con Schweblin: los sucesos y las anécdotas desarrollados en sus historias no escatiman en detalles y exponen situaciones que si bien rompen la cotidianidad de los personajes, no los trastorna, sino que éstos las adoptan siempre bajo razonamientos justificables para ellos mismos. «Pájaros en la boca», relato que da título al libro, es un ejemplo perfecto de lo anterior: un padre debe hacerse cargo de su hija adolescente, quien ha sido abandonada por la madre tras un repentino y sangriento cambio en su régimen alimenticio. 

Una especie de transmigración infantil repentina en «Mariposas»; un adulto traumatizado con trastorno de regresión en «La medida de todas las cosas»; pequeños autómatas que obedecen un acuerdo tácito y persiguen un mismo y misterioso fin en «Bajo tierra»; augurios fatalistas para las personas mayores en «Perdiendo velocidad»; una opción aleatoria al aborto o una variante de éste en «Conservas» y la paradoja de cierta insensibilidad expuesta en apreciadores de arte en «Cabezas contra el asfalto» son sólo algunos ejemplos del particular universo creado por Schweblin.


El libro está a la venta en Librerías Gandhi, El Sótano y El Péndulo.

lunes, 29 de agosto de 2016

Irreverencias maravillosas: Una pericia condenada



The Question of Witchcraft Debated de John Wagstaffe (1633-1677) 



El texto de este mes para Irreverencias maravillosas, mi columna mensual en la Revista VozEd, indaga en la historia de la brujería, esa práctica tan perseguida y satanizada desde siglos atrás.

La versión completa del texto se encuentra en este enlace


Una pericia condenada

«El arte real siempre debe suponer cierta brujería.»
Karen Blixen

LA BRUJERÍA ES tan antigua como las primeras civilizaciones. Multitud de hechos increíbles rodeados de misterio, magia y supersticiones se han registrado desde entonces, lo que permite apreciar que ha sido interpretada como un conjunto de fenómenos extraordinarios que incluían ceremonias o ritos de protección o que brindaban favores a quien los celebraba. A través de la historia ha sido vista como un enigma, como una religión o un culto pagano, y este conjunto muchas veces incomprendido de prácticas y conocimientos ha estado rodeado de acontecimientos brutales y nefastos.
No fue sino hasta el siglo XI que el temor y los prejuicios la condenaron: el cristianismo la consideró como una práctica anticristiana y a todos los involucrados como a herejes, pues se le relacionó con todo lo diabólico y maligno, razón por la que, algunos siglos después, tanto en Europa como en Estado Unidos surgió una inquietud enfermiza respecto al tema, lo que culminó en infinidad de persecuciones, juicios y ejecuciones de supuestas brujas. Éstas eran acusadas, entre varias cosas más, de volar en escobas; de poseer animales para atacar o espiar a los demás, como gatos negros, cuervos o lobos; de realizar aquelarres y pactos con el Diablo e incluso de venderle sus almas a cambio de favores. 

Witches going to their Sabbath (1878), de Luis Ricardo Falero



En realidad, las brujas eran, generalmente, mujeres con grandes conocimientos, específicamente de herbolaria, aptitudes, como la clarividencia, o capacidades perceptivas sumamente desarrolladas que fueron víctimas de una sociedad ignorante e intolerante que atribuía cualquier comportamiento o situación inexplicable a lo demoniaco, con infinidad de prejuicios y supersticiones. 
Uno de los casos más populares fue el de la reina consorte de Inglaterra Ana Bolena, acusada en 1536, tres años después de su boda con Enrique VIII, de adulterio, traición y brujería. fue la primera reina en ser ejecutada en público. Se especula que fue víctima de una conspiración por parte del rey para que éste pudiera casarse de nuevo, pues buscaba tener su primer hijo varón. Él mismo firmó, en 1542, la primer Witchcraft act, ley que penaba con la muerte la brujería. 
El rey James VI de Escocia, decidido a finalizar esta problemática, se pronunció a favor de la cacería de brujas, por lo que ordenó reunir dichas confesiones y procesos para divulgarlo mediante la obra Newes from Scotland, que incluía grabados. Algunas copias de éstos se conservan aún en algunas bibliotecas como la Bodleian de la Universidad de Oxford o la de la Universidad de Glasgow. Siete años después publicó incluso tres tomos titulados Daemonologie, disponibles en línea en la biblioteca digital del proyecto Gutenberg. Posteriormente se volvió el rey de Inglaterra y la cacería se intensificó hasta 1722, cuando tuvo lugar la última ejecución al norte de Escocia. Durante ese periodo, al menos tres mil personas fueron víctimas de la hoguera.



En 1692 los habitantes de Salem, en Massachusetts, vivieron seis meses de persecución, misma que culminó con la ejecución de diecinueve personas (la mayoría mujeres, al igual que en todos los casos) y poco menos de doscientos encarcelados, esto sin tomar en cuenta a todos los acusados. Además de que los testimonios fueron poco fiables, la tensión política y la histeria religiosa fueron razones de peso para estos fatales sucesos, mismos a los que se les prestó la debida atención hasta que miembros honorables de la sociedad comenzaron a ser acusados. Más de un año después de iniciar esta locura, el gobernador en turno liberó a todos los encarcelados. Inspirado InspiradoIns por los hechos anteriores, Arthur Miller escribió en 1952 la obra Las brujas de Salem.
Este reprobable comportamiento de la sociedad deriva de consecuencias similares a las de la histeria o psicosis colectiva, fenómeno sociopsicológico que actúa como mecanismo de defensa ante situaciones desconocidas. 
En el ámbito cinematográfico las referencias abundan: The Witch (2016) es una película ubicada en 1630 en Nueva Inglaterra donde se representa al Diablo como a un macho cabrío, como tradicionalmente ha sido representado, al igual que lo hizo Goya en el óleo El aquelarre (1797-1798). Otros ejemplos son Black Sunday (1960), basada en el cuento de terror «Viy» del escritor Nikolái Gógol, Suspiria (1977), una de las películas más famosas del director Dario Argento, The witches of eastwick (1987), inspirado en la novela homónima de John Updike, o la popular The Craft(1996).

El aquelarre (1797-1798), de Francisco de Goya

Mención especial merece Häxan (1922), el documental sobre brujería más antiguo, una exhibición histórica y cultural que fue censurada en Estados Unidos por contener desnudos y tortura. Está inspirado en el Malleus Maleficarum, el compendio más popular sobre brujería en Europa escrito durante el siglo XV por dos monjes dominicos y que, durante más de tres siglos, se volvió indispensable para realizar los juicios de la cacería de brujas. Tras dos años de investigación de las supersticiones durante el Medioevo, creó este largometraje que recrea los supuestos rituales de las brujas y los suplicios a los que eran sometidas. Bajo el título en inglés deWitchcraft Through the Ages, este documental indaga múltiples detalles sobre las brujas en la época medieval e incluso afirma que su aparición está ligada a ciertas enfermedades mentales hasta entonces desconocidas. Está disponible en línea en el repertorio de la web de Internet Archive.






Las brujas han formado parte de la mayoría de las culturas mediante la tradición oral y escrita, manteniéndose vigentes en la cultura popular, e incluso su figura se ha vuelto muy famosa en las últimas décadas. Se considera, desde el siglo pasado, dentro del espiritismo, y las religiones neopaganas y sectas esotéricas y ocultistas han incluido a todos los practicantes de la magia, tanto negra como blanca, dentro de la brujería, lo que le ha devuelto cierto estatus. La brujería y el mundo esotérico actualmente ejercen una fuerte fascinación que adquiere cada vez más adeptos que, incluso aunque no la practiquen,  están inmersos en su estética y simbolismo.~

domingo, 31 de julio de 2016

Mariposas - Samanta Schweblin (cuento)





Mariposas


Ya vas a ver qué lindo vestido tiene hoy la mía, le dice Calderón a Gorriti, le queda tan bien con esos ojos almendrados, por el color, viste; y esos piecitos... Están junto al resto de los padres, esperan ansiosos la salida de sus hijos. Calderón habla pero Gorriti sólo mira las puertas todavía cerradas. Vas a ver, dice Calderón, quedate acá, hay que quedarse cerca porque ya salen. ¿Y el tuyo cómo va? El otro hace un gesto de dolor y se señala los dientes. No me digás, dice Calderón. ¿Y le hiciste el cuento de los ratones...? Ah, no; con la mía no se puede, es demasiado inteligente. Gorriti mira el reloj. En cualquier momento se abren las puertas y los chicos salen disparados, riendo a gritos en un tumulto de colores, a veces manchados de témpera, o de chocolate. Pero por alguna razón, el timbre se retrasa. Los padres esperan. Una mariposa se posa en el brazo de Calderón, que se apura a atraparla. La mariposa lucha por escapar, pero él une las alas y la sostiene de las puntas. Aprieta fuerte para que no se le escape. Vas a ver cuando la vea, le dice a Gorriti sacudiéndola, le va a encantar. Pero aprieta tanto que empieza a sentir que las puntas se empastan. Desliza los dedos hacia abajo y comprueba que la ha marcado. La mariposa intenta soltarse, se sacude y una de las alas se abre al medio como un papel. Calderón lo lamenta, intenta inmovilizarla para ver bien los daños, pero termina por quedarse con parte del ala pegada a uno de los dedos. Gorriti lo mira con asco y niega, le hace un gesto para que la tire. Calderón la suelta. La mariposa cae al piso. Se mueve con torpeza, intenta volar pero ya no puede. Al fin se queda quieta, sacude cada tanto una de sus alas, pero ya no intenta nada más. Gorriti le dice que termine con eso de una vez y él, por el propio bien de la mariposa por supuesto, la pisa con firmeza. No alcanza a apartar el pie cuando advierte que algo extraño sucede. Mira hacia las puertas y entonces, como si un viento repentino hubiese violado las cerraduras, las puertas se abren, y cientos de mariposas de todos los colores y tamaños se abalanzan sobre los padres que esperan. Piensa si irán a atacarlo, tal vez piensa que va a morir. Los otros padres no parecen asustarse; las mariposas sólo revolotean entre ellos. Una última cruza rezagada y se une al resto. Calderón se queda mirando las puertas abiertas, y tras los vidrios del hall central, las salas silenciosas. Algunos padres todavía se amontonan frente a las puertas y gritan los nombres de sus hijos. Entonces las mariposas, todas ellas en pocos segundos, se alejan volando en distintas direcciones. Los padres intentan atraparlas. Calderón, en cambio, permanece inmóvil. No se anima a apartar el pie de la que ha matado, teme, quizá, reconocer en sus alas muertas, los colores de la suya.