miércoles, 30 de marzo de 2016

Un millón de gusanos - Rogelio Flores





Dicen que los cobardes mueren muchas veces: eso les pasa a los seres amados.

 C.S. Lewis, Una pena en observación



Un millón de gusanos (Resistencia, 2015) es el cuarto libro publicado de Rogelio Flores, acreedor del IV Premio Lipp de Novela. Sus libros de cuento Rocanrol suicida y El diablo no existe forman parte del blog en entradas previas.




Momento de la premiación



Escrita en tercera persona y con un lenguaje coloquial, ingeniosos juegos de palabras y diálogos precisos, esta historia ilustrada está dividida en dos partes, emulando un casete: el Lado A y el Lado B. Un millón de gusanos es el relato fiel (y con tintes autobiográficos) de un adolescente «gótico» en la Ciudad de México a principios de los años 90 llamado Román. Con el cabello teñido de negro y exceso de laca, párpados maquillados en tonos oscuros y abrigos largos y negros —indumentaria bajo la que la sensibilidad y el amor por la vida reverberan y tratan de explotar—, en estas páginas Román experimenta a la par sentimientos tan disímiles como el primer amor pasional o el duelo por su hermano gemelo, que falleció tres años atrás.

Flores utiliza como escenario infinito a una urbe con tantos matices como habitantes y tan asombrosa como absurda en donde los nombres, más que referirse a calles, avenidas o lugares específicos, evocan recuerdos que se van acumulando como los años. El abuelo del protagonista y Berenice, su «Glampiresa de la Anzures», son dos de los personajes más entrañables.

A pesar de las diferencias generacionales que puedan existir entre Román y los lectores más jóvenes, sus primeras experiencias son, en su mayor parte, las de todo veinteañero: derrotas y triunfos que parecen insuperables en su momento, satisfacciones, placer y dolor vividos intensamente porque no hay punto de comparación aún, porque son las primeras cicatrices (visibles o no) que dejarán rastro y que, con el tiempo, convertirán aquel dolor en alusiones a un pasado imposible de olvidar.

Lo mismo que un casete grabado de manera aleatoria según se sucedían canciones específicas en la radio —que incluso quedaban mutiladas, incompletas o superpuestas, formando un extraño collage de timbres y voces disímiles—, Neruda y Poe, Elvis Presley y José Alfredo Jiménez, Mauricio Garcés y Vincent Price, la Anzures y Garibaldi, el Tianguis Cultural del Chopo y la Roma, Timbiriche y Bauhaus o Caifanes y Joy Division convergen en estas páginas y forman una vorágine de sentimientos y emociones experimentados por primera vez por el protagonista con la inocencia de la ingenuidad o con el arrojo otorgado por el alcohol o los narcóticos.

Aquellos eran los tiempos en que, para escuchar la misma canción varias veces, ésta debía grabarse una y otra vez a lo largo de todo el casete. Actualmente, la tecnología ha simplificado este procedimiento —que es más una fijación, necesidad innata o ejercicio mental de experimentar placer al predecir la letra o los tonos que se escucharán a continuación— al ofrecer el botón de repeat en Youtube, iTunes o cualquier reproductor de audio digital, de ahí que el propio acto o ritual de escuchar música haya perdido un poco de su encanto, como sucede también al remplazar la lectura física con la digital, pues se elimina parte de la acción táctil y visual que complementan dicha vivencia. 

Flores demuestra que la experiencia musical, al igual que la literaria y la cinematográfica, son una especie de religión reconfortante que nos fortalece y ofrece las reflexiones necesarias para poder sobrellevar la existencia, para afrontar o profundizar determinadas situaciones o incluso, si es necesario, ignorarlas. El cariño y el odio, así como la lealtad y la traición, se manifiestan aquí como dúos aparentemente inseparables, y cuando uno de los dos abunda, es porque no tarda en llegar su opuesto.

En las primeras páginas del Lado B, el autor lanza una pregunta que debería ser una afirmación: «¿El amor nos convierte en mortales, nos hace cobrar conciencia de nuestra muerte?». 

El amor nos hace vulnerables, nos vuelve conscientes de nuestras propias debilidades. Un millón de gusanos es, pues, una sensible mirada al pasado, una retrospectiva carente del complejo de la Edad de oro, ése en el que se afirma que todo tiempo pasado fue mejor; y a la vez es un recordatorio de que siempre, aún en las circunstancias más adversas, llegará el cataclismo necesario que acomodará todo de nuevo en el lugar indicado.





Entrevista realizada por la Revista de la Universidad de México en 2014



Pueden adquirir el libro en El Péndulo o en la página de la editorial, y también escuchar el playlist en Spotify que creó la misma editorial.

Para finalizar, transcribí algunas de mis frases favoritas de la novela:

“…nada es eterno y nadie nos pertenece.” p. 19

“…toda derrota, por pequeña que sea, es inmensa.” p. 35

“…le resultaba insoportable cuando estaba de muy buen humor.” p. 37

“No supo por qué realmente, pero lloró como quien tiene el interior hecho polvo.” p. 38

“…dejó de llorar tan sólo para tomar oxígeno y esbozar la sonrisa más lamentable de toda su vida.” p. 61

“…esa sería la manera en que Román definiría el amor: una carcajada ligeramente dolorosa.” p. 102

“…era uno más de la tripulación nocturna, condenada al patíbulo del amanecer y la cruda.” p. 113

“La muerte inminente, la muerte certera e implacable, el paso del tiempo.” p. 134

“…la tristeza estaba por ceder paso a un rencor incendiario, edificado en una soledad que no creía merecer y que alguien tenía que pagar.” p. 149


“…ser pendejo, Román, es lo peor que le puede pasar a un hombre.” p. 188

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