París D.F. (Galaxia Gutenberg, 2015) es la primera novela de Roberto
Wong (escritor mexicano, 1982); con ella se hizo acreedor al primer Premio Dos
Passos a la Primera Novela en 2014.
Los
más de cuarenta capítulos intercalados (en los que se intuye cierta
hipertextualidad, como el propio autor lo ha mencionado al resaltar su gusto
por Rayuela, de Cortázar) alternan de forma magistral entre
los tres narradores que relatan la historia desde perspectivas y tiempos
diferentes, lo que desarrolla la trama de forma muy singular, con una
técnica muy bien lograda y con personajes profundos, siempre al borde del
abismo y que contrastan completamente entre sí.
Si
bien en un principio la lectura resulta un poco confusa, no hay más que avanzar
en las páginas para encontrar lazos y descubrir los vínculos que van urdiendo
los sorprendentes diálogos.
El
protagonista de Wong, Arturo, es un joven sensible y que «aprecia sutilezas»,
pero que puede ser tan cruel y feroz como la circunstancia lo amerite, y cuyo
complemento es el personaje de Nadia o Nadege, a quien designa su ideal de la
superposición planisférica: en un mapa de la Ciudad de México, diversos
edificios históricos o sitios turísticos corresponden a edificios y sitios del
plano de París. Algunos de los ejemplos más populares serían el de la torre Eiffel,
que estaría en el punto en que Reforma e Insurgentes se unen, y el del Bosque de Boulogne, que
estaría exactamente en Chapultepec. Con un lenguaje cercano y con escenarios
bastante populares, Wong configura un microuniverso paralelo de una ciudad
bastante peculiar y única.
Arturo
externa todos los dilemas de una vida que cambia radicalmente en pocos meses,
pues en un periodo corto de tiempo pierde la protección materna que él creía
innecesaria, y su situación económica y laboral, así como sus insatisfacciones,
cobran tal importancia que un cambio drástico se vuelve forzoso. Aquí entra en
juego la ferocidad armada de los delincuentes de la ciudad, lo que lo
despertará y lo hará actuar, dejándolo claro con la siguiente sentencia: «La
casualidad sólo fue el principio del desastre. En el resto, me dejé caer».
El
protagonista configura su mundo a partir de la angustia y el tormento, escapa
de una desdicha implacable, de una metrópoli que lo consume en todos los
sentidos. Su orfandad en la adultez no es menos dolorosa por haber ocurrido
tras dejar la infancia a décadas de distancia, sino que se convierte en un
dolor mucho más desgarrador y profundo al tomar conciencia de lo que significa
la muerte del ser más cercano y su ausencia. Arturo cuestiona el destino
preconcebido y piensa más en la suerte como una multiplicidad de opciones a su
alcance que en algo inmutable y ya establecido. Su búsqueda radica justo ahí,
en esa necesidad de demostrarse que puede modificar su sino, y lo explica con
la siguiente sentencia: «Tenía ante mí la llave del azar, el mecanismo para
activar la probabilidad. Un engaño, quizá, pero ¿qué no lo es?». Su destino está
plagado de errores necesarios, de aparentes equivocaciones que lo conducen por
el camino correcto.
A
través de su creatividad, que es su único método de escapismo, Arturo fantasea
con huir de alguna manera de su rutina diaria, intenta evadir el fastidio
reincidente en que se puede convertir la vida cuando se es parte del
capitalismo opresor y de la mediocridad laboral. Y talvez su fervor es lo que
invoca a los asaltantes que configurarán su destino a partir del fatídico
encuentro. Arturo demuestra cómo se pueden alterar los oxidados engranajes del
destino, modificar el mortal día a día en esta ciudad monstruo si la intención y
la —buena o mala— suerte son suficientes.
París D.F. no es sólo una
genial transposición de las geografías actuales de dos urbes: en esta
novela, el autor también combina en sus argumentos las Historias de ambas
capitales con la ficción; une ciertas obras literarias y artísticas, pero
también sitios icónicos y populares, con personajes enérgicos, propios de un
ambiente inmerso en el fastidio y el tedio y del que sólo pueden escapar a
través de lo ficticio, de la imaginación.
El
propio texto encuentra su justificación entre sus páginas: «Sé que no fue
en vano tratar de reinventar una ciudad y volver a vivirla, salvarse así
de lo ennegrecido cotidiano. En algún lugar, tal vez alguien recuerde esto,
descubra los itinerarios y los publique. Me gustaría ver a hombres y mujeres
persiguiendo fantasmas por la calle tras haberse revelado el azar, la certeza
de repentinas proximidades y coincidencias alucinantes, pero qué más da ya. Tal
vez ya no sea París, sino otra ciudad con, acaso, nuevas intersecciones. Otras
personas, otras ciudades, impregnadas de la misma esencia, la misma membrana
que veo ahora entre mí y las cosas».
La
metaficción asoma cuando dos de los personajes hacen referencia en dos ocasiones
a que son parte de una novela policiaca, lo que refleja su perplejidad frente a
las situaciones y actos ocurridos y su desconcierto hacia el futuro, un futuro
cada vez más fragmentado y sin sentido, doloroso hasta las lágrimas y
desolador.
Ésta
es una obra donde convergen geografías imposibles, donde el
esoterismo cobra una importancia fundamental y se mezcla con la vida
íntima del protagonista para emprender una búsqueda de la comprensión de la
vida misma, de una existencia que se ha estancado en tal punto, que el
protagonista duda que avanzar sea precisamente algo positivo.
Arturo
busca una razón a ciegas escudriñando testimonios en otros cuerpos y otras
mentes en una realidad por completo alienada pero que logra encender, iluminar unos
días aciagos que empeoraron después de que la bala detonada durante un asalto
equivocó su camino por escasos centímetros y se impactó en alguien más.
El
imaginario de Wong en París D.F. crea una nueva metrópoli donde confluye la embriaguez que todo
lo transmuta: es una amalgama de belleza y desgracia creada por el género
femenino, la mediocridad del hombre moderno y el fuego implacable y destructor
de su propio autor.
Éste
es un recorrido fantástico, tan mexicano como parisiense, que modifica la
percepción del espacio propio y conocido. Al igual que la Ruta de Don
Quijote, en España, la Ruta de Sor Juana, en el Estado de México, la Ruta
de Cortázar, en Buenos Aires, o las Rutas Cervantes de diversos artistas
en París, Wong crea un recorrido por algunas de las principales calles de la
Ciudad de México que incluye bares, el Centro Histórico, calles y avenidas
principales y otros sitios peculiares como la legendaria Farmacia París, cuyo
equivalente en las coordenadas de París sería, por cierto, la Catedral de Notre
Dame.
Esta
novela honra a otros textos y autores, a la arquitectura y a obras artísticas
de diversa índole. Trae de vuelta el eterno debate filosófico sobre si el destino
es algo preconcebido o no bajo la premisa de que quizá la misma existencia no
tiene un motivo de ser, y precisamente una de las finalidades de esta obra es
que sus personajes encuentren ese sentido.
Las
primeras páginas de la novela están disponibles en el sitio web de Galaxia Gutenberg, e incluso el autor grabó un fragmento con su propia voz para su entrada del podcats Primeras Letras
en la página web de Letras Libres.
El libro lo pueden comprar en Gandhi,
librería para la que el autor se "vendió" en menos de un minuto:
En esta entrevista, Wong habla un
poco sobre su proceso creativo y describe algunas particularidades de París
D.F.
“Tenía ante mí la llave del azar, el
mecanismo para activar la probabilidad. Un engaño, quizá, pero ¿qué no lo es?”
p. 10
“La casualidad sólo fue el principio del
desastre. En el resto, me dejé caer.” p. 11
“…la sensación maravillosa y terrible del
orgasmo.” p. 80
“…recordé que hacía unos años Jeanne
Hébuterne había saltado desde un sitio similar. Estaba embarazada de
Modigliani.” p. 81
“Sería tan sencillo no tener estas
pretensiones, evitar buscar que la vida sea un poco más grande de lo que en
verdad es.” p. 93
“Las cosas grandes les pasan a otros. Al
resto sólo les queda conformarse con lo pequeño, con lo que no tiene
importancia.” p. 95
“Lo único que puede arreglar tu vocación
de cosa rota es una cerveza.” p. 97
“Tiene que dar un paso hacia delante. Eso
es todo.
por los campos. tan lejos como el gitano
vaga.
La idea de matarse le hace bien.” p. 102
“Quisiera explicarle lo que ve, cómo por
momentostodo se desarrolla ajeno a su voluntad y se desdoblan arcos y rectas de
los que surgen superficies, puertas, recovecos. Pero ¿cómo hablar de estas
cosas que sólo se sienten como una terrible angustia?” p. 120
“Las personas son el reflejo de la
ciudad, su parásito.” p. 121
“…la poesía nos destruyó a ambos: es
terrible tener tan cerca a la belleza sin poder tocarla.” p. 126
“Se toca las cicatrices recientes, ese
lugar donde se mezcla lo bello y lo grotesco.” p. 135
“Es extraño, lo sé, hablarte así, desde
un lugar indefinido, desde un teléfono público, desde una carta, desde una
foto. Dictarte instrucciones de lo que tienes que hacer, decirte en qué calle
doblar, qué ver, qué tocar, convertirme en un fantasma, en una presencia que
intuyes en las cosas.” p. 138
“Una citade O´Gorman: ‘Imprevisible
historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas. Historia suceptible de
sorpresas y accidentes, venturas y desventuras, historia tejida de sucesos que
así como acontecieron, pudieron no acontecer’.” p. 141
“Le parece que toda esta situación
pertenece a otra historia, como si otro mundo se hubiera traslapado con el
suyo, generando una intersección sacada de alguna novela policiaca.” p. 141-142
“El alcohol es una noche de tormenta.” p.
145
“-Un dios aburrido repite en nosotros el
tedio del universo.” p. 147
“Piensas en las mil y una razones por las
que habría que claudicar, y pese a ello, continuar.” p. 166
“Pensé que estaba sudando, pero no era
sudor lo que recubría mi cuerpo, era otra cosa. Tal vez una certeza.” p. 167
“Hay pocos momentos en los que a los
hombres les es dado ser elocuentes.” p. 170
“Un error. ¿No es así como nacen todas
las cosas?” p. 171
“Sigue corriendo, arrastrado por París el
desastre irreparable del fuego.” p. 179
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