Hombre de poca fe (Mondadori, 2010) es la primer novela publicada de Gilma
Luque (escritora mexicana, 1977), autora también de Mar de la memoria (Ediciones B, 2013).
Narrada en primera persona, con
una estructura compleja y fuera de lo convencional, en poco menos de 200
páginas se concentra el significado, la esencia del amor verdadero para la
protagonista, Alfonsina: aquel amor que destruye, aniquila y posee. El lector
se vuelve testigo del monólogo, de la voz interna de una mujer convaleciente
que se encuentra recluida en un cuarto de hospital recreando y recordando las
circunstancias y personas que han dado forma a su vida, junto con todas aquellas
decisiones que no solamente configuraron su personalidad. Todo lo anterior como
una especie de expiación, de justificación (pero jamás de arrepentimiento) para
uno de los dos hombres más importantes en su vida, Tomás.
El título viene, como lo comentó
la autora en una entrevista que le realizaron en un programa televisivo, del
pasaje de la Biblia en el que Pedro, al caminar sobre el mar para ir a Jesús,
tuvo miedo del fuerte viento, dudó y se comenzó a hundir. Clama entonces por la
salvación de éste y, después de que lo salva, le dice a Pedro: Hombre de poca fe, ¿por qué cediste a la
duda?
Probablemente también tiene que
ver el grito de ayuda de Pedro con Tomás, quizá su grito de ayuda, inconscientemente,
fue a través de Alfonsina.
Luque descubre en esta obra a la
mentira y el engaño como condición del ser humano y nos recuerda que sabemos
del otro solamente lo que refiere de sí mismo, pues estamos condenados a
interpretar, a ser testigos de miles de vidas y sólo protagonistas de la
nuestra. Estamos atados al lenguaje y a lo mucho (o poco) que lo utilicemos
para crear vínculos, a lo que los demás nos otorguen para lograr comprenderlos.
Asistimos entonces a un pasado
que se va configurando por los recuerdos, a la unión de dos vidas que antes de
encontrarse vivieron paralelamente terribles historias de amor no
correspondido, de sexo y placer disfrazados, nombrados de otra forma, de una
búsqueda perpetua en lo ajeno.
Este es un inminente recordatorio
que no llegamos a la vida de nadie y que de igual forma nadie llega a nuestra
vida como tabula rasa, al contrario:
llegamos arrastrando -o de la mano de- todos los demonios que hemos ido
adoptando o creando, con todas las traiciones, dolores y miedos a cuestas. Lo único
certero de esta vida (sin afán de ser pesimista) es que, por el simple hecho de
ser seres imperfectos, si algo puede
salir mal, saldrá mal.
Luque expresa contundentes frases
que golpean en el mismo sitio, en ese lugar al que hemos protegido del mundo
exterior pero no de nosotros mismos, nuestro peor enemigo.
Este hombre de poca fe es el
reflejo de todos aquellos derrotados por la vida y que, a pesar de esto, por un
extraño mandato divino deben seguir viviendo más derrotas, convencidos de lo
funesto de su existencia, no reconociendo la salvación aun cuando ésta se
presenta en forma de lo que alguna vez se anheló.
Alfonsina no tiene voz para los
demás y ha comprendido que está muy cerca del final. Es un recuerdo de todo lo
que vivimos y no hemos contado, y que quizá nunca diremos. Es una traición continua,
un engaño incluso para su propio recuerdo. Pero también es la pasión y el
delirio en un eterno conflicto que requieren de la fatalidad para revelarse.
Luque crea, a partir de este hombre de poca fe, a la mujer-castigo, a esa condena femenina que ha de importunar la aparentemente pacífica vida del hombre, una mujer-castigo gracias a la previa intervención en su existencia de un hombre inclemente: la transformación, para ella, no ha sido gratuita.
En Hombre de poca fe se condensa los temores más elementales: la pérdida y la muerte, el desapego y el engaño, así como los tormentos y suplicios que se albergan en lo más recóndito del amor.
Luque crea, a partir de este hombre de poca fe, a la mujer-castigo, a esa condena femenina que ha de importunar la aparentemente pacífica vida del hombre, una mujer-castigo gracias a la previa intervención en su existencia de un hombre inclemente: la transformación, para ella, no ha sido gratuita.
En Hombre de poca fe se condensa los temores más elementales: la pérdida y la muerte, el desapego y el engaño, así como los tormentos y suplicios que se albergan en lo más recóndito del amor.
Este libro es, en sí, toda una
frase para subrayar, pero transcribiré las más representativas: supernovas que detonan sus pequeños infiernos por doquier. Pueden adquirir este libro en El Sótano.
“Lo interesante del amor es que
pudo no pasar nunca, pudo no ser y nosotros no sentir su ausencia.” p. 7
“(…) siempre fue mañana hasta que
se convirtió en ayer.” Ibídem
“(…) quiero que continúe siendo después o tal
vez nunca, que no me haya sucedido aún.” Ibídem
“La ausencia es la hermana triste
de lo que se encuentra.” p. 8
“(…) me llenabas de tus
monstruos, de tu fantasma favorito, que por cierto siempre fue mejor que yo.”
p. 12
“¿Cuándo un deseo se convierte en
obsesión, cuál es la línea que separa lo que se quiere de lo que se necesita? No
sé cómo diablos creció en mí este monstruo, este ser que me habita y me ha
obligado a hacer tantas atrocidades.” p. 15
“Te quiero así, con mi infierno y
el tuyo mezclados.” Ibídem
“A veces te odio mucho más de lo
que te amo, aunque inmediatamente te vuelvo a amar con toda la desesperación y
la angustia que me produce el silencio.” p. 17
“Voy a dejar que los recuerdos se
amontonen, se aplasten unos a otros, se atropellen, se maten.” p. 18
“He pensado en lo pequeños que
somos, en lo ingenuos e insolentes. No podemos saber nada certero de la vida y
por eso hacemos de cada cosa una fantasía.” p. 19
“¿No es lo mismo alguien que se
muere y alguien que no te quiere amar? Ambos son imposibles, los dos duelen.”
p. 24
“Compartíamos una perversión,
quizá sólo una costumbre: traicionar.” p. 27
“(…) nadie quería salvarme y yo
no sabía cómo hacerlo.” p. 33
“(…) ojalá entiendas que sólo
somos sin querer.” p. 35
“Seguramente no soy fiel a tu
historia pero, ¿cuándo he sido fiel a algo?” p. 40-41
“Sólo somos lo que fuimos.
Estamos hechos de ayer, de un ayer mentiroso.” p. 43
“Somos los que fuimos que no
recordamos. Entonces sólo somos los que inventamos.” Ibídem
“No podías creer que la vida
continuara cuando había un vacío tan grande. No entendías que no se parara el
mundo en el momento más triste de tu vida.” p. 51
“El amor es tan egoísta que no
nos importa no ser amados, siempre y cuando nos dejen estar…” Ibídem
“(…) es imposible vivir como
condición de estar, también la tristeza se va, nos deja, nada nos pertenece.” p.
55
“También el placer se acaba, se
va. No con los días y la costumbre. Se va tras más placer. Sigue a las
traiciones.” p. 59
“(…) te convertiste en un maldito
que no sabía más que herir, herir a todos los que amabas y te amaban.” p. 65
“Creí que lo nuestro estaba lejos
del infierno, que yo por fin había elegido lo correcto. No fue así, sólo era un
círculo más.” Ibídem
“El amor es el olvido de uno
mismo.” Ibídem
“Yo te amo completo. Y me dueles
porque ya estás formado y yo sé lo difícil que es dejar de ser quien uno es.” p.
67
“(…) una rabia terrible que te
hacía traicionar a los tuyos, un odio sin sentido, inevitable. Unas ganas
irresistibles de engañar, de hacer sufrir, de perder.” p. 69
“Te gusta el peligro, la idea de
perder.” p. 73
“Así supe que te había lastimado
pero, Tomás, no me sentí mal, pensé que te lo merecías, por eso lo volví a
hacer muchas veces más con cualquier hombre.” Ibídem
“(…) hombre de poca fe, ¿y cómo
tenerla si de la vida sólo queda la memoria?” p. 75
“(…) aprendiste a vivir lleno de
tragedias y dolor.” Ibídem
“Odiándonos con ganas de amar.” p.
79
“Ella, como todas, deseaba ser
suficiente, como todas, ingenua.” p. 84
“(…) querías largarte a cualquier
lugar que no fuera ella y su frustración.” p. 85
“(…) el amor no se recuerda, el
amor se aborrece.” p. 96
“La gente se cansa, pierde las
esperanzas, se da por vencida. Olvida.” p. 97
“La muerte de otros siempre se
lleva algo nuestro.” p. 99
“No quería hacerte daño, pero no
podía evitarlo.” Ibídem
“(…) guardaste el dolor porque no
podías creer que tuviera fin.” p. 104
“(…) así habías aprendido a
vivir, en una guerra contra todo, amando lo difícil, lo imposible, lo
imperfecto.” p. 117
“Yo (…) también tengo un muerto
que me duela, que se fue y me dejó llena de imposibles. Y ese día, el de su
muerte, regresa sin tregua, y me duele de muevo…” p. 122
“(…) hay otro lugar peor que el
purgatorio: la vida, y de ahí sólo te salva la muerte (…)” p. 128
“¿Acaso la tragedia era
nuestra más grande coincidencia?” p. 135
“Así eres tú. Necesitas estar mal
para estar bien.” p. 139
“Los recuerdos son para alterarse
a nuestro favor (…) Eres un cazador de malos ratos, amas en la desgracia.” p.
140
“Nos estábamos destrozando,
Tomás, como todos los que se aman.” p. 141
“Eres bueno para inventar
tragedias.” p. 150
“¿A qué huele la tristeza (…) a
qué sabe necesitar morir?” Ibídem
“(…) nunca he entendido nada, que
me equivoco como condición de ser, que pierdo lo que más amo.” p. 159
“Me quedé con él por mucho tiempo
hasta que se quedó dormido. No sabía que estaba muerto.” p. 167
“No te salvé. Y sí (…),
tienes razón, soy tu castigo y también
el mío.” p. 186
Nota de agradecimiento
Esta novela fue especialmente
significativa para mí porque hace casi una década tuve una Alfonsina en mi
vida, tuve a un ser amado que perdió la voz y en circunstancias idénticas.
Gracias a Luque, por primera vez pude saber lo que sería estar en su mente y
cuerpo, algo de lo mucho que pudo haber pensado, imposibilitada, como estaba,
para decirlo. Sus ojos expresivos son los que se quedan en mi memoria, junto
con esa impotencia y frustración al saber que su final no resultó como lo había
planeado y que el único medio a utilizar para comunicarse con los demás quedó
anulado.
Está lectura fue una catarsis, un
significativo mensaje encontrado en el mar de letras entre los muchos que me
faltan por hallar. Un mensaje para todos aquellos que hayan tenido una
Alfonsina en su vida, o que la tendrán, y aún no lo saben.
Por lo pronto mi mensaje va para
ella, M., donde quiera que esté, porque aún me cuesta nombrarla y todavía recuerdo
el sonido de su voz, del que me angustia la posibilidad del olvido. Porque un
duelo se lleva de por vida.
No morí, no morí, lo sé porque estoy en el infierno.
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