viernes, 12 de febrero de 2016

Tratado de las espirales - Víctor Roberto Carrancá (Presentación)







(Éste es el texto que leí en la presentación del libro en el Instituto Mexicano para la Justicia el 19 de febrero.)

Los sueños son una parte indudable y una pieza fundamental del proceso creativo, e incluso son lo más próximo a una segunda realidad, pues el ser humano pasa aproximadamente la tercera parte de su vida durmiendo. Kerouac afirmaba, incluso, que soñar es uno de los pocos actos capaces de unir a toda la humanidad.

Los tratados aristotélicos sobre el sueño determinan que estas visiones son afecciones del sentido común o espejismos que podrían explicarse como señales o coincidencias: la importancia del sueño reside en su interpretación, en su representación. En el siglo XVII, en su obra La tempestad, Shakespeare manifestó la certeza de que «Somos del mismo material del que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está rodeada de sueños».

En la mitología griega, el dios del sueño era Hipnos, padre de Morfeo y gemelo de Tánatos (personificación de la muerte no violenta), de quien también se creía que susurraba obras durante el sueño, como lo afirmaron autores como Coleridge o Cortázar. De hecho, el prólogo del Libro de sueños de Jorge Luis Borges reafirma lo anterior a través de «la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de todos los géneros literarios».

En Tratado de las espirales (Atrasalante, 2015), el segundo libro de cuento publicado de Víctor Roberto Carrancá (escritor mexicano, 1984), el autor crea una obra impregnada de psicoanálisis en la que presenta al sueño como una mancha voraz que  envuelve lo que se cruce en su camino, como un elemento tangible y brillante que trata de abarcarlo todo, de reclamar el territorio de la realidad y devorarla por completo.

Este tratado es una obra literaria que surgió, en parte, del inconsciente del doctor Sarcise (álter ego de Carrancá o viceversa), quien ha escrito el Tratado de las espirales de la mente, obra ficticia que bien podría pasar por un Necronomicón lovecraftiano (y que incluso podría tener su misma facultad: la de enloquecer a sus lectores) o un volumen apócrifo de la Enciclopedia Británica borgiana. Tanto para Carrancá como para el doctor Sarcise, no hay otra verdad que la que afirmaba Poe: «Todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de un sueño».

En este conjunto de más de quince relatos, la intratextualidad y los vasos comunicantes entre hechos, personajes y sitios, abundan en un tratado de escenarios imposibles y situaciones delirantes que evocan una ilusión muy similar a «La escalera Penrose», una estructura que sólo permite el movimiento a través del flujo circular eterno, un loop inexplicable y demencial hasta el extremo, idéntico al que experimentan algunos de los personajes de Carrancá.

Las páginas cargadas de ironía, las revelaciones siniestras y los acontecimientos demasiado peculiares, las vueltas de tuerca en los momentos precisos, las extensas notas al pie que constituyen por sí mismas textos independientes y las voces narrativas con las que el autor decide experimentar, dan como resultado una afortunada y original obra del género fantástico colmada de imágenes maravillosas y perturbadoras por igual que enfrentan al lector a la contraposición de la belleza con lo terrible.

Carrancá demuestra en cada uno de sus relatos su don tanto para describir poéticamente un asesinato como para hacerlo de forma cruda y directa, sin evitar minuciosos y escandalosos detalles.

Habitan estas páginas relatos hermosos y terroríficos como «Disyunción», que presenta al alma como un elemento malévolo, como un virus letal o un ente mínimo, un parásito que puede desquiciar a su anfitrión.  

«Mientras los vecinos duermen» es un cuento que describe a una pareja que, más que destrozarse metafóricamente, lo hace de forma literal porque el amor es precisamente así: rabioso, una fiera despiadada a la que invariablemente se trata de domesticar una y otra vez.

En «…este documento irrisorio realizado por un demente (o soñador)», Carrancá parte del horror psicológico y de los deseos inconscientes para crear todo un universo engendrado por los sueños de un clarividente que deja una pregunta en el aire: ¿el ser humano será, en realidad, resultado de la mente de un solo soñador o será un personaje de un sin fin de sueños compartidos?

En otro de los cuentos, «La luz en los ojos», Carrancá describe la celopatía más peligrosa, aquella en donde la víctima es infiel de manera inconsciente e involuntaria: justo cuando sueña, en aquel espacio donde el ello se explaya en total libertad. Sus protagonistas, tanto el abnegado hombre como la —en extremo— desconfiada mujer, no hacen más que afirmar aquella sentencia de Voltaire en la que declaraba que los celos rabiosos son más perversos y fatídicos que la ambición o el interés.

«El fracaso de la paternidad» representa un peculiar y emotivo evento donde todos los hechos ocurren de forma inusual, pues los roles de género son intercambiados y se recrea una situación delicada de manera irónica. Una de las consecuencias de esta pertinente inversión en los roles provoca efectos que inducen a la empatía, a la reflexión, desde otra perspectiva, de un hecho natural que, quizá de forma egoísta, sólo uno de los sexos puede experimentar.

En el relato «El hombre de los tacones», Carrancá relata, más que el fetiche peculiar de un hombre mayor, la verdadera razón, el testimonio de un guardián de —a los ojos de la gran mayoría— lo absurdo, pero un absurdo que lo mantiene con vida, un absurdo que es lo único que conserva sentido en su existencia. A través de un narrador omnisciente, conocemos esta historia llena de probabilidades no confirmadas. Las notas al pie a lo largo del libro, específicamente en este relato, dan cuenta de una extensión del universo creado por el autor y son utilizadas como una peculiar estrategia narrativa que se vale de la sátira para exponer pruebas o testimonios igualmente ficticios.


Finalmente, el autor afirma con su Tratado… que una de las múltiples particularidades de la literatura es mostrar abismos externos —o sueños a manera de espejos para poder reflejar los propios— en los que el lector se reconozca a sí mismo y pueda comprender mejor al otro gracias a esa emptía.


Tratado de las espirales está a la venta en las librerías El Sótano y El Péndulo.

Para terminar, algunas de las mejores frases del libro y una entrevista que le realizaron en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2015:






«Las fosas nasales palpitan, apresuradas. Corazones lastimados.»  p . 18

«Pretextar una borrachera onírica no salva a quien el deseo se le presenta más sediento.» p. 21

«El calor lo abraza, lo envuelve con brazos secos y filosos.» p. 30

«Con el pie caen los brazos, el torso y todos los insultos.» p. 32

«El tiempo habría de evidenciar lo que la superstición dictaba: otras muertes habrían de relacionarse con las anotaciones de Gabriel Sarcise.» p. 36

«Ellos se muerden, rasguñan, rompen.» p. 38

«...resplandecía como si en el mundo sólo su cabello mereciera el color del oro.» p. 40

«Ella insistía en la normalidad de los impulsos que me dominaban en la vigilia: "Es solo la realidad", decía, "para eso estamos aquí. Para interpretarla. Después de todo, estamos progresando".» p. 47

«Toc. Toc. Toc. ¡Tanta rudeza! Entrometerse así, en la imaginación de otra persona. Inmiscuirse en las fantasías de alguien sin haber sido invitado.» p. 58

«Mi fantasía, el ejercicio simple de una mente aburrida,se ha tornado en una fijación imposible de evadir. Como los pensamientos obsesivos y recurrentes (la imagen de un pantalón mal doblado, de una corbata arrugada, el sonido de un segundero o una gotera necia), que acosan a uno durante la noche y que martillan, martillan, martillan, martillan.» p. 59

«...la realidad golpea de manera súbita y con más fuerza que el cuerpo que impactó contra el vidrio durante esa espiral de dudas.» p. 62

«...la realidad es más fría y necia que esa lluvia que intenta borrar la evidencia.» p. 64

«Lo cierto es que Sarcise consideró meritorio estudiar sus propios delirios y, peor aún, escribir un libro sobre ellos.» p. 70

«Una estrella pequeña, caída de quién sabe dónde, aterrizó en la punta del cuchillo.» p. 85

«Diego, brazos robustos de venas saltonas y vellos castaños y dormidos, se acerca al ahuehuete y lo abraza. No es el viento, sino la voluntad del árbol lo que hace descender las ramas, esas ramas de dedos cansados, para que, con sus uñas largas y secas, acaricien los cabellos del hombre.» p. 96

«Quizá, si algún astro sujetara este hilo tan delgado, yo dejaría de divagar tanto.» p. 103


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