martes, 11 de noviembre de 2014

El diablo no existe - Rogelio Flores



La entrada anterior, sobre la presentación de El diablo no existe de Rogelio Flores (autor de Rocanrol suicida), es un preámbulo al texto que preparé para una lectura en dicho evento, pues suelo expresarme mucho mejor por escrito que oralmente. 

Reproduzco entonces dicho texto, a manera de reseña, para darle la bienvenida al tercer libro de cuento de este increíble autor al blog.



Mi dedicatoria por el autor



Los doce relatos que conforman El diablo no existe son una suma de experiencias, situaciones y sensaciones vividas por personajes terrenales en los que podemos ver reflejada cierta necesidad de comprensión, empatía e incluso cariño.

Una característica de la narrativa de Rogelio es la sutil insinuación, al inicio del relato, que hace referencia a las situaciones contundentes y específicas que surgen en la trama de cada historia. A través del imaginario del autor, logramos encontrar el motivo principal de la creación literaria, esa necesidad humana de relatar o contar que persigue siempre la misma finalidad: crear, para los otros, magníficas mentiras como las que concebimos todo el tiempo en nuestras mentes, ya sea alterando los recuerdos o ideando realidades alternas en una permanente dualidad mitológica entre lo cómico y lo funesto.

En el primer cuento del libro, “Verde esmeralda” (que pueden leer en este enlace), la vuelta de tuerca o el giro argumental,  que ocurre casi al finalizar, es lo que introduce lo fantástico en esta narración detectivesca, como fuga o escape a la situación angustiante a la que se enfrenta el protagonista. Esta característica literaria se comparte con el cuento  “Un tatuaje con mi nombre”, que quizá es el relato más fuerte del libro, pues en sus letras coexisten adolescentes con el síndrome de Estocolmo, cucarachas de Acapulco, violaciones y abusos que acompañan a una tristeza infinita por la muerte de una persona amada, narrado a través de una voz femenina e infantil que trasluce inocencia a pesar del contexto violento en el que vive, y que denuncia la horrible realidad de algunos seres humanos indefensos que subsisten en condiciones de pobreza.

En “El cabrito de oro”, la mitología griega se traslada al norte de México y a un circo de fenómenos en decadencia, mientras que en “El asno en la lejanía” la hipocresía y doble moral condenan y aniquilan bajo el manto de indiferencia que otorga la ignorancia.

“La diva del Bronx” demuestra cómo, en una era cada vez más deshumanizada, el contacto físico e incluso sexual se vuelve mucho más íntimo con una muñeca inflable, siendo este objeto plástico el encargado de satisfacer las necesidades de afiliación de cualquier desdichado.

“Afuera del salón Madrid” plantea, entre varias cuestiones, el poder metafísico de las botellas de alcohol para distribuir las penas o el destino de todos aquellos que compartan su contenido líquido: 

El cantinero tomará mi botella y verterá en ese pequeño caballito 
una onza de alcohol. El cliente, ajeno a mi historia, beberá con tranquilidad,
 y sin saber por qué, sentirá mis labios en los suyos, 
como si fuera un beso desde el más allá, ya que para ese momento, 
yo estaré muerto. Entonces algo cambiará en su interior.

La cuestión musical tiene un gran peso en algunos de los cuentos: con un soundtrack ecléctico, que oscila entre la música ranchera de Joan Sebastian y la energía de la música disco, entre el espíritu del rock setentero y ochentero y la historia trágica de Simón, en una salsa de Willi Colon, siempre otorga a la obra un mismo resultado: ambientar con el ritmo adecuado estas páginas tan sorprendentes como los singulares protagonistas que las habitan.

Tenemos entonces una obra de más de cien páginas en las que se esconden secretos mortales, un libro que describe la ficción en torno a criaturas diabólicas y donde los fantasmas amorosos perdonan y esperan, donde la soledad y la desdicha de los onanistas queda expuesta al tiempo que una cariñosa muñeca de plástico cobra vida y donde las moscas imitan la existencia del ser humano, presagiando la muerte y putrefacción.

Por último, en lo referente al título, El diablo no existe, Rogelio demuestra que podemos ser el peor de los mitos que creamos, pues el mal somos nosotros mismos. Es una premisa de que todo lo negativo o adverso que atribuimos a fuerzas externas o misteriosas, toda la maldad que puede existir en este mundo, aquello a lo que llamamos diablo, que representa la maldad y depravación es, en realidad, nuestra parte más humana.


El libro lo pueden adquirir en la librería de Casa Refugio Citlaltépetl.

Para finalizar, transcribo mis frases favoritas del libro:

“Demostrar alegría, darle importancia, era evidenciar lo extraordinario del momento y con ello, presionas las cosas.” P. 18

“-¿Una Lamia?, ¿qué es una Lamia?
-Una mujer quien por ser más bella que las diosas es convertida en monstruo. Es como un vampiro, pero sólo bebe sangre de los chicos a quien seduce.” P. 25

“(…) suspiró con el dese infantil de seguir escuchando la historia. No  creía que fuera cierta, pero eso no le importaba la consideraba una mentira genial, le resultaba interesante y quería conocer los detalles, saber más.” P. 28

“(…) confiado en que los habitantes del Distrito Federal, sin importar su nivel educativo o condición social; no pueden resistirse a las leyendas urbanas, ni a inventar sus propias mentiras o añadidos (…)” P. 29

“Sin luz, la cara del viejo se tornó una máscara griega que no se decidía a ser cómica o trágica.” P. 34

“Inocentes, eso no pasa nunca. Ese es su primer error, verse a sí mismas como seres poderosos e invulnerables, cuando en realidad son sólo unos malditos bichos, cuya única virtud es el tesón más estúpido del reino animal. Su segundo error es creer que la mierda es deliciosa. Malditos animales, ni siquiera tienen conciencia de su vida tan horrible. Quizá yo sea una de ellas, y tampoco pueda seguir este viaje.” P. 46

“Ya había dispuesto una fotografía en la mesa del departamento, la mejor de todas, para que si la cosa se ponía fea, su retrato póstumo no fuera el de un loco abatido por los disparos de la policía.” P. 49

‘“La masa sanguinolenta y deforme de piel, sangre y huesos parecía sonreírle al mundo.”’ P. 52

“Entonces te mira y te sonríe, pero con un gesto muy feo, con una sonrisa que se ve que no le nace, que no le gusta y le duele.” P. 58

“(…) un cuento de hadas triste (…)” P. 68

“Sobre mi rostro, de manera intermitente, danzaban luces de colores; una roja, la otra azul. Era la policía, venía por mí.” P. 72

“El cantinero tomará mi botella y verterá en ese pequeño caballito una onza de alcohol. El cliente, ajeno a mi historia, beberá con tranquilidad, y sin saber por qué, sentirá mis labios en los suyos, como si fuera un beso desde el más allá, ya que para ese momento, yo estaré muerto. Entonces algo cambiará en su interior.” P. 73

“No se dio cuenta del momento en que le pasamos la soga alrededor del cuello, ni sintió cuando le amarramos las manos tras la espalda.” P. 83

“Pudo haberlo hecho más rápido, sin embargo demoraba cada uno de sus movimientos, intentando retrasar lo inevitable.” P. 84

“Sin poder evitarlo expulsé algunas lágrimas que podían ser de vergüenza, miedo u horror. O de ese odio terrible que comenzaba a sentir por mí y mis desdichados cómplices, por nuestra causa cruel.” Ibídem

“Murió en silencio y por minutos, todos los asesinos contemplamos su cuerpo oscilando con tristeza.” P. 86

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