lunes, 10 de agosto de 2015

La Posada del Sol: Un testimonio del desamparo

La Posada del Sol, fotografía propia


A principios de este mes publicaron en MxCity.mx un texto que escribí sobre La Posada del Sol acompañado por algunas imágenes, la mayoría de la genial fotógrafa Mariel Cortés (a quien pueden encontrar en Tumblr y Facebook).

La Posada del Sol es un conjunto de hermosos edificios abandonados desde hace varias décadas en la colonia Doctores (ciudad de México), y su magia y atracción es tal, que ha unido el trabajo de Mariel y el mío para crear una enigmática historia que alimenta lo lúgubre del lugar.

Como nota, éste es el primer sitio en el que hice urbex, actividad sobre la que pueden leer un poco más en esta entrada anterior del blog y en mi columna en VozEd

El texto pueden leerlo completo, con otras fotografías de Mariel, directamente en la página de MxCity a través de este enlace.


LA POSADA DEL SOL: UN TESTIMONIO DEL DESAMPARO


El edificio da muestras, reverbera, suena.
En la oscuridad vislumbra, da sombras, camina.
Fernando Trejo


Fotografía por Mariel Cortés


Llegamos al número 139 de la calle Niños Héroes cerca de las cuatro de la tarde y tocamos con la expectativa latente de entrar, de atravesar aquel portón metálico verde que divide a lo estancado en el tiempo de la vertiginosa e imparable realidad.
La Posada del Sol es un pastiche con detalles de arquitectura barroca colonial y modernista en decadencia, un conjunto de edificios inacabados y deteriorados que reflejan el abandono de la belleza en una zona popular donde lo que apremia es el brutal ahora, el instante presente, donde no se tiene la seguridad de un porvenir y cualquier circunstancia posterior se sabe insegura, donde más vale saber hacia dónde correr que permanecer en un sitio rodeado por el olvido y la ficción.


Fotografía por Mariel Cortés


Respondió a nuestro llamado una de las dos figuras desconfiadas que aguardaban detrás del portón, precisamente la que nos informó un día antes la cantidad acordada para poder ingresar y la hora a la que debíamos hacerlo. En cuestión de segundos y al ver el dinero, cambió su semblante. Hasta entonces supo que hablábamos en serio. Los cuatro pensamos que funcionaría, podríamos no estar mintiendo y ellos podrían no estar arriesgando su empleo. La avaricia disfrazada de confianza y amabilidad nos permitió pasar.


Fotografía por Mariel Cortés


xisten presentimientos tan contundentes como hechos, que se saben ciertos apenas se intuyen. Aquel día tuvimos uno temible, nefasto. Caminamos maquinalmente siguiendo al nuevo vigilante-guía, pues el otro se había quedado en la entrada, en un pequeño cuarto de vigilancia. Interpreté ese celo por su función como una posible conspiración para nuestro fin, para hacer las llamadas necesarias, recibir a la gente indispensable y lograr un trabajo impecable. Recordé entonces que había olvidado traer cualquier arma punzo cortante con la que me pudiera defender, a excepción de los tacones de doce centímetros, cuyo potencial como daga o puñal no podía despreciar. Mientras tanto, el guía nos relataba la historia del lugar, que La Posada del Sol comenzó a construirse a principios de la década de los 40 y que sería una residencia y hotel fastuosos para “artistas e intelectuales”, según su creador, un ingeniero español, pero que debido a diversos conflictos de intereses e insuficiente dinero, poder y contactos, detuvieron en varias ocasiones su construcción, hasta suspender por completo la obra a principios del año 1945. Décadas después y a pesar de que dos de los edificios fueron utilizados temporalmente como sedes de instituciones gubernamentales e incluso uno de ellos fue acondicionado como una escuela para educación primaria, los abandonaron definitivamente tras unos años por los daños estructurales y supuestos hechos paranormales. Nos dijo además que, a pesar de que era muy difícil que alguien se pueda infiltrar, a quienes lo lograban los remitían con las autoridades correspondientes, que, al parecer, eran ellos mismos.


Fotografía por Mariel Cortés


Caminamos entre escombros varios minutos, pasamos por algunos salones que ahora eran usados como bodegas de diversas substancias y subimos tres pisos de uno de los edificios, después bajamos y nos dirigimos a otro, con un tipo de sótano y ventanales en la parte superior por donde se podía observar parte del enorme jardín central, que en algún momento fue magnífico. Salimos y nos dirigimos a éste, lo rodeamos unos metros y llegamos a una hermosa capilla, custodiada por dos impresionantes figuras de piedra a escala natural de San Francisco de Asís y un lobo. Una campana pendía a unos metros del lugar y, al verla, el guía nos comentó que el dueño se había ahorcado precisamente ahí, y que incluso algunos aseguraban que antes de hacerlo asesinó a sus hijos y a su esposa.


Fotografía por Mariel Cortés


Llegados a ese punto de la conversación, nos habló también del fantasma de una niña en la habitación 103 a la que le ponían un altar, y que sus diversas rondas nocturnas por toda la Posada en ocasiones eran amenizadas por sonidos terribles. Lo cierto es que el dueño murió años después de renunciar a la obra, en su residencia. Antes de dividirnos, nos habló también de las dobles paredes ocultas debajo de los edificios, usadas para emparedar, y nos dijo que incluso había ciertos pasillos secretos que atravesaban todo el lugar que, a pesar de permanecer cerrados y sin luz eléctrica durante décadas, en ocasiones reproducían el sonido de varios pasos apresurados y gritos sofocados rápidamente. Que se empeñara en asegurar la veracidad de tales historias y la existencia de actividad sobrenatural era la muestra de que el desastre atrae y es llamativo siempre que lo puedas relatar a alguien más, siempre que represente una amenaza compartida.

(Leer el resto del texto en MxCity)

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