jueves, 31 de marzo de 2016

Una modesta proposición - Jonathan Swift (ensayo satírico)

Jonathan Swift por Charles Jervas, 1710 (fuente: National Portrait Gallery)




Una modesta proposición:
Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una
carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público



Dublín, Irlanda, 1729

Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.

Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.

Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.

Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.

Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.

El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de éstas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.

Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.

Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.

Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.

Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.

He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.

Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.

Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos mas niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre, porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.

Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.

Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.

En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.

Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce; ya que son tantos los que están a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio, y su sabor desagradable; y cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto serían fecundas; y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad; lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que estuviera.

Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor.

Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.

He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.

En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al Pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes, quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.

Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos.

Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros.

Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año.

Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros, quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan caro como a ellos les plazca.

Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.

Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.

Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.

No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.

Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mí concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.

Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.

Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Un millón de gusanos - Rogelio Flores





Dicen que los cobardes mueren muchas veces: eso les pasa a los seres amados.

 C.S. Lewis, Una pena en observación



Un millón de gusanos (Resistencia, 2015) es el cuarto libro publicado de Rogelio Flores, acreedor del IV Premio Lipp de Novela. Sus libros de cuento Rocanrol suicida y El diablo no existe forman parte del blog en entradas previas.




Momento de la premiación



Escrita en tercera persona y con un lenguaje coloquial, ingeniosos juegos de palabras y diálogos precisos, esta historia ilustrada está dividida en dos partes, emulando un casete: el Lado A y el Lado B. Un millón de gusanos es el relato fiel (y con tintes autobiográficos) de un adolescente «gótico» en la Ciudad de México a principios de los años 90 llamado Román. Con el cabello teñido de negro y exceso de laca, párpados maquillados en tonos oscuros y abrigos largos y negros —indumentaria bajo la que la sensibilidad y el amor por la vida reverberan y tratan de explotar—, en estas páginas Román experimenta a la par sentimientos tan disímiles como el primer amor pasional o el duelo por su hermano gemelo, que falleció tres años atrás.

Flores utiliza como escenario infinito a una urbe con tantos matices como habitantes y tan asombrosa como absurda en donde los nombres, más que referirse a calles, avenidas o lugares específicos, evocan recuerdos que se van acumulando como los años. El abuelo del protagonista y Berenice, su «Glampiresa de la Anzures», son dos de los personajes más entrañables.

A pesar de las diferencias generacionales que puedan existir entre Román y los lectores más jóvenes, sus primeras experiencias son, en su mayor parte, las de todo veinteañero: derrotas y triunfos que parecen insuperables en su momento, satisfacciones, placer y dolor vividos intensamente porque no hay punto de comparación aún, porque son las primeras cicatrices (visibles o no) que dejarán rastro y que, con el tiempo, convertirán aquel dolor en alusiones a un pasado imposible de olvidar.

Lo mismo que un casete grabado de manera aleatoria según se sucedían canciones específicas en la radio —que incluso quedaban mutiladas, incompletas o superpuestas, formando un extraño collage de timbres y voces disímiles—, Neruda y Poe, Elvis Presley y José Alfredo Jiménez, Mauricio Garcés y Vincent Price, la Anzures y Garibaldi, el Tianguis Cultural del Chopo y la Roma, Timbiriche y Bauhaus o Caifanes y Joy Division convergen en estas páginas y forman una vorágine de sentimientos y emociones experimentados por primera vez por el protagonista con la inocencia de la ingenuidad o con el arrojo otorgado por el alcohol o los narcóticos.

Aquellos eran los tiempos en que, para escuchar la misma canción varias veces, ésta debía grabarse una y otra vez a lo largo de todo el casete. Actualmente, la tecnología ha simplificado este procedimiento —que es más una fijación, necesidad innata o ejercicio mental de experimentar placer al predecir la letra o los tonos que se escucharán a continuación— al ofrecer el botón de repeat en Youtube, iTunes o cualquier reproductor de audio digital, de ahí que el propio acto o ritual de escuchar música haya perdido un poco de su encanto, como sucede también al remplazar la lectura física con la digital, pues se elimina parte de la acción táctil y visual que complementan dicha vivencia. 

Flores demuestra que la experiencia musical, al igual que la literaria y la cinematográfica, son una especie de religión reconfortante que nos fortalece y ofrece las reflexiones necesarias para poder sobrellevar la existencia, para afrontar o profundizar determinadas situaciones o incluso, si es necesario, ignorarlas. El cariño y el odio, así como la lealtad y la traición, se manifiestan aquí como dúos aparentemente inseparables, y cuando uno de los dos abunda, es porque no tarda en llegar su opuesto.

En las primeras páginas del Lado B, el autor lanza una pregunta que debería ser una afirmación: «¿El amor nos convierte en mortales, nos hace cobrar conciencia de nuestra muerte?». 

El amor nos hace vulnerables, nos vuelve conscientes de nuestras propias debilidades. Un millón de gusanos es, pues, una sensible mirada al pasado, una retrospectiva carente del complejo de la Edad de oro, ése en el que se afirma que todo tiempo pasado fue mejor; y a la vez es un recordatorio de que siempre, aún en las circunstancias más adversas, llegará el cataclismo necesario que acomodará todo de nuevo en el lugar indicado.





Entrevista realizada por la Revista de la Universidad de México en 2014



Pueden adquirir el libro en El Péndulo o en la página de la editorial, y también escuchar el playlist en Spotify que creó la misma editorial.

Para finalizar, transcribí algunas de mis frases favoritas de la novela:

“…nada es eterno y nadie nos pertenece.” p. 19

“…toda derrota, por pequeña que sea, es inmensa.” p. 35

“…le resultaba insoportable cuando estaba de muy buen humor.” p. 37

“No supo por qué realmente, pero lloró como quien tiene el interior hecho polvo.” p. 38

“…dejó de llorar tan sólo para tomar oxígeno y esbozar la sonrisa más lamentable de toda su vida.” p. 61

“…esa sería la manera en que Román definiría el amor: una carcajada ligeramente dolorosa.” p. 102

“…era uno más de la tripulación nocturna, condenada al patíbulo del amanecer y la cruda.” p. 113

“La muerte inminente, la muerte certera e implacable, el paso del tiempo.” p. 134

“…la tristeza estaba por ceder paso a un rencor incendiario, edificado en una soledad que no creía merecer y que alguien tenía que pagar.” p. 149


“…ser pendejo, Román, es lo peor que le puede pasar a un hombre.” p. 188

martes, 29 de marzo de 2016

Irreverencias maravillosas: Daño colateral


Toma de la película We Need to Talk About Kevin 



El texto de este mes para Irreverencias maravillosas, mi columna mensual en la Revista VozEd, expone brevemente cómo el contexto familiar de los asesinos seriales o por número de víctimas se ve gravemente afectado.

La versión completa del texto, junto con una lista de programas y películas controversiales sobre el tema, se encuentra en este enlace




Daño colateral

Nobody owns life, but anyone who can pick up a frying pan owns death.
William S. Burroughs

TRAS CUALQUIER PÉRDIDA es inminente un periodo de duelo después del shock, el cual puede presentarse con síntomas de trastorno por estrés postraumático. Lo repentino, aleatorio o violento del suceso y los sentimientos de culpa pueden llevar al afectado a sufrir un duelo patológico o complicado.
Al tratarse de una pérdida por asesinato (cuando una persona causa la muerte de otra bajo alguno de los supuestos de alevosía, ensañamiento o premeditación, o bajo todos ellos) u homicidio (acto de causar la muerte de otra persona sin contemplar los tres supuestos anteriores, e incluso sin intención), los familiares, llamados «sobrevivientes del homicidio», pueden presentar alteraciones psicológicas y del comportamiento, tales como cambios en los patrones de sueño o en los hábitos alimenticios, sentir confusión, ira, miedo y ansiedad. 

En estas terribles situaciones suele hablarse de las víctimas y, en ocasiones, de sus familias, pero muy pocas veces se toman en cuenta las de los agresores, donde se encuentra una parte fundamental de la historia que por lo general no se conoce y en la que se pueden encontrar las razones de aquellos actos aparentemente irracionales.



Reacción de Aimee durante el juicio de su hermano, el atleta paralímpico Oscar Pistorius, al escucharlo hablar sobre el asesinato de su novia el 14 de febrero de 2013.

La familia nuclear del criminal difícilmente supera la culpa y la deshonra de aquellos actos imposibles de olvidar, y no suelen ser tomadas en cuenta por los programas de asistencia social a pesar de necesitar la misma ayuda profesional que la familia agraviada, pues son a su vez víctimas que deben vivir con el remordimiento, el escándalo y la culpa por acciones atroces cometidas por un ser amado que, la mayoría de las veces, sufre alguna enfermedad mental, algún trastorno o alteración mental (transitoria o permanente) diagnosticados o no.
La ausencia de figuras paternas, una infancia llena de abusos, intolerancia, un contexto de fanatismo religioso o psicopatologías no identificadas y por consiguiente no tratadas son, sin duda, factores que provocan el comportamiento criminal, pero también existen situaciones en que factores externos al entorno familiar son los detonantes, como el caso de Andy Williams que, tras su cumpleaños número 15, en marzo de 2001, abrió fuego en los baños de su escuela matando a dos de sus compañeros e hiriendo a otros 13. Su padre declaró que en los últimos meses se había rodeado de malas compañías, sufrió de abuso sexual por parte de esas personas y soportaba diversos atropellos por parte de sus compañeros de grupo. Fue sentenciado como adulto y actualmente cumple una pena de 50 años en prisión. 


Charles “Andy” Williams en juicio. (AP Photos/Nancee E. Lewis)


Mientras que diversas entrevistas dejan claro que los padres jamás dejarán de amar a sus hijos a pesar de sus actos criminales, existen testimonios de primos o hermanos que se sienten incapaces de afrontar la situación e incluso han tratado de suicidarse. Para un familiar cercano existen dos opciones: la de huir y esconderse bajo el anonimato o la de fomentar la conciencia de que ellos no aniquilaron aquellas vidas y sufrieron, también, una pérdida. Pero lo usual es que los apellidos se conviertan en un obstáculo, que las amenazas e insultos los orillen a abandonar sus hogares y a llevar una vida inmersa en el miedo y la desconfianza, estigmatizados y sometidos a un severo ostracismo perpetrado incluso por otros de sus familiares. Se convierten entonces en chivos expiatorios por la impotencia y la venganza que no han logrado conseguir los familiares de las víctimas, sin ser tomados en cuenta como otros seres perjudicados a la par.
Nada puede reflejar lo anterior de manera tan magistral como We Need to Talk About Kevin, una emotiva e intensa novela de Lionel Shriver publicada en 2003 y convertida en película en 2011, protagonizada por Tilda Swinton y Ezra Miller. La historia inicia en la vida actual de Eva, la madre de Kevin, quien sufre el rechazo, la hostilidad y las agresiones de una sociedad perturbada por los asesinatos cometidos por su hijo dos años atrás, entre ellos el de su padre y su hermana menor.



Rebecca Lafferty supo a los 7 años sobre los asesinatos cometidos por su padre y su tío en 1984 gracias a los medios de comunicación. Aquello marcó a su familia de una manera terrible, pero su madre logró que ella y sus hermanos fueran conscientes de que ellos no eran culpables de esos fatídicos hechos, por lo que afrontaron a la sociedad de la mejor manera posible; una historia de vida que la escritora Angie Fenimore piensa publicar próximamente  bajo el título The Sparrow’s Lens.
En 2013 se dio a conocer la historia de una familia rusa de clase media que asesinó a más de 30 personas, entre ellas 8 policías, mujeres y niños. La madre, el padre y sus dos hijas robaban, torturaban y asesinaban a sus víctimas. Uno de los registros más antiguos sobre familias asesinas data de 1870, cuando una supuesta familia también de 4 miembros que se hacían llamar The Bloody Benders, asesinaba y robaba a los viajeros hospedados en su posada. En las inmediaciones también se encontraron cadáveres de niños.

En Kansas se erigió una placa histórica donde estaban enterrados los cuerpos no reclamados de las víctimas de los Bloody Benders.

Una de las «familias» asesinas más conocidas es la Familia Manson. En marzo de 1967, tras ser liberado de una de sus múltiples sentencias y en una sociedad en plena revolución hippie, Charles Manson, bajo la máscara de mesías redentor y el papel de músico y profeta fatalista, decidió reclutar a varios jóvenes sin hogar, influenciables y emocionalmente inestables, para conformar una familia que, con los años, incluiría criminales y asesinos conviviendo en un ambiente de drogas, promiscuidad, enfermedades venéreas, embarazos no deseados y, en los últimos meses antes de ser arrestados, absoluta miseria. Empezaron su recorrido robando y estafando a una gran lista de víctimas que incluyó a personalidades del medio artístico como Dennis Wilson, baterista de The Beach Boys. Manson aseguraba que la canción Helter Skelter de The Beatles anunciaba una guerra racial incuestionable, e hizo todo de su parte para iniciarla. Por rencillas anteriores, en marzo de 1969 Manson ordenó a 4 de sus adeptos ir a una mansión específica en una zona residencial de Beverly Hills, California, para asaltar y matar a quienes encontraran dentro. Las víctimas fueron un estudiante de 18 años, Sharon Tate, esposa de Roman Polanski (quien estaba en Londres) de 26 años y con 8 meses de embarazo y tres de sus amigos. Tras largas investigaciones, los culpables fueron capturados y sentenciados 2 años después. Aquarios (2015), de NBC, es una serie basada en los crímenes de Manson y su familia.

Parte de la familia Manson





Sharon Tate y Roman Polanski el día de su boda


El documental francés Je suis amoureuse d’un condamné (In love with a killer, Pallas TV, 2013) trata otro tema sumamente delicado: las personas que se enamoran de presidiarios y que incluso mantienen relaciones sentimentales con ellos. Uno de los episodios está dedicado a James Whitehouse, pareja de Susan Atkin durante 25 años. Se conocieron mediante cartas cuando ella llevaba 13 años cumpliendo cadena perpetua por el asesinato de Sharon Tate. Misty es otra de las protagonistas, ella fue una de las numerosas parejas del asesino en serie Richi Ramírez, conocido como «The Night Stalker». A través de entrevistas y análisis de profesionales, se buscan las razones por las que estos criminales despiertan sentimientos positivos tan profundos mientras que la comunicación epistolar consolida las relaciones a distancia. El caso más actual es el de Afton Elain Burton, quien en 2014, a los 26 años, anunció su compromiso matrimonial con Manson, de 80.

Charles Manson y Afton Elaine Burton

Satanizados por la mayoría y reverenciados por pocos, por esos que van más allá de la premisa de De Quincey al «interesarse por la figura del asesino como si fuera la de otro ser humano común» e incluso procurarles cariño y afecto, los asesinos y homicidas no se vinculan únicamente con sus víctimas, sino con dos contextos familiares afectados de forma permanente y profunda, en los que el perdón y la compasión parecen inimaginables pero son, dirigidos en la dirección correcta, necesarios.~

jueves, 3 de marzo de 2016

Mastodonte - Jaime Reyes (presentación)





Tendré el gusto de presentar mañana, junto con Eduardo Limón y Ana Luisa Fontes, la novela digital Mastodonte de Jaime Reyes.

La cita es a las 13:00 horas en el Tec de Monterrey Campus Ciudad de México, ¡hasta entonces!