Fotografía por Lourdes Almeida
Reseña personal: Origami para un día de lluvia de Manuel Ulacia (escritor español exiliado en México, 1956-2001), es su obra más conocida, publicada en 1990. Es un poema de aproximadamente 42 páginas y por la extensión me recuerda a Altazor, de Huidobro, que en algún momento tendremos por aquí. No suelo leer poesía, generalmente leo narrativa y mi preferido es el cuento. La singularidad de este poema fue que llegó a mí en el momento preciso en que yo también comenzaba a crear mis origamis de particulares y pesarosos recuerdos.
En
cuanto al autor, Ulacia llegó a México después de que inició la
Guerra Civil y fue gran amigo de Octavio Paz. Escribió poesía y
ensayo, fue Licenciado en Arquitectura y Doctor en Letras Hispánicas
por la Universidad de Yale, cuando falleció, era profesor de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. A su muerte aún la cubre
una nube de misterio, pues no se sabe si fue un accidente, suicidio o
asesinato: en un viaje de placer a las playas de Ixtapa con un
matrimonio amigo, después de un extraño suceso sólo la pareja
salió con vida. El cuerpo de Ulacia fue encontrado después.
Origami
toca
el complicado tema de las relaciones interpersonales de manera
autobiográfica, la más sincera (y quizá única) que existe para
este propósito, recordando a los demás “entre
ausencias aún presentes, que dejaron el mundo en una primavera
helada”.
Construye un mundo imaginario de
recuerdos a través del papel en el presente. Recuerda viejos
dobleces que son los únicos que pueden guardar el pasado, juega con
diferentes figuras que tienen fechas e inscripciones diferentes, en
orden cronológico. Saca del baúl hecho de reminiscencias de su
infancia pequeñas y delicadas figuras de origami encargadas de
hilvanar su historia amarga hasta ese día de lluvia en el que decide
rememorar.
La
construcción del pasado y la analogía de ubicar los recuerdos
mediante figuras de origami son una idea demasiado detallada y que
inunda a los actos mismos de afligidos recuerdos que se tienden sobre
un terciopelo de tristeza. La lluvia, siempre presente en el
estribillo reiterado, deja el sentimiento de melancolía impregnado
en la atmósfera del poema, como un eterno llanto que acompaña a
Ulacia por las pérdidas que ha de sufrir en dualidad con las
alegrías o gozos que recordará con nostalgia.
Placer
y sufrimiento se encuentran en la vida del ser humano como una
dualidad inalienable. La vida está llena de encuentros furtivos o
duraderos, de relaciones que marcarán nuestra vida de diversas
maneras y que conformaran nuestra personalidad, marcas que harán
dobleces en nuestras hojas lisas, creando con cada uno de ellos una
figura de lo más simple hasta lo más fantástica, con dobleces
tenues, suaves, o marcados hasta el tuétano: estamos formados por lo
que hemos vivido.
Se
podría llegar a pensar que las relaciones interpersonales donde se
involucran sentimientos intensos negativos e insanos (que
generalmente tienen un final inminente) no tienen una razón muy
lógica. Pero quizá, en realidad la razón de que todo esto tenga
siempre un fin es poder tener la esperanza de un nuevo comienzo, que
sin lugar a dudas, en un principio traerá satisfacción, pero la
forma en la que suceda el desenlace será siempre algo ignorado,
existiendo siempre la fatal predisposición a la ruptura.
Cada
vez se hace más difícil encontrar a una persona con la cual podamos
estar un tiempo prolongado de nuestra existencia, cada vez somos
seres más complejos que se individualizan, que inconscientemente nos
apartamos de la realidad y creamos barreras invisibles contra los
demás. Cada vez nos es más difícil olvidar el pasado y amar a otro
abiertamente, cada vez son más los prejuicios, los miedos, los
traumas.
Ulacia nos muestra su fauna mental de origamis
desdoblándonos el misterioso secreto de cada figura mediante su
relación con el pasado, extendiendo cada dobles para dejar expuesto
a la vista y a los sentimientos el enigma y desconsuelo que encierran
cada una de ellas. Configuración de un amor con todos sus diversos
significados pero con una misma intensidad inaudita, saber al objeto
del deseo no propio, sino ajeno. El dolor, la incertidumbre. Y las
preguntas eternas con las respuestas perdidas entre la paranoia, las
alucinaciones, las divagaciones.
Hola muy interesante tu rezeña del poema de Ulacia. Solo para precisar un dato: el poeta no perteneció a la generación del 27, recordemos que el nació en el año 56. El que si fue parte de esa generación de poetas fue el abuelo de Ulacia, el poeta Manuel Altolaguirre. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y por el dato, tienes toda la razón, ya lo corregí.
Eliminar¡Saludos!