miércoles, 28 de junio de 2017

El peatón - Ray Bradbury (cuento)

Ray Bradbury



«El peatón» es un relato de Ray Bradbury, y forma parte de su libro Las doradas manzanas del Sol, publicado en 1953.


El peatón


Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios, nada le gustaba más al señor Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las avenidas iluminadas por la Luna, en las cuatro direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente no importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si estuviese solo. Y una vez que se decidía, caminaba otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de cigarro.
A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían cerrado una ventana.
El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza, escuchaba, miraba, y seguía caminando, sin que sus pisadas resonaran en la acera. Durante un tiempo había pensado ponerse unos botines para pasear de noche, pues entonces los perros, en intermitentes jaurías, acompañarían su paseo con ladridos al oír el ruido de los tacos, y se encenderían luces y aparecerían caras, y toda una calle se sobresaltaría ante el paso de la solitaria figura, él mismo, en las primeras horas de una noche de noviembre.
En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el oeste, hacia el mar oculto. Había una agradable escarcha cristalina en el aire, que le lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como un árbol de Navidad. Podía sentir la luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve invisible. El señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos blandos en las hojas otoñales, y silbaba quedamente una fría canción entre dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el esqueleto de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.
-Hola, los de adentro -les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras-. ¿Qué hay esta noche en el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por dónde corren los cowboys? ¿No viene ya la caballería de los Estados Unidos por aquella loma?

La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles.
-¿Qué pasa ahora? -les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera-. Las ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Un comediante que se cae del escenario?
¿Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna? El señor Mead titubeó, y siguió su camino. No se oía nada más. Trastabilló en un saliente de la acera. El cemento desaparecía ya bajo las hierbas y las flores. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él.
Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la ciudad. Durante el día se sucedían allí tronadoras oleadas de autos, con un gran susurro de insectos. Los coches escarabajos corrían hacia lejanas metas tratando de pasarse unos a otros, exhalando un incienso débil. Pero ahora estas carreteras eran como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna.
Leonard Mead dobló por una calle lateral hacia su casa. Estaba a una manzana de su destino cuando un coche solitario apareció de pronto en una esquina y lanzó sobre él un brillante cono de luz blanca. Leonard Mead se quedó paralizado, casi como una polilla nocturna, atontado por la luz.
Una voz metálica llamó:
-Quieto. ¡Quédese ahí! ¡No se mueva!
Mead se detuvo.
-¡Arriba las manos!
-Pero... -dijo Mead.
-¡Arriba las manos, o dispararemos!
La policía, por supuesto, pero qué cosa rara e increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes sólo había un coche de policía. ¿No era así? Un año antes, en 2052, el año de la elección, las fuerzas policiales habían sido reducidas de tres coches a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había necesidad de policía, salvo este coche solitario que iba y venía por las calles desiertas.
-¿Su nombre? -dijo el coche de policía con un susurro metálico.
Mead, con la luz del reflector en sus ojos, no podía ver a los hombres.
-Leonard Mead -dijo.
-¡Más alto!
-¡Leonard Mead!
-¿Ocupación o profesión?
-Imagino que ustedes me llamarían un escritor.
-Sin profesión -dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.
La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una aguja.
-Sí, puede ser así -dijo.
No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.
-Sin profesión -dijo la voz de fonógrafo, siseando-. ¿Qué estaba haciendo afuera?
-Caminando -dijo Leonard Mead.
-¡Caminando!
-Sólo caminando -dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.
-¿Caminando, sólo caminando, caminando?
-Sí, señor.
-¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?
-Caminando para tomar aire. Caminando para ver.
-¡Su dirección!
-Calle Saint James, once, sur.
-¿Hay aire en su casa, tiene usted acondicionador de aire, señor Mead?
-Sí.
-¿Y tiene usted televisor?
-No.
-¿No?
Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.
-¿Es usted casado, señor Mead?
-No.
-No es casado -dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.
La luna estaba alta y brillaba entre las estrellas, y las casas eran grises y silenciosas.
-Nadie me quiere -dijo Leonard Mead con una sonrisa.
-¡No hable si no le preguntan!
Leonard Mead esperó en la noche fría.
-¿Sólo caminando, señor Mead?
-Sí.
-Pero no ha dicho para qué.
-Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.
-¿Ha hecho esto a menudo?
-Todas las noches durante años.
El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio que zumbaba débilmente.
-Bueno, señor Mead -dijo el coche.
-¿Eso es todo? -preguntó Mead cortésmente.
-Sí -dijo la voz-. Acérquese. -Se oyó un suspiro, un chasquido. La portezuela trasera del coche se abrió de par en par-. Entre.
-Un minuto. ¡No he hecho nada!
-Entre.
-¡Protesto!
-Señor Mead...
Mead entró como un hombre que de pronto se sintiera borracho. Cuando pasó junto a la ventanilla delantera del coche, miró adentro. Tal como esperaba, no había nadie en el asiento delantero, nadie en el coche.
-Entre.
Mead se apoyó en la portezuela y miró el asiento trasero, que era un pequeño calabozo, una cárcel en miniatura con barrotes. Olía a antiséptico; olía a demasiado limpio y duro y metálico. No había allí nada blando.
-Si tuviera una esposa que le sirviera de coartada... -dijo la voz de hierro-. Pero...
-¿Hacia dónde me llevan?
El coche titubeó, dejó oir un débil y chirriante zumbido, como si en alguna parte algo estuviese informando, dejando caer tarjetas perforadas bajo ojos eléctricos.
-Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.
Mead entró. La puerta se cerró con un golpe blando. El coche policía rodó por las avenidas nocturnas, lanzando adelante sus débiles luces.
Pasaron ante una casa en una calle un momento después. Una casa más en una ciudad de casas oscuras. Pero en todas las ventanas de esta casa había una resplandeciente claridad amarilla, rectangular y cálida en la fría oscuridad.
-Mi casa -dijo Leonard Mead.
Nadie le respondió.

El coche corrió por los cauces secos de las calles, alejándose, dejando atrás las calles desiertas con las aceras desiertas, sin escucharse ningún otro sonido, ni hubo ningún otro movimiento en todo el resto de la helada noche de noviembre.

viernes, 23 de junio de 2017

Vida extra - Alfredo Carrera





Desde cientos de años atrás, la temática del suicidio ha suscitado múltiples opiniones, y es un hecho que desde entonces ha contado tanto con partidarios como con detractores. Albert Camus lo definió prodigiosamente: «El único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas».
Esta controversial acción es el eje temático de Vida extra (Pearson, 2017), la primer novela juvenil (con ilustraciones de Cuauhtémoc Watzka) del escritor Alfredo Carrera.
Vida extra es un viaje en el tiempo a finales de la década de los 90 –ésa que, para muchos, amenazaba con concluir y llevarse al mundo entero con ella, todo por el posible colapso tecnológico que se avecinaba y principios del nuevo siglo. Como en un videojuego, esta novela ofrece la posibilidad de volver a la vida  tras una muerte virtual: Juan Carlos, el protagonista, desde el primer capítulo abre su mundo y su mente para el lector y explica por qué decidió dar marcha atrás con su plan de suicidio, mismo que estaba a segundos de realizar.  
A través del diario de este adolescente de diecisiete años que cursa el sexto semestre de preparatoria y cuya historia se sitúa en 2002, Carrera ha creado un muestrario perfecto de la forma de vida de la juventud de entonces que, aunque en realidad no parece tan lejano, es una buen ejemplo de cómo los avances tecnológicos han modificado a la sociedad. Juan Carlos utiliza unos Walkman, para conectarse a internet debe usar la línea del teléfono (y desconectarse en caso de que su madre quiera hacer una llamada), su principal fuente de investigación es la enciclopedia digital Encarta, visita la ilustrativa página web Shownomercy  y, entre sus amigos, es uno de los pocos privilegiados que tiene un celular de segunda generación.
La trama se desarrolla a la par que los personajes se presentan desde la perspectiva de Juan Carlos gracias a las cartas que envió previamente a su intento de suicidio por correo postal (otro elemento que ahora podría considerarse anticuado, sobre todo por las nuevas generaciones). Estas misivas breves aparecen intercaladas en la novela a través de un diseño original, pues simulan hojas arrancadas de un cuaderno. Diversas referencias tanto musicales como literarias salpican estas páginas, entre ellas un aparentemente inofensivo «club de los suicidas», que evoca al singular relato de Robert Louis Stevenson El club de los suicidas, publicado en 1878.
Con un humor ácido que, por las alusiones a la muerte autoinflingida recuerdan a Joseph Conrad («Que piensen lo que quieran, pero no pretendía ahogarme. Tenía intención de nadar hasta hundirme –pero no es lo mismo»), Carrera expone aquí temas como la friendzone y el bullying, un sistema educativo deficiente, la fragmentación familiar y la difícil y penosa transición de la infancia a la adultez y el desarrollo de la personalidad. Vida extra es una novela para nuestro adolescente –suicida o no interior, que nos recuerda que los jóvenes en esta etapa pueden ser ineptos, indisciplinados o soberbios, pero siempre fieles a sí mismos.
Con los años, las penas y los miedos se acumulan, creando lastres que nos impiden cada vez más tomar nuestras propias decisiones y buscar, por trillado que parezca, la felicidad, mientras que el tiempo va cubriendo con delgadas capas grises la persona que realmente fuimos para así poder cumplir ciertas expectativas familiares y sociales sobre lo que implica la vida adulta. Por lo tanto, la juventud parecería un desperfecto que debe superarse a la brevedad posible.
     Carrera refleja cómo los adolescentes viven las emociones intensificadas, y algo que aparentemente no es grave o importante, crece en ellos como un monstruo que puede devorarlos por completo, como una sombra que los envuelve y los persigue incluso en los sueños. Durante la juventud el sufrimiento es exponencial, profundo y radicalmente desmesurado. Las primeras experiencias sentimentales y físicas impactan en un mayor grado porque no tiene precedentes, pues sólo se tenía información teórica. Y los resultados, muchas veces, pueden ser desastrosos. Para Shakespeare, «La juventud, aun cuando nadie la combata, halla en sí misma su propio enemigo». Juan Carlos es el mejor ejemplo de lo anterior.
            A través de los tres meses que transcurren en los treinta y cinco capítulos de Vida extra, Juan Carlos describe, primero a través del recuerdo y después en el presente, todo aquello que estuvo vinculado a su casi fatalista decisión, pero también van surgiendo, poco a poco, sus puntos de apoyo y salvación, demostrando una evolución en el personaje conforme el argumento de la novela se desarrolla.
Una última reflexión sobre el tema. La eutanasia o el suicidio asistido es legal desde 2002 en Bélgica, pero en 2014 esta ley anuló cualquier restricción referente a la edad de quien la solicite, aunque el principio sigue siendo el mismo: la persona debe estar sufriendo alguna enfermedad física o mental que no tenga cura. 24 & ready to die es un documental que retrata precisamente esto: una joven de veinticuatro años muestra por qué ha decidido recurrir a la eutanasia. Problemas psicológicos que la han aquejado durante la mayor parte de su vida le impiden disfrutar de su existencia. Ha sido aprobada para el procedimiento, pero algo ocurre días antes de que se lleve a cabo. Paloma, la protagonista de once años de la película Le hérisson (2009), tiene una opinión sobre la existencia muy similar a la de la joven del documental y a la de varios personajes de Vida extra. Uno de los encantos de estas obras es, precisamente, descubrir cómo se modifica la introspección de los protagonistas conforme se enfrentan a ciertas experiencias.




Escritores suicidas (1985) de Héctor Gamboa, Suicidios ejemplares (1991) de Enrique Vila-Matas,  Réquiem por un suicida (1993) de René Avilés Fabila, La tienda de los suicidas (2008) de Jean Teulé y Agenda del suicidio (2011) de Pablo Raphael son otros recomendables libros que tocan esta controversial temática a través de la ficción (excepto el primero, que es biográfico).
        El libro está a la venta en la página web de la editorial Pearson, así como en la de Librería Porrúa, y en librerías ElSótano.
            Para finalizar, transcribo algunas de las mejores frases de la novela:
«Sé que las mujeres acumulan más intentos de suicidios y que los hombres son efectivos en un porcentaje mayor, pero y no logré que creciera ese número: soy un fraude.» p. 10
«Los tres escogimos el silencio como lenguaje universal para intentos fallidos de suicidio.» p. 13
«Le digo diario, aunque más parece una carta pública al mundo.» p. 16
«Intento mantenerme cuerdo, pero el asunto me obliga a escribir estas cosas.» p. 17
«Mis deseos de morir no se fueron. Por las noches fantaseaba con dejar de respirar.» p. 19
«Quería que lo vieran todos. Si la muerte no provoca nada, parece inútil.» p. 23
«Quiero dormir con la esperanza de no despertar o hasta que el fin del mundo esté cerca, hasta el Juicio Final.» p. 36
«Me tomó de la mano como si fuera un niño que se puede perder, que puede encontrar unas tijeras para clavárselas en el pecho, que puede encontrar pronto un edificio más alto para saltar… No me aguanto ni yo.» p. 41
«Creo que me hubiera gustado que se suicidaran otros en lugar de hacerlo yo, pero no los puedo obligar.» p. 57
«Marcado de por vida, o por lo menos en lo que acabo la prepa.» p. 65
rodo prefesido?: cartas en hojasenos en lo que acabo la prepa.» p. 65
lo yo, pero no los puedo obligar.» p. 57
: cartas en hojas«Recibía a los invitados y preguntaba: "¿Cuál es tu método preferido?", al tiempo que señalaba un montón de instrumentos, como un mazo, una soga, una jeringa, una bolsa enorme con pastillas.» p. 69 

 «Las parejas siempre terminan mal.» p. 111

martes, 20 de junio de 2017

Hay Festival - Bogotá39-2017

Ilustración de Owen Gatley



Hace algunas semanas se dio a conocer la lista de los treinta y nueve escritores de ficción, de quince países de América Latina y menores de cuarenta años, que formarán parte del Hay Festival Cartagena en enero de 2018.

Autores de México (que encabeza la lista con siete, como Emiliano MongeEduardo Rabasa y Valeria Luiselli), Argentina (como Samantha Schweblin), Colombia, Chile, Perú, República Dominicana, Brasil, Ecuador, Bolivia (como Liliana Colanzi), Uruguay, Puerto Rico, Guatemala, Costa Rica, Venezuela y Cuba se reunirán para mostrar sus obras en diferentes puntos de diversas ciudades de Colombia, y el resultado final será una antología de cuentos y fragmentos de novelas que se publicará por editoriales independientes cuando el Festival se lleve a cabo.

Al respecto, el periodista Winston Manrique Sabogal realizó una serie de entrevistas concisas, de solamente dos preguntas pero que obtuvieron respuestas estupendas -a pesar de la brevedad de algunas-, publicadas en tres entregas, pues cada una incluyen a trece autores, para su sitio WMagazín bajo el título «Los 39 escritores latinoamericanos más prometedores se presentan a sus lectores» Parte 1, 2 y 3. Cómo él mismo lo explica:


WMagazín invitó a estos 39 escritores a que se presentaran ellos mismos ante los lectores. Aceptaron. Lo hacen respondiendo preguntas básicas que se formula todo autor y quiere saber cada lector: nos confiesan por qué y para qué escriben, definen cómo es su literatura, qué intereses literarios tienen y cuál es su último libro y qué sello lo editó.


Como ejemplo de lo anterior, transcribo las respuestas y la información del escritor Diego Erlan, una de mis entradas favoritas.



Fotografía tomada de un video del autor para Vimeo

Diego Erlan (Argentina, 1979)

¿Por qué y para qué escribe?
Escribo porque no puedo hablar. Y la escritura es producto de ese silencio que aturde: una exploración por las tensiones internas, una forma de exponer lo inconcebible, desbaratar la buena consciencia y asumir como propios los miedos que uno suele ocultar.
¿Cómo describiría o definiría su literatura y cuáles son sus intereses literarios?
Quizás sea en la indefinición donde podría definir mi literatura. Un proyecto que se construye a partir de la bruma, la distorsión que envuelve algo que sabemos que existe, pero lo vemos de a poco, algo misterioso al que accedemos con cierto temor y fascinación. Uno de los críticos más ásperos de mi generación incluyó a El amor nos destrozará, mi primera novela, como parte del “realismo infame”. Apunto a una literatura que desde el ritmo se acerque al sentido, pero a un sentido en tensión permanente: sobre lo que ve, sobre lo que entiende, sobre lo que cree saber.
Mi último libro es la novela La disolución (Tusquets, 2016)
  • Diego Erlan estudió Comunicación Social e Historia del Arte. Durante 14 años escribió sobre arte, literatura y cine en el diario Clarín, donde fue editor de la sección Literatura y Libros de la revista Ñ. Ha sido profesor universitario, guionista de televisión y crítico cultural para medios nacionales y extranjeros. Durante el año 2009 coordinó el ciclo de discusión estética Manifiesto mientras terminaba de escribir El amor nos destrozará (Tusquets, 2012), su primera novela. En 2013 fue finalista del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo por su reportaje La larga risa de todos estos años. En 2016 publicó su segunda novela, La disolución (Tusquets). Ese mismo año recibió la Beca del Fondo Nacional de las Artes para escribir la biografía del escritor argentino Rodolfo Enrique Fogwill, proyecto en el que está embarcado desde hace cinco años.

sábado, 10 de junio de 2017

¿Qué tanto es morir? - Jaime Garba





La venganza ha sido un elemento fundamental en la historia de la humanidad. Para Samuel Johnson, literato del siglo XVIII, «La revancha es un acto de pasión; la venganza de justicia. Las heridas son vengadas; los crímenes son vindicados».

¿Qué tanto es morir? (Ediciones Arlequín, 2016) es la primer novela de Jaime Garba (escritor mexicano, 1984). Ésta es la historia de el Kiko, un niño que termina en el peor sitio después de que la tragedia y la miseria destruyen a su familia: un albergue gobernado por una tirana y donde diversos abusos son una constante.

El autor ubica esta historia de suspenso en el municipio de Jixtlán, en la ciudad de Zamora, Michoacán, donde La Mera (Mamá Rosa), una mujer fuerte e imponente, dirige el albergue Nuevo Amanecer (La Gran Familia). Se reconoce perfectamente el hecho real detrás de la ficción: La Gran Familia fue fundado en 1948 y en 2014 un operativo armado irrumpió después de recibir numerosas denuncias: el lugar se descubrió en pésimas condiciones de higiene y cientos de menores de edad fueron rescatados tras comprobar una situación bastante irregular.

Mamá Rosa fue defendida por empresarios y políticos, entre ellos un expresidente de México, pues contaba con una intrincada red de poderosos contactos que encubrieron por décadas abusos y castigos brutales, violaciones, torturas y secuestros. Este albergue en realidad era una farsa que muchos ayudaron a construir y, peor aún, a mantener, y cuyas vulnerables víctimas (niños y adolescentes menores de edad) quedarían perturbadas de por vida. Garba mostrará, a través de la ficción, que es precisamente en esas mentes jóvenes donde se fragua la revancha perfecta, pues como lo afirmó Honoré de Balzac dos siglos atrás, «En la venganza el más débil es siempre más feroz». Y precisamente esta venganza resultará en una anhelada justicia por mano propia.

Nuevo Amanecer era un sitio aparentemente maravilloso porque La Mera se encargó, durante la mayor parte de su vida, de lo que nadie más quería responsabilizarse. Desapareció un gran problema para el gobierno y la sociedad, pero bajo sus propias e ilícitas reglas. Lo que ocurriera detrás de esos muros tenía sin cuidado al poder, pues era preferible cerrar los ojos y pretender que todo estaba en orden, realizar algunas visitas de protocolo y mantener donaciones constantes que aseguraran la contención de aquel infierno. Ignorar las necesidades y el sufrimiento ajeno, trivializarlos. 

Con magníficas metáforas y a través de tres narradores e historias, Garba alterna temporalidades y ofrece diversos ángulos para perfeccionar su obra. La crítica política y social está inmersa en estas poco más de cien páginas divididas en veinticinco capítulos donde Garba describirá el pasado de personajes crueles para tratar de ubicar el momento en que se fracturó su futuro, adversidad que también afectará las vidas de muchos más hasta que alguno reaccione y decida hacer lo necesario para detenerlo, para modificar el curso de esa aparente maldición. Y quizá la única persona que podrá llevar a cabo esa venganza anhelada será alguien por completo ajeno, un extraño.

Todo rostro oculta un secreto, una herida que no ha cicatrizado y que no lo hará hasta que quien la originó haya recibido su debido castigo: como lo afirmó Sir Francis Bacon, «Una persona que quiere venganza guarda sus heridas abiertas». Garba no excluye el perdón en sus personajes que son víctimas, lo reserva para cuando hayan logrado su cometido, su ajuste de cuentas.  Tras presenciar un asesinato a escasos metros de distancia, nace en Mario Barragán, el protagonista, la necesidad de indagar —y así escapar a su vez de la mediocridad de su vida— las razones de aquel afligido músico virtuoso transformado en homicida debido a una intrincada sucesión de hechos terribles que desembocaron en un crimen más. Barragán abrirá una puerta que lo conducirá a otras vidas caóticas, a existencias tristes encadenadas  a un pasado de odio e injusticias silenciadas.

A pesar de lo anterior, el autor no trata de justificar el comportamiento de los monstruos, de sus personajes más abyectos, pero sí busca que el lector comprenda de dónde surgieron, que entienda la configuración de sus universos destructivos. Trata de encontrar el origen de su maldad.

Ésta es una novela de acción constante, de sucesos vinculados que son más que simples coincidencias. Con diálogos que reflejan la personalidad y el mundo interno de cada personaje, Garba muestra que la paz interior es lo más valioso. Finalmente, ¿qué importa perder la vida, si al hacerlo se cobrará venganza? Ésa es una de las mejores reflexiones que busca el autor, justo como lo expresa en  este artículo para Nexos. 

¿Qué tanto es morir? formó parte de la lista de libros recomendados de 2016 del escritor Antonio Ortuño.

La novela está a la venta en el sitio en línea de Ediciones Arlequín.

Para finalizar, transcribo algunas de las mejores frases del libro:

«Su mirada era un reloj en conteo inverso.» p. 12

«La volví a sentir viva: la tragedia, aunque ajena, la traía de vuelta.» p. 16

«Como una maldición, todos los habitantes de El Corralito estaban sujetos a un destino colectivo, una especie de efecto mariposa que los iba destruyendo poco a poco, generación a generación, lapidando cada milímetro de sus cuerpos y espíritus.» p. 18

«Un castigo de un dios que no teme odiar y manifestar su desprecio por los hombres.» Ibídem

«A quien sacan del infierno para llevarlo al paraíso no pueden quitarle así como así la nostalgia de la maldad a la que se acostumbró.» p. 20

«Ese hombre nació sin duda como tantos otros para ver sangre todos los días, respiraba tragedia y crímenes, ese era el motor de su vida.» p. 25

«El discurso de las autoridades es paja y se usa para disimular deficiencias.» Ibídem

«El bien y el mal tenían cabida en sus sentidos más estrictos y a veces se confundían o intercambiaban papeles.» p. 27

«Después de dejar la cama se paraba frente al espejo, escupía a su propia imagen y veía cómo descendía aquel hilo de saliva hasta adherirse al vidrio: aquella especie de ritual le hacía sentir que nacía en el instante en que su desprecio por el mundo suplantaba cualquier tipo de emoción.» p. 30

«Los humanos siempre han sido los mismos, la evolución del pensamiento aplica sólo para cuestiones elementales de desarrollo que van de la mano con la modificación del suelo donde habitan.» p. 32

«Facciones gastadas más por la vida que por los años.» p. 33

«Se alimentaba del dolor ajeno, de las tragedias del mundo.» p. 45

«La actitud de calma las perturbaba más que cualquier especia de castigo.» p. 50

«Que los otros se preocuparan por sobrevivir, porque en su mundo exclusivamente había espacio para uno.» p. 59

«El elemento fundamental de toda ciudad: el sentir de que a pesar de la calma, en alguna de sus calles algo malo está pasando.» p. 63

«Se ganaba y se perdía como en la vida normal que, se supone, debe ser la de cualquiera, pero sin que los triunfos sean conquistas ni las derrotas tragedias.» p. 67

«Allí, entre todos, formaba parte de la masa de olvidados.» p. 76


«Juró como si su palabra tuviera valor, como si el sonido de su voz se fuese a materializar en un escudo que detuviera el ataque.» p. 78