miércoles, 31 de diciembre de 2014

Los cuatro hermanos lunares - Gustav Meyrink





Esta es una pequeña nota preliminar que escribí para el cuento "Los cuatro hermanos lunares" de Gustav Meyrink para Mono de piedra, un proyecto en la red que apoya las publicaciones independientes de escritores iberoamericanos, impulsando así a la literatura a través de una plataforma actual. También pueden visitar su página en Facebook.

Gustav Meyrink es uno de mis escritores de literatura fantástica favoritos desde hace más de diez años, así que no fue difícil hacer la selección de un cuento para prologar cuando me hicieron la invitación para ser parte de Mono de piedra, pues Murciélagos, libro de cuentos al que pertenece "Los cuator hermanos lunares", marcó mi juventud.

Transcribo a continuación mi nota preliminar, y el cuento completo lo pueden descargar en formato ePub en este enlace.



Gustav Meyrink



Austria vio nacer en el siglo XIX a uno de los escritores representativos de la literatura fantástica, Gustav Meyrink (1868-1932). Comenzó a publicar relatos a los 32 años y en ellos ya existen características de la sátira, lo fantástico y ciertos toques de misterio que acompañarían desde entonces a sus narraciones. Gracias a esto, su nombre comienza a ser conocido en el ámbito literario. En 1915 publicó su primer y más famosa novela, El Golem. Al siguiente año publica Murciélagos (Fledermäuse: Ein Geschichtenbuch), libro que reúne siete de sus relatos más célebres, entre ellos Los cuatro hermanos lunares (Die Vier Mondbrüder, 1915).

Antes de dedicarse a la literatura y el ocultismo, Meyrink ejerció como banquero y abandonó el rumbo financiero debido a una estafa. Decidido a dejar este plano existencial a los 24 años, un opúsculo sobre la vida después de la muerte hizo un oportuno acto de aparición debajo de su puerta segundos antes de poder accionar el gatillo de la pistola, salvando su vida. He ahí la explicación del gran interés que surgió en él por las ciencias ocultas y que éstas sean unas de las principales temáticas en su mística narrativa, que influenció fuertemente a los escritores anglosajones adeptos al género fantástico, el horror y afines.

En toda su obra Meyrink muestra una fuerte preocupación por todo lo relativo al espiritismo, la parapsicología, la cábala, el taoísmo o la masonería, así como por doctrinas, ciencias y disciplinas alternativas y fascinantes que lo maravillaron y a las que introduce a sus lectores a través de su literatura. El simbolismo es clave en la narrativa de este autor, donde la muerte y lo onírico se filtran a través de las imágenes. Sus abundantes y acertadas descripciones logran crear el ambiente idóneo para cada uno de sus relatos y los imprevistos acontecimientos sorprendentes otorgan una carga de emoción con la que resulta imposible detener la lectura. El misterio es un sello siempre presente en las letras de Meyrink y se respira una atmósfera de suspenso en cada párrafo.

En el cuento Los cuatro hermanos lunares (especie de documento) Meyrink nos presenta, en una clase de autobiografía, la lúgubre historia del magistrado Wirtzigh, víctima de una alucinación o quizá de un sueño premonitorio. Este relato refleja el miedo latente al desarrollo tecnológico e industrial del siglo XX que muestra a las máquinas como objetos vivos y de perdición, pues estas inician una contienda apocalíptica contra sus inventores, los seres humanos. Los viajes espacio-temporales y los diferentes planos existenciales son otras preocupaciones del autor inscritas en estas líneas.

En el mismo cuento, Meyrink menciona al peculiar ilustrador Alfred Kubin, quien pareciera haber diseñado a los singulares personajes de esta historia: figuras alargadas, demacradas y oscuras representadas en funestas acciones o situaciones. De la relación de estos autores, hermanados por el misterio y lo indescifrable, surgió La otra parte, una de las obras maestras de la novela fantástica que Kubin publicó gracias a las ilustraciones que hizo por petición de Meyrink (para cierta novela que el literato finalmente no escribió).

Las tinieblas poblaron el imaginario de Meyrink y haberlo transmitido con tanta certeza es sólo uno de sus múltiples méritos. Miedo, asombro y extrañeza son algunas de las emociones garantizadas con esta lectura.


Lola Ancira 
México, 2014

martes, 30 de diciembre de 2014

Cuento(s) de Navidad





Tengo el placer de presentarles (y obsequiarles) este pequeño libro digital en el que participo y que reúne 9 relatos inéditos de diferentes autores, todos con la misma temática pero tratada desde imaginarios muy peculiares.

Este es un proyecto digital para distribución gratuita de Édgar Adrían Mora (Raza de víctimas, Memoria del polvo) y Alejandro Pérez Cervantes, que junto con Joel Flores (Rojo semidesierto, El amor nos dio cocodrilos), Carlos Dzul, Ira Franco, Iván Farías, Rafael Villegas y Valeria Gascón expresan sentimientos, ideas y emociones diversos en torno a las festividades que vivimos en días recientes.

Como spoiler alert sólo puedo dejarles el increíble prefacio:




Con este fantasmal librito hemos
procurado despertar al espíritu de una 
idea sin que provocara en nuestros
lectores malestar consigo mismos, 
con los demás, con la temporada ni
con nosotros.

Ojalá encante sus hogares y nadie sienta
deseos de verle desaparecer.

               Diciembre de 2014
               Los autores.



Transcribo también la entrada en la que Edgar Adrián Mora le dio la bienvenida al libro en Facebook, pues habla sobre lo que hay detrás de este encantador proyecto:



CUENTO(S) DE NAVIDAD
Este año se me ocurrió regalar a aquellas personas con quienes comparto el espacio virtual algo por Navidad. Ese algo tenía que ser, a no dudarlo, un relato que aludiera a estas épocas que se prestan para la evocación de múltiples sensaciones, recuerdos y sentimientos (no todos felices como nos ha hecho creer la avalancha de publicidad, por cierto). Después se me ocurrió que podría ser algo más grande, que quizá algunos amigos quisieran hacer algo similar. Y así fue como se lo comenté a Alejandro Pérez Cervantes, escritor coahuilense y editor de revistas universitarias, quien se animó a enriquecer el proyecto dándole una forma más terminada que aquella que tenía en mente. Y así, de a poco fui invitando y se fueron uniendo otros tantos amigos. La edición se hizo en tiempo récord, ayudados por las maravillas de la comunicación a distancia que los medios electrónicos nos permiten actualmente.

Al final quedó un conjunto que se llama CUENTO(S) DE NAVIDAD por aquello de hacer un guiño al clásico de Charles Dickens, A CHRISTMAS CAROL. Los escritores y los cuentos que se incluyen en esta antología son los siguientes:

"Bebiendo gasolina" de Iván Farías
"Santa llegó a la ciudad" de Édgar Adrián Mora
"El padre vencido" de Alejandro Pérez Cervantes
"El fantasma incidental" de Lola Ancira
"Regalo" de Carlos Dzul
"Son los papás" de Rafael Villegas"La cueva" de Ira Franco
"Navidades perdidas" de Joel Flores
"Tal vez el infierno es algo parecido a una sala de espera, con una televisión prendida en el canal cinco, pasando 'Mi pobre angelito 2: perdido en Nueva York' una y otra vez" de Valeria Gascón

Aquí se los dejamos, ojalá lo disfruten.


Para finalizar, dejo los párrafos iniciales de mi cuento, que pueden leer completo, junto con los demás cuentos, en este enlace.



El fantasma incidental


En todo lo que nos rodea y en todo lo que nos mueve
debemos advertir que interviene en algo la casualidad.
Anatole France

Otra vez las pequeñas luces de colores, árboles decorados con esferas brillantes que reflejan rostros transfigurados, como el alma de quienes las miran; temperaturas bajas y una alegría exagerada que parecería fingida. O al menos así fue hasta el año anterior, la última vez que tuve algo por qué celebrar.

Nuestra familia no había sufrido pérdidas trágicas ni acontecimientos espeluznantes, mi esposa, nuestros tres hijos y yo llevábamos una vida desenfadada y sin preocupaciones, pensando únicamente en los atuendos que utilizaríamos para las últimas fiestas del año o los alimentos de los que dispondríamos para tales ocasiones.

Ayer se cumplieron exactamente cinco años. A las ocho en punto de la mañana abría una pequeña caja cubierta con un vistoso papel de los típicos colores, verde y rojo, cuyo contenido cambiaría el destino de todos los presentes. Era un libro. La etiqueta del obsequio sólo tenía escrito el nombre del destinatario, y tanto mis hijos como mi esposa negaron haberlo comprado o colocado ahí para mí, cosa que por supuesto nos resultó de lo más extraña. Abrí el libro y tenía una dedicatoria en la primera página, en letras grandes, negras y gruesas. Acto seguido, leí en voz alta a mis atentos oyentes: “Encontrarás la revelación determinante a todos tus conflictos en estas letras. Lee con atención, sé que lo comprenderás todo.” Estaba firmado únicamente con las iniciales E. S.

El libro era Cuento de navidad, de Charles Dickens. Nadie en mi familia lo había leído, pero mis hijos habían visto la película hacía un par de años, cuando todavía se adjudicaban el término de 'niños'. Al recordárselos, comentaron que era una cinta interesante y con moraleja, afirmando mi esposa, además, que algún propósito debía tener la aparición misteriosa de aquel objeto en nuestras vidas.


Sinceramente, no soy aficionado a la lectura. He leído algunos cuantos libros a lo largo de mi vida, pero éste lo leí completo ese mismo día, por la noche. No fui capaz de cerrar los ojos o dejarlo en la mesa de noche, incluso tras varios minutos de lectura, como me suele ocurrir. Leí de la primera hasta la última palabra, contando el prólogo, el índice y la información de la edición. 

sábado, 27 de diciembre de 2014

Irreverencias maravillosas: La muerte como ornamento

                                                                                        Nine-Tailed Fox por rcahern



El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, está dedicado a la taxidermia alternativa o moderna, un arte que parte de lo tradicional o convencional para crear algo extraordinario.

Pueden leer el texto completo, directamente de la revista, en este enlace.


La muerte como ornamento

La taxidermia es el arte de la preparación y conservación de cadáveres para otorgarles una apariencia natural y viva. Esta palabra es un cultismo que surge del griego taxis (arreglo o colocación) y derma (piel) más el sufijo –ía (acción, cualidad), pues es precisamente la piel la que se debe conservar al realizar el proceso de disección, ya que después de tratarla se utilizará sobre un maniquí (de poliuretano o madera) del cuerpo del animal en cuestión.



Cortesía de webpark.ru



Desde hace aproximadamente 8000 años algunas técnicas de la taxidermia han sido usadas por diversas culturas, y poco después, en Egipto, se practicó la momificación. Durante el renacimiento (s. XV) los naturalistas se dedicaron a observar y comentar las características de especies nuevas, con la finalidad de lograr un conocimiento más extenso y profundo sobre la naturaleza. Poco después, en el siglo XVI, se hicieron populares los Gabinetes de curiosidades, que fueron los antecesores de los museos de historia natural actuales. El médico, naturalista y filósofo Ulisse Aldrovandi descubrió la zoología, la geología y la botánica, y su Gabinete fue uno de los más prolijos de la época. Contaba con más de 17,000 especímenes en 1595, una década antes de su muerte. Dibujos, textos y ejemplares físicos de plantas, minerales y animales disecados conformaban estos excéntricos y hermosos gabinetes, que creaban colecciones únicas de singularidades de los tres reinos de la naturaleza reunidos.



Segundo Gabinete de Historia Natural actual de Bonnier de la Mosson
Cortesía de la Biblioteca central del Museo Nacional de Historia Natural de París.



Actualmente existe una corriente en el mundo de la taxidermia que se enfoca más en el aspecto artístico y simbólico que comprende un cadáver de cualquier especie al ser tratado para su preservación, pero modificando el resultado final. Sarina Brewer fundó hace más de diez años, junto con Scott A. A. Bibus y Robert Marbury, el movimiento Rogue Taxidermy, que ellos mismo definen de la siguiente manera:


Un género del arte pop surrealista caracterizado por esculturas
creadas con técnicas mixtas que contienen materiales de taxidermia 
convencionales utilizados de una manera poco convencional.


Marbury incluso publicó este año el fascinante libro Taxidermy art (disponible en Amazon por menos de 16 dólares) que contiene fotografías de las mejores piezas realizadas de diversos autores y una guía ilustrada para quienes estén interesados en hacer sus propias creaciones, así como lugares y sitios específicos para conseguir lo necesario.








Esta taxidermia «moderna» (por llamarla con algún término adecuado en español) no es una extensión de la taxidermia tradicional, sino una nueva manera de preservar diferentes especímenes y crear nuevos seres inexistentes por completo en la naturaleza, pero conservando algunas técnicas y aplicando conocimientos específicos necesarios para realizar de manera adecuada sus creaciones, en las que monos y gatos alados, reptiles con engranajes dentro, ardillas de dos cabezas, conejos cornudos y zorros de 9 colas recrean las fantasías más dislates, con claras reminiscencias mitológicas. Estos artistas buscan honorar y preservar, al tiempo que trabajan éticamente con cuerpos de animales que fallecieron accidentalmente o por causas naturales, una de las principales diferencias con la taxidermia tradicional.

Algunos de los artistas más representativos de la taxidermia moderna son Lisa Black, que reúne en sus piezas la taxidermia con la estética del steampunk, y actualmente es una de las más populares. Sus obras biomecánicas fusionan la naturaleza y la tecnología de manera magistral, recibiendo el toque de la perfección.




Creación de Lisa Black



Jessica Joslin define a sus creaciones como «bestias híbridas hechas de metales y hueso». Pero, al contrario a lo que se entiende con la palabra bestia, sus creaciones son estilizadas y dueñas de una delicada belleza que resalta en cada detalle que las conforma. Suele trabajar con cráneos y cuerpos de aves, reptiles y mamíferos pequeños y utiliza también piedras preciosas y diferentes metales.



Creación de Jessica Joslin





Creación de Jessica Joslin



Precisamente en octubre del año en curso, la revista Vice publicó en su versión digital un texto titulado «Las mujeres dominan el mundo de la taxidermia alternativa», donde la autora habla un poco sobre la evolución de este arte y el importante (y primordial) papel de las mujeres en el ámbito actual, e incluye algunas entrevistas, entre ellas la de Joslin. Al parecer, hay muchas más mujeres involucradas que hombres, sin embargo –algo que no imaginé que pudiera seguir ocurriendo– son víctimas de comentarios ofensivos o amenazas (a pesar de que los cadáveres de los animales utilizados son «reciclados» y que no maltratarían jamás a alguno vivo) e incluso de discriminación por el simple hecho de ser mujeres, cuestión más que desagradable y retrógrada. El argumento principal del texto es que esta taxidermia alternativa ha surgido por la necesidad de una reinterpretación actual de la taxidermia tradicional.

Estas metamorfosis sintéticas creadas por profesionales definitivamente otorgan una segunda vida después de la muerte al cuerpo tratado, venerando cada parte de su existencia, reivindicando y uniendo los conceptos de muerte y belleza.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Presentación de Tusitala de óbitos en Guadalajara





El pasado 5 de diciembre tuve el placer de presentar finalmente mi libro, Tusitala de óbitos, en Guadalajara.

Exactamente a un año de su publicación, pude visitar una de mis ciudades más queridas, en el marco de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara.

Mis presentadores no pudieron ser mejores: dos grandes escritores a los que admiro y respeto, Alfonso López Corral (Musiquito del talón) y Rafael Villegas (autor, entre varios más, de Juan Peregrino no salva al mundo, cuya reseña aparecerá muy pronto por aquí).

Amigos entrañables de los años que viví en esta ciudad lograron crear un ambiente muy ameno, en verdad esa noche fue de muy grata compañía y mejores conversaciones.

Alfonso dio inicio a la presentación con la lectura de una carta asombrosa que hizo tras leer Tusitala, que tuvo a bien enviarme hace unos meses, antes de que esta presentación fuera planificada. Leer (y en este caso, escuchar) los comentarios certeros y formidables que un escritor genial tiene que decir sobre tu obra es sumamente gratificante. La transcribo:


Tusitala

Primero lo obvio, Tusitala es un libro que derrocha imaginación (con uno sólo de todos los temas que se abordan aquí muchos escritores harían carrera) y que no desdeña las constantes que aprisionan al ser humano, que trata siempre de escapar de la muerte persiguiendo pasiones y normalmente es tan bajo de estatura para alcanzarlas como se debe. Hubo cuentos que rápidamente se convirtieron en mis favoritos y noté otros que, sin ser fallidos, denotaban más su condición de ejercicio o ensayo para futuras historias. Pero, caray, uno piensa, si esto es lo que surge ahorita en su primera lid, no quiero, o mejor sí quiero, imaginar lo que nos espera con la siguiente obra. 

Sin embargo, no es mi intención pecar de obvio ni enumerar lugares comunes. Deseo resaltar un aspecto que no estoy seguro que hayan mencionado quienes ya escribieron sobre Tusitala. En la primera lectura tuve un fuerte encontronazo con lo que yo pensé que era un exceso de formalidad y seriedad y un derroche de referencias que más que ayudar a la lectura, parecían volverla lenta, pesada. Los temas mismos, para quienes no estamos tan familiarizados, no ayudaban con esta primera e ilusoria impresión. Temí que su obra se convirtiera en exclusiva para iniciados. Tuve que llegar, ya en el segundo repaso, al cuento titulado "Un inminente progreso", para percatarme que estaba sonriendo, es decir, divirtiendo: noté que el cuento hace un derroche de humor. Trata de un eremita que decide reintegrarse a la sociedad, sólo para descubrir que los avances de la civilización, en un tiempo que tampoco fue muy largo, han alcanzado el pináculo de las modificaciones de personalidad y corporales, que todo el progreso se resumió en cambiar al gusto, siempre variable y fugaz, el cuerpo humano y su esencia, su forma de ser, su personalidad, con un, vaya, ¡cambio de cabeza! Y pienso que la cara de alguien es lo primero que nos causa aversión al mirarlo por más que sea su forma de ser lo que nos repele. Y no acaba allí el cuento, las cabezas terminan embonando en los cuerpos de las mascotas, generalmente perros, y los intercambios se van volviendo más absurdos. Terminé la lectura completamente divertido. Si la autora no tenía en la cabeza a Kurt Vonnegut cuando escribió este cuento, pues qué maravillosa coincidencia.

No fue el único, quizás en menor medida pero apelando a la misma sensibilidad, "Licornio" me atrapó. Narrar las aventuras de un cazador con los más fantásticos seres, pero que termina lamentando haber dado muerte al siempre  raro y hermoso unicornio (y quizás es lo que lamenta el cazador, percatarse de que ese acto de crueldad que cometía tan fantástico ser era lo que lo convertía en real, en habitante de este mundo). Aquí también, los pasajes de los encuentros del cazador con tales seres son casi un devenir histórico que me recordó al Carpentier del cuento titulado Semejante a la noche, pues el cazador no sólo avanza de mitología en mitología, sino que al hacerlo se transporta históricamente. Y hay más cuentos: "Los infortunios de Vigiliuos…" donde Felice, esa aristócrata, descubre de donde provienen los materiales con los que crea sus obras. O el de "Cosmogonía de las parafilias", con ese párrafo final hilarante donde se nos descubre la verdadera personalidad de Superman.  

Para no agotar la lista, menciono que he hallado especial placer en estos cuentos al notar la veta de humor que  Lola desliza, aunque no en todos sí en la mayoría. Pienso que al abordar temas como estos, casi  siempre sombríos de por sí, más que arrojo se requiere inteligencia. Al aligerar las narraciones no sólo evita que se banalice la trama sino que hace que el lector atienda sus aspectos cruciales, los cuales muchas veces rozan la esfera de la moralidad, terreno lodoso para los escritores. No quiero extenderme más. Tampoco quiero que se malinterprete mi lectura. Muchos autores se enojan cuando resaltan el humor de sus obras. No me parece un escalón abajo el que ocupa el sentido del humor en el arte, no es cosa fácil provocar risa y diversión. Así suelen caer muchos veintes, incluso más que cuando nos recetan tragedias infumables de moralinas huecas y sentencias grandilocuentes. Eso es algo que un contador de historias no debe olvidar, y estoy seguro que Lola lo tiene presente: hay que entretener primero si pretendemos que el lector llegue al final del cuento. Modificando un poco las líneas del cuento, la causa de tantos hados funestos es que en los cuentos los escritores muchas veces se toman demasiado en serio ellos mismos.


Alfonso López Corral  



A continuación fue el turno de Rafael, que con soltura y agudeza comentó varios puntos referentes a Tusitala entre anécdotas misteriosas de su infancia y alusiones a lecturas clásicas.

Alfonso y Rafael son personas muy interesantes, que demuestran su gran acervo cultural en cada conversación y a través de sus obras.

Para finalizar, tras algún par de palabras y agradecer tanto al público como a mis presentadores, leí uno de los cuentos del libro, "Pāyğāme", que pueden leer en este enlace.

No puedo más que agradecer infinitamente por las palabras y elogios de ambos, los recuerdos, sensaciones y sentimientos que declararon sentir con la lectura de mis letras.

En definitiva, como bien dice Alfonso, una presentación, más allá de ser el espacio y momento para mostrar de lo que es capaz una obra, también sirve para convivir con los escritores involucrados en ella y pasar unas horas de lo más agradables.

De nuevo gracias, tanto a ellos como a los asistentes, por el tiempo e interés. Y claro, también a ustedes.




Fotografía por Allen Art.





jueves, 27 de noviembre de 2014

SEMANARIO - El hombre que fue lunes



SEMANARIO es una feria de arte, un evento que reúne múltiples disciplinas 
y una ocasión para comunicar lo que el talento tapatío quiere expresar. 
Es una oportunidad para hacer visibles las propuestas de ilustradores, 
diseñadores gráficos, fotógrafos, narradores y artistas audiovisuales. 
Es, sobre todo, el verter una reflexión personal sobre el tiempo, 
la intimidad y sus vivencias utilizando las experiencias del día a día.

A SEMANARIO Feria de Arte Joven la componen tres escenarios: 
una galería, los muros de Guadalajara y el espacio público.

Durante un mes, a partir del seis de Noviembre, el Laboratorio de Arte Jorge Martínez 
será la sede donde se exhibirán 35 piezas. Cinco disciplinas aportarán la visión
 de los participantes sobre cada uno de los siete días que conforman la semana.
 Las obras expuestas reúnen diálogos y conversaciones, plasman sentimientos,
 ideas, recurrencias, motivos, obsesiones en torno a la experiencia de lo cotidiano.

Siete muros de la ciudad y el corredor cultural de Av. Chapultepec constituyen
 los otros dos escenarios. Los murales plasmarán, también una serie de reflexiones 
personales sobre la semana y sus días. 
El espacio público mostrará una serie de imágenes que sintetizan la vivencia de la exhibición.

TEASER SEMANARIO




El 6 de noviembre del año en curso se inauguró en Guadalajara la exposición interdisciplinaria "Semanario", en la que tengo el placer de participar con un texto inédito, "El hombre que fue lunes" (texto transcrito en la parte inferior). El fragmento que describe este proyecto hace referencia al talento  tapatío, del que formo parte porque viví casi dos décadas de mi existencia en dicha ciudad.

Una de las peculiaridades de este proyecto es que reúne, entre otros, a diseñadores, fotógrafos, ilustradores y narradores que enfocaron en conjunto sus creaciones al día que les fue asignado, en mi caso el lunes. 

Pueden visitar la exposición y adquirir postales y los cuentos cortos referentes a cada día de la semana hasta el 12 de diciembre. Semanario es su página de Facebook, donde encontrarán varias fotografías de la inauguración y diversas publicaciones con referencias artísticas.








El hombre que fue lunes

El lunes era el día preciso para salir, confirmar que el mundo seguía ahí  y reafirmar su postura con la realidad: los seres humanos seguían siendo tan detestables como los recordaba; siempre mirando, siempre entrometiéndose, hablando de cosas sin sentido y de sus insignificantes vidas.

Esperaba religiosa y pacientemente el primer minuto de cada inicio de semana, pues era el único momento en que su vida parecía tener un propósito real. El agua escasa en sus manos y rostro traía de vuelta cierto sentimiento de satisfacción ya casi olvidado, pasar el peine de pocos dientes sobre sus grasosos cabellos y calzar las botas rescatadas de un terreno baldío eran lo necesario para mostrar su rostro de nuevo.

Hacía años que acataba este comportamiento y la vida se había convertido en una rutina que había adoptado incluso sus mínimos esfuerzos por cambiarla. Ahora lo único anclado a su memoria era el día exacto en que decidió marcharse, renegar (o abrazar) su existencia y venerar a su don del engaño, su don de la mentira. Fue un lunes en que debía huir de la realidad para no dar cabida al terror, para permanecer en su área de confort; huyó del sentimiento de pertenencia para ser dominado por la eterna paranoia, para idolatrar al delirio.

Ahora la vida parecía repetirse por ciclos pero lo que en realidad pasaba era una sucesión lineal de tiempo que repetía nombres según los segmentos avanzados, los días. Y decidió anclarse en uno, el primero. Cada minuto transcurrido de estos segmentos se llevaba a la persona que había sido hacia un instante, las horas lo renovaban, pero durante los siguientes seis días ellas mismas se encargaban de destrozar todo avance, por lo que su convicción se volvía cada vez más delgada, hasta que desaparecía.

No recordaba nada más. Anular su pasado ante el horror de recordar una realidad menos dolorosa a la presente resultaba lo más adecuado. Pensar el instante como lo único verdadero en su existencia, a la vida como algo transitorio y al sufrimiento como una necesidad, lo mantenía expectante.

Sabía que pudo evitar la catástrofe pero no lo hizo. Al contrario, provocarla una y otra vez ante sus ojos cerrados gracias a su imaginación, que crecía como una bola de estambre alimentada de cobardía, era otro de sus pocos placeres.

El hombre que siempre fue lunes realmente no ha vivido en ningún otro día, su biografía está formada únicamente por una consecución de inicios prometedores que devienen en las mismas calamidades que está habituado a experimentar, a ese regreso al anonimato y a la sombra, a una vida ignorada incluso por él mismo. Pero esta vez (como muchas otras veces se ha dicho a sí mismo), es una nueva oportunidad para comenzar.

Hoy se ha dado cuenta de lo cretino que ha sido. Este lunes ha decidido que es su última oportunidad. Por impulso sale del callejón donde durmió, obedeciendo los latidos de su corazón, de ese órgano vital que toda su vida le había indicado que deseaba escapar de un tórax igual de exánime que él. Subió al puente peatonal que tan bien conocía y respiro profundo.

Ver por dos segundos su entorno desde una perspectiva completamente diferente fue su despedida. No tuvo tiempo suficiente para escuchar el estruendo tras su caída y lo que cambió en otras vidas aquel lunes, gracias a su partida.




sábado, 22 de noviembre de 2014

Irreverencias maravillosas: De angustias y creaciones

Mano de La Pianista


El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, está dedicado a los autómatas, mecanismos increíbles creados por el ser humano para realizar tareas específicas y diversas.

Pueden leerlo, directamente en la revista, en este enlace, y pueden ver a los 7 autómatas antiguos más extraños aquí.


De angustias y creaciones


No tengo miedo de los robots. Tengo miedo de la gente.
Ray Bradbury


Los autómatas (del latín automăta, derivado del adjetivo griego autómatos, que se mueve por sí mismo) son creaciones que han existido desde la prehistoria, desde la cultura del antiguo Egipto o el periodo helenístico hasta la actualidad, y sus usos han variado entre lo didáctico, lo religioso o la imitación de diferentes acciones humanas.

Han aparecido en la literatura en obras como El Satiricón (s. I), “El jugador de ajedrez de Maelzel” (1836) de Edgar Allan Poe, El Maestro Zacarías (1875) de Julio Verne o Los Robots Universales de Rossum (1920) de Karel Čapek, obra en la que también aparece la palabra “robot” por primera vez –actualmente, ambos términos se pueden usar por igual–.






“El jugador de ajedrez de Maelzel” es un ensayo en el que Poe trata de explicar el funcionamiento de un supuesto autómata llamado El Turco, fabricado en 1769 por el escritor e inventor Wolfgang von Kempelen y que representaba a una persona sentada ante un tablero de ajedrez sobre una cabina de madera que escondía el aparente mecanismo del autómata, cuando en realidad era el lugar donde se ocultaba algún jugador notable de ajedrez. Este supuesto genio ajedrecista también es mencionado en La máquina de pensar y otros diálogos literarios (1998), una compilación de ensayos de Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges.

El escritor Isaac Asimov (1920-1992), uno de los autores más reconocidos de ciencia ficción escribió, en 1942, las tres leyes de la robótica dentro de su cuento “Runaround”:
  1. Ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano resulte dañado.
  2. Todo robot obedecerá las órdenes recibidas de los seres humanos, excepto cuando esas órdenes puedan entrar en contradicción con la primera ley.
  3. Todo robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando esta protección no entre en contradicción con la primera o la segunda ley.

Estos preceptos son un tipo de código registrado en la memoria de los robots creados en su literatura, usadas o mencionadas en diversas ocasiones por otros autores (principalmente de ciencia ficción) y son una especie de invocación protectora para sus creadores, los seres humanos.

El hombre, siempre temeroso de afrontar a la divinidad, no quiere equipararse con la “potencia creadora” al engendrar este tipo de mecanismos, pues podrían cobrar conciencia de su poder. El escritor Gustav Meyrink (1868-1932), a través de su emblemática novela El Golem (1915), demuestra cómo una gran figura humana de arcilla, un autómata (en el sentido de quien actúa de forma maquinal, condicionada), fue creada para defender a su creador, pero por un error de éste, el Golem comete actos incongruentes e inicia el caos. Otro ejemplo, cronológicamente anterior, lo tenemos en la primer obra de ciencia ficción, Frankenstein (1818) de la escritora Mary Shelley (1797-1851), donde el protagonista da vida a un extraño ser, formado por partes de diferentes cadáveres, utilizando la electricidad. Al poco tiempo, este ser es consciente de su existencia y poder y termina cometiendo atrocidades. En ambos casos, la tragedia y el enigma conducen a la misma moraleja: no tratar de imitar a la divinidad, pues siempre habrá un castigo que incluso podría ser mortal.




El escritor



En cuanto al séptimo arte, los autómatas también han sido un tópico frecuente desde principios del siglo pasado, entre ellos El Golem (1920, basada en la novela homónima de Meyrink), Metrópolis (1927), El hombre bicentenario (1999), Inteligencia artificial (2001), Yo, robot (2004) o La invención de Hugo Cabret (2011). Esta última se basa en El dibujante y El escritor, autómatas de tamaño real creados por Jaquet-Droz, entre 1768 y 1774, para los aristócratas europeos. El escritor, hecho con más de 6 mil piezas, ha sido considerado uno de los primero antepasados de las computadoras modernas, lo que nos lleva a la máquina de Turing (fabricada por el genio británico Alan Turing): un mecanismo que sirvió para poder crear la primera computadora y que hasta ahora sigue siendo utilizado en ellas. En resumen, la máquina está conforma por una cinta marcada con el sistema binario y un elemento que lee y escribe, según el caso, estos símbolos, realizando un trabajo en serie.



El Golem


Metrópolis


Turing, interesado en la cuestión de la inteligencia artificial creó, en 1950, el test de Turing, una prueba de desafíos con el objetivo de demostrar la agudeza que puede tener una máquina. Este test nunca obtuvo resultados positivos, pues las computadoras no pudieron imitar las respuestas del cerebro humano (aunque lograron engañar a un porcentaje notable de los jueces), pero se estima que en el 2029 las respuestas que den las máquinas logren superar dicho test, aventajando o al menos asimilando la inteligencia humana, ya que la inteligencia artificial continúa perfeccionándose.

Pero hay muy buenas razones para dudar que los robots tomen el control del mundo. Y unas de ellas nos las da el escritor Ray Bradbury (1920-2012), quien adjudica este miedo a la ignorancia y a aquellos que ejercen la censura (de cualquier tipo). En la carta que le escribe a Brian Sibley en 1974, respecto al temor de éste a que en Disneylandia se usaran audio-animatronics (un tipo especial de robots para shows), pues “había leído muchas historias de ciencia ficción en las que se refleja el miedo de que los robots tomen el poder del mundo”, Bradbury responde en una carta concisa, en la que explica que los verdaderos monstruos somos los mismos seres humanos al perder nuestra humanidad, pues miles, millones de personas, a través de la historia, se han fulminado entre sí por motivos diversos y ridículos, como ideologías o religiones que intentan imponer, y para Bradbury, la tecnología (incluidos los robots) sólo nos ayuda con la tarea obligatoria de humanizarnos.

Bradbury termina la carta de manera magistral:

Tengo miedo de jóvenes asesinando viejos y viceversa.
Tengo miedo de los comunistas matando capitalistas y viceversa.
Pero… ¿robots? Dios, yo los amo. Los utilizaré humanamente para enseñar todo lo anterior. Mi voz hablará por ellos, y será una maldita hermosa voz.

Debido a la desconfianza que generó en algunas personas la industrialización y la llegada de maquinaria cada vez más compleja, surgió el temor de la rebelión de las máquinas,  al que Asimov nombró como el “complejo de Frankenstein”, donde las creaciones tecnológicas son capaces de revelarse contra sus creadores y así dar inicio a un episodio apocalíptico.

Finalmente, este temor es tan válido como la defensa que hace Bradbury, y tomar una posición sólo depende de nuestra elección de argumentos y juicios.