sábado, 16 de febrero de 2013

La displicencia humana

Escultura de autor desconocido



“…sus criaturas llegarían a todas las casas de clase media baja en adelante y espantarían a los niños con sus palabras atroces… y a los críticos literarios con su belleza perpetuamente inasible y, además, no sólo física, sino artística, miniaturizada, de cosa levemente nueva y a la vez muy antigua, del todo imprevista por la mediocridad y abulia de la época.”
Alberto Chimal


1. Voces agradables, suaves, roncas, ácidas, sosas. Horas de charla o silencios incómodos. Relatar una y otra vez los mismos sucesos, la vida pasada, alternando las edades y cambiando los detalles. Mezclando realidad con mentira en recuerdos mutados por una memoria no muy fiel.

2. Miradas intensas, lascivas, atractivas; transformadas en contemplaciones fastidiosas, irritantes, insoportables. Buscar ser el centro, lo único, para después querer huir y encontrar un escondite para esa fuerza que sobrepasa lo físico y llega hasta el alma, esa fuerza que puede ver los secretos más profundos y las mentiras más asquerosas encubriendo un hecho todavía más repugnante, pero a los que no puede descifrar por desconocer su código, su lenguaje. Y es para dar gracias a pesar de tener el peso del castigo de esos ojos encima sin que ellos sepan la capacidad de la represalia que infligen, inconscientes de su poder.

3. El placer de degustar incontables litros de diferentes clases de alcohol, cafeína y humo de cigarros no siempre de tabaco. Incluidas las pastillas de menta, los diversos dulces y las píldoras ilegales. Lenguas y bocas húmedas de placer, escurriendo entre palpitaciones vulgares. Cariño convertido en hiel, por simple gusto experimental.

4. Superficies muy suaves, que viven. Diversos matices de pigmentos que van de oscuros a claros. Pieles lampiñas o cubiertas con un fino bello, tersura exquisita que se alarga sobre las sábanas, buscando la manera de introducirse en ellas y desaparecer de este mundo, en un arrebato de placer individualista que a pesar de ello, es respetado y degustado por el (los) otro(s). Placer que deviene en aversión, suavidad trocada en aspereza que adquiere una singularidad reprobada y rechazada. Una piel fría de muerte, a la que se evita por miedo a perder la cordura.

5. Esencia natural del cuerpo femenino, enajenación pura, resquicios perfumados sutilmente, que con lazos invisibles atan al cuerpo ajeno y lo atraen hacia sí. Lazos que mutan en látigos flagelantes, aroma que demuda acerbo, líquido cáustico que corroe lo virtuoso.

Cabelleras rubias, castañas, cafés, pelirrojas. Mechones que transitoriamente ocultan un poco sus facciones, otorgándoles un secreto vital e inexorable. Falacias de formas y tonalidades diversas, mentiras infantiles llevadas a engaños voluptuosos. Pero sus manos tienen la obligación de dejar el rostro por completo al descubierto, para enfrentar la vida sin trucos infames. Y es cuando cae el telón final.

Intentar memorizar series de diferentes números telefónicos por días, a veces por semanas e incluso por meses. Calles, direcciones. Trazar figuras geométricas exactas o irregulares en el mapa del territorio. Números y letras que esconden personalidades tan disímiles como iguales, gracias a lo subjetivo de las diferencias.

Nombres extranjeros, místicos, alusivos a la naturaleza o por completo religiosos. Sustantivos sugestivos, encantadores, cautivadores; se vuelven indiferentes, insulsos, desagradables. Nombres que terminarán siendo estigmatizados.

Todo esto fue antes de ti. Jamás pude encontrarte en ellas ni en lo más recóndito de su ser. Mucho menos en su imaginación, muchas veces más desierta que su amor propio.

Todo esto fue antes de que aparecieras, tan pequeña, saliendo del grifo de agua, segundo antes de que te fugaras, por conmiseración, de aquel cuadro que compré tantos años atrás. Lo único digno de ornar mi vida sin transmutarse en algo maldito, aún después de comprender mi esencia.

Y ahora que estás fuera llevo horas, días completos contemplándote, parando sólo cuando parpadeo. Tu nuevo refugio es este vaso de agua, sobre mi mesa de noche. Me haces reconocer cuanto tiempo de mi vida desperdicié con la humanidad.

Mi simple abstracción en tu cabello azul ondulado, la claridad reflejada del agua en tu piel, las escamas que cubren lo que suple a tus piernas y tu inexistente sexo, tu tamaño mínimo y el aura que te envuelve y te representa tan distante a pesar de tenerte a escasos centímetros y esa atracción desmesurada que siempre has ejercido en mí han reanimado a mi psique después de cada esperada decepción, tras cada descubrimiento y desencanto del otro.

Deberás cumplir tu promesa, mi alma será tuya a cambio de que me lleves al paraíso del que has venido, colócame en tu roca, en medio del océano, en ese lienzo donde no pasa el tiempo, donde el piélago tranquilizará a mi ansioso espíritu y podré al fin regalar mis pensamientos al olvido y no volver a la absurda y egoísta búsqueda sibarita.



Lola Ancira, México, 2011.

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