sábado, 31 de mayo de 2014

Jardín de nada - Gabriel Rodríguez Liceaga

Polyrrhiza lindenii


Jardín de nada, cuento inédito de Gabriel Rodríguez Liceaga (escritor mexicano, 1980) es el relato del mes en el blog. El relato, breve y preciso, deja de lado la imagen del protagonista para enfocarse a la figura espectral de pequeños fantasmas trepanadores que se empecinan en ser, en formar la nueva vida de su repentino médium. 

Le agradezco sinceramente estas letras y la oportunidad de publicarlas aquí. Ahora ustedes, lectores, otorguen vida a estas extrañas pero hermosas criaturas a través de la lectura.



Orquídea Fada


JARDÍN DE NADA

A este sujeto se le comenzaron a aparecer los fantasmas de las flores muertas. Al principio no le dio tanta importancia pero conforme dicho fenómeno se hacía más y más constante resultó imposible ignorarlo. Mañosas, las apariciones aprovechaban las impares noches de soltero para asomar sus telúricas cabecitas gachas. Si él se paraba de la cama con antojo de agua fría, en el pasillo se topaba con un enorme Girasol cabizbajo y semitransparente, una Magnolia flotando en la pieza o una docena de Claveles danzando. Salían temblorosamente de los parques y ventanas. Macetas en el camino chorreaban caídos tallos atorados en el eterno pause de su deshojada desdicha. Polinizaban que daba miedo. Sigilosos acordeones de distintas flores muertas lo seguían a donde fuera. En más de una cita amorosa, rosas con o sin espinas hacían acto de presencia jugando malas pasadas con la chica en turno. Tuvo que dejar la gustosa manía de pisar hojas secas de Otoño no sólo porque cuando se disponía a quebrar una resultaba que no estaba ahí, sino porque sus espectros eran los peores y más recalcitrantes, reproduciendo por horas el escándalo de su quebranto. Se ensañaron las flores de ultratumba con el pobre sujeto que, espantado, dejó de visitar la tumba de su hermano porque apenas entraba a un panteón era atosigado por los incontables brotes de florecillas escupiendo pétalos en cada tumba. A veces el simple hecho de apagar la luz era rodearse de una lluvia irremediable de las delgadas letras ye que brotan al soplar un Diente de León. En toda su vida y dependiendo la época del año, no pararon de estar presentes todo tipo de flores sueltas y arreglos caros, Amapolas, Claveles, Nochebuenas, ramos de boda, Rosas que se llaman labios de mujer; marchitas, con sed.

Pasó mucho rato y el pobre hombre se dio cuenta de que no eran muy ruidosas aquellas apariciones encapulladas, hasta podían llegar a verse hermosas en grupos de varia índole a esa hora en que el sol hace que las cosas parezcan pinturas. Como fieras o nubes o marcas de agua, los fantasmas adornaban todo abrir de ojos, rostro de político y boca de lobo. Viejo y abandonado, optó por asimilar aquello como una señal y encontró apremiante la labor de jardinero. Aprovechó la proximidad de su jubilación para hacerse de un jardín pluricultural de colores que no todo mundo sabe existen. A cada dulce explosión le dedicó sus tardes últimas y enteras. Amándolas, atendiéndolas, platicándoles sus impresiones de la vida, prometiéndoles un lugar en su corazón y corona; consiguiendo así las visitas ulteriores de sus flores predilectas, las más guapas y que en su jardín lograban entender y perder la belleza.



Dracula simia

miércoles, 28 de mayo de 2014

Niños tristes – Gabriel Rodríguez Liceaga



Niños tristes (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2013) de Gabriel Rodríguez Liceaga (escritor mexicano, 1980) es una antología de nueve cuentos y el quinto libro publicado por el autor, con el que además se hizo acreedor al Premio Nacional de Narrativa María Luisa Puga 2010, y con y con Perros sin nombre el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2012.

Éste es un compendio de historias en las que sus protagonistas, a pesar de ser adultos, continúan siendo sólo afligidos infantes que crecieron confundidos y se convirtieron en trágicos y desesperados seres humanos que han cobrado conciencia de su mísera existencia y que, a pesar de todo, continúan fomentando una farsa día tras día, pues finalmente la tristeza es, como ya lo afirmó Flaubert, un vicio.

El libro está conformado por imágenes estremecedoras por su verosimilitud y cercanía, narradas con un lenguaje coloquial que permite una lectura mucho más íntima y un toque de humor ácido que da cuenta de ciertas peculiaridades del estilo del autor. A lo largo de los cuentos, también sobresalen ciertas ideologías impuestas con opresión y tiranía que demuestran la violencia permanente que se vive en la sociedad actual mexicana, específicamente en la Ciudad de México.

Estas nueve historias son fragmentos de vidas teñidos por la melancolía precipitándose a diferentes velocidades por abismos personales, íntimos, que arrastran durante su travesía a quienes se han acercado demasiado y que sólo pueden imaginar hasta dónde es posible caer, pero nunca tienen la certeza.

Conocer a estos niños tristes es indagar en la vida de seres humanos ordinarios resignados a vivir de manera desdichada porque es todo lo que conocen: la pareja en apariencia feliz que vive al lado o enfrente de nuestro hogar pero que en realidad vive bajo el yugo de una relación patológica donde la condición para que el amor exista es el odio mismo por el otro; aquel conductor del transporte público, necesario pero insufrible, con el que la indiferencia que incluso encubre cierto odio será siempre recíproca y silenciosa; un guardia que custodia la entrada de cualquier lugar donde cuenten con el risible presupuesto para contratarlo por ínfimo que sea lo resguardado, incluidos los que laboran ahí— y cuya relación más significativa y cercana es la que tiene con el perro guardián que le han adjudicado en su trabajo en turno; amigos que mueren mucho antes de lo pensado y a los que se puede seguir contemplando lo mismo que a los vivos de esa forma tan impersonal adoptada gracias a la tecnología en sus páginas y perfiles en internet, cuestión delicada y compleja para los familiares.

En estas páginas están retratadas también aquellas personas que surgen de una realidad excluida: indigentes que, después de cierto tiempo de deambular por la misma zona, acostumbran a quienes los observan con frecuencia a su miseria, como ocurre con los pequeños cadáveres de diversos animales que habitan la urbe y que se pueden admirar cotidianamente en el asfalto o la acera, lamentables ejemplos de eventos y circunstancias desafortunadas de las que los seres humanos no están exentos y, en cuyo caso, los restos crean un espectáculo mucho más vulgar. Rodríguez no podía excluir de esta fauna citadina a los abundantes vendedores ambulantes de pornografía pirata en la glorieta de Insurgentes y su vasto repertorio de material grabado clandestinamente en los moteles.

Sentir conmiseración por otras especies y no por la propia y encontrar los momentos más emotivos en relatos donde un animal muere en condiciones desconocidas o violentas es, sin duda alguna, desconcertante y abrumador, pero por completo lógico: un animal jamás hará daño por placer y, por ende, nunca será merecedor de cualquier tipo de crueldad. Es de la desigualdad, del abuso e injusticia, de donde surge el sentimiento de compasión por una víctima incapaz de defenderse y cuyo castigo, del todo severo e inmerecido, suele culminar con la muerte.

El cuento «El perro del oficial Muñoz» ejemplifica a la perfección el párrafo anterior. El nombre de Brunello se convierte en un eco tras cerrar el libro lo mismo que su imagen fuerte que, a pesar de su trágico final, conserva cierta firmeza de espíritu. Brunello es una vida de poco más de una docena de kilos que vale mucho más que la de ciertos individuos y que incluso brinda más cariño y lealtad que los supuestos seres «racionales». En cuanto al oficial, su acción de bajar todos los escalones que encuentra tras enterarse que subir una escalera otorga dos segundos más de vida, remite a la sentencia de Rulfo de que «Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace».

Otro de los relatos, «En el instructivo dice que los arrojes a la basura aún vivos», sorprende por el grado de indiferencia y apatía que puede suscitar otra vida, lo práctica que resulta la cultura insensible del siglo XXI, lo accesible que se muestran ciertos mecanismos de tortura que permiten atrapar y simplemente desechar, junto con los desperdicios, esos cuerpos minúsculos que deben aborrecer, más que nosotros, coexistir en el mismo espacio.

«Zoológico de animales muertos» es un bestiario del fin del mundo que refleja lo que realmente son esos lugares de confinamiento: la esclavitud de seres majestuosos al servicio de la diversión de insensatos que incluso pagan para asegurar la permanencia de dicho espectáculo y que, además, transmiten la normalización de la crueldad, meramente por placer, a las generaciones más jóvenes. La diferencia radica en que este zoológico alberga un conjunto de cadáveres de animales convertidos en la representación de la decadencia aún adornada por una belleza que se transforma con cada fase de la putrefacción. Incluso podría pensarse que la única manera de escapar del cautiverio, escogido o impuesto, es exhibiendo lo más íntimo: la muerte.

Rodríguez describe también, en «Los Werners falsos», la existencia de dos hombres predestinada a desaparecer, la derrota de su visión fantástica sin fundamentos sólidos que es destruida por elementos externos que no logran comprenderla y que, en un arrebato feroz, aniquilan sus desconocidos y distantes ideales.


Niños tristes es un reflejo, un recuerdo de que todos, en algún momento de nuestra existencia, fuimos (y tal vez seguimos siendo) nada más que desdichados infantes anhelando lo imposible, terribles niños disfrazados de adultos pretendiendo comprender la vida o saber vivirla.


Este autor también forma parte del reciente proyecto de Joel Flores para difundir la literatura contemporánea de nuestro país, por lo que transcribo una de las preguntas y respuestas de su entrevista que me encantaron:


JF.- Cada uno de los cuentos de Niños tristes es una alegoría perfecta
de la sociedad alienada por la modernidad que nos ha tocado vivir.
Creemos en el amor como un proceso desechable.
Creemos en las relaciones cada vez más de forma impersonal.
Nos educaron para ser el mejor de una sociedad y terminamos
siendo parte del ejército de seres que piensan lo mismo.
¿Cómo se formó este libro?
¿Cuál fue su proceso de creación y bajo qué ideas?

GRL.- Nos educaron para ser una bola de pajaritos enjaulados.
La forma como escribí este libro de cuentos es la siguiente:
durante cuatro años escribí –no sé– veinte cuentos,
luego maté once y me quedé con los nueve que conforman el libro,
que a mi parecer eran los mejores. Las ideas que me inspiran son lo de menos.
Historias por contar sobran. Basta con señalar una noticia al azar en el periódico,
cambiarle de canal a la tele o prestarle el mínimo de atención a nuestra pareja.
Lo realmente importante para el cuentista es pulir la forma como se cuenta,
ejercitar la prosa, evocar estructuras, borrar párrafos, intentar
diferentes puntos de vista, contar la misma historia con tres páginas o con quince,
o con cuarenta. En una palabra: escribir. Y escribir y escribir.


Portada del suplemento cultural 'La gualdra' No. 145, de La Jornada Zacatecas.


Pueden leer la entrevista completa directamente en el blog de Flores, que lleva por título Escribir es comer camote 364 días al año.

Actualmente, Rodríguez escribe constantemente en su interesante columna de la Revista Cultural Crítica, que pueden leer aquí.

Niños tristes está a la venta en librerías El sótano y EDUCAL.

Presumo mi dedicatoria por el autor y el hecho de que no encontré una línea que los salvó, si no varias, a pesar de no requerirlas, pues se salvan por sí mismos:



Aquí las mencionadas líneas y el extraordinario anuncio de que el cuento del mes (que publicaré en la siguiente entrada) será uno inédito precisamente de este autor. Hasta pronto, niños tristes.

Los Werners falsos

“Resulta que sí existe el silencio.” P. 32

En el instructivo dice que los arrojes a la basura aún vivos

“Él a veces la sueña. No siempre la menciona a la séptima cerveza.” P. 33

“Esa consumada necesidad de Mirna por sentirse insegura (...)” P. 34

“(...) la redundancia cierra las puertas del paraíso” Ibídem

“Cada quién elige su infierno.” Ibídem

“Él la observa y piensa que, de haber podido, le hubiera encantado masturbarla al menos una vez a la semana durante todo el tiempo que estuvieron separados. Masturbarla y nada más. Masturbarla y ya.” P. 35

“Entonces él se transforma en el malhumorado borrachito de fin de semana que en realidad es. Triste hombre en calcetines que memoriza nombres de escritores impronunciables para después utilizarlos como si fueran la carta más grande en sus ridículas reuniones.” P. 35-36

“Los tronidos de protesta de los muebles cansados de ser muebles.” P. 41

El perro del oficial Muñoz
(La autopsia del bebé mamut)

“(...) vi en un programa de tele que cada vez que subes una escalera vives dos segundos más. Yo por eso todos los días bajo cuantas escaleras se me presenten en el camino.” P. 48-49

Nadien sabe amar


“Lee NADIEN SABE AMAR en la pared donde está recargada Silvia fumando. Le da risa la falta de ortografía. Piensa que el amor es para analfabetos.” P. 58

viernes, 23 de mayo de 2014

Mar de la memoria – Gilma Luque




Mar de la memoria (Ediciones B, 2013) de Gilma Luque (escritora mexicana, 1977) es la segunda novela de la autora, egresada de Filosofía de la Universidad del Claustro de Sor Juana y becaria del FONCA en la disciplina de novela durante dos periodos.

La novela está conformada por dos partes y ambas son narradas por Gabriela Rodríguez, la protagonista: la primera, Materia oscura, es narrada desde la voz de la adolescencia, de la impericia de una adolescente de 17 años que carga, desde que fue concebida, con el dolor de una madre abandonada y suicida. El lenguaje es coloquial y cumple a la perfección la creación del perfil de Gabriela, nos introduce de manera rápida y personal a un universo donde la mentira y la soledad son las bases que conforman la realidad de los personajes.

Materia oscura incluso puede designar la esencia de ambas mujeres, ese silencio perpetuo dentro de sus almas que lo cubre todo, esa ausencia de felicidad más por decisión propia que por designio del futuro, por una elegida permanencia eterna en el pasado. Una materia en ausencia de color y de dicha pero que no elimina del todo la felicidad en su existencia, que aún recuerda cómo disfrutar de ciertos pequeños placeres que les permiten aferrarse a lo que está por venir, a pesar de la certeza de saber perdido todo.

Algo extraordinario es que esta primer parte termina de manera contundente con cuatro líneas que describen un suceso terrible y que encierran la furia, la rabia del abandonado, del que se sabe de pronto solitario y extraviado, del que ya no reconoce su propio cuerpo o sus propios recuerdos, del que se deja morir siguiendo a ese primer muerto en nuestras vidas que desprende una parte de nuestra alma para no irse tan solo a dónde sea que vaya, porque si hay algo seguro, es que ese nuevo lugar será desolador.

La segunda parte, Féretro de cristal, (que por cierto, lleva un hermoso epígrafe de Banana Yoshimoto) muestra un fuerte cambio en la narrativa: ésta madura junto con el personaje, pues han transcurrido casi dos décadas y su voz lo refleja. Debo admitir que me sentí fascinada con este giro, con la profundidad reflejada por Luque y un estilo mucho más definido, una aguda sensibilidad y un delicado uso de alegorías y símbolos que no están exentas en la primer parte.

Luque, a lo largo de la novela, hace un compendio de explicaciones y sentimientos sobre lo que es vivir de la mano de la tristeza, tener una existencia vacía que se resguarda en la de otros y que incluso lleva a la protagonista a la codependencia hacia pretendidas figuras de autoridad o idealizadas por la mente y el imaginario de la adolescente y sus reminiscencias, ya en la adultez.

Gabriela no sólo heredó ciertos rasgos bellos de su madre, también su tristeza y abatimiento por la vida, esa eterna melancolía que acompañan a quienes se saben fuera de lugar en esta existencia terrenal. Luque otorga a la depresión la condición de ser, una condición natural y humana de la que nadie está exento, pero que la mayoría decide encubrir con pretendida felicidad y fingidas sonrisas que permiten que el curso de la vida, así como la estirpe, continúen.

Uno de los misteriosos temas que activa el mecanismo de esta historia es el suicidio, la acción que anula la vida por decisión y mano propia, y que por más disparatado que pueda parecer, se hace o decide conscientemente, variando el tiempo de planeación, acción e intentos.

A continuación, trascribo mi pregunta y respuesta favorita en una entrevista a la autora que encontré en Internet:

¿Tuviste algunas relecturas o lectiras
nuevas para reforzar cosas a la hora de escribir?

Tuve relecturas importantes, por ejemplo,
La campana de cristal, de Sylvia Plath. Me parece
que la idea o el tono salía de eso, una vez que
uno desea morir de verdad va a terminar haciéndolo.
En el libro hago referencia a Platón, siempre releo ideas
sobre la muerte. Lo que significa no estar aquí
pensando que lo que tienes que hacer es estar aquí.

Pueden leer la entrevista completa desde la página original en este enlace.

Para leer un amplio fragmento de la novela, pueden visitar el siguiente enlace.

Mar de la memoria está a la venta en las librerías Gandhi, El sótano y El péndulo.

Cierro la reseña con una serie de frases que encierran todo el misterio del título y la novela en sí, todo el desasosiego que significa la existencia para estas dos mujeres.

“Lo que más recuerdo de mi madre son sus mentiras. Miente para casi todo, aún cuando no hay necesidad (...)” P. 17

“Las islas, como los bosques, son lugares para perderse.” Ibídem

“Una confesión jamás debería de tomarse a la ligera: decir hace que las cosas dejen de ser las mismas.”
P. 19

“Kati dice que la gente no cambia, se revela. Y ella se siente un monstruo.” P. 27

“(...) siempre me despido con una angustia que me sigue como perro, un perro que se aferra a que yo sea su dueña, un perro agresivo, lastimado.” P. 30

“¿Cómo diablos se las arregla para ser tan infeliz?” P. 33

“Yo tengo un señor perro llamado Angustia y vive en mi corazón decapitado.” P. 35

“Ya no se qué palabras usar con ella, qué palabras podrían causar su muerte.” P. 37

“Posiblemente quieras a alguien más que a ti, lo sé porque así somos: amar nos rebasa.” P. 55

“(...) me contó de un río que tiene las aguas del olvido, si tomas de ellas te quedas sin recuerdos: quiero varios frascos.” P. 57

“Soy una mujer que duda, que teme. No se cómo ni cuándo comencé a abrir las manos, el corazón, a dejar mi vida en un lugar seguro: Lejos de mí.” P. 82

“Los días no me traicionaron hasta que se cansaron de la mentira.” Ibídem

“Tenía miedo de salir y perderme, miedo de estar tan sola, de poder pensar y sentir, miedo de ese deseo que yo enterraba muy dentro de mí para que no fuera cierto: deseaba morir.” P. 91

“Yo era una asesina en potencia y estaba enamorada.” P. 108

“(...) todo era frío porque así es la muerte.” p. 110

“Es tan fácil olvidar lo importante, subestimarlo cuando algo bello es posible.” P. 112

“Mi memoria elige para recordar los momentos menos adecuados. Tal vez lo hace a propósito para que lo sucedido no sea tan real, no lo sea todo.” P. 116

“Tomé más vino para recordar u olvidar lo inexorable, lo inminente, para sentirme alegre aunque fuera una mentira o para llorar sin ninguna restricción y con el pretexto de no estar en mis cabales, aunque ese no fuera u pretexto, aunque fuera una verdad ignorada, y que nadie creería si yo la pronunciaba sólo porque sí.” P. 120

“Yo me recuerdo ilesa, a salvo de la vida, ausente, fuera.” P. 121

“Sentirse innecesario te borra.” P. 125

“Pero el pasado se repite sin cansancio aunque no volvamos a él. Tiene su propio espacio. El espacio del pasado es continuo.” P. 126

“Uno no elige los recuerdos, ellos nos inventan a nosotros.” Ibídem

“Yo quería besar a alguien indiferente a mí. ¿Y si esa era la única felicidad?” P. 127
“(...) siempre pasaba algo en la vida que nos volvía incapaces para estar vivos de verdad. Algo que nos debilita, sí, ya no podemos equivocarnos, caer. Tenemos un muerto.” P. 128

“Pensé: Toda mi desdicha ahora le pertenece.” P. 133

“Ella sólo lloraba por las noches, de 11 a 1. Por el día su tristeza era resignada.” P. 135

“Pensaba ilusamente que uno entristecía por algo y no como condición de ser.” P. 140

“Pensé que siempre terminábamos siendo la sombra de algún muerto.” P. 150

“Reclamarle por qué no me salvaba de mí.” P. 155

“El amor es un accidente que pocas veces les sucede a dos personas al mismo tiempo.” P. 165

miércoles, 14 de mayo de 2014

El último intento - Mariel Iribe Zenil




El último intento (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2013) de Mariel Iribe Zenil (escritora mexicana, 1983) es una compilación de nueve cuentos y el primer libro publicado de la autora. Algunos de sus relatos ya han aparecido en cuatro antologías y fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sinaloa.

El último intento describe, a través de una narrativa intimista y de una atmósfera familiar (que lo mismo se desarrolla en lo rural que en lo urbano), todos esos pequeños esfuerzos diarios por mantener una relación que se sabe perdida y desgastada por la vida misma, por la simple interacción de dos existencias opuestas que se obstinan en permanecer juntas: (...) se habían unido hasta que la muerte, si podía, les hiciera el favor de separarlos (...).

La mayoría de los cuentos están narrados en tercera persona, pero descubrí, con asombro, que es en la narración en primera persona donde Iribe se expresa con mayor fuerza y donde los acontecimientos son más brutales y espontáneos. Giros inesperados en las tramas que llevan a finales imprevistos son un común denominador que, junto con algunos secretos atroces, coadyuvan a dotar de vida y sensibilidad a estas historias a través del imaginario.

Estos relatos reflejan el tiempo y las palabras que han sido tragadas, todos esos sentimientos enmarañados que crean redes insalvables que retienen la felicidad y terminan por convertirse en amargura y aflicción, en impulsos homicidas y pensamientos criminales de los que nadie está exento.

Tres de los cuentos más fascinantes son El último intento, Cine Veracruz y La tía Inés.

El último intento refleja las manías que, con el paso del tiempo y de los años, merman la relación. Expone obsesiones, comportamientos repetitivos y obsesivos que a su vez generan otros y transforman al que observa. El último intento es entonces la tentativa final por encontrar una solución, por fatal que ésta pueda ser.

Cine Veracruz describe la vida de una anciana que sufre de Alzheimer (tema que me apasiona) pero que aún tiene episodios con plena consciencia de sí misma y la enfermedad que la aqueja, reconociendo sus limitaciones y viviendo del recuerdo, ese lugar atrofiado al que no siempre puede regresar, al que se aferra con ciertas reminiscencias que le dicen quién fue, que aún guardan claves de aquello que ha sido su existencia y a las que se empecina infantilmente al tiempo que afirma: (...) los años se han llevado mi memoria.

En La tía Inés, descubrimos la historia de ciertas mujeres de una particular familia a través del testimonio de una de ellas. Una confesión detallada sumergida en erotismo, picardía y diversas actividades sexuales como el voyeurismo y el exhibicionismo, que nos hacen volver a la adolescencia de la protagonista y al precipitado debut en su vida sexual, al tiempo que revela otras intimidades que inclusive, en ciertos aspectos, recuerdan a la historia de “Las Poquianchis”.

El juego demuestra el trasfondo donde es mejor esconder ciertas verdades, gustos o afinidades para evitar cualquier tipo de conflicto con otra persona: ese trasfondo de donde cuestiones complicadas sólo asoman a través de ciertas artimañas y manipulaciones perspicaces que poco a poco demuestran sus razones ocultas reales.

Podría fácilmente aducirse que los personajes de Iribe sufren de psicosis, pero en realidad sufren la existencia, sufren todo un sin fin de emociones con los que hemos sido dotados, padecen los mismos terrores de toda la humanidad y son atormentados por fantasmas ancestrales que terminan por convencerlos de que este mundo es un gran sin sentido que inútil y maniáticamente tratamos de ordenar para dotar de algún significado. Porque el ser humano necesita explicaciones, razonamientos lógicos para poder funcionar: leer a Iribe es llegar a una puesta en escena donde se muestra lo paradójico del asunto.

Iribe deja claro que la comunicación por el lenguaje corporal es mucho más efectivo que la palabra, que los pensamientos tienen una voz más alta y fuerte que los vocablos y que los trastornos de personalidad son más comunes de lo que creemos. Paranoia, temores irracionales, pánico e imaginadas realidades paralelas confluyen en todas las oportunidades finales que se otorgan a otra persona; incesantes pensamientos trágicos de los que no se puede huir...

Para finalizar, transcribo unos párrafos de la entrevista realizada por Joel Flores a Mariel Iribe, que se publicó en el suplemento cultural La gualdra, de La Jornada Zacatecas, aquí el enlace completo en el blog del escritor.

JF.- La mayoría de las historias de El último intento son anticlimáticas:
dos personajes urden su propia trampa que termina resuelta
o complicada por un final suspendido o abierto,
que genera ambigüedad, una interrogante para el lector. ¿Cómo concibes el cuento?

MIZ.- Siempre he creído que el cuento es un breve instante en la vida de las personas.
Un instante que guarda cierta magia y algo oscuro que puede o no revelarse al final.
Siempre que escribo o que estoy pensando en una idea que me da vueltas en la cabeza,
no puedo evitar pensar en la teoría de Hemingway, en la que compara este género con un iceberg.
En el cuento solo se revela de manera parcial la vida de una persona,
y todo lo que está debajo lo sabe el autor, pero no lo revela.
Y ahí, en esa línea tan delgada en donde se establece el límite de lo que se dice y lo que no,
está el arte o la habilidad para construir un cuento.


Portada del suplemento 'La gualdra' No.144 de La Jornada Zacatecas.


El último intento está a la venta en las librerías EDUCAL y Gandhi.