sábado, 19 de septiembre de 2015

Irreverencias maravillosas: La necesidad de ser

El misántropo (Molière,1966)



El texto de este mes para mi columna mensual, Irreverencias maravillosas, de la Revista VozEd, está dedicado a los misántropos, seres humanos que, sin gratuidad, repudian a su propia especie.


Pueden leer la versión completa del texto directamente de la revista, en este enlace.



 La necesidad de ser

La existencia humana debe ser una especie de error.
Schopenhauer

Es absurdo dividir a la gente en buena y mala
La gente es tan sólo encantadora o aburrida. 
Oscar Wilde

Si bien es cierto que el ser humano es un animal social por naturaleza (el animal político de Aristóteles), en ocasiones es también esta misma naturaleza la que lo hace buscar la soledad o el aislamiento. Debido a las limitaciones y el considerable retraso de desarrollo respecto a otras especies al momento del nacimiento, el hombre necesita de la sociedad para madurar y lograr ser un ente independiente. Desde las agrupaciones más pequeñas, como la familia, hasta las más extensas, como las ciudades, éste ha creado una estructura social para desarrollarse, subsistir y lograr objetivos que en aislamiento le resultarían imposibles, de ahí que, para el filósofo griego, el hombre aislado fuera inferior a sus congéneres o su contraparte, superior.

Podría pensarse entonces que el misántropo surge de la superación de aquella necesidad humana por el desarrollo, cuando puede valerse por sí mismo y los demás representan un obstáculo más que un apoyo. Coexiste en sociedad pero ya no como un requisito, ha descubierto trampas y mentiras, sabe que su especie es capaz de crear o destruir por igual. Cioran lo tenía muy claro respecto a la diferencia del total y sus partes: «Yo no soy un amigo del hombre y no estoy en absoluto orgulloso de ser un hombre. Es más: tener confianza al hombre representa un peligro amenazador, la creencia en el hombre es una gran necedad, una locura. Yo soy una persona que en el fondo desprecia, podríamos decir, al hombre. Desde luego, tengo aún muy buenos amigos, pero, si pienso en el hombre en general, siempre llego a la misma conclusión: la de que tal vez habría sido mejor que no hubiera existido nunca».

Un sinnúmero de filósofos, escritores, directores y músicos se incluyen en la lista de misántropos célebres, entre ellos Arthur Schopenhauer, Michel Houellebecq, Emil Cioran, Friedrich Wilhelm Nietzsche, Donatien Alphonse François de Sade, André Gide, Charles Bukowski, Fernando Vallejo (un «misántropo amoroso», lo mismo que Cioran), Jonathan Swift, Oscar Wilde, J.D. Salinger, Stanley Kubrick, Steven Patrick Morrissey y Edward Gorey; e incluso personajes de ficción, como Edward Hyde, Sherlock Holmes, Tyler Durden o Hannibal Lecter.

Un misántropo no es, como podría pensarse, un pesimista o amargado; es una persona capaz de reflexionar sobre la existencia y sus insoportables particularidades, características que suelen ser conocidas pero disfrazadas, y por lo tanto ignoradas deliberadamente para tener una vida más llevadera y común, para aligerar el viaje y pretender una felicidad anhelada. Un misántropo conoce por completo las perturbadoras e incómodas singularidades de su propia existencia, ha desvelado las mentiras y fraudes de la religión y la autoridad, conoce y sufre el asombro y el terror por la muerte y la soledad; así como el tormento por la insignificancia de su especie y su inherente e incalculable sandez, aquella que Einstein estimaba mucho más infinita que el universo.

El suicidio tiene su parte en este tema: ¿Por qué seguir con algo que no se soporta? Diversos pensadores han argumentado a favor del suicidio, como acto o como idea, desde una postura de entendimiento. Esto no significa que alentaran a los demás a hacerlo o que ellos mismos eligieran esa opción, y no hay mejor ejemplo que el de Cioran, quien fue cuestionado en varias ocasiones al respecto y en dos ocasiones respondió lo siguiente: «Sin el suicidio la vida sería, en mi opinión, verdaderamente insoportable. No necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos. Esa idea es exultante. Te permite soportarlo todo […] Yo he escrito sobre el suicidio, pero todas las veces he explicado: escribir sobre el suicidio es vencer el suicidio. Eso es muy importante […] Estoy absolutamente convencido de que, si no hubiera escrito, me habría suicidado». Lo que se necesita es saber la muerte como una posibilidad siempre al alcance de la mano, de la boca, de la sien. Conocer la ruta de escape y saberla siempre accesible. André Gide describe esta presencia necesaria e inofensiva, por más funesta que parezca: «El pensamiento de la muerte no me abandona casi nunca; me habita sin ensombrecerme».

Thomas Bernhard no hablaba sólo de los misántropos ni pensaba que fueran los únicos «pesimistas» cuando afirmó que «…todos los hombres (…) tienen causa, motivo, para matar su existencia, pero no la voluntad para ello, y otros tienen la voluntad y no tienen las fuerzas, y otros más la voluntad y las fuerzas para ello, pero ninguna posibilidad. Sin embargo, tanto en la persona más complicada como en la más sencilla, todo es un motivo, en cualquier caso, por lo menos una vez al día».

No hay comentarios:

Publicar un comentario