lunes, 30 de abril de 2012

Consummatum est - Lola Ancira

Detalle de lápida en el cementerio  Prospect, en Glasnevin, Dublín.



     Tres días atrás te contemplé en la cruz y pensé: tócame, ten espasmos de sentir más dolor del que los clavos le proporcionan a tus miembros, baja y camina hacia a mí con los pies doloridos, ten la necesidad carnal de un hombre cualquiera y que cada látigo que toque tu espalda acreciente tu excitación.

Ahora que vuelvo al mismo lugar, te encuentro recostado. Tu pecho late cada vez más rápido al sentir mis pasos rondando y te delatan.

Comienzo tocando cada centímetro de tu cuerpo temeroso, empezando por tus pies. Alterno movimientos entre mi lengua y la punta de mis dedos, la temperatura aquí es tan baja que el vaho que sale de mi boca es completamente visible.

Recorro tu cuerpo lentamente al tiempo que el paño suave que te cubre la entrepierna se eleva poco a poco. Los instrumentos de tortura ahora son partes de mi cuerpo, no son externos. Pero en este momento esa tortura conspira para proporcionarte placer.

Me recuesto sobre ti. Toco tu cuerpo herido y abro mis piernas en espera de tu entereza, verte claudicar sólo hace crecer la pasión en mí y cuando me acerco, te rasguño y escucho un sollozo al unísono de tu jadeo, la ambivalencia plena y esperada en su máxima expresión. Las lágrimas amargas que te provoco y tu tormento son el sustento a mi lujuria.

Ahora tu cuerpo despoja al mío de vitalidad, usurpando mi calor.

La excitación de sentir tu placer en mi piel crece y busca conformar una sola unidad. Mi finalidad es encontrar un punto en el que nuestros cuerpos; identificándose, en un fervor creciente, se fusionen para llegar a la conmoción total.

El éter que hemos creado lo envuelve todo, ya no distingo entre tu cuerpo y el mío, se nubla mi pensamiento y no concibo ideas claras, se saturan mis emociones y una fuerza invisible sube el nivel del placer como tratándose de un mecanismo artificial trabajando para llegar al clímax.

Beso tus ojos obligándote a cerrar los párpados. Cierro los míos. Tenemos espasmos rítmicos, creamos una melodía nueva en el aire jamás imaginada, las notas brotan de nuestros labios y se entrelazan con colores quiméricos, una mezcla de dolor e impaciencia impregnados con el máximo placer, todo engendrado para tus últimos minutos de vida.

Tu corazón alarga la poca energía que ahora conserva, sabiendo que el fin esta cerca.

Hago pequeñas incisiones en tus costillas para comprobar si sigues con vida y tu rostro sufre pequeñas contracciones que la manifiestan.

Lamo los hilos de sangre que corren por tu sien y tu frente. Toco tu corona, la que fue creada con lacerantes espinas, la corona no envidiada. Me recuesto sobre ella y hago sangrar mi pecho, para tocar con mi líquido vital tu boca, en un sentimiento profundo y lóbrego, escarlata. Fletus mutus que no cesa en ti.

La sangre, el sudor y los fluidos corporales mezclados, te han mancillado la piel nívea, cubriéndola. Inspiras tanta  devoción que no podría dejarte así.

Eternidad. Con una daga de plata amputo tu mano izquierda, para persignarte con ella. Posteriormente amputo la derecha. Ya no hablas. Ya no sollozas, ya no respiras.

Ahora creas una imagen celestial. Un brillo enigmático comienza a iluminar toda tu figura. Halo que te otorga un toque sagrado.

Copula conmigo yo vestida de virgen, con un manto y cara angelical, con manos suaves y tibias, con mirada cariñosa y de consuelo, penétrame en un abrazo infernal y perpetuo. Que esta sea la nueva efigie en tus templos, que tengamos oraciones y nos pidan milagros, que invoquemos unión y creemos fe. En cada hogar no falte nuestra imagen, en un altar, iluminada con cirios blancos. De igual manera, nos hagan oraciones que busquen la satisfacción jamás concebida por la humanidad. Que se construyan recintos en nuestro honor, donde el placer sea el primer mandamiento, seguido del dolor físico.

La historia esta plasmada, el lienzo bajo tu figura, con ella impresa, no se borrará nunca.

Ver la muerte a un lado, inconmovible, implora tranquilidad, suplica entendimiento y muestra incertidumbre. La sangre derramada queda en nuestras mentes y las heridas en nuestros cuerpos vivos, pues los muertos no tienen memoria.

Debes permanecer inmóvil en tu sepulcro esperando, de nuevo, por mí.



Lola Ancira, México, 2010.