en
práctica la violencia... si son los
que
provocan la miseria o los que
luchan
contra ella»
Julio
Cortázar
La
sociedad del siglo XXI es hasta ahora, la víctima más perjudicada
por la violencia que ninguna otra. Actualmente, la violencia afecta
no sólo físicamente, sino de manera económica, política,
psicológica e ideológica y en una escala mucho mayor: a nivel
mundial. La violencia, entendida como perjuicio o imposición grave,
ya no sólo se mantiene en ciertos sectores de algunas naciones ni
grupos sociales: se ha configurado de forma tal, que las personas que
no sufren de ella son únicamente aquellas que están apartadas por
completo de la sociedad moderna (pero incluso podrían ser
consideradas como víctimas del aislamiento).
Gran
peso de esta problemática recae en el capitalismo y su
globalización, la falta de empatía y pobres relaciones
interpersonales y una inteligencia emocional poco desarrollada,
debido a la mínima importancia que se le confiere al ser humano como
tal, lo que da como resultado la indiferencia hacia diversos tipos
de violencia social y la despersonalización -a la que han orillado
los mismos medios y grupos sociales a los seres humanos-. Esto
facilita que se puedan cumplir ciertos trabajos que de otra manera
sería imposible que realizaran, como son los que están directamente
relacionados con el narcotráfico y los crímenes que se derivan de
él. Uno de los primero escritores en tomar cartas en el asunto fue
el colombiano Fernando Vallejo, que a través de La
virgen de los sicarios (1994),
recrea la vida de un adolescente de bajos recursos cuya vida está
sumergida en la violencia y las drogas y decide ser sicario, para al
menos mejorar su nivel económico, a pesar de poder perder la vida en
cualquier momento. Vallejo retrata la realidad de la manera más fiel
posible, acercándonos así a los barrios más bajos de Medellín y a
la vida de esos individuos que pareciera fueron creados en serie, sin
más finalidad que matar o ser matados.
Podemos
ver a la sociedad entonces como víctima y carne de cañón en un
juego injusto donde sólo unos cuantos (como siempre, en la historia
de la humanidad) ostentan el poder y la seguridad necesarios para
poder sobrevivir.
En
otro ejemplo literario, el escritor estadounidense Robert
Sheckley,
a través del cuento La
décima víctima (1965),
describe a una sociedad que ha superado la necesidad de estar en o
tener guerras porque han erradicado el sentimiento natural de
violencia en el hombre de la siguiente manera: creando una asociación
que regula asesinatos entre diferentes personas del mundo, que cuenta
con un código de comportamiento y reglas, como cualquier otra
agrupación que busca un fin común, en este caso, la paz mundial al
menor costo: sólo algunas vidas, anualmente.
Una
muestra de violencia a gran escala es una guerra mundial, y a pesar
de que hace décadas que sucedió la última, existe una amenaza
constante para la próxima: hace unos meses Corea del Norte advirtió
a Estados Unidos, Corea del Sur y Japón. Anterior a este “aviso”,
tres o cuatro años atrás, una crisis diplomática tensó las
relaciones de los países aliados de Venezuela (Rusia, Corea del
norte, China e Irán) con los de Colombia (E.U., Corea del sur,
Unión Europea e Israel), sin mencionar las innumerables veces que
Estados Unidos estuvo involucrado en conflictos bélicos y guerras,
sin olvidar la invasión que ha llevado a cabo desde 2001 hasta la
fecha sobre Afganistán.
El
problema del narcotráfico existe porque hay consumidores, y lo que
no se dice públicamente es que Estados Unidos es el primer país en
la lista de consumidores de narcóticos. No dejará de ser negocio
hasta que la demanda no cese, y lo incongruente del asunto es la
doble moral de un país problemático por excelencia, que crea el
infortunio pero demuestra que ayuda a combatirlo... y que, claro, no
puede erradicarlo, ya que depende de ello para sobrevivir.
Otro
escritor colombiano que decide escribir al respecto es Juan Gabriel
Vásquez, quien a través de El
ruido de las cosas al caer (Premio
Alfaguara 2011),
relata ciertos visos de la historia del narcotráfico y Colombia,
pues
hace
necesarias alusiones a Estados Unidos debido a que los personajes
secundarios son pertenecientes al Pace
Corps (cuerpos
de paz), un programa del gobierno para enviar ciudadanos americanos
voluntarios a diferentes localidades del mundo para ayudar a los
nativos con problemas sociales o económicos, por lo que Sudamérica
fue uno de sus principales destinos desde el inicio. Debido a que
Colombia se convirtió en el principal exportador de mariguana (y
posteriormente de cocaína) del mundo, el traslado del producto de
este comercio fue adoptado con gran remuneración económica por este
“cuerpo de paz”, que a pesar de realizar un trabajo real en la
sociedad, a través de sus enviados, se beneficiaba ilícitamente de
la explotación de los fértiles campos colombianos y de las personas
involucradas, quienes a cambio de una parte de las ganancias (menor,
por supuesto) arriesgaban la libertad y la vida misma, en el peor de
los casos.
De
todo lo anterior, se deduce que no hace falta que el planeta esté
en guerra, pues las constantes guerras privadas entre algunos países
e incluso determinados grupos sociales, como los cárteles y
organizaciones ilícitas que gobiernan ahora gran parte de los
territorios latinoamericanos y que se dedican a realizar diversas
actividades criminales, tienen incluso más poder económico y de
otras índoles
que los mismos gobiernos de estos países. Toda esta problemática
está más que reflejada en
la literatura del narcotráfico o “narcoliteratura”, término
acuñado hace algunos años, cuando la narrativa con esta temática
entró en apogeo, como necesidad de expresar y denunciar, a través
del lenguaje escrito, la crudeza de una realidad que afecta incluso a
quienes no tienen que ver directa o remotamente con el narcotráfico.
Pero
la violencia no es un producto estrictamente político o de
actividades ilegales como el narcotráfico, pues la agresividad es
inherente al ser humano; lo que habrá que erradicar es una conducta
enfermiza e innecesaria que genera diversas manifestaciones de
disfunción social y puede producir angustia, tristeza, ansiedad o
pérdida de autoestima, en los casos más usuales.
Las
causas principales de estas manifestaciones de violencia son los
factores biológicos, la masificación de los individuos, los cambios
climáticos debido a la polución, la contaminación auditiva y
visual, la crisis económica o la falta de oportunidades laborales y
educativas de calidad.
Actos
tan simples como usar audífonos al salir a la calle nos aísla del
grupo social del que formamos parte y nos incita a seguir pensando
que el mundo sólo somos nosotros mismos. Un poco de empatía y las
mínimas muestras de educación y cultura (saludar, pedir permiso,
ceder el asiento, ayudar a un desconocido) no cambiarán la situación
actual de la violencia en el mundo pero sí la de nuestro entorno,
que es lo que nos afecta día con día y directamente.
Lola Ancira, México, 2013.
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