viernes, 8 de marzo de 2013

La Celestina – Fernando de Rojas




René Descartes afirmó que «Leer buenos libros es como conversar con las mejores mentes del pasado», y no pudo expresarse mejor en cuanto a los clásicos.

La Celestina es una popular obra atribuida a Fernando de Rojas (dramaturgo español, ca. 1470-1541), cuyo título original fue Comedia de Calisto y Melibea (compuesta por 16 actos), de la que pocos años después surgió otra versión titulada Tragicomedia de Calisto y Melibea (compuesta por 21 actos). Es una obra híbrida y de transición entre la Edad Media y el Renacimiento publicada durante el último año del siglo XV y que, gracias a sus aciertos estéticos, al carácter psicológico de sus personajes y a su originalidad, constituye una de las bases sobre las que se estableció el nacimiento de la novela y el teatro dentro de la literatura clásica española. Compara y confronta muy hábilmente idealismo y egoísmo, sabiduría y locura y mesura y procacidad en el mismo registro lingüístico de la época.

En el agitado y feroz contexto histórico de esta obra, el de un país en plena transición hacia el Renacimiento en el que el humanismo se abría paso tras la publicación de la primera Gramática castellana, destaca la unificación de la península ibérica y la imposición del cristianismo, lo que culminó con la Inquisición (de la que fue víctima, entre tantas otras, la propia familia de De Rojas).

Tres son los personajes protagónicos: Celestina, una mujer mayor, hedonista consumada, usurera lujuriosa y codiciosa que goza del poder de convencimiento que ha adquirido a través de la experiencia de los muchos años ejerciendo su oficio. El segundo es Melibea: una sumisa doncella, hermosa y joven, que pertenece a una familia acaudalada y poderosa, que ignora los placeres corporales y los sentimientos amorosos. El tercero es Calisto: un atractivo, egocéntrico y desenfrenado joven de buena posición social acostumbrado a saciar cualquier capricho y a obtener siempre, a cualquier costo, lo que desea.

Calisto, después de un encuentro inesperado con Melibea, no logra olvidarla y anhela tener un idilio con ella, pues ha nacido en él el vigoroso y lacerante sentimiento del amor: «Si tú sintieses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga que la cruel flecha de Cupido me ha causado… esta mi pena y fluctuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, carece de consejo…». Bajo esta desesperación, ignorada al parecer por Melibea, Calisto contrata los servicios de Celestina, quien hará todo lo posible para que Melibea tenga un encuentro íntimo con Calisto. Aunque en la obra no se habla explícitamente de que exista un impedimento para que puedan estar juntos, los padres de Melibea han planeado ya quién será su esposo, según algunas conveniencias sociales y económicas para la familia.

Finalmente, tras algunas visitas y regalos de Celestina a Melibea, quien en un principio se muestra renuente a la petición de conocer a Calisto, accede a las peticiones de Celestina y consiente una cita con Calisto. La sensualidad despierta en ella mediante las palabras fuertes pero dulces de Celestina, quien rompe con el yugo moral que la tenía oprimida. Melibea descubre entonces su naturaleza femenina y se sabe ya responsable de su destino. Surge en ella el sentimiento de un amor intenso y una sexualidad opresora que la doblega: «¡Oh género femíneo, encogido y frágil! ¿Por qué no fue también a las hembras concedido poder descubrir su congojoso y ardiente amor, como a los varones? Que ni Calisto viviera quejoso, ni yo penada». Melibea cobra consciencia de las sensaciones de su cuerpo, de su naturaleza femenina y su derecho a la libertad, por lo que decide revelarse y descubrir ese vetado placer. Ahora desea no volver a sentir el yugo de la prohibición de su autonomía.

La fortaleza que le da este sentimiento liberador a Melibea, así como la entrega, la gloria y el placer, son lo que engrandecen al personaje, dándole un toque demasiado humano y que la conduce hacia la inminente tragedia: aquel primer encuentro accidental con Calisto será la ruina de ambos y de muchos más.

Las presiones sobre Melibea son muy fuertes: una sociedad moralista, un amor inconstante y secreto, la amenaza del pecado, el destino ignoto, el azar hostil, la mentira y el engaño. A pesar de lo anterior, es consciente de su madurez y responsabilidad, y consuma sus propios deseos conociendo sus posibles y atroces consecuencias, pues sabe que incurre en una falta muy grave hacia sus padres. El placer se convierte entonces en su dicha y su perdición, la pasión la vuelve más sagaz y le abre la mente a aquella posibilidad que le habían ocultado: el sentimiento perturbador del amor, mismo que Celestina le anticipa y describe de manera acertada y predictiva a Melibea a través de varios oxímoron como «...un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte».

A través de la tragicomedia, el personaje de Melibea se transforma de manera inusual, se vuelve valerosa, independiente y destila sensualidad, mientras muestra tres marcadas identidades paulatinas: la de guardada doncella, la de amante placentera y la de la suicida decidida; cambios coherentes con el crecimiento psicológico de su personaje, bien fundamentados y decisivos en su transformación e incluso propiciados por ella misma. La voluptuosidad y el arrebato se unen para iniciar un vuelo raudo y definitivo con un trayecto inalterable.

Calisto y Melibea viven sólo el presente, gozan noches de deleite y se preocupan únicamente por ver llegar la hora en que sus cuerpos se reúnan de nuevo en la oscuridad cómplice de la noche. Al igual que ellos, todos los personajes coinciden en la atracción sexual y el goce de los cuerpos jóvenes y hermosos, pues se saben dentro de un tiempo de vida fugaz y tienen una interacción bastante estrecha con la muerte. Les importa vivir el presente, ya que el destino es desconocido y lo mismo podría ser glorioso que nefasto. Por ello rechazan los conceptos tradicionales de moral y crean su propio código, en el que todo vale para obtener placeres y beneficios propios, lo que alude a la famosa premisa Live fast, die young and have a good-looking corpse! popularizada por la película norteamericana de 1949 Knock On Any Door.

Tras la repentina muerte de Calisto, Melibea opta por quitarse la vida para no seguir formando parte de este juego cruel del destino. Comprende ahora que los seres humanos sólo pueden gozar momentáneamente de la vida y rechaza la suya sin éste. Fiel a sí misma, decide seguir a su amado a través de la fatal transición hacia lo desconocido. Camus explicaría la elección de la muerte no como una evasión, sino como una declaración: «Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende. (…) Es solamente confesar que eso ‘no merece la pena’».

La sensualidad de Melibea y su entrega (física y psicológica) son algo inusual en las mujeres de la literatura española de la época, y en las últimas páginas de la obra, Pleberio, su padre, culpa precisamente al amor por la pérdida de su hija: «¿Quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza del amor? (…) ¡Oh amor, amor! ¡Que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos! (…) Dulce nombre te dieron, amargos hechos haces. Alegra tu sonido, entristece tu trato. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas». Algunos siglos después, Bécquer se referiría a este sentimiento de manera muy similar: «El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable; todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo».

En ese mismo monólogo filosófico, Pleberio reprende a la vida, al amor y al sino, pues ejercen un poder definitivo sobre los indefensos humanos, haciendo de ellos lo que les plazca. Se pregunta el porqué de la vida, e incluso si la única finalidad del hombre es nacer para sufrir y morir, pues incluso las alegrías pasajeras no compensan el inmenso dolor de ver partir a los seres amados ni a la muerte propia. Mediante el pensamiento de que todo lo que es creado tiene que llegar a su fin, aterriza en la afirmación de que la única verdad es que el mundo está desorganizado por completo y que la vida conlleva un inmenso dolor innecesario. Este monólogo recrea el sentimiento del hombre desde tiempos remotos de desconocer el significado de la vida, angustiándose ante el desasosiego y la incertidumbre tanto del futuro como de lo irracional de la propia existencia. 


Existe en la obra un fundamento ideológico muy grande, pues en ella se indagan desde los prejuicios sociales, la indiferencia y el individualismo humano, hasta el breve tiempo de vida que es otorgado a las personas, la fatalidad de la que todos son presa y la eterna duda sobre la existencia de un destino ya predicho o escrito. Como bien lo ha dicho el filósofo francés cuya cita sobre los libros clásicos fue usada para iniciar este texto, «Sería absurdo que nosotros, que somos finitos, tratásemos de determinar las cosas infinitas».

jueves, 28 de febrero de 2013

Reminiscencia

Fotografía de la película My Winnipeg

  
“Todo nada, todo flota delante de mí cubierto con una espesa nube,
y  yo me entro en ese caos de sueños, sonriendo.”
Johann Wolfgang von Goethe

“Así es el enigma del corazón humano. Nunca he comprendido
cómo pudo abandonarme de aquella forma tan poco ceremoniosa,
sin tan siquiera un adiós, sin siquiera mirar atrás ni una sola vez.
Es un dolor que me parte el alma como un hacha.”
Yann Martell

En días fatídicos como éste es cuando regreso a ti a través de la memoria. Los recuerdos me rasguñan, me llaman, me persiguen y, finalmente, se manifiestan en sueños, donde me resulta imposible huir de ellos. Llevo varios minutos contemplando la última fotografía que nos tomaron juntos en aquel viaje repentino a Winnipeg, cuando aún ignoraba la verdadera razón de aquella excursión.

Recuerdo muy bien tu súbita decisión aquel jueves por la tarde, cuando decidiste que viajaríamos al día siguiente a dicha ciudad, para ver la más reciente atracción de la ciudad durante ese invierno: una docena de caballos atrapados en un río congelado. Por alguna extraña razón, la idea te atraía sobremanera y es que en realidad era el origen de toda una significativa confabulación en tu mente para modificar el curso de tu vida, la cual no me incluía.

Durante el viaje en auto, hablamos poco y el mal clima nos obligó a descansar un par de horas en un hostal, algunos kilómetros antes de llegar a nuestro destino, donde bebimos un poco de café para reanimarnos y en algún momento me hablaste sobre el íntimo vínculo con el acontecimiento del que seriamos testigos y la filosofía oriental. Aún recuerdo la escena: tu cara apacible y los labios moviéndose en armonía con las palabras que pronunciabas. Me dijiste que en oriente la figura del caballo representa los cinco sentidos del cuerpo humano y cómo a través de él creamos lazos con el plano existencial de lo físico o material de este mundo.

Conocía de tu parte mística tan poco, que la mera idea de saber quién eras me parecía ya un hecho ficticio, y ese simple pero contundente suceso dio paso a una insurrección de sentimientos contradictorios en mí. Debí suponer que era el primer presagio de una catástrofe que sería terminante, pero no inmediata.

Cuando continuamos con el viaje, descubrí entonces el motivo por el cual la única canción que escuchábamos una y otra vez era “Goodbye horses” de Q Lazzarus… pude interpretar el significado que envolvía la letra y asociarlo con tu singular pasión al cantar específicamente la frase Good-bye horses, I'm flying over you.

Finalmente, al llegar al sitio, tenías un entusiasmo poco común y súbitamente comenzaste a relatarme tu teoría sobre cómo los lazos que te unían con lo terrenal ahora estaban rotos debido a la muerte de esos caballos y que estabas obligado a trascender todos tus limitantes. Queriendo otorgar una razón lógica a mi fatídico futuro, argüí que algún conocido tuyo, sabiendo el tipo de inusitadas ideologías que tenías, cumplió con la misión de informarte sobre el suceso que presenciábamos.

Nuestra sorpresa creció a pocos metros del incidente, pues a pesar de ser el nuevo suceso del lugar, había muy pocas personas cerca, así que avanzamos y pagamos una pequeña cuota para tomar fotografías. Era diferente a lo que imaginamos: de los caballos sólo se podían ver sus cabezas. El infausto acontecimiento dio paso a un espectáculo mórbido inmerso en una atmósfera que causaba cierto tipo de terror ancestral, pues tales facciones de sufrimiento y desesperación, en animales por naturaleza hermosos e imponentes, causaba desconcierto y cierto sentimiento de culpa e incomodidad en los testigos, que se alejaban paulatinamente.

Fue a través del guardia como nos enteramos de lo que realmente sucedió: a pocos kilómetros del río, hacia el norte, había una pista de carreras en la que un granero se incendió hacía un par de días al anochecer, provocando que los caballos huyeran por instinto en dirección al río, sin reparar en que estaba congelado; y a pesar de que tenía una gruesa capa de hielo en la superficie, el peso y la fuerza de los animales fue tal que lo rompieron y terminaron atascados en él, quedando congelados a los pocos minutos, sólo con el cuello y la cabeza al aire. A través de sus expresiones se podían observar el sufrimiento y la agonía por la que pasaron antes de morir. Por supuesto, la responsable de mantener semejante exhibición surrealista indemne, gracias a la baja temperatura, era la estación del año.

Nuestros estados de ánimo eran por completo discordantes: mientras mis sentidos semejaban la atmósfera del momento, estando abrumados y con cierto sentimiento de hastío y repudio hacia todo; tú estabas de lo más cómodo y feliz, incluso sonriendo, razón con la que hacías crecer el vacío que se había instalado en ese lugar de mi alma que te pertenecía, provocándome una apatía mortal.

Fui presa de una ansiedad carroñera que carcomía la poca dicha que aún tenía y quise que nos marcháramos de inmediato. Entendí que no podía hacer nada más cuando, aún con una sonrisa formidable, anunciaste que te quedabas por tiempo indefinido. Recuerdo que no aparté la vista de tu figura al alejarte en dirección al auto y volver con algunas de tus cosas, de las cuales, por cierto, tampoco noté el momento en que las empacaste en casa. Haciendo uso de la poca razón que me quedaba y de un comportamiento maduro que escasamente se planta en mí, decidí no hacer pregunta alguna y despedirme con un beso en la mejilla.

Quizá si me hubiera expresado y te hubiera retenido un poco más, las cosas no hubieran resultado de este modo. Pero tampoco hubieras sido feliz, pues a pesar de lo bien que ocultabas tu disconformidad, siempre quedaba un rescoldo en tu rabillo del ojo y en tu espalda, indicándome continuamente que algo no andaba bien.

Finalmente, pude aceptar que esos caballos significaban para ti una especie de representación apocalíptica a través de la cual llegó un mensaje de cambio inminente en tu vida. Regresé sola a Calgary y te esperé una, dos, tres semanas que se convirtieron en uno, dos, tres meses que, por último, se acumularon hasta formar un año, antes de verte de nuevo.

Y fue exactamente un año después que se repitió la historia en el río congelado, pero esta vez sólo hubo una muerte: la tuya. Vaya coincidencia fatídica de la vida, que queriendo recordarme, te uniste a mi memoria hasta el fin de mis días. Lo que tú tampoco supiste es que pude ser la culpable de tu partida, pues uno de mis deseos inconscientes fue que desaparecieras en aquel sitio, gracias al cual asimilé la obsesión de la naturaleza humana por lo absurdo.

Cuando te volví a ver, te encontrabas en un lustroso ataúd y te sentí tan cercano, que en un impulso afectivo no pude más que abrazarte, y estabas tan frío como los pequeños copos que caían afuera y se instalaban cómodamente en la pequeña jardinera debajo de la ventana.

Todos necesitamos tener pequeños y quizá insignificantes secretos, y lo que no te dije aquel día era que habías dejado al descubierto que estábamos en diferentes planos existenciales, por más que compartiéramos los terrenales. Y lo que tú no supiste y tampoco pudiste ver en mis ojos es aquello que jamás confesé: que desde hacía un tiempo te sabía perdido en una desesperanza atemporal que habías ocultado y seguirías ocultando hasta la perfección antes y aún después de mí.

Ahora sólo eres una voz que se difumina y se pierde cada vez más y el hecho de pensarte en el olvido me abruma por completo. Por eso todas las noches voy a encontrarte a la habitación sin luz, donde te veré en sueños y serás eternidad durante mi existencia, donde aún puedo encontrar una leve reminiscencia de lo que alguna vez fuiste.

                                                                                                         Lola Ancira, México, 2012.

domingo, 17 de febrero de 2013

El ruido de las cosas al caer - Juan Gabriel Vásquez




El ruido de las cosas al caer (premio Alfaguara 2011) es la quinta novela publicada por Juan Gabriel Vásquez (escritor colombiano, 1973), obra que forma parte de la literatura del narcotráfico o «narcoliteratura».

La novela está narrada en primera persona a través de dos personajes y se desarrolla en dos tiempos anacrónicos: el presente de Antonio Yammara, a finales de la década de los noventa, y el pretérito de Ricardo Laverde, a inicios de los años setenta. Yammara, un profesor de El Rosario, tuvo una amistad fugaz con Laverde, quien fue asesinado de manera repentina frente a él después de uno de sus acostumbrados juegos de billar y en cuyo incidente él mismo resultó malherido. Desde entonces, Laverde se convirtió en una presencia muda e invisible que invadía todos los pensamientos de Yammara, una fijación o una incógnita que éste debía resolver a instancias de su propia vida por la imperante necesidad de obtener respuestas, de conocer el extraño motivo de aquel fatal ataque.

En estas páginas, Laverde narra su propia historia al tiempo que Yammara asume el papel de detective y realiza una búsqueda a través de las décadas en las que se han diluido otras vidas para esclarecer el final trágico de aquel misterioso personaje y, a la vez, tratar de encontrarse a sí mismo y entender lo que ocurre con su propia familia, ese ente restrictivo del que sólo ha aprendido a huir.

Los escenarios en que transcurre corresponden a Colombia, y las diversas y necesarias alusiones a Estados Unidos se deben a que algunos de los personajes secundarios pertenecen al Peace Corps (Cuerpo de Paz), una agencia federal autónoma creada para enviar ciudadanos americanos como voluntarios a diferentes localidades del mundo para ayudar a los nativos con las diversas necesidades de su comunidad, por lo que Sudamérica fue uno de sus primeros destinos. Debido a que en Colombia encontraron el clima y las condiciones necesarias para cultivar la mariguana, uno de los principales propósitos de algunos de los voluntarios y sus coordinadores, este país se convirtió en el exportador más importante de mariguana —y posteriormente de cocaína del mundo gracias a que ellos mismos se hacían cargo del traslado aéreo del producto, lo que les aseguraba una gran remuneración económica, situación en la que Laverde estuvo involucrado directamente. A pesar de que el Cuerpo de Paz ayudara realmente con sus labores a la sociedad, se beneficiaba ilícitamente de la explotación de los fértiles campos colombianos y de todos los implicados que, a cambio de una parte mínima de las ganancias, arriesgaban la libertad e incluso, en el peor de los casos, la vida misma.

Este negocio creció abruptamente y trajo consigo una violencia y brutalidad que ya jamás se despedirían de Colombia, convirtiendo a las próximas generaciones, una de ellas la de Yammara, en receptores de una agresión que lo consumiría todo y que irrumpiría gravemente en todos los ámbitos de sus vidas, obligándolos a sobrevivir en una interrogante sobre su propia identidad y pertenencia. Fue entonces cuando dio inicio una búsqueda impregnada de la inseguridad que no sintieron todos aquellos que presenciaron el inicio del desastre, pues los beneficios pesaban más que los inminentes riesgos, que llegarían meses o años después y que en aquel entonces resonaban como maldiciones al acecho que se podían burlar.

El ruido de las cosas al caer gira alrededor de la búsqueda, tanto la personal y necesariamente solitaria, como la del pasado, en la que confluyen infinidad de vidas por diversas circunstancias y supuestas casualidades.

Yammara abandona su presente, que incluye a su pareja y a su hija, para inmiscuirse en un tiempo tan remoto como su niñez, una infancia vinculada a la de otra mujer que hace acto de aparición gracias a su parentesco consanguíneo con Laverde. Tanto Yammara como esta mujer, perdidos en una realidad en la que la felicidad se les escapa, intentan remediar su soledad indagando en sus obsesiones y miedos e incluso a través de sus propios cuerpos y de los fantasmas que seguirán haciendo ruido siempre que alguien los quiera escuchar. Juntos, avanzarán hacia «…adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado», según la premisa de Fitzgerald.

Vásquez dota de cierta nostalgia infantil a esta obra que remite a la Hacienda Nápoles del famoso narcotraficante Pablo Escobar, un inmenso y fascinante centro de esparcimiento abierto al público en los ochenta, abandonado y en posterior decadencia poco después tras severas acusaciones a Escobar. Yammara y la mujer conservan gratos recuerdos de esta hacienda y vuelven a ésta sólo para atestiguar la inclemencia del descuido y la ausencia, afirmando silenciosamente que todo tiempo pasado fue mejor, al igual que en el complejo de la Edad de oro.

Esta historia está plagada de sonidos suaves o estruendosos, de aeroplanos, de recuerdos y esperanzas, de identidades descubiertas y elementos tangibles o abstractos en los que la fuerza de gravedad actúa con más crueldad que la usual y que al desplomarse se van fragmentando hasta estrellarse y producir los sonidos del horror y la desilusión. El autor resuelve incógnitas sólo para dejar, a la vez, otras abiertas, aclara situaciones o hechos que dan pauta a nuevas interrogantes que alimentarán una trama perfectamente construida.

Testimonios e información compartida entre los personajes iluminan los recovecos de esta bn ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽idifican s ompartida tunque quizrevivir y resguardar informacinforgratos recuerdos y al que vuelve soúsqueda y modifican la percepción de personas cercanas y amadas con las que ya no existe posibilidad de diálogo alguno y cuya percepción se modifica en lo superficial, donde la grabación de una caja negra, ese misterioso artefacto diseñado para sobrevivir y resguardar información tan valiosa como emotiva, será tan necesaria como algunos recortes, cartas, fotografías y recuerdos carcomidos para reconstruir el pasado.

Ésta es la historia de las raíces de la violencia a través del prólogo que es su pasado, de quienes la experimentaron por segundas y terceras personas, una remembranza de vidas adultas perdidas en los recuerdos y en las cintas que reproducen lo vivido para volverlo real de nuevo, para taladrar en las mentes y desencadenar nuevos resquicios donde las dudas seguirán suspendidas en el vacío.


Algunas de las frases que seleccioné de la obra:

“... pasó de ser un asunto casual, una de esas malas pasadas que nos juega la memoria, a convertirse en un fantasma fiel y dedicado, presente siempre, su figura de pie junto a mi cama en las horas de sueño, mirándome desde lejos en las de la vigilia.” 
“... con qué presteza y dedicación nos entregamos al dañino ejercicio de la memoria, que a fin de cuentas nada trae de bueno y sólo sirve para entorpecer nuestro normal funcionamiento..." 
“... lo que importa no es cagarla, sino saber remediar la cagada.”
“... mantener la conveniente ficción.”
“... a la curiosidad por los cuerpos se había sumado la curiosidad por as vidas.”
“... pensar en la oscuridad no es conveniente: las cosas parecen más grandes o más graves en la oscuridad.”

Dos de las opiniones que me parecen más acertadas sobre la novela:

Narrador de una notable madurez […]. Novela de investigación a través de la memoria y de las conversaciones, retrato de una generación, crónica de Bogotá y, sobre todo, de vidas que se cruzan para encontrar la muerte (los verdaderos héroes como los falsos) o la soledad. En una novela que, paradójicamente, se lee como una exaltación de la vida.”
J.A. Masoliver Ródenas, en Cultura/s de La Vanguardia, Barcelona

Maldito sea el maldito rigor del maldito joven escritor Juan Gabriel Vásquez quien –a la luz de lo que se ofrece en El ruido de las cosas al caer– probablemente sea el autor “joven” que más y mejor sabe sobre el atemporal arte de cómo plantar y erigir una novela después de Mario Vargas Llosa.”
Rodrigo Fresán, Página 12, Buenos Aires

sábado, 16 de febrero de 2013

La displicencia humana

Escultura de autor desconocido



“…sus criaturas llegarían a todas las casas de clase media baja en adelante y espantarían a los niños con sus palabras atroces… y a los críticos literarios con su belleza perpetuamente inasible y, además, no sólo física, sino artística, miniaturizada, de cosa levemente nueva y a la vez muy antigua, del todo imprevista por la mediocridad y abulia de la época.”
Alberto Chimal


1. Voces agradables, suaves, roncas, ácidas, sosas. Horas de charla o silencios incómodos. Relatar una y otra vez los mismos sucesos, la vida pasada, alternando las edades y cambiando los detalles. Mezclando realidad con mentira en recuerdos mutados por una memoria no muy fiel.

2. Miradas intensas, lascivas, atractivas; transformadas en contemplaciones fastidiosas, irritantes, insoportables. Buscar ser el centro, lo único, para después querer huir y encontrar un escondite para esa fuerza que sobrepasa lo físico y llega hasta el alma, esa fuerza que puede ver los secretos más profundos y las mentiras más asquerosas encubriendo un hecho todavía más repugnante, pero a los que no puede descifrar por desconocer su código, su lenguaje. Y es para dar gracias a pesar de tener el peso del castigo de esos ojos encima sin que ellos sepan la capacidad de la represalia que infligen, inconscientes de su poder.

3. El placer de degustar incontables litros de diferentes clases de alcohol, cafeína y humo de cigarros no siempre de tabaco. Incluidas las pastillas de menta, los diversos dulces y las píldoras ilegales. Lenguas y bocas húmedas de placer, escurriendo entre palpitaciones vulgares. Cariño convertido en hiel, por simple gusto experimental.

4. Superficies muy suaves, que viven. Diversos matices de pigmentos que van de oscuros a claros. Pieles lampiñas o cubiertas con un fino bello, tersura exquisita que se alarga sobre las sábanas, buscando la manera de introducirse en ellas y desaparecer de este mundo, en un arrebato de placer individualista que a pesar de ello, es respetado y degustado por el (los) otro(s). Placer que deviene en aversión, suavidad trocada en aspereza que adquiere una singularidad reprobada y rechazada. Una piel fría de muerte, a la que se evita por miedo a perder la cordura.

5. Esencia natural del cuerpo femenino, enajenación pura, resquicios perfumados sutilmente, que con lazos invisibles atan al cuerpo ajeno y lo atraen hacia sí. Lazos que mutan en látigos flagelantes, aroma que demuda acerbo, líquido cáustico que corroe lo virtuoso.

Cabelleras rubias, castañas, cafés, pelirrojas. Mechones que transitoriamente ocultan un poco sus facciones, otorgándoles un secreto vital e inexorable. Falacias de formas y tonalidades diversas, mentiras infantiles llevadas a engaños voluptuosos. Pero sus manos tienen la obligación de dejar el rostro por completo al descubierto, para enfrentar la vida sin trucos infames. Y es cuando cae el telón final.

Intentar memorizar series de diferentes números telefónicos por días, a veces por semanas e incluso por meses. Calles, direcciones. Trazar figuras geométricas exactas o irregulares en el mapa del territorio. Números y letras que esconden personalidades tan disímiles como iguales, gracias a lo subjetivo de las diferencias.

Nombres extranjeros, místicos, alusivos a la naturaleza o por completo religiosos. Sustantivos sugestivos, encantadores, cautivadores; se vuelven indiferentes, insulsos, desagradables. Nombres que terminarán siendo estigmatizados.

Todo esto fue antes de ti. Jamás pude encontrarte en ellas ni en lo más recóndito de su ser. Mucho menos en su imaginación, muchas veces más desierta que su amor propio.

Todo esto fue antes de que aparecieras, tan pequeña, saliendo del grifo de agua, segundo antes de que te fugaras, por conmiseración, de aquel cuadro que compré tantos años atrás. Lo único digno de ornar mi vida sin transmutarse en algo maldito, aún después de comprender mi esencia.

Y ahora que estás fuera llevo horas, días completos contemplándote, parando sólo cuando parpadeo. Tu nuevo refugio es este vaso de agua, sobre mi mesa de noche. Me haces reconocer cuanto tiempo de mi vida desperdicié con la humanidad.

Mi simple abstracción en tu cabello azul ondulado, la claridad reflejada del agua en tu piel, las escamas que cubren lo que suple a tus piernas y tu inexistente sexo, tu tamaño mínimo y el aura que te envuelve y te representa tan distante a pesar de tenerte a escasos centímetros y esa atracción desmesurada que siempre has ejercido en mí han reanimado a mi psique después de cada esperada decepción, tras cada descubrimiento y desencanto del otro.

Deberás cumplir tu promesa, mi alma será tuya a cambio de que me lleves al paraíso del que has venido, colócame en tu roca, en medio del océano, en ese lienzo donde no pasa el tiempo, donde el piélago tranquilizará a mi ansioso espíritu y podré al fin regalar mis pensamientos al olvido y no volver a la absurda y egoísta búsqueda sibarita.



Lola Ancira, México, 2011.

sábado, 9 de febrero de 2013

El necrófilo – Gabrielle Wittkop






Reseña personal: El necrófilo de Gabrielle Wittkop (escritora francesa, 1920-2002) es una novela publicada en 1972 por la Bibliotèque Noire y publicada en español hasta 1995 por la Editorial Tusquets. Wittkop dejó una obra que podría etiquetarse dentro de lo siniestro, trágico y escalofriante, de lo que se puede deducir, de manera certera, que su musa era la muerte y todo lo que esta implicara; empezando por algo tan amplio como la vida misma, lo que la posterga: el sexo; y lo que logra crear vínculos humanos: el amor. 



Esta novela es la historia de un anticuario comprendida en un año en entradas de su diario personal. En cuanto a la extensión, es un fragmento mínimo de una vida, pero de una intensidad impresionante. Aparecer a Lucien N. como por generación espontánea y dejar un final abierto y un futuro incierto para él le dan el último toque de misticismo para volverla una novela de singularidad espléndida.



Lucien vive en una gran casa antigua donde comercia con antigüedades, pero lleva esta afición por lo decrépito (en cierto sentido) más allá de los objetos: hacia cuerpos humanos sin vida. Es un necrófilo que forma parte de una sociedad invisible de personas con gustos afines. Leyendo los obituarios, descubre donde podrá encontrar a su próximo amor. El siguiente paso es realizar una visita al cementerio y desenterrarlo, para llevarlo con él a su hogar.



La pasión que les profesa es libre y exenta de toda discriminación, pues adora por igual a cadáveres de bebés y niños que de hombres o mujeres, jóvenes o ancianos. Dejando de lado la putrefacción, es un amor honesto y perfecto aunque no recíproco, que deja fuera de su casa cualquier tipo de prejuicio social y que se podría poner en duda al involucrar el aspecto sexual, pues es un tipo de violación o invasión al cuerpo del otro sin su consentimiento, pero también sin su vida, y es quizá ese detalle el que anule la profanación carnal. El problema son los tabúes religiosos que se han creado en torno a la cáscara física que deja cualquier ser humano en este plano existencial tras su deceso.



Tenemos aquí dos problemáticas, una referente al sexo y otra al ritual mortuorio que involucra el cuerpo del fallecido. En cuanto a la primera cuestión Foucault, a través de una entrevista, explica a la perfección que es lo que sucede en nuestra sociedad: “El sexo existe y representa el noventa por ciento de las preocupaciones de la gente durante gran parte de las horas de vigilia. Es el impulso más fuerte que se conozca en el hombre; en diferentes aspectos, más fuerte que el hambre, la sed y el sueño. Disfruta incluso de cierta mística. Se duerme, se come y se bebe con otros, pero el acto sexual -al menos en la sociedad occidental- se considera como una cuestión del todo personal. Por supuesto, en ciertas culturas africanas y aborígenes se lo trata con la misma desenvoltura que a los demás instintos. La Iglesia heredó los tabúes de las sociedades paganas, los manipuló y elaboró doctrinas que no siempre se fundan en la lógica o la práctica.” El problema se vuelve más grande e ideológico en cuanto a los cadáveres, pues lo juzgo igual de legendario pero enigmático y mucho más misterioso, del que no tengo los argumentos suficientes para poder analizar. Mirando el conjunto y aunando a esto las declaraciones de Wittkop, sinceras y libres de convencionalismos sociales sobre su forma de vida e ideología, se logra entender porqué fue víctima de la desaprobación social pero también fue un símbolo de lucha para muchos otros, pues como ella misma lo dice: “Hay ciertas verdades que escandalizarían a un espíritu rudimentario como el suyo.”



En cuanto al aspecto literario de la obra, la narración en primera persona logra por completo que el lector se vuelva Lucien, el necrófilo mismo, que a través de una sensibilidad majestuosa narra como posee a los cuerpos y refiere una cantidad de detalles tan singulares que se logra crear, a través de la lectura, un escenario completo, detallado y hermético, ideal para que se desarrolle el fúnebre relato, exento de ojos curiosos e indiscretos creados con el afán de censurar y condenar. La narrativa de Wittkop está dotada de una sensibilidad tal, que logra transmitir al lector la hermosura que posee un cadáver y la belleza de la muerte en sí, incluso de la putrefacción que se advierte por las diferentes funciones fisiológicas de las sensaciones.



Wittkop crea de una invención todo un universo real, donde las emociones son detalladamente descritas y existe siempre un ambiente de seducción y afecto. Los actos de Lucien no son específicamente sexuales, son acciones de un intento de restituir vida a la muerte a través de lo que puede dar como ser viviente aún. No son simples depravaciones, son acciones naturales que encierran espiritualidad y un anhelo de regresar al origen, Tánatos en su máxima expresión: “El olor de los muertos es el del retorno al cosmos, el de la sublime alquimia.”



El tema de la necrofilia es algo que me ha atraído desde hace bastante tiempo y antes de leer está novela (que se convirtió en una de mis favoritas) vi las películas de Necromanitk (I y II), la más cruda (quizá algo tenga que ver con que es japonesa): Flowers of flesh and blood y la más cuidada y artística de todas y que se asemeja bastante a la obra de Wittkop, sólo que protagonizado por una mujer: Kissed. Escribiendo esto, me doy cuenta que es necesaria otra entrada para tratar sobre la necrofilia y toda la obra artística que le rodean.



Tras una necesaria búsqueda literaria sobre el tema, di con esta maravilla. Por alguna razón no puedo subir fotos, pero quería, desde hace algunas entradas, subir la foto de la portaba del libro del que hago la reseña y poner los datos. Les comento por lo pronto que es de la colección La Sonrisa Vertical y por ahora no he logrado encontrarlo en las librerías populares.



He aquí algunas magníficas frases de la novela:

“...hasta llegar a la pureza final de esa gran muñeca de marfil con la sonrisa muda, y las piernas perpetuamente abiertas, que está en cada uno de nosotros.



“Noviembre siempre me aporta algo inesperado, aunque esté aguardándolo desde siempre.”



“Me gustarían mucho sus ojos en blanco, sus labios mudos, su sexo glacial, ojalá estuviera usted muerto. Por desgracia, tiene el mal gusto de estar vivo.”



“Pues la clandestinidad exige unas murallas que protejan del aliento de la tierra y unas cortinas que detengan la mirada de los astros.”



"Durante catorce días, he sido inefablemente feliz. Inefablemente pero no del todo pues, para mí, la alegría siempre va acompañada de la pena de saberla efímera, la felicidad lleva siempre, ostensiblemente, el germen de su propio final. Sólo la muerte —la mía— me liberará de la derrota, de la herida que nos inflige el tiempo.