miércoles, 27 de abril de 2016

Irreverencias maravillosas: El lienzo vivo, la piel decorada





El texto de este mes para Irreverencias maravillosas, mi columna mensual en la Revista VozEd, resume un poco de la historia del tatuaje hasta la actualidad.

La versión completa del texto se encuentra en este enlace




El lienzo vivo: la piel decorada

LAS MODIFICACIONES CORPORALES —cambios permanentes o temporales intencional sin motivos médicos— como los tatuajes, las perforaciones, expansiones o escarificaciones, han resurgido con mucha fuerza como un fenómeno cultural y estético desde las últimas décadas y se han difundido enormemente.
El tatuaje es una práctica donde una aguja penetra la piel para depositar tinta. De las tres capas que conforman la piel —la epidermis, la dermis y la hipodermis o tejido subcutáneo—, la aguja debe llegar a la dermis. Puede ser visto como una expresión artística bajo ciertos parámetros técnicos y estéticos, pues representa ideas y mensajes a través de imágenes, y su historia está cargada de significado y simbolismo desde sus primeras manifestaciones, pues es una práctica que data del neolítico, como lo muestran los tatuajes encontrados en la momia de la sacerdotisa egipcia Amunet, quien vivió en Tebas durante el 2 000 a. n. e. y que únicamente representaban líneas y puntos simples, muy similares a los del Hombre de hielo u Ötzi, encontrado dentro de un glaciar de los Alpes y cuya antigüedad aproximada es de 5 200 años.

Mano de Amunet

Diversas reliquias como figurillas, cráneos y objetos de cerámica demuestran que en el México prehispánico modificar el cuerpo fue una tradición muy difundida, y son conocidos algunos relatos de cronistas españoles que presenciaron prácticas «primitivas» como la perforación y expansión de los lóbulos en las orejas, la nariz y los labios, los dientes afilados o la incrustación de piedras en los mismos, la deformación del cráneo, las escarificaciones y la pigmentación de la piel.
Las primeras herramientas que se usaron para tatuar refieren al tatuaje tradicional polinesio, donde era visto como un símbolo de identidad individual y también colectiva, pues manifestaba el rango social, la estirpe y el inicio de la vida sexual. Para realizarlo, se utilizaba una especie de peine con dientes de hueso fijados a un trozo de madera trabajado, y la tinta se creaba con cenizas de nueces diluidas en agua o aceite en la que se debían mojar los dientes de hueso para después colocarlo sobre la piel y golpear la madera del peine con otra madera. Se cree que «tatau», la onomatopeya de ese sonido rítmico, fue modificada por su fonología a «tattow» —después «tattoo»— por el capitán inglés Cook, que en francés derivó en «tatouage» para, finalmente, convertirse en el galicismo «tatuaje».

Una de las primeras herramientas para tatuar. Fotografía tomada de PEM

Era considerado un arte sagrado, y los diseños y su disposición en el cuerpo se determinaban por parámetros específicos sociales y personales, siempre bajo razones justificadas. Las personas que serían tatuadas debían realizar una especia de rito de purificación en el que ayunaban y cumplían abstinencia sexual. Los hombres con diversos tatuajes eran más respetados y usualmente tenían cargos de poder, y se despreciaba a quienes no ostentaban ninguno. En cuanto a las mujeres, sólo las de rango social alto podían tatuarse los muslos y las nalgas, mientras que la mayoría los llevaban en las manos, los brazos, los pies, las orejas y los labios.
El tatuaje llegó a Reino Unido por las expediciones que realizaron a Haití los ingleses Samuel Wallis (en 1767), el capitán Cook (en 1774) y el francés Bougainville (1768), quien, al igual que Wallis, coincidió en su testimonio sobre los aborígenes tahitianos: ambos afirmaron que los habitantes se teñían con un color oscuro la parte posterior del cuerpo. Por su parte, Cook afirmó: «imprimen signos en los cuerpos de gente y llaman eso tattow». A su regreso, trajo esta nueva práctica cultural y a un tahitiano que causó conmoción. Los marineros utilizaron entonces el tatuaje para expresar su valentía y arrojo, y los diseños estaban íntimamente relacionados con temas marinos. Casi 100 años después, en 1870, esta práctica llegó a América del norte, donde Martin Hildebrant, inmigrante alemán, abrió un estudio en Nueva York, popularizando y renovando una práctica ancestral con instrumentos modernos y actuales, como la máquina para tatuar creada por Samuel O’Reilly en 1891, quien se basó en un invento de Thomas Alva Edison.

Fotografía tomada de British Ink

En el siglo XX, entre las décadas de los 60 y los 70, el movimiento hippie trató de reivindicarlo y acercarlo a una sociedad «moderna» con un criterio mucho más amplio. En la década de los 80, el rock lo impulsó aún más, pues varias personalidades del medio artístico tenían uno o varios tatuajes, práctica que se extendió a los círculos de los deportistas, cantantes, actores y actrices e incluso entre los miembros de las familias reales y personas de diversos ámbitos profesionales, lo que transformó la visión de la sociedad y fomentó la creación de nuevas leyes contra la discriminación. 
El tatuaje no es solamente la representación de un diseño en la piel, es la utilización del dibujo como una herramienta que interpreta un mensaje ilustrando conceptos e ideas a través de una imagen, y algunos tatuadores conservan lo trascendental de sus orígenes. El tatuaje es un medio de expresión donde se combinan diferentes elementos para lograr el mayor impacto visual posible y encontrar los efectos más favorables al cuerpo donde será plasmado. Cada estilo de tatuaje se enfoca en un procedimiento artístico particular según la técnica empleada y sus características.
Una de las culturas con la mayor historia del tatuaje tradicional es la japonesa. Algunos hallazgos arqueológicos demuestran que podría datar del período prehistórico llamado Jomon, consolidado durante el período Yayoi (500 a.n.e. – 300 n.e.). Su significado principal era espiritual, pero también cumplía funciones sociales, pero en el siguiente período se le atribuyó un vínculo negativo, pues se utilizaba para marcar a los criminales. Los inicios del tatuaje japonés como es conocido ahora se dieron en la época premoderna, a partir del siglo XVII. Fue también cuando llegó de China Suidoken, una novela ilustrada en madera que relata la historia de más de un centenar de valientes hombres rebeldes cuyos cuerpos estaban adornados por diversos animales mitológicos —como el dragón, el tigre o el koi— e incluso imágenes religiosas. El éxito de la novela provocó una gran petición de tatuajes por parte de los lectores, y los artistas que grababan en madera empezaron a hacerlo sobre la piel humana usando los mismos materiales.



El estilo llamado old school, que es el tatuaje típico norteamericano, apareció durante las primeras décadas del siglo XX, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los estadounidenses buscaban demostrar su patriotismo a través de diseños prefabricados como estrellas, banderas, águilas, dagas, rosas, corazones, anclas y otros temas marítimos, usando únicamente una pequeña y selecta gama de colores, trazos bien definidos y marcados bordes negros. Uno de sus principales exponentes fue Sailor Jerry (Norman Keith Collins, 1911-1973) quien abrió un estudio de tatuajes en Hawái tras vivir durante años como marinero. Al lugar acudían con frecuencia otros marineros y soldados que buscaban un recuerdo de su vida en alta mar o un símbolo de su participación en la guerra, y Sailor Jerry era conocido por realizar obras sencillas y de escasos detalles, rápidas y simples.


El tatuaje entonces empezó a popularizarse y se diversificó, se perfeccionaron las máquinas y todo el material utilizado, incluidas las tintas, dando paso a una gran variedad de tonos disponibles. El resultado fueron nuevos estilos como el new school, que utiliza colores fuertes y brillantes, cuyos diseños se identifica por lo extravagante y caricaturesco de sus formas, el efecto de volumen, degradados y sombras.
Para un tatuador, saber dibujar y pintar y conocer sus diferentes técnicas son elementos que pueden enriquecer este arte, pues al crear sus propios proyectos, el tatuador estará confiriendo su energía creativa al diseño. Algunos de ellos ya han desarrollado sus aptitudes artísticas en algún otro medio y han adquirido la destreza o técnicas necesarias de forma autodidacta o en alguna institución.
Para que esta expresión artística siga creciendo, es necesario un compromiso ético y profesional por parte de los tatuadores, pero también un compromiso por parte del cliente para involucrarse plenamente en el proceso, informarse adecuadamente y decidir de manera pertinente sus opciones, siempre abierto al diálogo.~

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