martes, 30 de junio de 2015

La modelo - Guy de Maupassant (cuento)




"La modelo" es un cuento de Guy de Maupassant (escritor francés, 1850) y forma parte de su libro Selected short stories (Penguin Popular Classics, 1995), reseñado con anterioridad en el blog.

Guy de Maupassant escribió principalmente cuento, pero también publicó varias novelas. Siendo joven, conoció a Gustave Flaubert (el autor de Madame Bovary), cuya influencia fue esencial en su desarrollo como escritor, y trabajó como periodista para diversos periódicos importantes al tiempo que escribía sus novelas y relatos.

Inició narrando desde una postura impersonal, pero fue profundizando en la existencia y psicología de sus personajes, y su obra influenció a diversos escritores como Quiroga, Tolstoi o W. Somerset.

"La modelo", aunque es un relato plagado de prejuicios y sexista (lo que se puede argüir a la época), es un cuento circular que narra la trágica historia de un joven matrimonio formado por un pintor y una modelo. El cuento me interesó por el título, y no imaginaba de qué pudiera tratar, pero me fascinó la escena principal de la que se desata la narración. La imagen que describe de las mujeres es, aunque chocante, un simple reflejo de la mente masculina de su contexto sociocultural (y que no ha cambiado demasiado).



La modelo

Encorvado como una media luna, el pueblo de Etretat, con sus arenas blancas, sus blancas rocas y su mar azul, reposaba tranquilamente bajo el sol de un hermoso día de julio. A uno y otro extremo de la media luna, los dos muelles, el menor a la derecha y el mayor a la izquierda, cortaban el agua tranquila; el primero, como un pequeño pie, y el se­gundo, como una pierna colosal.

En la playa, sobre la línea donde mueren las olas, una muchedumbre, sentada, se divertía contemplando a los bañistas, mientras en la terraza del Casino, formando grupo y en constante agitación, otra muchedumbre lucia sus galas, presentando al sol, como un jardín espléndido, las bordadas flores de las sombrillas rojas y azules.

En el paseo, al extremo de la terraza, otros veraneantes, los más reposados, los más tranquilos, iban y venían lentamente a distancia de los grupos elegantes.

Un joven pintor, conocido, famoso, Juan Summer, avanzaba tristemente junto a un cochecillo de paralítico, donde iba una mujer, la suya. Un criado empujaba suavemente aquella especie de sillón con rue­das, y la señora impedida contemplaba con ojos lánguidos los esplendores del cielo, la orgía de luz y la satisfacción de todos.

Iban en silencio. Ni siquiera se miraban.

–Detengámonos un poco –dijo la señora.

Se detuvieron, y el artista sentóse en una silla de tijera que le presentó el criado.

Los que pasaban junto a la pareja, inmóvil y silenciosa, los miraban con simpatía, interesados por una conmovedora leyenda, según la cual se había casado el pintor con la impedida, comparecido ante su desgracia y su ternura.

No lejos de allí, dos jóvenes hablaban, sentados en un cabestante, con la mirada fija en el horizonte lejano.

–Lo que dicen del matrimonio es mentira. Conozco mucho a Juan Summer.

–¿Cómo se explica, pues, que se casara con una impedida?

–Se casó con una impedida... como se casan otros con mujeres demasiado... ágiles. Por estupidez.

–No me convences.

–No te convenzo... Deberías haberte convencido ya de que sólo por estupidez se casan los hombres. Y tampoco ignoras que los pintores tienen la especialidad, el privilegio de hacer matrimonios ridículos, ca­sándose la mayoría con sus modelos, con sus queridas, con mujeres descalificadas en todos conceptos. ¿Por qué? No se concibe. Lo sensato fuera que tratando, como tratan, constantemente a esa caterva de bribo­nas que se llaman las modelos, y conociéndolas como las conocen, sintiesen repugnancia por ellas. Pero sucede lo contrario. Después de copiarlas en todas las posturas imaginables y de divertirse a su placer, se casan con ellas. Daudet nos lo dice, cruel, hermosa y sinceramente en su precioso libro Mujeres de artistas.

La pareja que tenemos delante unióse por un accidente singular y terrible. No es un caso común: la mujercita representó una comedia muy a lo vivo, jugándose de una vez el todo por el todo; un final dramático. ¿Fue sincera? ¿Estaba realmente apasionada? ¿Cómo saberlo nunca? ¿Quién podría separar lo verdadero de lo engañoso en los actos de las mujeres? Fingen con sinceridad, haciendo su papel convencidas, emo­cionadas. Su voluble sentimentalismo las hace de pronto ardientes, agradecidas, criminales, encantadoras o innobles. Mienten sin cesar y sin querer, sin comprenderlo y sin sospecharlo; y a pesar de sus constantes mentiras, en sus actos domina la sinceridad, que se vela en sus resolu­ciones inesperadas, incomprensibles, irreflexivas, inverosímiles a veces, que de pronto contradicen los razonamientos lógicos, nuestra costumbre razonadora y todos los cálculos de nuestro egoísmo. La brusquedad y la sorpresa de sus resoluciones las hacen aparecer a nuestro juicio como indescifrables enigmas. Y nos preguntamos a cada instante: ¿Son falsas o sinceras?

Amigo mío: sinceras y falsas a la vez, porque su naturaleza les exige que oscilen sin cesar entre dos opuestos caminos y no se decidan por éste ni por aquél. Son ambas cosas y ninguna.

Reflexiona los recursos que las más prudentes emplean para conse­guir de nosotros lo que se proponen. Recursos tan complicados... como inocentes. Lo bastante complicados para que nunca los adivinemos, y tan inocentes, que, al sentirnos víctimas, no podemos contener nuestra sor­presa, pensando: “¿Es posible que me haya dejado engañar así?”

Consiguen todo lo que se proponen. Sobre todo, cuando se proponen casarse.

Pero limitémonos a la historia de Juan Summer.

La que hoy lleva su nombre fue una modelo, naturalmente; su modelo. Era hermosa; sobre todo, elegante, y tenía una cintura divina. Enamoróse Juan, como nos enamoramos de cualquier mujer agradable a la que vemos con frecuencia, y supuso que la quería con toda su alma. Es una singular aberración. En cuanto nos gusta una mujer y la deseamos, ya suponemos que no es imposible vivir sin ella. El más desmemoriado recuerda que le ocurrió lo mismo varias veces y que a la satisfacción de un deseo ha seguido el desencanto en todas las ocasiones; que para unir dos existencias no es bastante complacer al brutal apetito de la carne, pronto saciado, sino que precisa un acuerdo absoluto de las almas, del temperamento, del humor.

Es necesario saber distinguir si el apasionamiento que sentimos lo inspiran los atractivos corporales, un deseo voluptuoso que nos embriaga, o el encanto profundo y suave del espíritu.

Lo cierto es que Juan Summer imaginó que la quería con toda su alma, haciéndole mil juramentos de fidelidad, y vivió completamente consagrado a ella.

Era una mujer fascinadora, con el desparpajo elegante que tan fácil­mente muestran las criaturas de París. Bromeaba, charlaba, canturriaba, diciendo tonterías brillantes como rasgos de ingenio por la gracia que las envuelve al ser lanzadas. Tenía siempre actitudes y gestos oportunos para seducir al artista. Levantando los brazos, inclinándose, tendiendo la mano, subiendo al coche, se movía con desenvoltura y garbo.

Durante un trimestre, Juan Summer no reparó en que su adorable modelo era... como todas las modelos.

Para veranear tomaron una casita en Andressy. Yo estaba allí cuando, cierta noche sobresaltaron el espíritu del pintor las primeras inquietudes.

Hacía un tiempo delicioso, una luna espléndida, y decidimos dar un paseo por la orilla del río. La bóveda celeste reflejaba su esplendor en el agua temblorosa, quebrando sus reflejos amarillos en los remansos quietos, en el cauce rumoroso, en toda la extensión líquida que se deslizaba lentamente.

Avanzábamos, poseídos por la vaga exaltación que nos producen esas noches fascinadoras. Hubiéramos querido realizar sobrehumanas empresas, descubrir amores de seres desconocidos y extraordinariamente poéticos. Sintiendo amargos de aspiraciones, ansias y éxtasis incom­prensibles, callábamos, envueltos por la serena y penetrante frescura de la noche ideal, por la placidez luminosa de la luna, que parece atravesar el cuerpo, penetrarlo y bañar el espíritu, perfumándolo y sumergiéndolo en un goce infinito.

De pronto, Josefina (se llama Josefina) prorrumpió bulliciosamente:

–¡Ah! ¡Mira un pez que salta! ¿Lo has visto?

Juan respondió sin mirar hacia donde la mujer señalaba.

–Sí, nena mía.

Ella se disgustó, increpándole:

–No mientas; no lo has visto; mirabas a otro lado y no volviste siquiera los ojos a donde yo te indiqué.

Juan sonrió:

–Es tan delicioso este ambiente que nos rodea de una vaguedad soñadora... Ni miro nada, ni pienso nada, ni sé nada...

Josefina se contuvo; pero al poco rato, lanzada por el prurito de hablar, preguntó.

– ¿Irás a París mañana?

–No lo sé.

Josefina se puso nerviosa, exaltándose:

– ¡Qué divertido! ¡Pasear toda la noche, sin decir una palabra! ¡Como unos tontos!

Juan seguía callado, y entonces ella, con el perverso instinto de la mujer exasperada y que se ha propuesto exasperar a los otros, voceó la estúpida copla, con la cual nos había ensordecido ya durante los años, y que principio:

Mirando las musarañas...

Juan insistió:

–Te ruego que te calles.

Ella repuso, furiosa y descompuesta:

–¡Que me calle! ¿Por qué? ¿Hay algún moribundo?

Juan repuso:

–No turbes el goce que nos ofrece la quietud luminosa del paisaje.

Replicó la mujer, vomitando una sarta imbécil, odiosa, con salpica­duras de reproches inauditos, con recriminaciones intempestivas y lágrimas al final. De todo hubo.

Se retiraron. Juan la dejó desfogarse, sin contradecirla, sin atenderla, sumergido en la contemplación de la Naturaleza.

Y a los tres meses luchaba por sacudir aquellas ligaduras invencibles e invisibles. Ella le retenía, le oprimía, le martirizaba. Hubo altercados violentos, injurias recíprocas y hasta golpes brutales.

Al cabo, él se propuso terminar aquello, separarse a toda casta, romper las cadenas. Vendiendo todas las obras que pudo terminar –no era muy famoso aún– y en trampándose con los amigos, reunió veinte mil francos; los puso una mañana sobe la chimenea con una carta, despi­diéndose, y se fue a refugiar en mi casa.

Por la tarde llamaron a la puerta. Yo mismo abrí. Una mujer, empujándome, arañándome, atropellándome, se precipitó en mi estudio. Era Josefina.

Juan al verla, se levantó.

Arrojando a los pies de su amante los veinte mil francos, le dijo con acento grave y en actitud gallarda:

–Toma tu dinero. No lo necesito.

La vi pálida, temblorosa, resuelta seguramente a cualquier locura. El palideció también, exasperado y colérico, decido acaso a todas las violencias, interrogándola:

–¿Qué pretendes?

Ella respondió:

–Pretendo que no me trates como a una mujerzuela. Me suplicaste. Cedí a tus promesas. Soy tuya, sólo tuya. No te he pedido nada. ¿Por qué me abandonas?

Juan dio una patada furiosa en el suelo, irguiéndose:

–Abusas de mi prudencia, y si te propones...

Le contuve, diciéndole:

–Calla, y déjame resolver la situación.

Me acerqué a Josefina lentamente, con suavidad; hice todas las reflexiones oportunas. Me oyó inmóvil, con los ojos fijos, indiferente y obstinada.

Por fin, agotando los razonamientos, apelé a un recurso de comedia:

–Te quiere, te adora como antes, ¡criatura! Pero su familia se ha empeñado en casarle... Ya comprenderás...

–¡Comprendo! –exclamó indignada; y acercándose a Juan, dijo:

–¿Vas a casarte?

–Sí –respondió él con soberbia.

Josefina se adelantó, provocadora y diciendo:

–Si te casas... ¡me mato!... ¡Ya lo sabes!

Juan encogióse de hombros, para responder:

–Puedes hacerlo cuando gustes.

Con angustia, con espanto, ella balbució:

–¿Qué dices?... ¿Qué dices? ¡Repítelo!

–Que puedes hacerlo cuando gustes. 

Josefina repuso, pálida y descompuesta:

–Sí me provocas, ahora mismo, aquí, me arrojaré por la ventana.

Riendo, Juan, adelantóse, abrió la ventana, y saludó, como una persona que hace finuras para ceder el paso a otra, y diciendo:

–Adelante.

Josefina le miró un segundo con los ojos encendidos, terribles, desesperados. Luego, tomando carrera, como para saltar una valla en el campo, cruzó ante mí, junto a él, y precipitándose rápidamente sobre la balaustrada, cayó...

Nunca podré olvidar el efecto que me produjo aquella ventana cuando hubo desaparecido tras ella el cuerpo de Josefina. Me pareció verla rasgada, abrirse anchurosa como el espacio vacío. Y retrocedí, como si temiese que me tragara su boca siniestra.

Juan, horrorizado, quedóse inmóvil.

Unos hombres la subieron, con las dos piernas rotas, imposibilitada para siempre.

Su amante, acosado por el remordimiento y tal vez agradecido a la terrible prueba de amor, la hizo su esposa.

Esta es la verdad.


Caía la tarde. Sintiendo frío, ella quiso volver a casa; el criado empujó de nuevo el cochecillo y el pintor andaba junto a su mujer, sin que hubieran cruzado ni una palabra en una hora.

lunes, 29 de junio de 2015

The safety of objects – A. M. Homes




The safety of objects (La seguridad de los objetos, Penguin Books, 2013) es el primer libro de cuentos de ficción realista de Amy Michael Homes (escritora estadounidense, 1961), y fue publicado por primera vez en 1990. Reune 10 relatos e incluye las primeras 21 páginas de su novela May We Be Forgiven, con la que ganó el Women's prize for fiction en 2013 y cuya primera linea es: “Do you want my recipe for disaster?. Por supuesto, debo conseguirla pronto.

Los 10 relatos que conforman el libro muestran a personajes de familias típicas norteamericanas enfrentados a situaciones poco usuales, pero creadas por ellos mismos, que los extraen de sus contextos habituales y que modifican su percepción de sí mismos y de los demás, llegando a extremos conmovedores y, en ocasiones, terribles.

“Lookin for Johnny” es uno de los relatos más escalofriantes, pues describe el secuestro sin violencia de un niño por parte de un joven, y a pesar de que no hay connotaciones sexuales en toda la historia, hay cierta tensión constante por saber exactamente cuál es el motivo del rapto consensuado.

En “Yours Truly”, una niña narra las razones por las que está encerrada en el armario escribiendo, donde el sentimiento de no pertenecer a su realidad y la aversión encubierta por su madre y sus amigas fluyen a través de las palabras, palabras a través de las cuales logra encontrarse a sí misma y comprenderse, aceptarse a pesar de sus singularidades y permitirse sentir un amor propio muy recóndito y persistente.

“Esther in the Night” es uno de los relatos emocionalmente más fuertes. Describe cómo una madre afronta el accidente casi mortal de uno de sus hijos, cómo las vidas de los integrantes de su familia se han transformado a partir de ese fuerte episodio adoptando actitudes de desprecio y hostilidad que esconden el dolor por no poder cambiar la situación, por ser meros espectadores de un siniestro acto en el que no se sabe si la vida es realmente algo digno.

“The I of It” es un cuento circular que describe cómo un joven llega a una situación que ya no puede controlar y que implica una vida sexual poco “tradicional”. Algunos encuentros y sus primeros pensamientos lo llevan de nuevo al presente, a un momento crucial en el que está en juego su vida, a enfrentar a la noche y el alféizar de una ventana que lo pueden decidir todo.

Hace dos años leí “A Real Doll” en español, pues forma parte de la antología Generación quemada (Siruela, 2005), que compré por recomendación. Este cuento me abrió las puertas al mundo de Homes y quedé fascinada, pues tiene una destreza increíble para describir, desde la perspectiva de un puberto, lo que puede significar el pequeño cuerpo desnudo de una mujer de plástico y sus primeras fantasías y diálogos imaginarios con el otro sexo.


En 2001 fue llevado al cine por la directora Rose Troche con el mismo título, quien escribió el guión junto con Homes, en el que incluyeron una serie de acertados vasos comunicantes que vinculan a los personajes de todas las historias de formas imprevistas.









Este libro lo pueden conseguir en El Péndulo, donde tienen otro dos libros de la autora. 

Noté, durante la larga transcripción, que este libro estaba plagado de frases contundentes que han llegado en el momento preciso a mi vida, lo que volvió mucho más significativa la lectura. Parecería que “Yours Truly” y “The I of It” están transcritos por completo, pero me resultó imposible no hacerlo.

 Aquí los señuelos que soltó Homes para atraer presas a The safety of objects:


Adults alone

“They want to be alone with each other, and alone with themselves.” p. 20


Looking for Johnny

“He talked like it was something he had to practice in order to get it right.” p. 25

“…sometimes you can’t tell the difference between a real crazy and a regular person.” Ibídem

“I thought about how I couldn’t to be grown up, to have my own private TV, to be alone always.” p. 30

“Don’t let him think he’s caught. If he thinks he can get away he’ll try and wait you out. But if you let him know he’s caught, he’ll fight like hell.” p. 37


Chunky in Heat

“…she has to do it again, this time more slowly, this time for an audience.” p. 50

“All she’s thinking about is people watching and she’s not fat or thin, she’s sex, pure sex, and as they’re watching her she thinks they’re probably doing it too and she likes that.” p. 50-51


Jim Train

“I made you and I can break you, anytime I want. Something to keep in mind, buddy boy” p. 58

“He walks quickly, sure that he will die before he reaches home.” p. 75

“…the boy groans in a voice that is as twisted as his body.” p. 76


The Bullet Catcher

“They were pathetic, doughy, offering themselves up for human consumption like some ritualistic sacrifice.” p. 95

“The earth and the sky were the same deep shade of blue.” p. 97


Yours Truly

“… the world, disguised as daylight…” p. 101

“She won’t know that having someone look directly at me, having someone expect me to look at her, causes a sharp pain that begins in my eyes, ricochets off my skull, and in the end makes my entire skeleton shake. She won’t know that I can’t look at anything except the towels without being overcome with emotion. She won’t know that at the sight of another person I weep, I wish to embrace and be embraced, and then to kill. She won’t get that I’m dangerous.” p. 102

“If I put a foot out there too early, everything will be lost.” Ibídem

“I’m hiding in the closet with my life suspended. I’m hiding and I’m scared to death. I want to come clean, to see myself clearly, in detail, like hallucination, a deathbed vision, a Kodacolor photograph. I need to know if I’m alive or dead.” p. 104

“I’m hiding in the linen closet and I want to introduce myself to myself. I need to like what I see. If I am really as horrible as I feel, I will spontaneously combust, leaving a small heap of ashes that can be picked up with the DustBuster. I will explode myself in a flash or fire, leaving a letter of most profuse apology.” Ibídem

 “I’m writing it down because I can’t simply go out there and stand at the edge…” p. 104

“’It has nothing to do with you’, I’ll have to say. ‘It’s me, It’s me, all mine. There is no blame’.” p. 105

“I’m trying to find some piece of myself that is truly me, a part that I would be willing to wear like a jewel around my neck.” p. 106

“I’m looking at myself and slowly I’m falling in love.” p. 107


Esther in the Night

“I tell them what they already know but still want to hear.” p. 114

“She was gentle because she hated him.”  p. 116

“…what you smell –a sweet, heavy odor, with lingering bitterness,  a sharp cleanser-like aftertaste– is the perfume of the living dead. Breathe with mouth open.” p. 117


The I of it

"I had no desire to be beautiful or good. Somehow, I suspect  because it did not come naturally, I longed to be bad. I wanted to misbehave, to prove to myself that I could stand the sudden loss of my family’s affection. I wanted to do terrible, horrible things and then be excused…” p. 142

“I had the secret desire to frighten others.” Ibídem

“As I grew older, I taught myself to enjoy what was frightening.” p. 143

“They wanted to ruin me as a kind of revenge. It was part of my image to look unavailable, but the truth was anyone could have me.” Ibídem

“To be treasured by those who weren’t related, to whom I meant nothing, was the highest form of a compliment.” Ibídem

 “I am sickened by myself, and yet cannot stand the sensation of being so revolted. It is me, I tell myself. It is me, as though familiarity should be a comfort.” p. 144

“I feel like I should wear rubber gloves for fear of touching myself or someone else. I have never felt so dangerous. I am weeping and it frightens me.” Ibídem

“I can no longer love. I cannot possess myself as I did before. I can never again possess it, as it possessed me.” p. 145

“We no longer have anything in common except profound depression and disbelief.” p. 145


A Real Doll

“We sat looking at each other, looking and talking and then not talking and looking again. It was a stop-and-start thing with both of us constantly saying the wrong thing, saying anything, and then immediately regretting having said it.” p. 149

“I was falling in love in a way that had nothing to do with love.” Ibídem

“I was forever crossing a line between the haves and the have-nots, between good guys and bad, between men and animals, and there was absolutely nothing I could do to stop myself.” p. 158


jueves, 25 de junio de 2015

Mar Negro – Bernardo Esquinca




Mar negro (Almadía, 2014) de Bernardo Esquinca (escritor mexicano, 1972) es el tercer libro de cuento del autor, y concluye la trilogía que inició con Los niños de paja y Demonia. Esta colección se inscribe dentro de los «subgéneros» del terror y la weird fiction.

El epígrafe del libro, Similia Similibur Curantur, («lo similar se cura con lo similar») es un magnífico guiño al lector: el horror se contrarresta con más terror, un susto se mitiga con un susto peor. Y esta fórmula puede continuar ad infinitum. Para Esquinca —y para beneficio del lector—, «por fortuna, aún hay unos pocos que no quieren que olvidemos, cuya labor es preservar ese conocimiento antiguo: el miedo y su antídoto». El autor es una suerte de antropólogo e historiador que rescata el pasado, que recrea narraciones populares y de la tradición oral mexicana.

Aunque la Ciudad de México resalta como el escenario de varios de los relatos, antiguas ciudades y países europeos cobran importancia en algunas historias cuyos protagonistas se vuelven más próximos porque forman parte de temáticas de horror creadas desde hace cientos de siglos —como el vampiro— con la misma finalidad que ha tenido la narración desde sus inicios: crear vínculos, acercar entre sí a los seres humanos.

Esquinca reinventa ciertos mitos y acontecimientos reales; les otorga un desenlace a historias que de otra forma no lo tendrían, y a través de datos históricos, científicos, religiosos y culturales, le da un nuevo sentido a sucesos que sacuden la realidad; plantea interpretaciones a modo de solución a aquello que, de otra forma, se mantendría oculto a los ojos humanos. La lectura de estos diez relatos fantásticos y terroríficos resulta tan cautivadora como escalofriante.

Esta continua búsqueda de esperpentos físicos o imaginarios se evidencia claramente en las primeras páginas con la siguiente frase: «Le molestaba que los humanos buscaran monstruos donde no los había».

Una particularidad de este libro es la metaficción que incluye en varias de sus páginas: a través de reflexiones o justificaciones sobre la creación literaria, el autor crea una especie de decálogo imprescindible para un escritor.

Familiares lunáticos, una pareja de zombis, bellas muñecas embrujadas, vampiros melancólicos, minúsculas alimañas en una batalla eterna por reconquistar la tierra, hermanos abandonados que nunca olvidan, supuestos ciegos y dimensiones alternas donde la memoria y un asesinos serial se recrean una y otra vez en rituales ancestrales son algunos de los personajes y situaciones plasmados en Mar negro como una amenaza latente: «Todos los supersticiosos del mundo poseían un Mar Negro; es decir, un mar interior, con sus tormentas, sus abismos… Y sus criaturas».

El terror, en cualquier de sus facetas, fascina porque se sabemos irreal, porque otorga cierto placer inconscientemente y genera temores gratificantes. La empatía con lo monstruoso hace comprender los miedos propios y sus orígenes, volviéndo cómplice a todo el que se sumerge en el tema. El terror de Esquinca vigila a quien tome sus libros desde cada párrafo, lo observa desde la oscuridad. El horror reside en que lo ya conocido, en lo pretendidamente familiar o cercano porque esto siempre encubre elementos tenebrosos que se encuentra al acecho.

En algunos de los cuentos de Esquinca, lo extraño aparece sutilmente, como una fractura apenas perceptible. En otros, aparece desde el inicio y permanece a lo largo de la atmósfera de la narración, y en algunos más es el núcleo de la propia trama.

«Mar de la tranquilidad, Océano de las tormentas» describe momentos clave de una familia particular junto con una conspiración que aparentemente nada tendría que ver con ellos, pero que encierra el secreto de un hecho sin precedentes anunciado sólo a quien está dispuesto a prestar atención.

En «El ciego», uno de los personajes principales es una figura que recuerda con nostalgia a uno de los grandes escritores argentinos que falleció hace poco más de tres décadas. La mención emblemática de uno de los mercados más conocidos de la Ciudad de México y todo el misterio que circunda a los personajes vuelven a esta historia un pasaje tétrico e intrincado en el que se busca esclarecer un enigma vital para los involucrados.

«Ven a mí» muestra, con un humor negro bastante marcado, cuál podría ser uno de los aspectos negativos de cierto tipo de magia cuando se obra a través del egoísmo y la ambición.

La siniestra muñeca de la portada del libro alude al cuento «Sueña conmigo», relato con una construcción original que une cierta clase de fichas o registros pretendidamente realistas con el relato mismo, un recurso genial —una especie de matrushka con forma de muñecas antiguas— que dota de mayor credibilidad a la historia fantástica que desarrolla la consumación de una venganza. Esquinca ha mencionado ya que, tras conocer la noticia de un coleccionista de muñecas antiguas que aseguraba que una de ellas le hablaba, pensó de inmediato en escribir este cuento. Una temática muy similar se toca en el relato «Las furias de Menlo Park» de otro gran escritor mexicano, Ignacio Padilla, quien se basAlva  muñecas creadas en 1890 porbasorma de muñecas antiguas cuyas historias se van sucediendo conforme se avanza.¡ en la lecturó en las muñecas «parlantes» creadas en 1890 por la Compañía Edison para escribirlo.

«La otra noche de Tlatelolco» describe una terrible injusticia ocurrida en México en el 68 desde una perspectiva muy creativa y pasional, pero sin dejar de lado la denuncia social. Este cuento forma parte de la antología Festín de muertos (Océano, 2015), coordinada por Raquel Castro y Rafael Villegas, donde el zombi es la temática principal.

Esquinca mencionó en una entrevista para Vice en 2014, que en estos cuentos buscó «reescribir el Centro Histórico a través del terror», objetivo que logra a la perfección. Iván Farías publicó en el sitio Letras explícitas, en el mismo año, la interesante entrevista que le realizó a Esquinca, donde éste habla un poco más sobre su proceso creativo y su proyecto literario.

El imaginario siniestro de Esquinca incomoda y tensa al lector, y eso es precisamente lo que la literatura debe hacer: generar emociones, exaltar, inquietar, sorprender y fascinar. En la literatura de Esquinca lo terrible del pasado es tan palpable como lo aterrador de todas las posibilidades abiertas. Lo ordinario se presenta aquí como un evento de probabilidades a las que sólo se necesita asomarse un poco para conocerlas.

Una de las particularidades del terror de este autor es la cercanía de la posibilidad de suceder, es saberse a merced de lo indescifrable, volverse consciente de que cada pared y cada puerta con décadas de vida han sido testigos de un misterio o de un crimen, que cada calle en esta ciudad a sido escenario por lo menos de un delito, de un suceso misterioso o de sus consecuencias.


Finalmente, en Mar negro el propio Esquinca deja muy claro cuál es su objetivo como creador: «A veces la vida es generosa y comienza a perecerse a un cuento. Eso es, finalmente, lo que busco como escritor: que este mundo no se parezca tanto a sí mismo». Y su sólido proyecto narrativo sólo puede darle la razón.


Esta es una entrevista por Librerías Gandhi  al autor con motivo de Mar negro:





En este otro video, Esquinca da sus principales argumentos para atraer lectores en menos de un minuto:




También pueden leer el primer cuento del libro aquí, en el sitio digital de la editorial en Issuu.

El libro se puede conseguir en Gandhi y El Péndulo.

Para finalizar, transcribo algunas de las mejores frases de Mar negro:


Los padres antiguos

“…le molestaba que los humanos buscaran monstruos donde no los había.”  p. 18

“En el sexo somos más animales que nunca” p. 19

“Le dije a MacCarthy que no teníamos que preocuparnos por ti. Que eras escritor y que si decías algo, nadie te creería.” p. 26


Torre latino

“Nada era una sola presencia, sino la suma de sus avatares.” p. 33


Mar de la tranquilidad, océano de las tormentas

“En mi familia siempre hubo secretos, pero la locura no puede ocultarse.” p. 37

“…contar las vidas de los otros. Desde muy joven entendí que mi destino estaba en las biografías.” p. 38

“…la fragilidad de su cordura.” p. 39

“…el astronauta más célebre de la historia estaba condenado porque sólo los lunáticos podían captar la frecuencia de sus mensajes.” p. 45

“Nosotros somos la plaga. (...) Ellos sólo quieren asegurarse de que nunca salgamos de nuestro planeta.” p. 45

“No lo pensé dos veces y me arrojé al vacío.” p. 48

“…una absoluta y asfixiante soledad.” p. 50


La otra noche de Tlatelolco

“Comprendió entonces que había algo peor: que la vida siguiera su curso normal.” p. 77


El ciego

Escribo todo esto porque estoy rodeado de fantasmas. Pero hasta ellos han comenzado a desaparecer. Carajo, pensé. ¿Qué le puede quedar a un anciano si pierde contacto con sus fantasmas? El terror del vacío absoluto.” p. 89

“…podría tomarme por un fisgón entrometido. Y lo eres –todos los escritores debemos serlo si queremos escribir buenas historias (…)” p. 90

“…tengo un sentido trágico de las cosas.” p. 90

“Sé que mi actitud era tan egoísta como cruel, pero si los escritores no somos egoístas y crueles no llegamos a ningún lado. Al menos, a ninguno que sea interesante.” p. 91

“A veces la vida es generosa y comienza a parecerse a un cuento. Eso es, finalmente, lo que busco como escritor: que este mundo no se parezca tanto a sí mismo.” p. 93


El brazo robado

“La curiosidad no abandona, incluso a aquéllos que son indignos de ella.” p. 103

“…a los muertos se les atrae con otros muertos.” p. 109


Sueña conmigo

“Todo relato debe incomodara su audiencia, si no corre el riesgo de dejarla indiferente.” p. 137

“Cada que tenemos miedo volvemos a ser el niño que busca con desesperación el interruptor de la luz, y que no atina a hacer otra cosa que manotear en la oscuridad.” p. 141

“…el peor de los miedos anida en las preguntas sin respuesta.” p. 144


El encorvado

“…aún hay unos pocos que no quieren que olvidemos, cuya labor es preservar ese conocimiento antiguo: el miedo y su antídoto.” p. 150

“…era un recolector de supersticiones, y de las huellas que las sustentaban.” p. 151


“Si existía la saudade para los portugueses y para los melancólicos en general, entonces en Europa Oriental tenían la superchería. Por extensión, todos los supersticiosos del mundo poseían un Mar Negro; es decir, un mar interior, con sus tormentas, sus abismos… Y sus criaturas.” Ibídem