domingo, 19 de julio de 2015

Irreverencias Maravillosas: Eternos instantes previos

1942, fotografía de I. Russel Sorgi para el Buffalo Courier Express 


El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, está dedicado a las fotografías realizadas instantes previos a la muerte de una persona por diversos motivos.

Pueden leer la versión completa del texto directamente de la revista, en este enlace.


 Eternos instantes previos

La fotografía —dijo el doctor Farabeuf— es una forma estática de la inmortalidad.
Salvador Elizondo en Farabeuf

Más allá del mínimo fragmento de historia retratado en una fotografía, las hay que son famosas por los trágicos sucesos posteriores (y en algunos casos también previos) a su realización, y son estos sucesos los que le otorgan un significado esencial. Los retratos de figuras humanas son representaciones precisas detenidas en el tiempo y la memoria, y desde hace varias décadas son una parte imprescindible de la vida. Son una puerta al pasado, claves cronológicas y piezas necesarias para acceder a lo distante e intentar comprender otras realidades.
Es común observar fotografías de personas que ya fallecieron cuando estaban con vida, pero existen numerosos casos específicos que muestran a la persona en cuestión poco tiempo antes de morir, siendo ésta consciente o no de ello. Lo impactante de esas imágenes, que podrían parecer ordinarias, es conocer el fatídico desenlace de su historia.  A diferencia de la fotografía postmortem, éstas no se definen con un término específico, y usualmente son improvisadas, a excepción de los casos de asesinatos y ejecuciones.
La dinastía Romanov culminó con el asesinato de Nicolás II y su familia por órdenes de Lenin, tras iniciar la Revolución rusa.  El mismo zar realizó un pequeño archivo de fotografías familiares de su vida cotidiana dos años antes de su ejecución (1917),  mismas que su hija María entintó a mano.




En 1942 Margaret Miller, de 35 años de edad, estuvo durante 20 minutos en una de las cornisas del octavo piso del hotel Genesse, en Buffalo. Antes de que finalmente se dejara caer, varias patrullas y el fotógrafo de un periódico local, Russell Sorgi, presenciaban el acontecimiento. Fue él quien tomó la fotografía fracciones de segundo antes del impacto y muerte de Miller. El resultado es una impresionante imagen que la muestra suspendida horizontalmente a pocos metros de la acera, y su rostro refleja cierta serenidad y entereza respecto a su decisión.
Una de las fotografías más conocidas de este tipo es la de Omaira Sánchez, una adolescente colombiana de 13 años de edad que fue una de las miles de víctimas de la Tragedia de Armero, un desastre natural producido por la erupción del volcán Nevado del Ruis en 1985, que derritió una zona del glaciar circundante llevando lodo, escombros y tierra a los ríos que descendían por la montaña y destrozando al poblado de Armero, donde más de la mitad de sus habitantes murieron. 
Aunque en el caso de Evelyn McHale la fotografía se realizó tan sólo 4 minutos después de su muerte, la menciono por ese singular impulso de la belleza a buscar su final arrojándose al abismo. Conocida como «The Most Beautiful Suicide» (El suicidio más bello), la fotografía muestra el cuerpo de McHale tras saltar del piso 86 del Empire State en 1947, y fue tomada por un estudiante de fotografía que escuchó el impacto. En la imagen, aparece de espaldas, con los tobillos cruzados y la mano izquierda sosteniendo su collar. La posición natural del cuerpo, la vestimenta impecable y el apacible semblante ostentan su atractivo, y no se ve ningún signo de violencia, a excepción de que su lecho es la abolladura del techo del auto en el que cayó.

                                                                                                         1947, fotografía por Robert Wiles

La última fotografía de Regina Kay Walters con vida, a los 14 años de edad, fue tomada por su propio secuestrador en 1989. Él era Robert Ben Rhoades, un asesino en serie estadounidense que se dedicó por años a viajar por su país matando gente en un trailer equipado con diversos instrumentos de tortura. Kay aparece con un vestido negro, a la rodilla, y tacones, y con el cabello muy corto. Su expresión refleja sufrimiento y desesperación, y sus manos y brazos se encuentran en posición de defensa hacia la cámara, tratando de evitar la catástrofe próxima.

1989, fotografía por Ben Rhoades

Diversos asesinos seriales suelen fotografiar a sus víctimas antes y después de asesinarlas, quizá en un tétrico intento de preservar pruebas del encanto tanto de sus fatídicas pericias como de sus víctimas. Gracias a esta práctica, muchos han sido capturados. Específicamente, Harvey Glatman y Richard Bradford se hicieron pasar por fotógrafos profesionales para poder acercarse a diferentes modelos, llevarlas a parajes alejados o a sus propios domicilios y asesinarlas tras realizarles algunas fotografías. Una de estas víctimas fue Karen Sprinker, quien tenía 19 años cuando fue secuestrada en 1969 por Jerry Brudos y asesinada en su garaje, donde previamente la fotografió por última vez tras hacerla posar en sus prendas intimas.

1957, fotografías por Harvey Glatman

Farabeuf o la crónica de un instante (Premio Xavier Villaurrutia 1965) fue la primera novela de Salvador Elizondo (escritor, dramaturgo y traductor mexicano, 1932-2006). En ella, el autor relata la impresión que le produjo la fotografía de un mártir extasiado, misma que aparece en la página 145 del libro, donde se muestra la tortura previa a una ejecución china llamada Ling Ching o Leng T’ché, que en español significa «muerte por mil cortes». El extasis del hombre sentenciado a la pena de muerte no es otro que el causado por el opio que le fue suministrado momentos antes.


Fotografiad a un moribundo —dijo Farabeuf—, y ved lo que pasa. Pero tened en cuenta que un moribundo es un hombre en el acto de morir y que el acto de morir es un acto que dura un instante —dijo Farabeuf—, y que por lo tanto, para fotografiar a un moribundo es preciso que el obturador del aparato fotográfico accione precisamente en el único instante en el que el hombre es un moribundo, es decir, en el instante mismo en que el hombre muere.
Estas fotografías son excepcionales, entre diversas cuestiones estéticas y artísticas, por preservar, por inmortalizar un instante específico e irrepetible y permitir desarrollar, a partir de éste, un mecanismo de creatividad capaz de generar todo un cosmos con la impresión sensorial que suscitan los últimos instantes de vida de cualquier ser humano.

martes, 30 de junio de 2015

La modelo - Guy de Maupassant (cuento)




"La modelo" es un cuento de Guy de Maupassant (escritor francés, 1850) y forma parte de su libro Selected short stories (Penguin Popular Classics, 1995), reseñado con anterioridad en el blog.

Guy de Maupassant escribió principalmente cuento, pero también publicó varias novelas. Siendo joven, conoció a Gustave Flaubert (el autor de Madame Bovary), cuya influencia fue esencial en su desarrollo como escritor, y trabajó como periodista para diversos periódicos importantes al tiempo que escribía sus novelas y relatos.

Inició narrando desde una postura impersonal, pero fue profundizando en la existencia y psicología de sus personajes, y su obra influenció a diversos escritores como Quiroga, Tolstoi o W. Somerset.

"La modelo", aunque es un relato plagado de prejuicios y sexista (lo que se puede argüir a la época), es un cuento circular que narra la trágica historia de un joven matrimonio formado por un pintor y una modelo. El cuento me interesó por el título, y no imaginaba de qué pudiera tratar, pero me fascinó la escena principal de la que se desata la narración. La imagen que describe de las mujeres es, aunque chocante, un simple reflejo de la mente masculina de su contexto sociocultural (y que no ha cambiado demasiado).



La modelo

Encorvado como una media luna, el pueblo de Etretat, con sus arenas blancas, sus blancas rocas y su mar azul, reposaba tranquilamente bajo el sol de un hermoso día de julio. A uno y otro extremo de la media luna, los dos muelles, el menor a la derecha y el mayor a la izquierda, cortaban el agua tranquila; el primero, como un pequeño pie, y el se­gundo, como una pierna colosal.

En la playa, sobre la línea donde mueren las olas, una muchedumbre, sentada, se divertía contemplando a los bañistas, mientras en la terraza del Casino, formando grupo y en constante agitación, otra muchedumbre lucia sus galas, presentando al sol, como un jardín espléndido, las bordadas flores de las sombrillas rojas y azules.

En el paseo, al extremo de la terraza, otros veraneantes, los más reposados, los más tranquilos, iban y venían lentamente a distancia de los grupos elegantes.

Un joven pintor, conocido, famoso, Juan Summer, avanzaba tristemente junto a un cochecillo de paralítico, donde iba una mujer, la suya. Un criado empujaba suavemente aquella especie de sillón con rue­das, y la señora impedida contemplaba con ojos lánguidos los esplendores del cielo, la orgía de luz y la satisfacción de todos.

Iban en silencio. Ni siquiera se miraban.

–Detengámonos un poco –dijo la señora.

Se detuvieron, y el artista sentóse en una silla de tijera que le presentó el criado.

Los que pasaban junto a la pareja, inmóvil y silenciosa, los miraban con simpatía, interesados por una conmovedora leyenda, según la cual se había casado el pintor con la impedida, comparecido ante su desgracia y su ternura.

No lejos de allí, dos jóvenes hablaban, sentados en un cabestante, con la mirada fija en el horizonte lejano.

–Lo que dicen del matrimonio es mentira. Conozco mucho a Juan Summer.

–¿Cómo se explica, pues, que se casara con una impedida?

–Se casó con una impedida... como se casan otros con mujeres demasiado... ágiles. Por estupidez.

–No me convences.

–No te convenzo... Deberías haberte convencido ya de que sólo por estupidez se casan los hombres. Y tampoco ignoras que los pintores tienen la especialidad, el privilegio de hacer matrimonios ridículos, ca­sándose la mayoría con sus modelos, con sus queridas, con mujeres descalificadas en todos conceptos. ¿Por qué? No se concibe. Lo sensato fuera que tratando, como tratan, constantemente a esa caterva de bribo­nas que se llaman las modelos, y conociéndolas como las conocen, sintiesen repugnancia por ellas. Pero sucede lo contrario. Después de copiarlas en todas las posturas imaginables y de divertirse a su placer, se casan con ellas. Daudet nos lo dice, cruel, hermosa y sinceramente en su precioso libro Mujeres de artistas.

La pareja que tenemos delante unióse por un accidente singular y terrible. No es un caso común: la mujercita representó una comedia muy a lo vivo, jugándose de una vez el todo por el todo; un final dramático. ¿Fue sincera? ¿Estaba realmente apasionada? ¿Cómo saberlo nunca? ¿Quién podría separar lo verdadero de lo engañoso en los actos de las mujeres? Fingen con sinceridad, haciendo su papel convencidas, emo­cionadas. Su voluble sentimentalismo las hace de pronto ardientes, agradecidas, criminales, encantadoras o innobles. Mienten sin cesar y sin querer, sin comprenderlo y sin sospecharlo; y a pesar de sus constantes mentiras, en sus actos domina la sinceridad, que se vela en sus resolu­ciones inesperadas, incomprensibles, irreflexivas, inverosímiles a veces, que de pronto contradicen los razonamientos lógicos, nuestra costumbre razonadora y todos los cálculos de nuestro egoísmo. La brusquedad y la sorpresa de sus resoluciones las hacen aparecer a nuestro juicio como indescifrables enigmas. Y nos preguntamos a cada instante: ¿Son falsas o sinceras?

Amigo mío: sinceras y falsas a la vez, porque su naturaleza les exige que oscilen sin cesar entre dos opuestos caminos y no se decidan por éste ni por aquél. Son ambas cosas y ninguna.

Reflexiona los recursos que las más prudentes emplean para conse­guir de nosotros lo que se proponen. Recursos tan complicados... como inocentes. Lo bastante complicados para que nunca los adivinemos, y tan inocentes, que, al sentirnos víctimas, no podemos contener nuestra sor­presa, pensando: “¿Es posible que me haya dejado engañar así?”

Consiguen todo lo que se proponen. Sobre todo, cuando se proponen casarse.

Pero limitémonos a la historia de Juan Summer.

La que hoy lleva su nombre fue una modelo, naturalmente; su modelo. Era hermosa; sobre todo, elegante, y tenía una cintura divina. Enamoróse Juan, como nos enamoramos de cualquier mujer agradable a la que vemos con frecuencia, y supuso que la quería con toda su alma. Es una singular aberración. En cuanto nos gusta una mujer y la deseamos, ya suponemos que no es imposible vivir sin ella. El más desmemoriado recuerda que le ocurrió lo mismo varias veces y que a la satisfacción de un deseo ha seguido el desencanto en todas las ocasiones; que para unir dos existencias no es bastante complacer al brutal apetito de la carne, pronto saciado, sino que precisa un acuerdo absoluto de las almas, del temperamento, del humor.

Es necesario saber distinguir si el apasionamiento que sentimos lo inspiran los atractivos corporales, un deseo voluptuoso que nos embriaga, o el encanto profundo y suave del espíritu.

Lo cierto es que Juan Summer imaginó que la quería con toda su alma, haciéndole mil juramentos de fidelidad, y vivió completamente consagrado a ella.

Era una mujer fascinadora, con el desparpajo elegante que tan fácil­mente muestran las criaturas de París. Bromeaba, charlaba, canturriaba, diciendo tonterías brillantes como rasgos de ingenio por la gracia que las envuelve al ser lanzadas. Tenía siempre actitudes y gestos oportunos para seducir al artista. Levantando los brazos, inclinándose, tendiendo la mano, subiendo al coche, se movía con desenvoltura y garbo.

Durante un trimestre, Juan Summer no reparó en que su adorable modelo era... como todas las modelos.

Para veranear tomaron una casita en Andressy. Yo estaba allí cuando, cierta noche sobresaltaron el espíritu del pintor las primeras inquietudes.

Hacía un tiempo delicioso, una luna espléndida, y decidimos dar un paseo por la orilla del río. La bóveda celeste reflejaba su esplendor en el agua temblorosa, quebrando sus reflejos amarillos en los remansos quietos, en el cauce rumoroso, en toda la extensión líquida que se deslizaba lentamente.

Avanzábamos, poseídos por la vaga exaltación que nos producen esas noches fascinadoras. Hubiéramos querido realizar sobrehumanas empresas, descubrir amores de seres desconocidos y extraordinariamente poéticos. Sintiendo amargos de aspiraciones, ansias y éxtasis incom­prensibles, callábamos, envueltos por la serena y penetrante frescura de la noche ideal, por la placidez luminosa de la luna, que parece atravesar el cuerpo, penetrarlo y bañar el espíritu, perfumándolo y sumergiéndolo en un goce infinito.

De pronto, Josefina (se llama Josefina) prorrumpió bulliciosamente:

–¡Ah! ¡Mira un pez que salta! ¿Lo has visto?

Juan respondió sin mirar hacia donde la mujer señalaba.

–Sí, nena mía.

Ella se disgustó, increpándole:

–No mientas; no lo has visto; mirabas a otro lado y no volviste siquiera los ojos a donde yo te indiqué.

Juan sonrió:

–Es tan delicioso este ambiente que nos rodea de una vaguedad soñadora... Ni miro nada, ni pienso nada, ni sé nada...

Josefina se contuvo; pero al poco rato, lanzada por el prurito de hablar, preguntó.

– ¿Irás a París mañana?

–No lo sé.

Josefina se puso nerviosa, exaltándose:

– ¡Qué divertido! ¡Pasear toda la noche, sin decir una palabra! ¡Como unos tontos!

Juan seguía callado, y entonces ella, con el perverso instinto de la mujer exasperada y que se ha propuesto exasperar a los otros, voceó la estúpida copla, con la cual nos había ensordecido ya durante los años, y que principio:

Mirando las musarañas...

Juan insistió:

–Te ruego que te calles.

Ella repuso, furiosa y descompuesta:

–¡Que me calle! ¿Por qué? ¿Hay algún moribundo?

Juan repuso:

–No turbes el goce que nos ofrece la quietud luminosa del paisaje.

Replicó la mujer, vomitando una sarta imbécil, odiosa, con salpica­duras de reproches inauditos, con recriminaciones intempestivas y lágrimas al final. De todo hubo.

Se retiraron. Juan la dejó desfogarse, sin contradecirla, sin atenderla, sumergido en la contemplación de la Naturaleza.

Y a los tres meses luchaba por sacudir aquellas ligaduras invencibles e invisibles. Ella le retenía, le oprimía, le martirizaba. Hubo altercados violentos, injurias recíprocas y hasta golpes brutales.

Al cabo, él se propuso terminar aquello, separarse a toda casta, romper las cadenas. Vendiendo todas las obras que pudo terminar –no era muy famoso aún– y en trampándose con los amigos, reunió veinte mil francos; los puso una mañana sobe la chimenea con una carta, despi­diéndose, y se fue a refugiar en mi casa.

Por la tarde llamaron a la puerta. Yo mismo abrí. Una mujer, empujándome, arañándome, atropellándome, se precipitó en mi estudio. Era Josefina.

Juan al verla, se levantó.

Arrojando a los pies de su amante los veinte mil francos, le dijo con acento grave y en actitud gallarda:

–Toma tu dinero. No lo necesito.

La vi pálida, temblorosa, resuelta seguramente a cualquier locura. El palideció también, exasperado y colérico, decido acaso a todas las violencias, interrogándola:

–¿Qué pretendes?

Ella respondió:

–Pretendo que no me trates como a una mujerzuela. Me suplicaste. Cedí a tus promesas. Soy tuya, sólo tuya. No te he pedido nada. ¿Por qué me abandonas?

Juan dio una patada furiosa en el suelo, irguiéndose:

–Abusas de mi prudencia, y si te propones...

Le contuve, diciéndole:

–Calla, y déjame resolver la situación.

Me acerqué a Josefina lentamente, con suavidad; hice todas las reflexiones oportunas. Me oyó inmóvil, con los ojos fijos, indiferente y obstinada.

Por fin, agotando los razonamientos, apelé a un recurso de comedia:

–Te quiere, te adora como antes, ¡criatura! Pero su familia se ha empeñado en casarle... Ya comprenderás...

–¡Comprendo! –exclamó indignada; y acercándose a Juan, dijo:

–¿Vas a casarte?

–Sí –respondió él con soberbia.

Josefina se adelantó, provocadora y diciendo:

–Si te casas... ¡me mato!... ¡Ya lo sabes!

Juan encogióse de hombros, para responder:

–Puedes hacerlo cuando gustes.

Con angustia, con espanto, ella balbució:

–¿Qué dices?... ¿Qué dices? ¡Repítelo!

–Que puedes hacerlo cuando gustes. 

Josefina repuso, pálida y descompuesta:

–Sí me provocas, ahora mismo, aquí, me arrojaré por la ventana.

Riendo, Juan, adelantóse, abrió la ventana, y saludó, como una persona que hace finuras para ceder el paso a otra, y diciendo:

–Adelante.

Josefina le miró un segundo con los ojos encendidos, terribles, desesperados. Luego, tomando carrera, como para saltar una valla en el campo, cruzó ante mí, junto a él, y precipitándose rápidamente sobre la balaustrada, cayó...

Nunca podré olvidar el efecto que me produjo aquella ventana cuando hubo desaparecido tras ella el cuerpo de Josefina. Me pareció verla rasgada, abrirse anchurosa como el espacio vacío. Y retrocedí, como si temiese que me tragara su boca siniestra.

Juan, horrorizado, quedóse inmóvil.

Unos hombres la subieron, con las dos piernas rotas, imposibilitada para siempre.

Su amante, acosado por el remordimiento y tal vez agradecido a la terrible prueba de amor, la hizo su esposa.

Esta es la verdad.


Caía la tarde. Sintiendo frío, ella quiso volver a casa; el criado empujó de nuevo el cochecillo y el pintor andaba junto a su mujer, sin que hubieran cruzado ni una palabra en una hora.

lunes, 29 de junio de 2015

The safety of objects – A. M. Homes




The safety of objects (La seguridad de los objetos, Penguin Books, 2013) es el primer libro de cuentos de ficción realista de Amy Michael Homes (escritora estadounidense, 1961), y fue publicado por primera vez en 1990. Reune 10 relatos e incluye las primeras 21 páginas de su novela May We Be Forgiven, con la que ganó el Women's prize for fiction en 2013 y cuya primera linea es: “Do you want my recipe for disaster?. Por supuesto, debo conseguirla pronto.

Los 10 relatos que conforman el libro muestran a personajes de familias típicas norteamericanas enfrentados a situaciones poco usuales, pero creadas por ellos mismos, que los extraen de sus contextos habituales y que modifican su percepción de sí mismos y de los demás, llegando a extremos conmovedores y, en ocasiones, terribles.

“Lookin for Johnny” es uno de los relatos más escalofriantes, pues describe el secuestro sin violencia de un niño por parte de un joven, y a pesar de que no hay connotaciones sexuales en toda la historia, hay cierta tensión constante por saber exactamente cuál es el motivo del rapto consensuado.

En “Yours Truly”, una niña narra las razones por las que está encerrada en el armario escribiendo, donde el sentimiento de no pertenecer a su realidad y la aversión encubierta por su madre y sus amigas fluyen a través de las palabras, palabras a través de las cuales logra encontrarse a sí misma y comprenderse, aceptarse a pesar de sus singularidades y permitirse sentir un amor propio muy recóndito y persistente.

“Esther in the Night” es uno de los relatos emocionalmente más fuertes. Describe cómo una madre afronta el accidente casi mortal de uno de sus hijos, cómo las vidas de los integrantes de su familia se han transformado a partir de ese fuerte episodio adoptando actitudes de desprecio y hostilidad que esconden el dolor por no poder cambiar la situación, por ser meros espectadores de un siniestro acto en el que no se sabe si la vida es realmente algo digno.

“The I of It” es un cuento circular que describe cómo un joven llega a una situación que ya no puede controlar y que implica una vida sexual poco “tradicional”. Algunos encuentros y sus primeros pensamientos lo llevan de nuevo al presente, a un momento crucial en el que está en juego su vida, a enfrentar a la noche y el alféizar de una ventana que lo pueden decidir todo.

Hace dos años leí “A Real Doll” en español, pues forma parte de la antología Generación quemada (Siruela, 2005), que compré por recomendación. Este cuento me abrió las puertas al mundo de Homes y quedé fascinada, pues tiene una destreza increíble para describir, desde la perspectiva de un puberto, lo que puede significar el pequeño cuerpo desnudo de una mujer de plástico y sus primeras fantasías y diálogos imaginarios con el otro sexo.


En 2001 fue llevado al cine por la directora Rose Troche con el mismo título, quien escribió el guión junto con Homes, en el que incluyeron una serie de acertados vasos comunicantes que vinculan a los personajes de todas las historias de formas imprevistas.









Este libro lo pueden conseguir en El Péndulo, donde tienen otro dos libros de la autora. 

Noté, durante la larga transcripción, que este libro estaba plagado de frases contundentes que han llegado en el momento preciso a mi vida, lo que volvió mucho más significativa la lectura. Parecería que “Yours Truly” y “The I of It” están transcritos por completo, pero me resultó imposible no hacerlo.

 Aquí los señuelos que soltó Homes para atraer presas a The safety of objects:


Adults alone

“They want to be alone with each other, and alone with themselves.” p. 20


Looking for Johnny

“He talked like it was something he had to practice in order to get it right.” p. 25

“…sometimes you can’t tell the difference between a real crazy and a regular person.” Ibídem

“I thought about how I couldn’t to be grown up, to have my own private TV, to be alone always.” p. 30

“Don’t let him think he’s caught. If he thinks he can get away he’ll try and wait you out. But if you let him know he’s caught, he’ll fight like hell.” p. 37


Chunky in Heat

“…she has to do it again, this time more slowly, this time for an audience.” p. 50

“All she’s thinking about is people watching and she’s not fat or thin, she’s sex, pure sex, and as they’re watching her she thinks they’re probably doing it too and she likes that.” p. 50-51


Jim Train

“I made you and I can break you, anytime I want. Something to keep in mind, buddy boy” p. 58

“He walks quickly, sure that he will die before he reaches home.” p. 75

“…the boy groans in a voice that is as twisted as his body.” p. 76


The Bullet Catcher

“They were pathetic, doughy, offering themselves up for human consumption like some ritualistic sacrifice.” p. 95

“The earth and the sky were the same deep shade of blue.” p. 97


Yours Truly

“… the world, disguised as daylight…” p. 101

“She won’t know that having someone look directly at me, having someone expect me to look at her, causes a sharp pain that begins in my eyes, ricochets off my skull, and in the end makes my entire skeleton shake. She won’t know that I can’t look at anything except the towels without being overcome with emotion. She won’t know that at the sight of another person I weep, I wish to embrace and be embraced, and then to kill. She won’t get that I’m dangerous.” p. 102

“If I put a foot out there too early, everything will be lost.” Ibídem

“I’m hiding in the closet with my life suspended. I’m hiding and I’m scared to death. I want to come clean, to see myself clearly, in detail, like hallucination, a deathbed vision, a Kodacolor photograph. I need to know if I’m alive or dead.” p. 104

“I’m hiding in the linen closet and I want to introduce myself to myself. I need to like what I see. If I am really as horrible as I feel, I will spontaneously combust, leaving a small heap of ashes that can be picked up with the DustBuster. I will explode myself in a flash or fire, leaving a letter of most profuse apology.” Ibídem

 “I’m writing it down because I can’t simply go out there and stand at the edge…” p. 104

“’It has nothing to do with you’, I’ll have to say. ‘It’s me, It’s me, all mine. There is no blame’.” p. 105

“I’m trying to find some piece of myself that is truly me, a part that I would be willing to wear like a jewel around my neck.” p. 106

“I’m looking at myself and slowly I’m falling in love.” p. 107


Esther in the Night

“I tell them what they already know but still want to hear.” p. 114

“She was gentle because she hated him.”  p. 116

“…what you smell –a sweet, heavy odor, with lingering bitterness,  a sharp cleanser-like aftertaste– is the perfume of the living dead. Breathe with mouth open.” p. 117


The I of it

"I had no desire to be beautiful or good. Somehow, I suspect  because it did not come naturally, I longed to be bad. I wanted to misbehave, to prove to myself that I could stand the sudden loss of my family’s affection. I wanted to do terrible, horrible things and then be excused…” p. 142

“I had the secret desire to frighten others.” Ibídem

“As I grew older, I taught myself to enjoy what was frightening.” p. 143

“They wanted to ruin me as a kind of revenge. It was part of my image to look unavailable, but the truth was anyone could have me.” Ibídem

“To be treasured by those who weren’t related, to whom I meant nothing, was the highest form of a compliment.” Ibídem

 “I am sickened by myself, and yet cannot stand the sensation of being so revolted. It is me, I tell myself. It is me, as though familiarity should be a comfort.” p. 144

“I feel like I should wear rubber gloves for fear of touching myself or someone else. I have never felt so dangerous. I am weeping and it frightens me.” Ibídem

“I can no longer love. I cannot possess myself as I did before. I can never again possess it, as it possessed me.” p. 145

“We no longer have anything in common except profound depression and disbelief.” p. 145


A Real Doll

“We sat looking at each other, looking and talking and then not talking and looking again. It was a stop-and-start thing with both of us constantly saying the wrong thing, saying anything, and then immediately regretting having said it.” p. 149

“I was falling in love in a way that had nothing to do with love.” Ibídem

“I was forever crossing a line between the haves and the have-nots, between good guys and bad, between men and animals, and there was absolutely nothing I could do to stop myself.” p. 158