Rocanrol suicida
(Verso destierro,2011) de Rogelio Flores (escritor mexicano, 1974) es
una compilación de 13 relatos y es su segundo libro publicado de
cuentos.
Hace pocos días me
informaron que me entregarían un libro enviado por otro escritor, y
yo le respondí con el mismo gesto: le mandé mi libro. No tenía
idea de quien sería y al tenerlo en mis manos y leer el título, no
sabía que imaginar. La primer sorpresa que me llevé fue al leer
algo que podría ser el epílogo de la obra, escrito por Eusebio
Ruvalcaba (autor de Un hilito de sangre, libro que reseñé
hace tiempo ya):
Las historias de
Rogelio Flores nos envuelven, nos arropan desde las primeras líneas.
No porque ex profeso sean narraciones para los oídos de un niño,
nada que ver, sino porque poseen esa suerte de encantamiento del que
hablaba Stevenson. Que de no haberlo el cuento se cae en mil pedazos.
Sin anunciarse en canal cultural alguno, sin decir quítense que ahí
les voy en twitter o facebook, Rogelio Flores escribe puntual y
metódica, rigurosa y porfiadamente. En este caso impelido por la
música. Sabe que la literatura está anclada en la tenacidad y el
azar. Que ninguna palabra que se escriba está a salvo de la
maquinaria implacable de la autocrítica. Quizás por eso resulte tan
placentera su lectura. Porque la musculatura del buen narrador se
advierte, aun antes de que el escritor levante las pesas. Leámoslo
si no.
Leer que fueran cuentos y
esa alusión a Stevenson, mas la pequeña biografía ( foto incluida
con el logo fluorescente del club Dada X de fondo) y una genial cita
de Chandler incluida en ella: “...si no fuese duro, no podría
estar vivo, si no fuera tierno, no merecería estarlo.” fueron
suficientes alicientes para empezar a leerlo en ese momento. Y
terminé sus letras en pocos días.
Este libro está escrito
con canciones y vivencias, con el soundtrack de una generación
cada vez más desencantada de la mano de una búsqueda eterna, como
todo lo humano. La mayoría de los cuentos están escritos en primera
persona (lo que da un toque biográfico a la narrativa) y podrían
clasificarse dentro del realismo sucio, movimiento literario que
llegó al blog con el pie derecho en la entrada anterior, gracias a Bukowski.
El autor describe
episodios y acontecimientos comunes, usuales, siempre conectados con
ese caos interno que se externa en los momentos precisos pero muchas
veces en los lugares incorrectos, o viceversa. Sucesos que son mejor
mantener bajo el anonimato, de los que nace una necesidad más grande
por escucharlos o leerlos que por contarlos, donde convertiste en
espectador y por consiguiente voyeur es
la apremiante finalidad pues siempre será mucho mejor escuchar
desgracias ajenas que propias, donde se crea cierta
complicidad y de donde nace una identificación tal que es imposible
reprimir una sonrisa honesta, un sentimiento de camaradería por
haber sobrevivido a lo mismo y estar a la distancia temporal
necesaria para leerlo y asociarlo con un buen recuerdo, por horrenda
que haya sido la situación.
Rocanrol suicida es
un álbum de recortes, fotografías y símbolos musicales retratados
en palabras para la posteridad, para que los cómplices no olviden y
para que los novatos conozcan, aprendan. Es sentarte en un bar frente a dos cervezas y un sobreviviente, una persona que rememora en su -ya no tan joven- vida a las personas, lugares, texturas y sabores que han formado su vida a partir de sus mejores recuerdos.
Existe cierta continuidad
temática en dos de los relatos, La última risotada de Javier
Solís y Nada, querida, no pasa nada:
el abandono, específicamente el de la mujer amada, que desaparece
sin aviso o amenaza previa, en una especie de huida del ser que la
mantiene emocionalmente cautiva. O quizá esta continuidad temática
es la misma continuidad de la vida, como la consecuente resaca a una
borrachera monumental o la depresión post-fiesta, ese momento en el
que finalmente estás solo y vuelves a tu vida ordinaria y afligida,
donde ya no hay canciones a todo volumen que bloqueen tus
pensamientos ni personas nuevas en las que intentes olvidar a las
pasadas, cuando el vaso contiene un líquido que ahora te da asco
pero que hace unas horas bebías con singular alegría.
Este
libro es también un boleto para un viaje al espacio urbano de la
mano de David Bowie, Robert Smith, Caifanes, Los amantes de Lola y su
mítica música, vistiendo de negro y con maquillaje recargado en una
danza con travestis, prostitutas y amigos en bares; con borrachos
genéricos que dejan paso (de mala gana) a las nuevas generaciones,
sedientas y ávidas de estupefacientes y melodías que los aleje de
una realidad poco agraciada o comprendida.
Estas
páginas son recuerdos transformados en letras, historias de amor
recientes y pasadas carentes de la ilusión y la felicidad que alguna
vez tuvieron, pues eso quedó atrás, junto con la juventud.
Este
Rocanrol suicida nos
muestra que la única manera (o al menos la más eficaz) de enfrentar
la realidad es con golpes, sangre y sexo, actos que encubren la
soledad y el desencanto de los que todos somos presa en algún
momento de la vida y por tanto surgen esas ganas de desaparecer o
poder vivir en marte.
El ya mencionado Nada,
querida, no pasa nada es mi
cuento favorito, pues el misticismo de la narración gira en torno a una
mujer-fantasma, un espíritu que ha embrujado al hombre que aún la
ama y al que no dejará libre.
Pueden
leer y conocer más del autor en su blog de wordpress, de donde leí Con la boca deshecha, texto que
simplemente me encantó:
"Soy
hombre. Amo a una mujer, ella y todo el mundo lo sabe. Amo a una
mujer y no sé si ella me ama a mí. No me atormento por ello… no
espero nada, aunque quiero todo. El amor no es un negocio, o una
transacción. Existe y está ahí. Amo a una mujer que sabe danzar
con tacones altos, aun estando borracha. Me gustan sus ojos oscuros y
el color de su piel. Yo no le gusto. Lo sé. Esas cosas se saben, se
perciben. Ella me quiere, pero yo no lo gusto. O por lo menos, no lo
suficiente como para correr el menor de los riesgos, el más
chiquito. Aún así, yo me batiría en duelo por ella.”
Por
último, las frases
memorables:
“No
con una sonrisa de modelo, sino una de borracha. Espontánea,
imperfecta, errática.” Caperucita
feroz,
P. 21
“La
alegría de los chicos no parece real, de hecho creo que los hombres
siempre estamos tristes. Con la llegada de los treinta años se
experimenta una aversión hacia los más jóvenes; un tipo de envidia
que aparece en tu estómago...” Las
Ratas de Coyoacán,
P. 43
“Supe
también que en cuestión de minutos terminaríamos cogiendo, y que
yo no podría evitar cerrar los ojos y pensar en la mirada de Cecilia
cuando Ignacio la desnudaba y ella me seguía coqueteando. Tampoco me
importó. No me importaba nada, y en honor a la verdad, a ella
tampoco.” Ibídem,
P. 53
“Todos
somos hijos de una timidez criminal y vulgar, herederos de nada.”
Ibídem,
P. 57
“...
a veces tengo la impresión de ya no tener nada interesante que
decirle a nadie, menos a una mujer bonita y joven.“ Pasolini
soy yo,
P. 59
“Me
gustan las personas que visten de negro, como ellos (refiriéndose a
Roy Orbison, Johnny Cash, Nick Cave y Morrisey). Yo solía hacerlo
hasta que noté que toda mi ropa se había desteñido con el tiempo y
se había convertido en algo entre gris y verdoso.” Ibídem,
P. 60
“Pensé
en Oscar Wilde y una de sus frases que más me gustan: la decadencia
es un privilegio de la aristocracia. Al reflexionarlo, se me ocurrió
que sólo los edificios hermosos se convierten en ruinas, mientras
los feos son demolidos y desaparecen sin dejar más rastro que el
cascajo. (...) Quiero pensar que soy un edificio viejo, como los que
abundan en La Habana, habitado por fantasmas femeninos o por gatos.
(...) You
have killed me, y
pienso en ella, mi fantasma mayor.”
Ibídem
“Sólo
evadía los problemas y se encerraba a escribir en su diario, para
luego llorar durante horas. Solía hacerlo antes de irse y yo solía
preguntarle si pasaba algo. Invariablemente respondía “nada” y
sonreía, haciendo un esfuerzo sobre humano. Y si sus labios mentían
callando, sus ojos -como rehenes de ella misma- me gritaban que sí
pasaba algo y yo les creía; y con los míos les decía que tuvieran
paciencia, que ya arreglaríamos todo. Pero sus ojos nunca
comprendieron el idioma de los míos. (...) Y yo sabía que ese aroma
se iría en poco tiempo, quizá para siempre y que en adelante mi
casa olería a vacío.” La
última risotada de Javier Solís,
P. 65-66
“...
todo el que sonríe en el mundo, es un idiota, un retrasado mental;
que todo el que no ha sido engañado, vive en el engaño.” Ibídem,
P. 71
“Ha
cesado la lluvia. Tiro el cigarro con sangre a un charco indefenso.
La brasa se consume y un hilo de humo se eleva al cielo como el alma
de un niño muerto.” Ibídem,
P. 72
“Ella.
La mujer que amaste como un imbécil y se fue, dejándote a merced de
la pero de las compañías; tú. Y es que sin Ella, tú eres la peor
versión de ti mismo, un ente autodestructivo y oscuro, un ser
amargado, un fanático del rencor, un morboso con ansias de ver cómo
la ciudad se entrega -como una puta vieja y desesperada- a los brazos
del fin del mundo. (...) Tomas el abrigo y las llaves, y escapas a
lugares concurridos, que son los que la ahuyentan. De preferencia,
aquellos donde no te acompañó, donde hay otras mujeres, mujeres con
ojos humanos, que no asesinan ni cantan con ellos, que no te vuelven
loco, que no te ponen de rodillas con un parpadeo.”
Nada, querida, no pasa nada, P.
74
“Por
momentos la olvidas, sintiéndote feliz y borracho (y libre), y
experimentas una sensación de bienestar que no existe, que es un
amera ilusión. (...) Juan José Arreola: “La mujer que amé se ha
convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.” Pero
tu vida no es un cuento de Arreola: tu vida se ha transformado en un
interminable juego con los dados cargados en el que es imposible
ganar o dejar de hacer apuestas suicidas; tu vida se parece más a un
bolero de Julio Jaramillo, a una película de terror muy mala,
exhibida de manera interrumpida en un cine donde no hay nadie sentado
en las butacas, más que tú.” Ibídem
“Ella
-tu propia Lady Ligeia, tu relato de Poe-, nunca habrá de dejarte;
te acompañará siempre... e invadirá los rostros de todas esas
mujeres que quisieras amar y no puedes, porque ya se te olvido cómo.
No puedes hacer nada, Ella es un fantasma. Tú, un alma en pena.”
Ibídem,
P. 76.
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