viernes, 30 de septiembre de 2016

El converso - Verónica Murguía (cuento)






«El converso» es un cuento de Verónica Murguía (escritora y traductora mexicana, 1960) que forma parte de su libro El ángel de Nicolás (Ediciones Era, 2003).


El relato se desarrolla durante la Edad Media y retrata los conflictos ideológicos y culturales entre los guerreros de los pueblos escandinavos y los cristianos (cuestión muy bien representada también en la serie Vikingos de The History Channel). Con una narrativa admirable y descripciones precisas y realistas, Murguía nos transporta a la mente de dos personajes reflexivos que se enfrentan a un gran enigma de la existencia.  


Pueden escuchar el cuento en voz de la autora en el podcast cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México Descarga cultura.unam.mx en el apartado «Literatura: Letras mexicanas en voz de sus autores - En voz de Verónica Murguía».

jueves, 29 de septiembre de 2016

Continuum - Édgar Adrián Mora




Continuum (Paraíso Perdido, 2015) de Édgar Adrián Mora (escritor mexicano, 1976) es una novela corta cuyo protagonista es Héctor Germán Oesterheld, un magnífico escritor y guionista de historietas argentino que fue víctima de la dictadura cívico-militar argentina en el 77.

Ésta es una biografía novelada de Oesterheld, una literatura dolorosa, que pesa. Es una crítica atemporal a un gobierno autoritario y opresor. En estas páginas Mora describe también, de manera acertada y precisa, el arduo proceso de escritura y las vicisitudes que conlleva. El autor logra interpretar la personalidad de Oesterheld a través de la lectura de su obra y análisis de documentos biográficos, lo que resulta en una narrativa admirable con diálogos minuciosos y agudas reflexiones.

Al igual que Juan Salvo, el viajero del tiempo protagonista de una de las historietas más conocidas de Oesterheld, El Eternauta, en esta novela los párrafos y acontecimientos no aparecen en un estricto orden lineal.




El Eternauta, ilustración de Francisco Solano López



En Continuum el autor menciona el terrible final de otro increíble escritor argentino: Rodolfo Walsh, compañero de Oesterheld incluso hasta en la muerte terrible, pues fue otra de las incontables víctimas de esta dictadura. Transcribió un fragmento de la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar que Walsh se encargó de distribuir en secreto y donde describe la barbarie de la que fueron testigos durante el primer año del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional: «Lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades». Genocidio, tortura, presos, desapariciones y destierros. Miles de muertos: cifras de las que forman parte las hijas de Oesterheld y la de Walsh, así como innumerables personas que han quedado en el anonimato. 

Mora logra acercarnos de manera muy emotiva y auténtica a un personaje que no debe relegarse al olvido, como lo deja claro en esta entrevista: «Quise que la vida de Oesterheld fuera conocida más allá de las páginas de una tesis de grado. Que fuera una historia asequible que aludiera a reacciones más emocionales en el lector». El ejército desapareció a Oesterheld, y Mora describe la incertidumbre como un limbo porque permite incontables posibilidades, pero cada una aumenta el sufrimiento y el dolor de quien espera, de quien ignora. Callaron su voz, pero ésta ya se había esparcido a través de bocas invisibles, de decenas de personajes que resonaban ya en incontables cabezas, y es precisamente ese eco el que se debe seguir expandiendo, multiplicando.

La memoria depende en gran parte de las letras para preservarse, para propagarse. Para crear consciencia, empatía. La inmortalidad de la literatura es necesaria para todos los héroes.

Oesterheld convive aquí con sus propios personajes en el mismo universo ficcional, y no hay homenaje mejor para cualquier autor. En la «Nota final», Mora aclara que éste fue el resultado de una intensa investigación sobre la increíble vida y obra de Oesterheld, y en esta emotiva y profunda novela deja claro que, tal como lo afirmaba Montesquieu, «Una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad». Como parte de esa misma sociedad perjudicada, está en nosotros no permitir que desaparezca su legado.


Para finalizar, transcribo a continuación algunas de mis frases favoritas de la novela:

«Sólo la memoria puede compensar en parte la manera en cómo se concentró todo el dolor del mundo en un solo lugar.» p. 10

«Construía una bomba con palabras. Lo sabía. Aún más: lo deseaba. Siempre había creído en el poder transformador del arte. En la subversión que venía de las palabras. En cómo las historias nos decían qué hacer y cómo hacerlo.» p. 12

«Siempre había sabido mirar al futuro con ojos de presagio y verdad.» p. 17

«Se inclina sobre el cuaderno de hojas blanquísimas y escribe. El roce del lápiz contra el papel saca chispas que iluminan la noche.» p. 24

«Lo que se tejerá a partir de ese momento es una historia de amor que, en algún momento, derivará en la tragedia. Como todas las buenas historias de amor.» p. 29

«Los demás están desaparecidos. Es decir, flotando en el limbo de la incertidumbre.» p. 29

«Sabía que existían cosas en la vida que daban felicidad no sólo a los que las ejercen, sino también a aquellos que son depositarios de tales cosas. Y la escritura de historias era una de ellas.» p. 35

«Escribe día y noche. En los momentos en que la vida real le da tregua. Y entonces él se sumerge en los mundos que son apenas un esbozo de lo que vendrá después.» p. 36

«A veces creo que sólo me dices las cosas para escuchar cómo se oyen al decirlas a alguien más. Para convencerte de que lo dicho no es un disparate.» p. 40

«Este país nació maleado. Como enfermo crónico. Y siempre ha tenido que alienarse a golpes.» p. 41

«Al final, nadie se hace responsable de las cosas que salen mal. Todos se asumen víctimas de las circunstancias. Una raza de víctimas. Eso es el hombre. Nadie es culpable.» p. 42

«Se acostumbró a ser un personaje de ficción desde el momento en que se dio cuenta de que había sido resultado de una broma. (…) Nunca se concibió como un títere. Siempre supo que su destino sería tejido con singular maestría por aquel que designaba sus viajes y sus experiencias.» p. 45

«Él está convencido de que las aventuras y los héroes pueden hacer mejores personas.» Ibídem

«Es una voz firme. Una voz que sabe de inmensidades y silencios.» p. 78 


Pueden leer un fragmento de la novela en este enlace, y comprar el libro directamente con Paraíso Perdido o en El Sótano.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Tusitala de óbitos - reseña por Édgar Adrián Mora





Mi estimado Édgar Adrián Mora (autor de Raza de víctimas, Memoria del polvo y Continuum) publicó hace unos días una increíble reseña de mi libro Tusitala de óbitos en su columna «El castillo de If» en Vozed.


La publicación de esta crítica me sorprendió por completo. Mora indagó en mi obra, realizó una lectura profunda y redactó un maravilloso análisis con le que no puedo estar más agradecida. Éste es uno de los motivos por los que escribo: encontrar lectores apasionados.

A continuación transcribo algunos párrafos del texto de Mora. Para leer la reseña completa, pueden visitar la página original de su publicación.



UNA TELARAÑA DE HISTORIAS MÓRBIDAS


LA SOMBRA QUE dibuja el Romanticismo en la historia de la literatura es larga y multiforme. Se prolonga en la obra de escritores contemporáneos que continúan siendo atraídos por los temas y los ambientes que esta corriente enarboló desde finales del siglo XVIII. En cierta manera, y en abusiva analogía, podemos concebir el espíritu romántico como una etapa entre la pubertad y la adolescencia de la vida de la literatura. Está ahí el riesgo, la predilección por los ambientes oscuros, la atracción inexplicable por la muerte, el ejercicio de la curiosidad con respecto de lo mórbido, la vivencia del amor trágico, la recuperación de la mitología y la tradición legendaria del medioevo.
Pero si hay algo que sobrevive del Romanticismo es la libertad imaginativa. La posibilidad de concebir mundos e historias alejados, opuestos incluso, de aquello que denominamos “lo real” o “lo posible”. Esa posibilidad de la imaginación liberada se extendió en las vanguardias que sucedieron a la época dorada del realismo a principios del siglo XX. Movimientos como el surrealismo, que tomaron entre su materia prima a los sueños y el inconsciente; el expresionismo, con su propuesta de deformar la realidad y asumir la estética de la fealdad como principio; el creacionismo, con su osadía de pensar a los creadores como dioses que podían generar mundos completos sin depender, siquiera, del lenguaje existente.
Esa influencia del Romanticismo se extiende más allá de las vanguardias. Llega a lo contemporáneo montada en la posibilidad de difusión que los nuevos mass media ofrecen. El cine, los cómics, las series televisivas, la literatura como saga; todos son campos en los  cuales las temáticas románticas siguen alimentando a la cultura popular y a la sociedad de consumo. Aunque, a veces, ocurre que esa sombra aparece de manera más o menos diáfana y sin el filtro descafeinador de la homogeneización de sus propuestas.
Todas estas ideas acudieron a mi mente cuando terminé de leer la ópera prima de Lola Ancira, Tusitala de óbitos. El título en sí es un acertijo que invita a la reflexión. Tusitala es, al mismo tiempo, una araña que no se desplaza como lo hacen sus congéneres sino de una manera distinta: a saltos; y, por otro lado, designa a una voz lingüística de la Polinesia con la cual se define a las personas que se dedican a contar historias. Óbito, por su parte, es un cultismo para referirse a la idea de la muerte, al momento justo cuando ésta llega. El libro es, así, una red de historias tejidas en torno a cierto impulso tanático, tanto en los ambientes como en las imágenes que evoca.
En la narrativa de Ancira está presente la influencia de Poe, de Lovecraft, quizá de Stevenson; pero su poética también abreva de Gaiman, de Ligotti, de Amparo Dávila, de Huidobro, de Borges. Muchas de esas referencias son manifiestas a partir del conjunto de epígrafes que la autora elige para comenzar varios de los cuentos, pero otras se sospechan o son intuidas a partir de los personajes, los temas y los ambientes que contienen los relatos.