miércoles, 31 de agosto de 2016

Silencio - Clarice Lispector (cuento)


Clarice Lispector


«Silencio» es un cuento de Clarice Lispector (escritora brasileña, 1920-1977). Se publicó por primera vez en su libro de relatos Onde estivestes de noite (1974), que fue traducido por Cristina Peri Rossi al español en 1988 y publicado por Grijalbo, pero bajo el mismo título del cuento, Silencio.

A pesar de la brevedad de este texto, la emotividad y fuerza reflejadas en cada párrafo reflejan la sensibilidad de su autora y convierten a estas palabras en un mecanismo íntimo que gira en torno a la ausencia, al vacío.

Silencio

Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un programa, frágil punto que mal nos une al súbitamente improbable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla.
Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanquece todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.
La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las últimas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más distantes.
Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomodarán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con esperanza por las escaleras.
Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.
El corazón late al reconocerlo.
Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.
Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio.
Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de éste. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio.
Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, sólo él mismo. Será como si estuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navío. Y éste navegara tan largamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El corazón tiene que presentarse frente a la nada sólito y sólito latir alto en las tinieblas. Sólo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando éste se presenta completamente desnudo, no es comunicación, es sumisión. Además, nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio.
Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad frente al silencio, sólo los pies mojados por la espuma de algo que se expande dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino la ayuda bendita de un tercer elemento, la luz de la aurora.
Después, nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asombran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde entonces, él es fantasma.

martes, 30 de agosto de 2016

Pájaros en la boca - Samanta Schweblin











Pájaros en la boca (Almadía, 2010) de Samanta Schweblin (escritora argentina, 1978) es el segundo libro de cuento publicado de la autora, con el que se hizo acreedora al Premio Casa de las Américas 2008. La autora ganó también, en 2012, el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo con su peculiar relato «Un hombre sin suerte», que juega con la suspicacia y los prejuicios del lector. 

Conformado por catorce relatos de los que algunos podrían incluirse en el género fantástico, en todos ellos existe cierto simbolismo que alude a lo excepcional y sorprendente, o como ella misma lo afirmó en esta entrevista para La Nación en septiembre de 2015: «Siempre me pareció curioso que hay mucha literatura de lo extraordinario y anormal que insistimos en llamar fantástica, pero una cosa es lo imposible y otra es lo que difícilmente sucede». 

Schweblin utiliza un lenguaje sencillo que contrasta con la originalidad de sus fascinantes argumentos. Para Thomas Carlyle, «Cuanta más luz, más misterio». Y eso es precisamente lo que ocurre con Schweblin: los sucesos y las anécdotas desarrollados en sus historias no escatiman en detalles y exponen situaciones que si bien rompen la cotidianidad de los personajes, no los trastorna, sino que éstos las adoptan siempre bajo razonamientos justificables para ellos mismos. «Pájaros en la boca», relato que da título al libro, es un ejemplo perfecto de lo anterior: un padre debe hacerse cargo de su hija adolescente, quien ha sido abandonada por la madre tras un repentino y sangriento cambio en su régimen alimenticio. 

Una especie de transmigración infantil repentina en «Mariposas»; un adulto traumatizado con trastorno de regresión en «La medida de todas las cosas»; pequeños autómatas que obedecen un acuerdo tácito y persiguen un mismo y misterioso fin en «Bajo tierra»; augurios fatalistas para las personas mayores en «Perdiendo velocidad»; una opción aleatoria al aborto o una variante de éste en «Conservas» y la paradoja de cierta insensibilidad expuesta en apreciadores de arte en «Cabezas contra el asfalto» son sólo algunos ejemplos del particular universo creado por Schweblin.


El libro está a la venta en Librerías Gandhi, El Sótano y El Péndulo.

lunes, 29 de agosto de 2016

Irreverencias maravillosas: Una pericia condenada



The Question of Witchcraft Debated de John Wagstaffe (1633-1677) 



El texto de este mes para Irreverencias maravillosas, mi columna mensual en la Revista VozEd, indaga en la historia de la brujería, esa práctica tan perseguida y satanizada desde siglos atrás.

La versión completa del texto se encuentra en este enlace


Una pericia condenada

«El arte real siempre debe suponer cierta brujería.»
Karen Blixen

LA BRUJERÍA ES tan antigua como las primeras civilizaciones. Multitud de hechos increíbles rodeados de misterio, magia y supersticiones se han registrado desde entonces, lo que permite apreciar que ha sido interpretada como un conjunto de fenómenos extraordinarios que incluían ceremonias o ritos de protección o que brindaban favores a quien los celebraba. A través de la historia ha sido vista como un enigma, como una religión o un culto pagano, y este conjunto muchas veces incomprendido de prácticas y conocimientos ha estado rodeado de acontecimientos brutales y nefastos.
No fue sino hasta el siglo XI que el temor y los prejuicios la condenaron: el cristianismo la consideró como una práctica anticristiana y a todos los involucrados como a herejes, pues se le relacionó con todo lo diabólico y maligno, razón por la que, algunos siglos después, tanto en Europa como en Estado Unidos surgió una inquietud enfermiza respecto al tema, lo que culminó en infinidad de persecuciones, juicios y ejecuciones de supuestas brujas. Éstas eran acusadas, entre varias cosas más, de volar en escobas; de poseer animales para atacar o espiar a los demás, como gatos negros, cuervos o lobos; de realizar aquelarres y pactos con el Diablo e incluso de venderle sus almas a cambio de favores. 

Witches going to their Sabbath (1878), de Luis Ricardo Falero



En realidad, las brujas eran, generalmente, mujeres con grandes conocimientos, específicamente de herbolaria, aptitudes, como la clarividencia, o capacidades perceptivas sumamente desarrolladas que fueron víctimas de una sociedad ignorante e intolerante que atribuía cualquier comportamiento o situación inexplicable a lo demoniaco, con infinidad de prejuicios y supersticiones. 
Uno de los casos más populares fue el de la reina consorte de Inglaterra Ana Bolena, acusada en 1536, tres años después de su boda con Enrique VIII, de adulterio, traición y brujería. fue la primera reina en ser ejecutada en público. Se especula que fue víctima de una conspiración por parte del rey para que éste pudiera casarse de nuevo, pues buscaba tener su primer hijo varón. Él mismo firmó, en 1542, la primer Witchcraft act, ley que penaba con la muerte la brujería. 
El rey James VI de Escocia, decidido a finalizar esta problemática, se pronunció a favor de la cacería de brujas, por lo que ordenó reunir dichas confesiones y procesos para divulgarlo mediante la obra Newes from Scotland, que incluía grabados. Algunas copias de éstos se conservan aún en algunas bibliotecas como la Bodleian de la Universidad de Oxford o la de la Universidad de Glasgow. Siete años después publicó incluso tres tomos titulados Daemonologie, disponibles en línea en la biblioteca digital del proyecto Gutenberg. Posteriormente se volvió el rey de Inglaterra y la cacería se intensificó hasta 1722, cuando tuvo lugar la última ejecución al norte de Escocia. Durante ese periodo, al menos tres mil personas fueron víctimas de la hoguera.



En 1692 los habitantes de Salem, en Massachusetts, vivieron seis meses de persecución, misma que culminó con la ejecución de diecinueve personas (la mayoría mujeres, al igual que en todos los casos) y poco menos de doscientos encarcelados, esto sin tomar en cuenta a todos los acusados. Además de que los testimonios fueron poco fiables, la tensión política y la histeria religiosa fueron razones de peso para estos fatales sucesos, mismos a los que se les prestó la debida atención hasta que miembros honorables de la sociedad comenzaron a ser acusados. Más de un año después de iniciar esta locura, el gobernador en turno liberó a todos los encarcelados. Inspirado InspiradoIns por los hechos anteriores, Arthur Miller escribió en 1952 la obra Las brujas de Salem.
Este reprobable comportamiento de la sociedad deriva de consecuencias similares a las de la histeria o psicosis colectiva, fenómeno sociopsicológico que actúa como mecanismo de defensa ante situaciones desconocidas. 
En el ámbito cinematográfico las referencias abundan: The Witch (2016) es una película ubicada en 1630 en Nueva Inglaterra donde se representa al Diablo como a un macho cabrío, como tradicionalmente ha sido representado, al igual que lo hizo Goya en el óleo El aquelarre (1797-1798). Otros ejemplos son Black Sunday (1960), basada en el cuento de terror «Viy» del escritor Nikolái Gógol, Suspiria (1977), una de las películas más famosas del director Dario Argento, The witches of eastwick (1987), inspirado en la novela homónima de John Updike, o la popular The Craft(1996).

El aquelarre (1797-1798), de Francisco de Goya

Mención especial merece Häxan (1922), el documental sobre brujería más antiguo, una exhibición histórica y cultural que fue censurada en Estados Unidos por contener desnudos y tortura. Está inspirado en el Malleus Maleficarum, el compendio más popular sobre brujería en Europa escrito durante el siglo XV por dos monjes dominicos y que, durante más de tres siglos, se volvió indispensable para realizar los juicios de la cacería de brujas. Tras dos años de investigación de las supersticiones durante el Medioevo, creó este largometraje que recrea los supuestos rituales de las brujas y los suplicios a los que eran sometidas. Bajo el título en inglés deWitchcraft Through the Ages, este documental indaga múltiples detalles sobre las brujas en la época medieval e incluso afirma que su aparición está ligada a ciertas enfermedades mentales hasta entonces desconocidas. Está disponible en línea en el repertorio de la web de Internet Archive.






Las brujas han formado parte de la mayoría de las culturas mediante la tradición oral y escrita, manteniéndose vigentes en la cultura popular, e incluso su figura se ha vuelto muy famosa en las últimas décadas. Se considera, desde el siglo pasado, dentro del espiritismo, y las religiones neopaganas y sectas esotéricas y ocultistas han incluido a todos los practicantes de la magia, tanto negra como blanca, dentro de la brujería, lo que le ha devuelto cierto estatus. La brujería y el mundo esotérico actualmente ejercen una fuerte fascinación que adquiere cada vez más adeptos que, incluso aunque no la practiquen,  están inmersos en su estética y simbolismo.~