miércoles, 29 de julio de 2015

París D.F. - Roberto Wong





París D.F. (Galaxia Gutenberg, 2015) es la primera novela de Roberto Wong (escritor mexicano, 1982); con ella se hizo acreedor al primer Premio Dos Passos a la Primera Novela en 2014.

Los más de cuarenta capítulos intercalados (en los que se intuye cierta hipertextualidad, como el propio autor lo ha mencionado al resaltar su gusto por Rayuela, de Cortázar) alternan de forma magistral entre los tres narradores que relatan la historia desde perspectivas y tiempos diferentes, lo que desarrolla la trama de forma muy singular, con una técnica muy bien lograda y con personajes profundos, siempre al borde del abismo y que contrastan completamente entre sí.

Si bien en un principio la lectura resulta un poco confusa, no hay más que avanzar en las páginas para encontrar lazos y descubrir los vínculos que van urdiendo los sorprendentes diálogos.
El protagonista de Wong, Arturo, es un joven sensible y que «aprecia sutilezas», pero que puede ser tan cruel y feroz como la circunstancia lo amerite, y cuyo complemento es el personaje de Nadia o Nadege, a quien designa su ideal de la superposición planisférica: en un mapa de la Ciudad de México, diversos edificios históricos o sitios turísticos corresponden a edificios y sitios del plano de París. Algunos de los ejemplos más populares serían el de la torre Eiffel, que estaría en el punto en que Reforma e Insurgentes se unen, y el del Bosque de Boulogne, que estaría exactamente en Chapultepec. Con un lenguaje cercano y con escenarios bastante populares, Wong configura un microuniverso paralelo de una ciudad bastante peculiar y única.

Arturo externa todos los dilemas de una vida que cambia radicalmente en pocos meses, pues en un periodo corto de tiempo pierde la protección materna que él creía innecesaria, y su situación económica y laboral, así como sus insatisfacciones, cobran tal importancia que un cambio drástico se vuelve forzoso. Aquí entra en juego la ferocidad armada de los delincuentes de la ciudad, lo que lo despertará y lo hará actuar, dejándolo claro con la siguiente sentencia: «La casualidad sólo fue el principio del desastre. En el resto, me dejé caer».

El protagonista configura su mundo a partir de la angustia y el tormento, escapa de una desdicha implacable, de una metrópoli que lo consume en todos los sentidos. Su orfandad en la adultez no es menos dolorosa por haber ocurrido tras dejar la infancia a décadas de distancia, sino que se convierte en un dolor mucho más desgarrador y profundo al tomar conciencia de lo que significa la muerte del ser más cercano y su ausencia. Arturo cuestiona el destino preconcebido y piensa más en la suerte como una multiplicidad de opciones a su alcance que en algo inmutable y ya establecido. Su búsqueda radica justo ahí, en esa necesidad de demostrarse que puede modificar su sino, y lo explica con la siguiente sentencia: «Tenía ante mí la llave del azar, el mecanismo para activar la probabilidad. Un engaño, quizá, pero ¿qué no lo es?». Su destino está plagado de errores necesarios, de aparentes equivocaciones que lo conducen por el camino correcto.

A través de su creatividad, que es su único método de escapismo, Arturo fantasea con huir de alguna manera de su rutina diaria, intenta evadir el fastidio reincidente en que se puede convertir la vida cuando se es parte del capitalismo opresor y de la mediocridad laboral. Y talvez su fervor es lo que invoca a los asaltantes que configurarán su destino a partir del fatídico encuentro. Arturo demuestra cómo se pueden alterar los oxidados engranajes del destino, modificar el mortal día a día en esta ciudad monstruo si la intención y la —buena o mala— suerte son suficientes.

París D.F. no es sólo una genial transposición de las geografías actuales de dos urbes: en esta novela, el autor también combina en sus argumentos las Historias de ambas capitales con la ficción; une ciertas obras literarias y artísticas, pero también sitios icónicos y populares, con personajes enérgicos, propios de un ambiente inmerso en el fastidio y el tedio y del que sólo pueden escapar a través de lo ficticio, de la imaginación.

El propio texto encuentra su justificación entre sus páginas: «Sé que no fue en vano tratar de reinventar una ciudad y volver a vivirla, salvarse así de lo ennegrecido cotidiano. En algún lugar, tal vez alguien recuerde esto, descubra los itinerarios y los publique. Me gustaría ver a hombres y mujeres persiguiendo fantasmas por la calle tras haberse revelado el azar, la certeza de repentinas proximidades y coincidencias alucinantes, pero qué más da ya. Tal vez ya no sea París, sino otra ciudad con, acaso, nuevas intersecciones. Otras personas, otras ciudades, impregnadas de la misma esencia, la misma membrana que veo ahora entre mí y las cosas». 

La metaficción asoma cuando dos de los personajes hacen referencia en dos ocasiones a que son parte de una novela policiaca, lo que refleja su perplejidad frente a las situaciones y actos ocurridos y su desconcierto hacia el futuro, un futuro cada vez más fragmentado y sin sentido, doloroso hasta las lágrimas y desolador.

Ésta es una obra donde convergen geografías imposibles, donde el esoterismo cobra una importancia fundamental y se mezcla con la vida íntima del protagonista para emprender una búsqueda de la comprensión de la vida misma, de una existencia que se ha estancado en tal punto, que el protagonista duda que avanzar sea precisamente algo positivo.

Arturo busca una razón a ciegas escudriñando testimonios en otros cuerpos y otras mentes en una realidad por completo alienada pero que logra encender, iluminar unos días aciagos que empeoraron después de que la bala detonada durante un asalto equivocó su camino por escasos centímetros y se impactó en alguien más.

El imaginario de Wong en París D.F. crea una nueva metrópoli donde confluye la embriaguez que todo lo transmuta: es una amalgama de belleza y desgracia creada por el género femenino, la mediocridad del hombre moderno y el fuego implacable y destructor de su propio autor.

Éste es un recorrido fantástico, tan mexicano como parisiense, que modifica la percepción del espacio propio y conocido. Al igual que la Ruta de Don Quijote, en España, la Ruta de Sor Juana, en el Estado de México, la Ruta de Cortázar, en Buenos Aires, o las Rutas Cervantes de diversos artistas en París, Wong crea un recorrido por algunas de las principales calles de la Ciudad de México que incluye bares, el Centro Histórico, calles y avenidas principales y otros sitios peculiares como la legendaria Farmacia París, cuyo equivalente en las coordenadas de París sería, por cierto, la Catedral de Notre Dame.

Esta novela honra a otros textos y autores, a la arquitectura y a obras artísticas de diversa índole. Trae de vuelta el eterno debate filosófico sobre si el destino es algo preconcebido o no bajo la premisa de que quizá la misma existencia no tiene un motivo de ser, y precisamente una de las finalidades de esta obra es que sus personajes encuentren ese sentido.


Las primeras páginas de la novela están disponibles en el sitio web de Galaxia Gutenberg, e incluso el autor grabó un fragmento con su propia voz para su entrada del podcats Primeras Letras en la página web de Letras Libres.

El libro lo pueden comprar en Gandhi, librería para la que el autor se "vendió" en menos de un minuto:






En esta entrevista, Wong habla un poco sobre su proceso creativo y describe algunas particularidades de París D.F.
  
 Para finalizar, transcribí algunas de las frases memorables de la novela:

“Tenía ante mí la llave del azar, el mecanismo para activar la probabilidad. Un engaño, quizá, pero ¿qué no lo es?” p. 10

“La casualidad sólo fue el principio del desastre. En el resto, me dejé caer.” p. 11

“…la sensación maravillosa y terrible del orgasmo.” p. 80

“…recordé que hacía unos años Jeanne Hébuterne había saltado desde un sitio similar. Estaba embarazada de Modigliani.” p. 81

“Sería tan sencillo no tener estas pretensiones, evitar buscar que la vida sea un poco más grande de lo que en verdad es.” p. 93

“Las cosas grandes les pasan a otros. Al resto sólo les queda conformarse con lo pequeño, con lo que no tiene importancia.” p. 95

“Lo único que puede arreglar tu vocación de cosa rota es una cerveza.” p. 97

“Tiene que dar un paso hacia delante. Eso es todo.
            por los campos. tan lejos como el gitano vaga.
La idea de matarse le hace bien.” p. 102

“Quisiera explicarle lo que ve, cómo por momentostodo se desarrolla ajeno a su voluntad y se desdoblan arcos y rectas de los que surgen superficies, puertas, recovecos. Pero ¿cómo hablar de estas cosas que sólo se sienten como una terrible angustia?” p. 120

“Las personas son el reflejo de la ciudad, su parásito.” p. 121

“…la poesía nos destruyó a ambos: es terrible tener tan cerca a la belleza sin poder tocarla.” p. 126

“Se toca las cicatrices recientes, ese lugar donde se mezcla lo bello y lo grotesco.” p. 135

“Es extraño, lo sé, hablarte así, desde un lugar indefinido, desde un teléfono público, desde una carta, desde una foto. Dictarte instrucciones de lo que tienes que hacer, decirte en qué calle doblar, qué ver, qué tocar, convertirme en un fantasma, en una presencia que intuyes en las cosas.” p. 138

“Una citade O´Gorman: ‘Imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas. Historia suceptible de sorpresas y accidentes, venturas y desventuras, historia tejida de sucesos que así como acontecieron, pudieron no acontecer’.” p. 141

“Le parece que toda esta situación pertenece a otra historia, como si otro mundo se hubiera traslapado con el suyo, generando una intersección sacada de alguna novela policiaca.” p. 141-142

“El alcohol es una noche de tormenta.” p. 145

“-Un dios aburrido repite en nosotros el tedio del universo.” p. 147

“Piensas en las mil y una razones por las que habría que claudicar, y pese a ello, continuar.” p. 166

“Pensé que estaba sudando, pero no era sudor lo que recubría mi cuerpo, era otra cosa. Tal vez una certeza.” p. 167

“Hay pocos momentos en los que a los hombres les es dado ser elocuentes.” p. 170

“Un error. ¿No es así como nacen todas las cosas?” p. 171


“Sigue corriendo, arrastrado por París el desastre irreparable del fuego.” p. 179

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