viernes, 17 de marzo de 2017

Los no muertos - James Nuño





         Actualmente existe una infinidad de razones para pensar en un futuro desesperanzador, pero ya en el siglo XIX Victor Hugo tenía una idea clara al respecto: «El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad».

          Uno de estos valientes es James Nuño (escritor mexicano, 1984), quien libera en Los no muertos (Editorial Paraíso Perdido, 2016), su primera novela, un virus de consecuencias más catastróficas de las que tendría uno mortal, y que representa un cambio radical en las vidas de sus cuatro protagonistas principales, cada uno tan particular como su personalidad y que representa a cierto sector específico de la sociedad mexicana actual.

      El autor experimenta con estos personajes aparentemente comunes y perfectamente perfilados (a pesar de lo cual tres de ellos no tienen nombre, sólo iniciales) y una trama bien desarrollada. La clase de «anonimato» que brindan las iniciales permite, aunado al sentimiento de identificación inherente con cada personaje, que nazca la afinidad y la empatía con el lector. En realidad, en cada uno hay al menos una característica con la cual simpatizar. En la amistad de los cuatro quedan reminiscencias de una adolescencia en común y el despertar sexual, pesadillas y temores recurrentes y una incertidumbre permanente por un futuro que lo ensombrece todo. Nuño analiza a la sociedad y encuentra en la literatura el medio perfecto para expresar su desasosiego.

          La trama se desarrolla a través de siete capítulos cuya estructura alterna las historias de los protagonistas, sus recuerdos y reflexiones, anhelos y fracasos. Nuño indaga en el comportamiento del ser humano actual, rodeado de distractores, con un ritmo de vida ajetreado e inmerso en una violencia cotidiana (que es parte del ambiente de la ciudad aquí retratada) en la época del «alzhéimer perpetuo» y de la alienación, como bien lo menciona el autor. Todo lo anterior propicia cada vez más la despersonalización, cierta enajenación que aísla de la realidad y del otro.

         Nuño describe en su novela a una «generación» que rompe con la tradición (los llamados millennials), inmersa en la tecnología, en el bombardeo de información y en el tiempo de la fugacidad en un ambiente hostil y feroz que exige las mismas responsabilidades de hace décadas, pero que han comenzado a ser inviables en las condiciones del mundo laboral contemporáneo. Ésta es una generación moldeada por la modernidad y el desarrollo, pero que también está rodeada por múltiples y diversos obstáculos que muestran mucho más viable el fracaso que el éxito. Es una generación que necesita una ruptura igual de tajante y definitiva para lograr un cambio: en este caso, una pandemia.

          Los no muertos es una crítica del contexto social y laboral actual en la que el autor disecciona de manera muy particular los diferentes perfiles de los habitantes y de su vida diaria, misma en la que hay aparentes progresos pero que en realidad está estancada en la mediocridad. A pesar de esto, su atmósfera no es por completo terrible: guiños de humor negro le dan un toque de hilaridad.

        La epidemia zombi que asola en esta ficción desarrollada en calles tapatías es una amenaza que fomenta un miedo más atroz porque no es palpable, no es visible: se manifiesta principalmente con el aislamiento, con la escasez y la soledad. Aquí, los síntomas de un resfriado común predicen la catástrofe.

           La palabra zombi tiene dos acepciones: «cadáver reanimado» y, usado como adjetivo, «atontado». Los personajes de Nuño demuestran que zombis son todos aquellos inmersos en idealismos banales, que son de mentalidad cerrada y que han sido educados sólo para obedecer y seguir órdenes: para ser autómatas del sistema.

           Esta novela responde a grandes inquietudes de los protagonistas, lo que se traduce en respuestas fundamentales para el autor y el lector. Diversos conflictos y motivos impulsan el mecanismo de estas historias entrelazadas. Nuño utiliza metáforas acertadas y profundas, transmite belleza a través del lenguaje y muestra escenarios distópicos situados en las avenidas y los lugares más transitados de Guadalajara. 

       También incluye algunos visos de metaficción, sobre todo a través de la voz de un personaje al que sólo se le conoce como «joven», que reflejan que la literatura es un equivalente de la felicidad y la introspección. En Los no muertos, las referencias literarias y musicales aparecen de principio a fin, ambas cumpliendo la función de una batuta que guía la voz del autor.

         La cosmovisión de Nuño, a través de su interpretación del apocalipsis zombi, incluye una crítica social severa sobre la normalización de la violencia que nos asfixia, al menosprecio del gobierno por la población y a las innumerables cortinas de humo que utiliza para mantenerla a raya ante cualquier situación que pueda generar histeria colectiva: los que no han enfermado sufren bajo el yugo del miedo, mismo que el gobierno ha utilizado desde siempre como instrumento de opresión.

           La novela cuenta con recursos narrativos y tipográficos que le dan un toque único y que agilizan la lectura. La propia voz del narrador varía, se fragmenta y ofrece distintos matices. Pensamientos, teorías y visiones de la vida se ven aquí enfrentadas. La trama gira en torno a la filosofía de vida de cada personaje y lo que de ello se desprende: cómo afrontan su existencia y las situaciones a las que se encaran tras esta catástrofe repentina, la desazón en sus búsquedas particulares, el desconcierto y la incomunicación.

             La amenaza (una variación del virus de la influenza) que causa el apocalipsis zombi de Nuño es algo sumamente posible, pues el virus de la gripe lleva siglos mutando. Cuando este virus se transforma en una epidemia estacional, las defunciones se cuentan por cientos de miles, y se convierten en millones cuando ésta se vuelve pandemia (epidemia global), como las cinco que tuvieron lugar el siglo pasado debido a las rápidas mutaciones del virus.

           Esta novela ucrónica muestra lo que hubiera sucedido si el primer brote de influenza en México (2009) no hubiera sido controlado, y muestra los posibles resultados al combinarlo con la temática zombi de la cultura popular.

        Éstas son algunas de las premisas más significativas de Nuño en esta novela: no es necesario morir para no estar vivo, la zona de confort es el peor sitio en el que se puede estar e incluso el personaje más gris e insulso puede ser la pieza clave para desatar una catarsis necesaria.

Para finalizar, transcribo algunas de mis frases favoritas de la novela. El libro está a la venta en la página de Editorial Paraíso Perdido.

«Este país padece amnesia colectiva, un alzhéimer perpetuo.» p. 27

«Son cosas que pasa. Que causan rabia, coraje, impotencia, sí, pero que pasan.» p. 29

«Su lenguaje se había vuelto menos ilustrado, sí, pero más iluminado.» p. 49

«La vida es muy complicada como para ser uno mismo las veinticuatro horas del día.» p. 53

«Esta ciudad, tan llena de gente, tan llena de ruidos, tan llena de tantas cosas y aún así tan seccionada, tan indiferente…» p. 71

«Yo reproduzco, lucho, juego sin mucho ánimo de ganar.» p. 81

«Desconfiamos del desconocido, desconfiamos del vecino… ¿Qué nos queda? Confiar en nosotros y en nuestra capacidad de supervivencia. Vivimos con la premisa de rascarnos con nuestras propias uñas y tomar ventaja» p. 84

«La humanidad sigue intereses específicos en cada ejemplar de su especie por lo que la suma de uno y uno jamás será dos, jamás llevará al mismo resultado (…) por eso hay que crear ficciones.» p. 139

«Una mirada fría, perdida, vacía. Lo veía sin verlo. Lo atravesaba, lo anulaba.» p. 191

«Una felicidad tonta, infantil y silenciosa.» p. 223

«Tierra y oscuridad. Eran los elementos que, para él, constituían la imagen de la muerte.» p. 247

«Vemos a la muerte al rostro: su semblante pálido, blanco de miedo (no, no de miedo, está lleno de vacío, de mudo vértigo), poroso, purulento…» p. 288

«Viven felizmente tristes, sonrientemente jodidos, satisfactoriamente quejándose de la asquerosa vida que llevan.» p. 291
«Siento una mano terrible que circunda mi pecho, que lo aplasta sin llegar a tocarlo.» p.  395

«Es nuestro deber como ciudadanos sospechar incluso del vecino si se atreve a darnos los buenos días.» p. 299

«Un placer artificial, procesado. Como su vida, como su muerte.» p. 357

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