sábado, 22 de abril de 2017

Temporada de caza (cuento publicado en el suplemento El Cultural no. 94 de La Razón)



El sábado 15 de abril se publicó mi cuento «Temporada de caza» en el suplemento El Cultural no. 94 de La Razón, como parte del proyecto Cartografía del escritor Edson Lechuga.

Éste es uno de los relatos que he estado trabajando durante los últimos meses, y me complace enormemente que sea parte de este magnífico proyecto.

Pueden leer el suplemento completo en este enlace.


Dilecto lector: nos acercamos a ti en mitad de esta selva de textos, librerías, editoriales, autoras, editores, narradoras, poetas y libros, para decirte bajito que entendemos que la exuberancia vegetal puede ocultarnos el bosque; pero que nosotros, desde estas páginas, intentamos desbrozar el terreno y señalar el movimiento cuentístico que late por debajo de la piel de esta tierra letrada, letra.herida y proponemos esta Cartografía narrativa de un país en pedazos  donde recogemos voces y texturas con la idea de obtener una muestra de lo que se cuece a lo largo y ancho de este país nuestro. —Edson Lechuga, coordinador







Temporada de caza
La crueldad tiene corazón humano
y la envidia humano rostro;
el terror reviste divina forma humana
y el secreto lleva ropas humanas.
William Blake
Por tercera vez durante esa ronda nocturna Joaquín había dado en el blanco. Ejemplares de una liebre, un tejón y ahora una tortuga —a la que por mera imprudencia le atravesó la cabeza con una saeta—, eran el botín dentro del grueso costal que cargaba Néstor, su padre. Pronto sería la una de la mañana y la temperatura descendía sin tregua con la única intención de defender lo suyo. Néstor no tardó en ordenar que volvieran a la camioneta, ya examinarían al otro día dichos especímenes para determinar cuáles conservarían.

La extensa zona desértica de los alrededores de Samalayuca era perfecta para las primitivas prácticas en las que ambos estaban inmiscuidos. Néstor, en diversas ocasiones, le había contado que durante su juventud solía cazar más por necesidad que por gusto. Cuando le hablaba de aquella época, lo hacía con una voz ambigua, con la indiferencia de quien relata desgracias tan remotas como los siglos. Afirmaba que desde esos días le quedó el hábito por llevar siempre cualquier tipo de arma y el gusto por elegir a sus presas, pero, sobre todo, aprendió a palpar y contemplar la muerte.

Néstor también solía recordar cómo, después de que su propio padre y sus dos hermanos mayores viajaron al norte, él, su hermana pequeña y su madre empezaron a recibir cierta cantidad de dólares con regularidad. Lograron mudarse a una zona de construcciones mucho más amplias y, durante más de una década, las llamadas, cartas y fotografías se empeñaron en ocultar la distancia y el vacío que comenzaron a ganar terreno. Tampoco había olvidado que en aquellos años parecía existir sólo una forma de pasar el tiempo muerto en ese arenal infértil: en un exceso de cualquier tipo que, mientras para la mayoría significaba la embriaguez, para otros como él radicaba en el acecho.

Continuar leyendo directamente en La Razón.

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