sábado, 28 de septiembre de 2013

Generación quemada (una antología de autores norteamericanos) - Epílogo de Zadie Smith




 Reseña personal: Generación quemada (una antología de autores norteamericanos), publicado en 2005 por la editorial Siruela, es un libro que reúne, en casi 300 páginas y gracias a los editores italianos Marco Cassini y Matina Testa, diecinueve cuentos de diferentes autores norteamericanos, como bien lo sugiere el título, pero son específicamente estadounidenses y relativamente contemporáneos. Cronológicamente, van desde Ken Klaus (1954) hasta Jonathan Safran Foer (1977), pasando por George Saunders (1858), Judy Budnitz (1973), Myla Golberg (1971) y David Foster Wallace (1962), entre otros, que Zadie Smith (escritora británica, 1975) definiría como Esos escritores, con frecuencia muy diferentes en estilo entre sí, pero que tienen en común cierta tristeza que emana de todos ellos.



La edición no cuenta con prólogo, pero sí con un epílogo que dejaron en manos de Zadie Smith, quien en algunas páginas explica el título de la compilación (que originariamente fue Los niños quemados de América), la razón de su creación y su relación personal con los editores, creando así una clase de relato esclarecedor del nacimiento del libro, del que puede dar una mejor crítica a través de una mirada externa del contexto social de los escritores. Transcribo una buena parte porque así lo creo necesario:



'Las voces de esta antología forman un coro melancólico. (...) ¿por qué tanta tristeza si la comunidad descrita en estas historias (y las personas que las han escrito) está integrada sobre todo por norteamericanos privilegiados, bien educados, con suerte, ricos, en la mayoría de los casos blancos, anglosajones y protestantes? ¿Por qué están “quemados” estos escritores? ¿Cuál es el trauma que los ha llevado a esa situación? Dos cuestiones parecen fundamentales: el miedo a la muerte y la publicidad. Las dos, por supuesto, están íntimamente unidas. No existe la muerte en la publicidad, ya que es un tema tabú, y esta generación ha visto crecer la publicidad hasta convertirse en la estructura misma de la vida. Por otra parte, la muerte se revela como el siniestro aguijón que nunca imaginaron al final de la historia.'



Me encuentro muy alejada de estos autores y en general, de la literatura norteamericana actual, y llegué a este libro gracias a un joven escritor mexicano, que es un muy buen amigo mío. Así que, gracias a sus recomendaciones, aquí estoy, entre autores quemados, ese natural miedo a la muerte y la modernización, entre máscaras electrónicas adaptables que modifican la voz en ¡Se hablar! de George Saunders; un cáncer que se desearía fuera comunitario y no individual en Cisternas de Judy Budnitz; un infante que guarda el peligro y la fatalidad en su pañal en Encarnación de una generación quemada de David Foster Wallace; dientes que crecen sobre la piel y se multiplican sin razón aparente en Odontofilia de Julia Slavin; muñecas Barbies perfectas y con vida en un mundo paralelo en Una verdadera muñeca de A. M. Homes; polvos que crean dobles aún más insensibles que los seres humanos en Sueño de Shelley Jackson; una vida de inmundicia para la mayoría gracias a la explosión demográfica en Videoapartamento de Jonathan Lethem y un doloroso lenguaje simbólico que ha sustituido a la palabra, cuando por alguna extraña y sentimental circunstancia, se niega a ser dicha en Manual para puntuar las enfermedades del corazón de Jonathan Safran Foer. Pero también existen centros comerciales que no pueden ser vistos, gusanos radioactivos, un perro que escribe y personas que han expuesto su vida o han sido expuestas por distintas razones en estas letras, que han sido escritas sobre cenizas.



Generación quemada debe su nombre al cuento breve de David Foster Wallace, Encarnación de una generación quemada, un relato inmerso en la desesperación del protagonista y sus progenitores, donde no se sabe qué es más doloroso, si vivir la tragedia en carne propia y perder la consciencia siendo aún consciente, o ser un observador incapaz de ayudar, tan prescindible como todo lo externo pero tan sensible que sufre lo mismo por el dolor ajeno que por el propio, por saberse en parte responsable y negligente, al igual que la generación que precede a la generación quemada.

La última y tercer parte del libro son las Notas bibliográficas, donde cada autor cuenta con un párrafo en el que se describe brevemente su obra y la fuente de su cuento seleccionado para esta antología. Entre otros datos interesantes, es en esta sección donde encontré que Jeffrey Euginides es el autor de The Virgin Suicides, novela de culto publicada en 1993 y llevada al cine en el 2000, por Sofía Coppola. La película es increíble y el soundtrack igual, me encantaría poder leer la novela pronto: 







Para finalizar, cito de nuevo a Smith, que cita a Saunders y este a su vez a Chejóv, como una especie de cita in cita, inevitable y fenomenal:



'... (la buena escritura requiere, “exige”, buen ser...) El “y si...” es el motor de la ficción, está ahí para producir placer y, cada vez más en los días que corren, iluminar el dolor. Nos despediremos ahora con George Saunders en una entrevista en la que citaba a Antón Chejóv, un escritor que hizo de los “y si...” el lema de su vida.'



'La gente no se cansa de decirme: “Pero pareces muy feliz”. Y es verdad que lo soy. Pero me encanta esta cita de Chejóv: “Debería haber un hombre con un martillo detrás de la puerta de cada hombre feliz, para recordarle con sus martillazos constantes que hay personas desgraciadas y que, por feliz que pueda ser, antes o después la vida le enseñará los dientes”. Ésa me parece a mí que es una función muy legítima de la literatura: precisamente la de golpearle a uno la puerta. A mí me parece del todo natural decir: “Sí, la vida está muy bien, pero no para todo el mundo. Y cuando no es buena, son éstos los sentimientos que se tienen”.'



Algunas de las frases memorables las transcribo a continuación, núcleos dispersos en estas historias en las que abunda la inquietud:



Entraba, le ofrecía las galletitas, me sentaba y miraba a aquella chica a cuyo lado había dormido meses y meses – cinco para entonces-, y la detestaba.” P. 33



Digamos, por ejemplo, que no la he querido nunca, que lo que hay entre nosotros no es más que un apaño doméstico, que nos desnudamos y nos tocamos, que estamos juntos por comodidad, que nos faltan algunos elementos de lo que normalmente llamamos amor.” P. 39



Te hacen sentir que puedes ver tus pensamientos flotando, oscuros, justo debajo de la piel, como moratones.” P. 50



¿Por qué recurrir al teléfono para hablar con alguien que parece vivir dentro de tu piel?” P. 59



Pese a todos, no hay nada en el mundo que desee tanto como creer a esta criatura estúpida, tan llena de optimismo.” P. 102



-Sabes que me gustas mucho -le dije a Barbie.

-A mí me pasa lo mismo -respondió, y por un momento no estuve seguro de si le gustaba yo o se gustaba ella.” P. 140



Me froté contra la rayita, contra la parte posterior de sus piernas y contra el espacio intermedio. La volví de espaldas, para poder hacerlo sin tener que mirarle la cara.

Me corrí muy deprisa. Me corrí por toda la Barbie y fue la experiencia más horrible que he tenido nunca. El semen no se le quedaba encima. No se adhería al plástico. Cuando terminé tenía en la mano una Barbie cubierta de semen y era como si no supiera de qué manera habíamos llegado a aquella situación." P. 145



... si la realidad surge de las entrañas del artificio, entonces todo el mundo cae de rodillas ante semejante prodigio. Será un dios vivo.” P.163



Un día son niños y niñas y el siguiente delincuentes y toxicómanos.” P. 167



...libros que, por lo inconexo de su relato y la vaguedad de sus metáforas, están escritos para facilitar la transición al sueño desde el estado de vigilia.” P. 193



... básculas para pesar pesadillas y calibradores para medir su anchura.” P. 193



... en algún universo paralelo sólo visible por el rabillo del ojo...” P. 193

jueves, 26 de septiembre de 2013

El carrito – César Aira

 
 «Uno de los tres o cuatro mejores escritores que escriben en español actualmente.» Roberto Bolaño

«César Aira es uno de los novelistas más provocativos e idiosincrásicos de la literatura en castellano. No hay que perdérselo.» Natasha Wimmer, The New York Times.


En la última entrada les presenté uno de los libros de César Aira (escritor argentino, 1949), y anuncié que la siguiente entrada sería para uno de sus cuentos, El carrito, publicado en febrero de este año en el libro Cuentos reunidos por la editorial Mondadori, que compila diecisiete relatos cortos del autor escritos entre 1996 y 2011. Este libro actualmente se encuentra en mi lista interminable de libros por conseguir y/o leer, así que por lo pronto, sólo les hablaré un poco del autor y del cuento en cuestión (transcrito al finalizar), para que puedan disfrutar de su lectura.

Respecto a mí interpretación, El carrito representa todo aquello que pierde su singularidad al encontrarse en un ambiente abundante y copioso, incluso asfixiante, donde los detalles quedan relegados por cuestiones más apremiantes, como el consumismo o todo lo que constituye a esta cultura desechable, y es precisamente en esos detalles donde se encuentra el secreto de la existencia o de misterios trascendentales, pero que se perderán si nadie está dispuesto a prestarles la debida atención.

En esta entrevista, Aira habla sobre su proceso creativo y de su escritura en sí, de sus motivos para crear mundos alternos y algunos de sus gustos literarios. Es un video realmente corto pero abundante en información clave para entender a este peculiar escritor (está en español pero tiene subtítulos en inglés):



A continuación, algunas otras características sobre su obra y perfil como escritor se esclarecen gracias a un entrevista realizada en 2004 por la 'Revista internacional de narrativa breve contemporánea The Barcelona review', una de ellas fue:

¿De qué manera plasmas en la novela tu visión de la realidad?

Cesar Aira: Por algún motivo, siempre he sentido que la realidad es algo que hacen los otros y que yo estoy condenado a ver desde afuera. Supongo que esa distancia debe darle un tono especial a lo que escribo, quizás un matiz de extrañeza, quizás (ojalá) de libertad. Pero debo decir que a mis libros, más que como reflejo o representación, los pienso como instrumentos o herramientas, para operar sobre la realidad, precisamente.

Sin más, el cuento.

El carrito


Uno de los carritos de un gran supermercado del barrio donde yo vivía rodaba solo, sin que nadie lo empujara. Era un carrito igual que todos los otros: de alambre grueso, con cuatro rueditas de goma (las de adelante un poco más juntas que las de atrás, lo que le daba su forma característica) y un caño cubierto de plástico rojo brillante desde el que se lo manejaba. Tan igual era a todos los demás que no se lo distinguía por nada. Era un supermercado enorme, el más grande del barrio, y el más concurrido, así que tenía más de doscientos carritos. Pero el que digo era el único que se movía por sí mismo. Lo hacía con infinita discreción: en el vértigo que dominaba el establecimiento desde que abría hasta que cerraba, y no hablemos de las horas pico, su movimiento pasaba inadvertido. Lo usaban como a todos los demás, lo cargaban de comida, bebidas y artículos de limpieza, lo descargaban en las cajas, lo empujaban de prisa de góndola en góndola, y si en algún momento lo soltaban y lo veían deslizarse un milímetro o dos, creían que era por la inercia.

Solamente de noche, en la calma tan extraña de ese lugar atareadísimo, se hacía perceptible el prodigio, pero no había nadie para admirarlo. Apenas si de vez en cuando algún repositor, de los que empezaban su trabajo al amanecer, se sorprendía de encontrarlo perdido allá en el fondo, junto a la heladera de los supercongelados o entre las oscuras estanterías de los vinos. Y suponían, naturalmente, que se lo habían dejado olvidado allí la noche anterior. El super era tan grande y laberíntico que no tenía nada de raro, ese olvido. Si en esa ocasión, al encontrarlo, lo veían avanzar, y si es que notaban ese avance, que eran tan poco notable como el del minutero de un reloj, se lo explicaban pensando en un desnivel del piso o en una corriente de aire.

En realidad, el carrito se había pasado la noche dando vueltas por los pasillos entre las góndolas, lento y silencioso como un astro, sin tropezar nunca, y sin detenerse. Recorría su dominio, misterioso, inexplicable, su esencia milagrosa disimulada en la trivialidad de un carrito de supermercado como todos.

Tanto los empleados como los clientes estaban demasiado ocupados para apreciar este fenómeno secreto, que por lo demás no afectaba a nadie ni a nada. Yo fui el único en descubrirlo, creo. O más bien, estoy seguro: la atención es un bien escaso entre los humanos, y en este asunto se necesitaba mucha. No se lo dije a nadie, porque se parecía demasiado a una de esas fantasías que se me suelen ocurrir, que me han hecho fama de loco. De tantos años de ir a hacer las compras a ese lugar, aprendí a reconocerlo, a mi carrito, por una pequeña muesca que tenía en la barra; salvo que no tenía que mirar la muesca, porque ya de lejos algo me indicaba que era él. Un soplo de alegría y confianza me recorría al identificarlo.

Lo consideraba una especie de amigo, un objeto amigo, quizás porque en la naturaleza inerte de la cosa el carrito había incorporado ese temblor mínimo de vida a partir del cual todas las fantasías se hacían posibles. Quizás, en un rincón de mi subconciente, le estaba agradecido por su diferencia con todos los demás carritos del mundo civilizado, y por habérmela revelado a mí y a nadie más. Me gustaba imaginármelo en la soledad y el silencio de la medianoche, rodando lentísimo en la penumbra, como un pequeño barco agujereado que partía en busca de aventuras, de conocimiento, de amor (¿por qué no?). ¿Pero qué iba a encontrar, en ese banal paisaje, que era todo su mundo, de lácteos y verduras y fideos y gaseosas y latas de arvejas?

Y aún así no perdía la esperanza, y reanudaba sus navegaciones, o mejor dicho no las interrumpía nunca, como el que sabe que todo es en vano y aun así insiste. Insiste porque confía en la transformación de la vulgaridad cotidiana en sueño y portento. Creo que me identificaba con él, y creo que por esa identificación lo había descubierto. Es paradójico, pero yo que me siento tan lejos y tan distinto de mis colegas escritores, me sentía cerca de un carrito de supermercado. Hasta nuestras respectivas técnicas se parecían: el avance imperceptible que lleva lejos, la restricción a un horizonte limitado, la temática urbana. Él lo hacía mejor: era más secreto, más radical, más desinteresado.

Con estos antecedentes, podrá imaginarse mi sorpresa cuando lo oí hablar, o, para ser más preciso, cuando oí lo que dijo. Habría esperado cualquier cosa antes que su declaración. Sus palabras me atravesaron como una lanza de hielo y me hicieron reconsiderar toda la situación, empezando por la simpatía que me unía al carrito, y hasta la simpatía que me unía a mí mismo, o más en general la simpatía por el milagro.

El hecho de que hablara no me sorprendió en sí mismo, porque lo esperaba. De pronto sentí que nuestra relación había madurado hasta el nivel del signo lingüístico. Supe que había llegado el momento de que me dijera algo (por ejemplo que me admiraba y me quería y que estaba de mi parte), y me incliné a su lado simulando atarme los cordones de los zapatos, de modo de poner la oreja contra el enrejado de alambre de su costado, y entonces pude oír su voz, en un susurro que venía del reverso del mundo y aun así sonaba perfectamente claro y articulado:

–Yo soy el Mal.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Parménides – César Aira





Reseña personal: Parménides (Mondadori, 2006) de César Aira (escritor y traductor argentino, 1949) es una de las múltiples novelas del autor, que cuenta con más de 60 libros publicados. Aira es un escritor considerado 'excéntrico' o fuera de lo normal por otros escritores y críticos, pues su literatura está fuera de lo convencional.

Yo lo conocí a través de su obra Congreso de literatura y quedé fascinada precisamente por eso, por ser un escritor fuera de las normas o el canon literario establecido, y claro que ahora es más usual encontrar este tipo de autores que hace unas décadas, pero lo diferente siempre creará controversia. Tiempo después leí El carrito, un cuento muy cómico (y que por cierto, subiré en la siguiente entrada del blog); después otra de sus novelas, titulada Cómo me hice monja, una historia encantadora sobre problemas de identidad debido al género; y finalmente Parménides, que curiosamente fue el libro por el que comencé el blog, pues buscando citas sobre Aira, di con un blog que tenía una pequeña reseña y citas sobre esta obra. La idea me pareció genial, y ya que desde hace años transcribo las citas de los libros que leo, decidí seguir el ejemplo y comenzar a escribir mis propias reseñas, y aquí estoy, así que gracias a Aira por esto, también.

Parménides es la historia, narrada en tercera persona y en 125 páginas, de un filósofo presocrático de familia rica del siglo V a.C. que realmente existió: Parménides de Elea y es una especia de biografía apócrifa. Se le atribuye una sola obra, un poema épico del que solamente se han encontrado fragmentos. En el caso del Parménides de nuestra novela, es precisamente una obra en verso la que hace escribir a un poeta desconocido de la colonia griega Elea, llamado Perinola, para adjudicarse la autoría a cambio de riqueza.

Hasta ahí, personalmente, el libro no me llamaba mucho la atención, pero es la intención intrínseca del autor lo que vuelve esencial a esta obra: Aira navega en la vastedad del significado de ser escritor, las razones, motivos, resultados, ironías, dificultades y frustraciones inherentes a este viaje incomprensible para muchos, inclusive para los propios escritores. Y esto fue por lo que decidí leerlo y ahora se encuentra en mi lista de libros predilectos.

Lo único que nos separa del tiempo histórico de la obra son los siglos, pues la labor del escritor sigue siendo tan enigmática y complicada como siempre, e incluso existen varios guiños que nos acercan aún más a la obra, como el siguiente fragmento, donde Aira se refiere a los ghostwriters, autores que escriben textos que van desde libros hasta ensayos o artículos en nombre de algún otro autor ya reconocido o famoso, a cambio, generalmente, de dinero:

'... y los que en el porvenir recurrieran a esta clase de servicios también preferirían mantenerlos en las sombras, como un “fantasma”. De modo que el precedente que él estaba sentando con sus decisiones se transmitirían en voz baja, como una tradición esotérica.'

Una de las premisas de Aira en esta obra es la de la muerte o desaparición del autor, muy en boga en la teoría literaria contemporánea. Al convertirse en ghostwriter, Perinola desaparece como autor y otorga su obra a aquel que tiene el poder adquisitivo para obtenerla. Parménides, por su parte, también desaparece como autor, pues en realidad la obra sólo le pertenece como una especie de copyright. La muerte del autor intercede en referencia a que la obra no es propiedad de quien la creó, sino de la cultura y el lector. No me meteré en más detalles, pero pienso que la teoría tiene sentido en algunos aspectos, ya que el ser humano escribe siempre sobre tópicos de importancia metafísica y vital, pero desde diferentes aspectos o vivencias, como lo explica la frase del escritor Ambrose Bierce que dice “No hay nada nuevo bajo el sol, pero cuántas cosas viejas hay que no conocemos”. No estoy de acuerdo en que el autor se vuelva anónimo, quizá porque soy partidaria de dar honor a quien honor merece, pero esto es un tema que da para mucho más y por ahora lo dejaré aquí.

Siguiendo esta línea, otra de las premisas de Aira se encuentra en la banalidad de la que pueden ser víctimas algunas personas dentro del mundo literario, al dejarse llevar sólo por el reconocimiento, la fama y la opulencia (como podrían ser la mayoría de los escritores de bestsellers): “Un libro podía viajar y llevar lejos su fama.”

No hay que ignorar ni pasar por alto ese ambiguo trato entre editores y escritores, pues finalmente, de alguna u otra forma, es un negocio que paga, generalmente mucho más a las editoriales que a los escritores, pero negocio, al fin y al cabo.

Con problemáticas actuales llevadas a los presocráticos, Aira resuelve de la mejor manera hablar de lo que pocos harían en un texto literario, y de la mejor manera. La historia, por supuesto, tiene su encanto propio, y las últimas líneas confirman las primeras, el texto se reafirma a sí mismo y los eventos desafortunados concluyen varios años de amistad y un trabajo que desde el principio de su existencia ha dado mucho en qué pensar... y hablar.

Este libro queda, por mi parte, más que recomendado para escritores de cualquier gremio y en el estado en el que se encuentren: vendidos, comprados, rendidos o ejerciendo.

En la selección de frases seguramente hay una que en caja perfecto en cualquier momento de la vida de un escritor, así que, sin más, aquí están:

... no aspiraba siquiera a lo genuino que, debía saberlo bien, no le aportaría ni fama ni dinero. Y explotando la ignorancia general, había logrado cierta fama...” P.12

Los cargos, las responsabilidades, la carrera de los hombres emprendida en la primera juventud y desarrollada sin pausas, le habían restado tiempo para la tarea reflexiva y solitaria de escribir, por la que siempre se había sentido atraído.” P.13

Era de esa clase de hombres, frecuente entre los escritores. La vida se le iba en pensarla.” P.19

... ese escrúpulo de escritor de variar las formas, inútilmente.” P. 27

Parménides le había dicho muchas cosas: superficiales, inconexas, vacuas, pero evidentemente así era él, y sus proyectos no podían ser distintos.” P. 35

La escritura imponía una determinación, y la vaga promesa de 'cualquier cosa' se deshacía entre las manos, su libertad se revelaba ilusoria.” P. 37

Debía escribir tonterías y lugares comunes a la medida de su empleador, pero a la vez debía hacerlo lo bastante bien como para retener el empleo. Le daba la impresión de que siempre que uno escribía estaba entre dos opciones equivalentes.” P. 45

La vida de escritor era una vida de sueños.” P. 45

... la insólita sospecha de que hubiera escrito algo bueno sin querer. La mera idea era desestabilizadora. Porque no lo había escrito 'en serio'. Había sido algo así como la redacción de una trampa, a más bien un señuelo. Las intenciones no habían sido poéticas ni por un segundo. Pero quizá le faltaba aprender eso: que las intenciones no contaban, Quizá escribir era siempre escribir, y la calidad se decidía en otra órbita.” P. 46

... el 'libro' siguió en marcha, en un plano cada vez más ilusorio, aunque sin perder nunca su carácter de inminente.” P. 47

... para él escribir siempre había sido una actividad privada. Casi secreta, de la que jamás se le habría ocurrido hablar en familia.” P. 50

... una personalidad de escritor no tenía nada de atractivo en sí.” P. 53

Los artistas o sabios sedentarios, que los había también, eran hombres de invención, no de memoria, obligados por la falta de recuerdos a crear y volver a crear siempre los mundos en su mente.” P. 65

La felicidad siempre tiene algo de anticipación; nunca está exactamente en su lugar.” P. 67

... la gente segura de sí misma y satisfecha con su vida y su pensamiento era inmune a la realidad.” P. 67

le pasó con casi todo lo que había escrito aquella vez. Era como si, dado el tiempo suficiente, los hechos de la vida pudieran crear el sentido de cualquier combinación de palabras.” P. 69

La lógica indicaba que podían (y debían) complementarse. Pero la vida no siempre obedecía a la lógica, y el resultado de la complementación fue una obra infinitamente postergada y un hechizo general de espera.” P. 71

Volaba directamente, con alas de libélula, a las realidades del sueño, pero llegaba a ellas gracias a la laboriosa travesía de caracol que cubría las distancias palabra por palabra.” P. 79

... la obra... su poesía, la justificación de su existencia.” P. 93

... del más pequeño agujero de la imaginación podían salir figuras y palabras sin fin, una riqueza innumerable por la que no había más que dejarse llevar.” P. 97

Escribir para otro implicaba borrarse a uno mismo como autor: malo para la vanidad, pero al menos rápido, como toda desaparición.” P. 102

Existían los olvidos defensivos, de 'resistencia pasiva'...” P. 105

Toda la caminata había estado sobrevolada por la sensación placentera de haber escrito...” P. 111

Haber escrito contenía la promesa de escribir más.” P. 111

Quizá el problema de los escritores era que siempre querían hacerlo bien, siempre querían escribir 'en serio', y podían pasarse la vida sin empezar, tan abrumadora se presentaba la exigencia de expresar su verdad.” P. 112

La reconstrucción de los pensamientos pertenece al orden de la ficción.” P. 114

... el presente podía llegar a resistir demasiado, a hacerse intratable.” P. 124

viernes, 13 de septiembre de 2013

Farabeuf o la crónica de un instante - Salvador Elizondo


 



Farabeuf o la crónica de un instante (publicada y ganadora del Premio Xavier Villaurrutia en 1965, Séptima edición por el FCE en 2009) fue la primer novela de Salvador Elizondo (escritor, dramaturgo y traductor mexicano, 1932-2006). La narración tiene una estructura circular y ha sido clasificada como “un clásico moderno de la literatura en lengua española.” y “...es un hito de fuego en la literatura contemporánea, una antorcha hiriente que ilumina el aterrador instante [la agonía de un torturado y destazado moribundo oriental] captado supuestamente durante una revuelta del año 1900 en Pekín por un fotógrafo que puso la plancha en las manos del doctor H. L. Farabeuf.”



Farabeuf no es una novela convencional. En menos de 200 páginas y 9 capítulos, el autor relata la impresión que produjo en él la fotografía de un supliciado ensimismado, misma fotografía que está impresa en la página 145 del libro y que es del todo descriptiva, en donde se muestra la tortura previa a una ejecución china llamada Ling Ching o Leng T'ché, que en español significa 'muerte por mil cortes':








Elizondo une el método de adivinación china del I Ching, un romance anclado en el recuerdo, memorias confusas e inconclusas con las que se trata de armar el enigma con el que inicia la novela, prácticas médicas dudosas y fijaciones arriesgadas. Por crónica de un instante, Elizondo hace referencia a ese segundo en que es capturado el moribundo antes de perecer, es su último instante de vida plasmado en un papel fotográfico y todo el significado que su existencia pudo haber tenido, la fuerza de la presencia que se esfuma y una esencia que se desintegra en el plano terrenal, el momento preciso en que recibe la inmortalidad, ya sin un cuerpo:



Fotografiad a un moribundo —dijo Farabeuf—,

y ved lo que pasa. Pero tened en cuenta que un moribundo

es un hombre en el acto de morir y que el acto de morir

es un acto que dura un instante —dijo Farabeuf—,

y que por lo tanto, para fotografiar a un moribundo

es preciso que el obturador del aparato fotográfico

acciones precisamente en el único instante

en el que el hombre es un moribundo, es decir,

en el instante mismo en que el hombre muere.



La fotografía —dijo el doctor Farabeuf— es una forma estática de la inmortalidad.



Farabeuf es un enigma construido por la erudición literaria y médica de Elizondo, es una biografía “secreta” (aunque el término más apropiado, en parte, sería“ficticia”) del Dr. Louis Hubert Farabeuf (cirujano francés, 1841-1910), que escribió varios folletos y un manual de cirugía, que incluso es mencionado por Elizondo en la novela como un libro titulado Aspects Médicaux de la Torture Chinoise, cuyo supuesto autor es H. L. Farabeuf, jugando sólo con el orden de las iniciales del nombre real del doctor.



Es impresionante como una fotografía puede activar un mecanismo de escritura capaz de generar todo un mundo girando al rededor de esa primera impresión. 



Esta novela la leí en la facultad y gracias a ella conocí a este gran autor, fue fascinante encontrar un libro tan desconcertante para mí en ese entonces, y el cuadro cómico de 30 estudiantes viendo la imagen de la fotografía impresa en el libro antes de comenzar su lectura. Al terminar, me quedé con una sensación demasiado extraña, pues a pesar de las especulaciones y los comentarios sobre que la historia no seguía un hilo conductor muy específico (para mí claro que lo tiene) o que no llegaba a nada o que la lectura era difícil (sin alardear puedo decir que a mi me encantó, pues todos los temas que Elizondo toca son de mi total agrado e incluso fascinación: tortura, ejecución, instrumentos y prácticas médicas como amputaciones y disecciones, tópicos fundamentales humanos como el olvido, la memoria, el recuerdo y la afición de las relaciones interpersonales y varios más) preferí dejar de lado esas críticas y decidir personalmente, bajo mi criterio, sobre este libro y sus implicaciones, como espero que ustedes también lo hagan.

Como dato extra, existe una web francesa muy bien documentada sobre la tortura china y los distintos métodos de ejecución, con fotografías y la información necesaria.



Este símbolo aparece en el capítulo VI, mismo en que está impresa la fotografía del suplicio, y me pareció lo más apropiado para finalizar la reseña:
 
Es el número seis y se pronuncia liú. La disposición de los trazos que lo forman recuerda la actitud del supliciado y también la forma de una estrella de mas, ¿verdad? P. 154



Varias son las frases memorables de Farabeuf, a continuación transcribo algunas de mis favoritas:



Es preciso que yo lo reviva todo en tu memoria renuente...” P. 17



Hemos jugado a tocar nuestros cuerpos sobre esa superficie fría, a besarnos en la imagen reflejada sin que nuestros labios se tocaran jamás”. P. 24



Es necesario que no me atormentes con esa posibilidad de la memoria.” P. 25



Soy capaz de imaginarme a mí misma convertida en algo que no soy, pero no en algo que he sido; soy, tal vez, el recuerdo remotísimo de mí misma en la memoria de otra que yo he imaginado ser.” P. 25



... a un grupo de dementes o de idiotas en una función de festival de manicomio barato.” P. 33



... en esa actitud de entrega, en ese abandono que va más allá de la vida, en ese solo instante en que, como en el coito, la desnudez y la muerte se confunden y en que todos los cuerpos, (...) exhalan un efluvio de morgue, de carroña conservada asépticamente, en que la gasa impoluta recibe sin que apenas nos demos cuenta de ello, como si fuera el escupitajo de un verdugo, una violenta salpicadura de pus.” P.37



Sabíamos que la lluvia caía afuera... lejos de esa voluptuosidad que nos mantenía unidos... unidos tal vez para siempre...” P. 49



... me refiero al hecho posible, aunque desgraciadamente improbable, de que nosotros no seamos propiamente nosotros o que seamos cualquier otro género de figuración o solipsismo... como que, por ejemplo, seamos la imagen en un espejo, o que seamos los personajes de una novela o de un relato, o, ¿por qué no?, que estemos muertos.” P.65



¿Quién es ese hombre que lleva la noche consigo dondequiera que va?” P.69



En efecto, existe algo más tenaz que la memoria – pensó –: el olvido.” P. 76



El olvido es más tenaz que la memoria.” P. 84



-Hubieras querido regalárteme muerta, ¿no es así?” P. 93



Podríamos, por otra parte, ser la conjunción de sueños que están siendo soñados por seres diversos en diferentes lugares del mundo. Somos el sueño de otro, ¿Por qué no? O una mentira.” P.96



Somos el pensamiento de un demente. Alguno de nosotros es real y los demás somos su alucinación.” P. 96



... y cuando apareció se produjo en tu memoria, con el olvido, una confusión lamentable.” P.128



... el suplicio es una forma de escritura.” P.135



... y comprendí que el dolor, de tan intenso, se convierte de pronto en orgasmo.” P. 141



Sólo puede torturar quien ha resistido la tortura.” P. 149



... en el florecimiento de las vísceras que brotan a través de las incisiones como los retoños de una primavera tenebrosa.” P.157



¿Pretendes escaparte hacia mi olvido, perderte en esa soledad hecha de sombras?” P. 169