Memoria del polvo de Edgar Adrián Mora (escritor de Puebla, México, 1976) es el segundo libro del autor reseñado en este blog; el primero fue Raza de víctimas, donde también pueden encontrar una breve biografía sobre él. Como se menciona en dicha reseña, este es el libro ganador del Primer Premio Nacional de Narradores Jóvenes UACM 2005 en el género de cuento.
Al igual que Raza de víctimas, Memoria del polvo es una compilación de relatos, donde once historias conviven ya sea bajo la mirada de una joven mujer, un niño, un viejo, hombres despertando a la adultez o por un narrador omnisciente que es enfrentado por uno de sus personajes.
Las letras de estas páginas crean una atmósfera de nostalgia por las personas que ya no están, por lo menos no en el presente, y que se combina con una añoranza de la infancia, de ese pasado en el que la vida no era tan abrumadora y la realidad aún conservaba cierto misterio, incluso en las cosas más triviales. También refleja la ferocidad del ser humano y lo que origina: una violencia recíproca que cesa hasta colmar su venganza. Las descripciones rurales, detalladas y que reflejan un conocimiento profundo de esta forma de vida, recrean realidades tan ajenas o alejadas de nosotros sobre las que conviene reflexionar, pues son parte de nuestro origen común como seres humano.
Epígrafes contundentes que anuncian una inminente adversidad y que también actúan como sinopsis de las narraciones nos guían en la lectura a lo largo de esta intangible memoria, y es así como, entre otros, Chesterton, Goethe, Bonifaz Nuño y César Vallejo hacen acto de presencia en esta obra.
El primero de los cuentos, Chapado a la antigua, narra el desencanto de un asaltante de antaño que con aflicción repudia las acciones y actitudes de los asaltantes modernos, reprobando su falta de tacto y educación, de solemnidad e incluso que no tengan la necesidad de hacerlo y sin embargo procedan. Particularmente, este cuento me llamó la atención precisamente por eso, por la crítica irónica que hace de estos individuos y porque en una charla con un buen amigo pensamos en escribir una “Guía o manual para asaltantes”, debido a nuestras recientes experiencias de asalto y robo fallido (contra nosotros, claro).
En Carta al abuelo Tejón se revive esta experiencia de infancia al saber perdido a seres amados en el plano físico, pues a escasa edad no se entiende el concepto de muerte tal como lo comprendemos después. O quizá se entiende mejor, sin tanto embrollo sentimental y religioso pero sí con un espíritu puro. Y quizá también el dolor se vuelve más profundo y de ahí surge la necesidad infantil de representar siempre al alma, a la energía que ha partido del cuerpo humano, a través de otro ser.
En el cuento que da título al libro (y uno de mis favoritos), Memoria del polvo, Mora narra la búsqueda de un texto por parte de un solitario y ausente padre hasta que encuentra su muerte; y el legado para el hijo, más allá de ser genético, es una investigación profesional que debe realizar ya no como obligación, sino como continuidad a la obra de vida del padre, como resultado de esa necesidad de resolver un acertijo mortal que durante décadas no logró descifrar. En este relato, el autor da la mejor descripción del polvo en el que se convierten los libros antiguos que se pueda leer:
“El polvo es el testimonio de que todas esas ideas, palabras y significados siguen vivos, de que nunca podrán morir en vano, de que aquel olor representa lo que ha quedado aprisionado entre la tierra y el cielo inmarcesible. El polvo. El olor del polvo en su propia memoria.”
Mirada sesgada está formado por una pareja y esa incompatibilidad de pensamientos y planes futuros, en ese contacto y convivencia que se crean a partir del tiempo (por mínimo que sea) y cierta necesidad de evitar la soledad, de saberse integrado en una sociedad a la que poco le importa el individuo y en la que las personas se sustituyen porque son desechables, donde en todas partes, a todas horas, las historias se repiten una y otra vez, hasta el infinito o el hastío. Es aquí también donde coexisten Cortázar e Idea Vilariño, el primero a través de ciertas ideas y la segunda con uno de sus más entrañables poemas:
Ya no será...
Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.
Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.
En el último relato, Hotel Esperanza, somos testigos de la metaficción que crea Mora al dotar de consciencia propia a uno de los personajes que, gracias a esto, se subleva contra su creador y le cuestiona elementos tan básicos como la decisión de asesinar a otro de los personajes, que ni siquiera tiene nombre o descripción. En este aspecto, recuerda a Niebla, novela de Unamuno donde el personaje principal se rebela contra su trágico final, anunciado en la historia y por lo que visita al autor, para abogar por su existencia. Finalmente, la muerte del personaje llega por otro medio y se logra así el cometido de Unamuno. Pero aquí, el personaje subversivo de Mora trasciende las explicaciones y respuestas del escritor e incluso es él mismo quien reflexiona:
“Cuando alguien se atreve a preguntar por qué los personajes no huyen de su destino, podemos responderle simplemente que no lo hacen porque no existen alternativas. No tenemos hacia donde escapar.”
Y, a su manera, lo justifica:
“Es un cobarde, necesita que otros hagan el trabajo sucio, necesita que otros viajen, que otros mueran, que otros maten.”
La confusión y las dudas que surgen en el lector sobre estos episodios son precisamente la finalidad de los autores: no afirmar que la literatura es mera ficción o que la vida es simple realidad.
Para finalizar, transcribo las mejores frases del libro:
“A nadie le niegues la palabra, me dice, si no hay nada que darles a las gentes dales el saludo, a nadie le hace daño y a todos les alivia la soledad de momento.” en Al purgatorio de visita.
“El comienza a recoger las cosas y a arrojar tierra sobre las brazas que aún resplandecen entre la ceniza, como estrellas recién nacidas que no deben intentar crecer.” Íbidem.
“Las palabras tienen, aunque no queramos, dimensiones que se miden según el hueco que llenan en el estómago del otro.” en Mirada sesgada.
“¿Por qué la gente tiene que vivir junta? ¿Por qué no se puede amar desde el espacio que encierra la propia miseria y el propio júbilo? ¿De verdad no se puede?” Íbidem.
“Yo sólo trataba de concentrarme en ajustar una frase sin aceite. Se atoraba. Rechinaba y los oídos se rompían sin remedio. Decirlo de otro modo. Ponerlo en otro lado. Inventarlo en otro tiempo.” Íbidem.
“ - ¿Sabes qué es lo único exacto? Las lágrimas
- ¿Qué?
- Salen cuando tienen que salir. Nunca son planeadas. No te dices un día: pues bueno, hoy toca clase en tal salón a las once, comida a las tres con tal persona y dosis de llanto a las ocho. No respetan horarios, ni lugares, ni protocolos. Es lo único exacto que nos queda.” Íbidem.
“... no lloras por lo que sabes falso, sino por lo que no puede ser verdadero.” Íbidem.
“Tú no existirías, yo no existiría si el tipo que lee la historia pierde el interés a la quinta línea. Además, no es real, sólo son palabras impresas en un papel. Es un juego, ¿no lo entiendes? Tú y yo tenemos que jugar para que otro decida nuestra existencia.” en Hotel Esperanza.
“Duerme y todo desaparecerá, no le temas a lo que no comprendes, ten miedo de las posibilidades que conoces de sobra. Hasta mañana.” Íbidem.
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