Reseña personal:
Parménides
(Mondadori, 2006) de César Aira (escritor y traductor argentino,
1949) es una de las múltiples novelas del autor, que cuenta con más
de 60 libros publicados. Aira es un escritor considerado
'excéntrico' o fuera de lo normal por otros escritores y críticos,
pues su literatura está fuera de lo convencional.
Yo lo conocí a través
de su obra Congreso de
literatura y
quedé fascinada precisamente por eso, por ser un escritor fuera de
las normas o el canon literario establecido, y claro que ahora es más
usual encontrar este tipo de autores que hace unas décadas, pero lo
diferente siempre creará controversia. Tiempo después leí El
carrito,
un cuento muy cómico (y que por cierto, subiré en la siguiente
entrada del blog); después otra de sus novelas, titulada Cómo
me hice monja,
una historia encantadora sobre problemas de identidad debido al
género; y finalmente Parménides,
que curiosamente fue el libro por el que comencé el blog, pues
buscando citas sobre Aira, di con un blog que tenía una pequeña
reseña y citas sobre esta obra. La idea me pareció genial, y ya que
desde hace años transcribo las citas de los libros que leo, decidí
seguir el ejemplo y comenzar a escribir mis propias reseñas, y aquí
estoy, así que gracias a Aira por esto, también.
Parménides
es la historia, narrada en tercera persona y en 125 páginas, de un
filósofo presocrático de familia rica del siglo V a.C. que
realmente existió: Parménides de Elea y es una especia de biografía
apócrifa. Se le atribuye una sola obra, un poema épico del que
solamente se han encontrado fragmentos. En el caso del Parménides de
nuestra novela, es precisamente una obra en verso la que hace
escribir a un poeta desconocido de la colonia griega Elea, llamado
Perinola, para adjudicarse la autoría a cambio de riqueza.
Hasta
ahí, personalmente, el libro no me llamaba mucho la atención, pero
es la intención intrínseca del autor lo que vuelve esencial a esta
obra: Aira navega en la vastedad del significado de ser escritor, las
razones, motivos, resultados, ironías, dificultades y frustraciones
inherentes a este viaje incomprensible para muchos, inclusive para
los propios escritores. Y esto fue por lo que decidí leerlo y ahora
se encuentra en mi lista de libros predilectos.
Lo
único que nos separa del tiempo histórico de la obra son los
siglos, pues la labor del escritor sigue siendo tan enigmática y
complicada como siempre, e incluso existen varios guiños que nos
acercan aún más a la obra, como el siguiente fragmento, donde Aira
se refiere a los ghostwriters,
autores que escriben textos que van desde libros hasta ensayos o
artículos en nombre de algún otro autor ya reconocido o famoso, a
cambio, generalmente, de dinero:
'... y
los que en el porvenir recurrieran a esta clase de servicios también
preferirían mantenerlos en las sombras, como un “fantasma”. De
modo que el precedente que él estaba sentando con sus decisiones se
transmitirían en voz baja, como una tradición esotérica.'
Una
de las premisas de Aira en esta obra es la de la muerte o
desaparición del autor, muy en boga en la teoría literaria
contemporánea. Al convertirse en ghostwriter,
Perinola desaparece como autor y otorga su obra a aquel que tiene el
poder adquisitivo para obtenerla. Parménides, por su parte, también
desaparece como autor, pues en realidad la obra sólo le pertenece
como una especie de copyright.
La muerte del autor intercede en referencia a que la obra no es
propiedad de quien la creó, sino de la cultura y el lector.
No me meteré en más detalles, pero pienso que la teoría tiene
sentido en algunos aspectos, ya que el ser humano escribe siempre
sobre tópicos de importancia metafísica y vital, pero desde
diferentes aspectos o vivencias, como lo explica la frase del
escritor Ambrose Bierce que dice
“No
hay nada nuevo bajo el sol, pero cuántas cosas viejas hay que no
conocemos”.
No
estoy de acuerdo en que el autor se vuelva anónimo, quizá porque
soy partidaria de dar honor a quien honor merece, pero esto es un
tema que da para mucho más y por ahora lo dejaré aquí.
Siguiendo
esta línea, otra de las premisas de Aira se encuentra en la
banalidad de la que pueden ser víctimas algunas personas dentro del
mundo literario, al dejarse llevar sólo por el reconocimiento, la
fama y la opulencia (como podrían ser la mayoría de los escritores
de bestsellers): “Un libro podía viajar y llevar lejos
su fama.”
No
hay que ignorar ni pasar por alto ese ambiguo trato entre editores y
escritores, pues finalmente, de alguna u otra forma, es un negocio
que paga, generalmente mucho más a las editoriales que a los
escritores, pero negocio, al fin y al cabo.
Con
problemáticas actuales llevadas a los presocráticos, Aira resuelve
de la mejor manera hablar de lo que pocos harían en un texto
literario, y de la mejor manera. La historia, por supuesto, tiene su
encanto propio, y las últimas líneas confirman las primeras, el
texto se reafirma a sí mismo y los eventos desafortunados concluyen
varios años de amistad y un trabajo que desde el principio de su
existencia ha dado mucho en qué pensar... y hablar.
Este
libro queda, por mi parte, más que recomendado para escritores de
cualquier gremio y en el estado en el que se encuentren: vendidos,
comprados, rendidos o ejerciendo.
En
la selección de frases seguramente hay una que en caja perfecto en
cualquier momento de la vida de un escritor, así que, sin más, aquí
están:
“...
no aspiraba siquiera a lo genuino que, debía saberlo bien, no le
aportaría ni fama ni dinero. Y explotando la ignorancia general,
había logrado cierta fama...” P.12
“Los
cargos, las responsabilidades, la carrera de los hombres emprendida
en la primera juventud y desarrollada sin pausas, le habían restado
tiempo para la tarea reflexiva y solitaria de escribir, por la que
siempre se había sentido atraído.” P.13
“Era
de esa clase de hombres, frecuente entre los escritores. La vida se
le iba en pensarla.” P.19
“...
ese escrúpulo de escritor de variar las formas, inútilmente.” P.
27
“Parménides
le había dicho muchas cosas: superficiales, inconexas, vacuas, pero
evidentemente así era él, y sus proyectos no podían ser
distintos.” P. 35
“La
escritura imponía una determinación, y la vaga promesa de
'cualquier cosa' se deshacía entre las manos, su libertad se
revelaba ilusoria.” P. 37
“Debía
escribir tonterías y lugares comunes a la medida de su empleador,
pero a la vez debía hacerlo lo bastante bien como para retener el
empleo. Le daba la impresión de que siempre que uno escribía estaba
entre dos opciones equivalentes.” P. 45
“La
vida de escritor era una vida de sueños.” P. 45
“...
la insólita sospecha de que hubiera escrito algo bueno sin querer.
La mera idea era desestabilizadora. Porque no lo había escrito 'en
serio'. Había sido algo así como la redacción de una trampa, a más
bien un señuelo. Las intenciones no habían sido poéticas ni por un
segundo. Pero quizá le faltaba aprender eso: que las intenciones no
contaban, Quizá escribir era siempre escribir, y la calidad se
decidía en otra órbita.” P. 46
“...
el 'libro' siguió en marcha, en un plano cada vez más ilusorio,
aunque sin perder nunca su carácter de inminente.” P. 47
“...
para él escribir siempre había sido una actividad privada. Casi
secreta, de la que jamás se le habría ocurrido hablar en familia.”
P. 50
“...
una personalidad de escritor no tenía nada de atractivo en sí.”
P. 53
“Los
artistas o sabios sedentarios, que los había también, eran hombres
de invención, no de memoria, obligados por la falta de recuerdos a
crear y volver a crear siempre los mundos en su mente.” P. 65
“La
felicidad siempre tiene algo de anticipación; nunca está
exactamente en su lugar.” P. 67
“...
la gente segura de sí misma y satisfecha con su vida y su
pensamiento era inmune a la realidad.” P. 67
“le
pasó con casi todo lo que había escrito aquella vez. Era como si,
dado el tiempo suficiente, los hechos de la vida pudieran crear el
sentido de cualquier combinación de palabras.” P. 69
“La
lógica indicaba que podían (y debían) complementarse. Pero la vida
no siempre obedecía a la lógica, y el resultado de la
complementación fue una obra infinitamente postergada y un hechizo
general de espera.” P. 71
“Volaba
directamente, con alas de libélula, a las realidades del sueño,
pero llegaba a ellas gracias a la laboriosa travesía de caracol que
cubría las distancias palabra por palabra.” P. 79
“...
la obra... su poesía, la justificación de su existencia.” P. 93
“...
del más pequeño agujero de la imaginación podían salir figuras y
palabras sin fin, una riqueza innumerable por la que no había más
que dejarse llevar.” P. 97
“Escribir
para otro implicaba borrarse a uno mismo como autor: malo para la
vanidad, pero al menos rápido, como toda desaparición.” P. 102
“Existían
los olvidos defensivos, de 'resistencia pasiva'...” P. 105
“Toda
la caminata había estado sobrevolada por la sensación placentera de
haber escrito...” P. 111
“Haber
escrito contenía la promesa de escribir más.” P. 111
“Quizá
el problema de los escritores era que siempre querían hacerlo bien,
siempre querían escribir 'en serio', y podían pasarse la vida sin
empezar, tan abrumadora se presentaba la exigencia de expresar su
verdad.” P. 112
“La
reconstrucción de los pensamientos pertenece al orden de la
ficción.” P. 114
“...
el presente podía llegar a resistir demasiado, a hacerse
intratable.” P. 124
No hay comentarios:
Publicar un comentario