jueves, 31 de julio de 2014

Hombre de poca fe – Gilma Luque




Hombre de poca fe (Mondadori, 2010) es la primer novela publicada de Gilma Luque (escritora mexicana, 1977), autora también de Mar de la memoria (Ediciones B, 2013).

Narrada en primera persona, con una estructura compleja y fuera de lo convencional, en poco menos de 200 páginas se concentra el significado, la esencia del amor verdadero para la protagonista, Alfonsina: aquel amor que destruye, aniquila y posee. El lector se vuelve testigo del monólogo, de la voz interna de una mujer convaleciente que se encuentra recluida en un cuarto de hospital recreando y recordando las circunstancias y personas que han dado forma a su vida, junto con todas aquellas decisiones que no solamente configuraron su personalidad. Todo lo anterior como una especie de expiación, de justificación (pero jamás de arrepentimiento) para uno de los dos hombres más importantes en su vida, Tomás.

El título viene, como lo comentó la autora en una entrevista que le realizaron en un programa televisivo, del pasaje de la Biblia en el que Pedro, al caminar sobre el mar para ir a Jesús, tuvo miedo del fuerte viento, dudó y se comenzó a hundir. Clama entonces por la salvación de éste y, después de que lo salva, le dice a Pedro: Hombre de poca fe, ¿por qué cediste a la duda?

Probablemente también tiene que ver el grito de ayuda de Pedro con Tomás, quizá su grito de ayuda, inconscientemente, fue a través de Alfonsina.

Luque descubre en esta obra a la mentira y el engaño como condición del ser humano y nos recuerda que sabemos del otro solamente lo que refiere de sí mismo, pues estamos condenados a interpretar, a ser testigos de miles de vidas y sólo protagonistas de la nuestra. Estamos atados al lenguaje y a lo mucho (o poco) que lo utilicemos para crear vínculos, a lo que los demás nos otorguen para lograr comprenderlos.

Asistimos entonces a un pasado que se va configurando por los recuerdos, a la unión de dos vidas que antes de encontrarse vivieron paralelamente terribles historias de amor no correspondido, de sexo y placer disfrazados, nombrados de otra forma, de una búsqueda perpetua en lo ajeno.

Este es un inminente recordatorio que no llegamos a la vida de nadie y que de igual forma nadie llega a nuestra vida como tabula rasa, al contrario: llegamos arrastrando -o de la mano de- todos los demonios que hemos ido adoptando o creando, con todas las traiciones, dolores y miedos a cuestas. Lo único certero de esta vida (sin afán de ser pesimista) es que, por el simple hecho de ser seres imperfectos, si algo puede salir mal, saldrá mal.

Luque expresa contundentes frases que golpean en el mismo sitio, en ese lugar al que hemos protegido del mundo exterior pero no de nosotros mismos, nuestro peor enemigo.

Este hombre de poca fe es el reflejo de todos aquellos derrotados por la vida y que, a pesar de esto, por un extraño mandato divino deben seguir viviendo más derrotas, convencidos de lo funesto de su existencia, no reconociendo la salvación aun cuando ésta se presenta en forma de lo que alguna vez se anheló.

Alfonsina no tiene voz para los demás y ha comprendido que está muy cerca del final. Es un recuerdo de todo lo que vivimos y no hemos contado, y que quizá nunca diremos. Es una traición continua, un engaño incluso para su propio recuerdo. Pero también es la pasión y el delirio en un eterno conflicto que requieren de la fatalidad para revelarse.

Luque crea, a partir de este hombre de poca fe, a la mujer-castigo, a esa condena femenina que ha de importunar la aparentemente pacífica vida del hombre, una mujer-castigo gracias a la previa intervención en su existencia de un hombre inclemente: la transformación, para ella, no ha sido gratuita.

En Hombre de poca fe se condensa los temores más elementales: la pérdida y la muerte, el desapego y el engaño, así como los tormentos y suplicios que se albergan en lo más recóndito del amor. 

Este libro es, en sí, toda una frase para subrayar, pero transcribiré las más representativas: supernovas que detonan sus pequeños infiernos por doquier. Pueden adquirir este libro en El Sótano.

“Lo interesante del amor es que pudo no pasar nunca, pudo no ser y nosotros no sentir su ausencia.” p. 7

“(…) siempre fue mañana hasta que se convirtió en ayer.” Ibídem

 “(…) quiero que continúe siendo después o tal vez nunca, que no me haya sucedido aún.” Ibídem

“La ausencia es la hermana triste de lo que se encuentra.” p. 8

“(…) me llenabas de tus monstruos, de tu fantasma favorito, que por cierto siempre fue mejor que yo.” p. 12

“¿Cuándo un deseo se convierte en obsesión, cuál es la línea que separa lo que se quiere de lo que se necesita? No sé cómo diablos creció en mí este monstruo, este ser que me habita y me ha obligado a hacer tantas atrocidades.” p. 15

“Te quiero así, con mi infierno y el tuyo mezclados.” Ibídem

“A veces te odio mucho más de lo que te amo, aunque inmediatamente te vuelvo a amar con toda la desesperación y la angustia que me produce el silencio.” p. 17

“Voy a dejar que los recuerdos se amontonen, se aplasten unos a otros, se atropellen, se maten.” p. 18

“He pensado en lo pequeños que somos, en lo ingenuos e insolentes. No podemos saber nada certero de la vida y por eso hacemos de cada cosa una fantasía.” p. 19

“¿No es lo mismo alguien que se muere y alguien que no te quiere amar? Ambos son imposibles, los dos duelen.” p. 24

“Compartíamos una perversión, quizá sólo una costumbre: traicionar.” p. 27

“(…) nadie quería salvarme y yo no sabía cómo hacerlo.” p. 33

“(…) ojalá entiendas que sólo somos sin querer.” p. 35

“Seguramente no soy fiel a tu historia pero, ¿cuándo he sido fiel a algo?” p. 40-41

“Sólo somos lo que fuimos. Estamos hechos de ayer, de un ayer mentiroso.” p. 43

“Somos los que fuimos que no recordamos. Entonces sólo somos los que inventamos.” Ibídem

“No podías creer que la vida continuara cuando había un vacío tan grande. No entendías que no se parara el mundo en el momento más triste de tu vida.” p. 51

“El amor es tan egoísta que no nos importa no ser amados, siempre y cuando nos dejen estar…” Ibídem

“(…) es imposible vivir como condición de estar, también la tristeza se va, nos deja, nada nos pertenece.” p. 55

“También el placer se acaba, se va. No con los días y la costumbre. Se va tras más placer. Sigue a las traiciones.” p. 59

“(…) te convertiste en un maldito que no sabía más que herir, herir a todos los que amabas y te amaban.” p. 65

“Creí que lo nuestro estaba lejos del infierno, que yo por fin había elegido lo correcto. No fue así, sólo era un círculo más.” Ibídem

“El amor es el olvido de uno mismo.” Ibídem

“Yo te amo completo. Y me dueles porque ya estás formado y yo sé lo difícil que es dejar de ser quien uno es.” p. 67

“(…) una rabia terrible que te hacía traicionar a los tuyos, un odio sin sentido, inevitable. Unas ganas irresistibles de engañar, de hacer sufrir, de perder.” p. 69

“Te gusta el peligro, la idea de perder.” p. 73

“Así supe que te había lastimado pero, Tomás, no me sentí mal, pensé que te lo merecías, por eso lo volví a hacer muchas veces más con cualquier hombre.” Ibídem

“(…) hombre de poca fe, ¿y cómo tenerla si de la vida sólo queda la memoria?” p. 75

“(…) aprendiste a vivir lleno de tragedias y dolor.” Ibídem

“Odiándonos con ganas de amar.” p. 79

“Ella, como todas, deseaba ser suficiente, como todas, ingenua.” p. 84

“(…) querías largarte a cualquier lugar que no fuera ella y su frustración.” p. 85

“(…) el amor no se recuerda, el amor se aborrece.” p. 96

“La gente se cansa, pierde las esperanzas, se da por vencida. Olvida.” p. 97

“La muerte de otros siempre se lleva algo nuestro.” p. 99

“No quería hacerte daño, pero no podía evitarlo.” Ibídem

“(…) guardaste el dolor porque no podías creer que tuviera fin.” p. 104

“(…) así habías aprendido a vivir, en una guerra contra todo, amando lo difícil, lo imposible, lo imperfecto.” p. 117

“Yo (…) también tengo un muerto que me duela, que se fue y me dejó llena de imposibles. Y ese día, el de su muerte, regresa sin tregua, y me duele de muevo…” p. 122

“(…) hay otro lugar peor que el purgatorio: la vida, y de ahí sólo te salva la muerte (…)” p. 128

“¿Acaso la tragedia era nuestra  más grande coincidencia?” p. 135

“Así eres tú. Necesitas estar mal para estar bien.” p. 139

“Los recuerdos son para alterarse a nuestro favor (…) Eres un cazador de malos ratos, amas en la desgracia.” p. 140

“Nos estábamos destrozando, Tomás, como todos los que se aman.” p. 141

“Eres bueno para inventar tragedias.” p. 150

“¿A qué huele la tristeza (…) a qué sabe necesitar morir?” Ibídem

“(…) nunca he entendido nada, que me equivoco como condición de ser, que pierdo lo que más amo.” p. 159

“Me quedé con él por mucho tiempo hasta que se quedó dormido. No sabía que estaba muerto.” p. 167

“No te salvé. Y sí (…), tienes  razón, soy tu castigo y también el mío.” p. 186




Nota de agradecimiento

Esta novela fue especialmente significativa para mí porque hace casi una década tuve una Alfonsina en mi vida, tuve a un ser amado que perdió la voz y en circunstancias idénticas. Gracias a Luque, por primera vez pude saber lo que sería estar en su mente y cuerpo, algo de lo mucho que pudo haber pensado, imposibilitada, como estaba, para decirlo. Sus ojos expresivos son los que se quedan en mi memoria, junto con esa impotencia y frustración al saber que su final no resultó como lo había planeado y que el único medio a utilizar para comunicarse con los demás quedó anulado.

Está lectura fue una catarsis, un significativo mensaje encontrado en el mar de letras entre los muchos que me faltan por hallar. Un mensaje para todos aquellos que hayan tenido una Alfonsina en su vida, o que la tendrán, y aún no lo saben.

Por lo pronto mi mensaje va para ella, M., donde quiera que esté, porque aún me cuesta nombrarla y todavía recuerdo el sonido de su voz, del que me angustia la posibilidad del olvido. Porque un duelo se lleva de por vida.


No morí, no morí, lo sé porque estoy en el infierno.

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