Efímera (Samsara, 2011) de Miguel Antoio Lupián
Soto (escritor mexicano, 1977) es el primer libro de cuento fantástico del
autor. Más de 35 narraciones breves comparten estas páginas de excepcionales personajes y situaciones catastróficas en escenarios familiares.
Efímera llegó a mis manos gracias a un
intercambio literario que hice con el autor, antes de que finalizara 2014, de ahí
que tenga una bella dedicatoria:
Gabriela Damián ofrece una exacta
descripción de la narrativa de Lupián en su increíble prólogo a Efímera:
(…)
la imaginación de Miguel Lupián nos concede una tregua, una oportunidad de
otear la frontera de la duda, el desconcierto, lo sobrenatural, en términos
cercanos y contemporáneos. Con Efímera
recuperamos la posibilidad de reconocer en nuestras propias calles y casas, en
nuestra propia historia, el escalofrío de lo imposible.
La necesidad de que la fantasía
irrumpa sin aviso en la vida cotidiana, de experimentar el miedo que produce la
madera chirriante o el lamento de unas bisagras, el recordatorio funesto de la
sangre y la muerte están en estas páginas, condensadas habilidosamente en
narraciones compactas y pulcras.
El epígrafe del libro es simplemente
genial, pues en el agradece (aparte de hacerlo a sus seres queridos) a
profesores, escritores, músicos, cineastas y artistas “por hacer de esta vida
efímera un viaje fantástico.” Nada más atinado.
Lupián presenta
lo fantástico como algo ya dado en la realidad, así como en el viento y en las
formas, y que sale a través de una mínima grieta, de una ruptura casi
imperceptible pero que está siempre ahí, esperando una mirada atenta, unos
oídos esperando escuchar la invisible tonada escondida en el estruendo o un
tacto considerado: sentidos que escudriñen más allá de lo manifiesto. Son claras
las evocaciones a Borges, Tario, Cortázar y Lovecraft, entre varios más.
Hablar de cada cuento o minificción que
me fascinó sería hablar de casi todas ellas, así que hice una pequeña
selección.
“Noche de furia” demuestra cómo un
momento atroz puede ser fugaz, durar segundos, pero sus consecuencias ser
eternas y sobrecogedoras. Lo atroz aquí también se esconde en el tamaño: el
castigo es minúsculo pero pertinaz, insistente. “El regalo” presenta una ofrenda
anónima que demuestra que la felicidad no está en los objetos ni en la vida,
sino en su ausencia, en la ausencia incluso del cuerpo, de la existencia. En la
completa desap arici ón.
“Acetenic” plantea una cuestión: fulminar
el presente, la realidad, con una flama que irá creciendo vertiginosamente,
consumiendo todo a su paso y sin consideración alguna. Pero esa fulminación no
sólo significa destrucción. Es, a la vez, una creación nueva a partir de lo
existente, pero en sentido opuesto. “Domingo” no sólo es la denominación de un
día. En Efímera, Domingo es una
figura baja y humana que necesita realizar una labor específica que reclama su
libertad, el tiempo que otros dedican al esparcimiento. Domingo es un niño que
demuestra su hartazgo a través de la sangre de su propio cuerpo, de heridas
autoinflingidas con las que busca resarcir la imposición.
“Alma” describe la inmolación como
procedimiento para buscar la verdad, para comprobar que las palabras de cierta
figura de autoridad son irrefutables. “El gigante” remite a los diversos
tributos o sacrificios anuales para deidades, ejércitos, imperios o pueblos que
los seres humanos han llevado a cabo durante cientos, miles de años. En este
caso específico, el tributo es un niño, tal como hacía Vlad Dracul con los
otomanos: no se sabe en realidad si el tributo vivirá por mucho más tiempo, lo
único certero es su partida, la garantía de su ausencia.
“Morir y nada más” es la repetición del
instante mismo de la muerte por la eternidad: un pequeño fragmento del Infierno
de Dante, la existencia se ha convertido en la reproducción del mismo hecho ad aeternum. “Buscando amor” refleja una
acción que acompaña a una creencia lo
mismo ancestral que brutal. Y, que al parecer, no es muy efectiva. Pero
las costumbres son una parte esencial de nosotros mismos, de ahí la
imposibilidad de escapar de ellas.
“Goyo” es una extraordinaria historia que
une a la perfección lo fantástico con lo realista: del poder de la creatividad
infantil surgen verdaderos monstruos con la fuerza de atravesar ambos mundos a
su capricho.
“El extraño caso de un velador” refleja
la importancia de los personajes no sólo en la mente de sus creadores, sino en
sus vidas. Es una historia que demuestra lo que ocurre cuando las vidas
ficticias cobran mucha más fuerza que las vidas reales, cuando son mucho más
interesantes y bellas, mucho más maravillosas, admirables.
“Treinta y tres trinos” es un conjunto de
33 cantos o entonaciones directas, precisas y abreviadas, 33 disparos certeros
a la imaginación y a la empatía.
Efímera
es un conjunto de
adversidades, de sensaciones y cierta adoración y cariño por lo que,
aparentemente, menos lo merece.
Lupián es director de Penumbria, revista fantástica para leer en
el ocaso (“Penumbria, la ciudad
del eterno crepúsculo”), que se compone de cuentos, reseñas literarias y
diversos artículos culturales, donde también son publicadas periódicamente
convocatorias para concursos de cuento fantástico y minificción.
Mi ejemplar pertenece a la reimpresión
hecha en 2013, pues el tiraje de 2011 se terminó rápidamente. El libro se puede
conseguir directamente con el autor, a quien pueden contactar en su blog.
Para finalizar, transcribiré a
continuación mis frases favoritas del libro.
Primera entrada al diario de un ciego
“Por eso he comenzado a escribir: para
enjaular las formas, encadenar los colores; evitar que los nudos torpes de mi
futura ceguera dejen escapar las imágenes.”
Noche de furia
“Alaridos rompen el silencio, tu cordura.”
Morir y nada más
“(…) derruidos, desprovistos de toda
dignidad.”
“No tengo más remedio que repetirme.”
Polvo
“El polvo que escurre de la ventana por
la que algún día saldremos.”
El extraño caso de un velador
“Son personajes fallidos. Personajes que
no cuajaron y fueron abandonados por los estudiantes, explicó (…)”
“Se levantó de la cama con el sabor de la
angustia en la garganta.”
“Se vistió rápidamente y corrió por las
calles anegadas rezándole a un dios en el que no creía.” Ibídem
Treinta y tres tristes trinos
·
Despierta.
Sangre en el cuello, en los muslos.El sol derramándose por la ventana. Ojos
rojos, piel en llamas. Inmortalidad perdida.
·
El
semáforo y yo caemos desprovistos de toda dignidad. Mientras el responsable
huye, nuestros ojos se apagan irremediablemente.
·
Tardé
mucho en comprender que el espejo, donde nunca encontré mi reflejo, era sólo
una ventana. Ahora, del otro lado, sigo sin encontrarlo.
·
Por
las noches, el abuelo se descuelga. Se
cambia la corbata, se recorta el bigote. Y antes de que amanezca, me saluda y
regresa a la pared.
·
Entre
mis brazos, mi hijo me mira con desprecio. Le regalo una sonrisa y lo coloco
junto a los otros seis frascos que contienen a sus hermanos.
·
Tu
risa sofocada en las cortinas, tu mirada recluida en el espejo, tu olor
desgajándose de las paredes, tu cadáver debajo de la cama…
·
Anoche
el traje gris escapó por el balcón. Al traje azul lo alcancé por la solapa y lo
encerré en el armario bajo un sudario de plástico.
·
Por años limó sus cuernos, sus colmillos; domesticó sus pasiones,
suavizó sus palabras… Pero nada había cambiado: seguía siendo un hombre.
Epílogo
Boda qu ímica
·
Ejecuta la marcha nupcial pero su violín enloquece. Los novios y
la iglesia se derrumban. Se retira, una vez más, tocando la marcha fúnebre.
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